junio 25, 2013
Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre. Este pan es Mi carne, que daré para que el mundo viva. Juan 6:51
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—Yo soy el pan de vida —declaró Jesús—. El que a Mí viene nunca pasará hambre, y el que en Mí cree nunca más volverá a tener sed. Juan 6:35
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Cristo compara las necesidades del hombre con tener hambre y sed. Sentir hambre no es algo que se tome a la ligera. Quien la haya padecido sabe bien que es señal de algo muy real y de las horribles punzadas que trae consigo. La sed asimismo no es un asunto meramente sentimental. Sin duda es una dura prueba. ¿Habrá acaso mayor sufrimiento bajo los cielos que la sed?
Jesús vino a atender las necesidades y sufrimientos más profundos, reales, urgentes y vitales de tu naturaleza: Tu temor al infierno, el terror que sientes hacia la muerte y tu sentido del pecado. A eso vino y se hace extensivo a todo aquel que acuda a Él. De ello puede dar testimonio todo el que haya puesto a prueba a Jesús. Jesucristo satisfice los anhelos de la consciencia. Todo hombre consciente espera que Dios lo castigue por sus pecados, pero tan pronto comprende que el Hijo de Dios recibió el castigo en su lugar, experimenta una paz total y jamás volverá a sentir hambre. Una persona puede escuchar multitud de prédicas, recibir todos los sacramentos y flagelarse la carne muchas veces, pero a menos que acepte la verdad de la substitución, su consciencia seguirá padeciendo hambre.
El corazón también está hambriento puesto que casi sin saberlo clama: «¿Acaso habrá alguien que me ame, a quien yo pueda amar y colme mi naturaleza hasta rebosar?» Los corazones de los hombres ansían ser amados. Al igual que la muerte y el sepulcro son insaciables. Lo buscan por doquier, pero sufren una amarga decepción, ya que no hay en la tierra objeto alguno digno del amor del corazón humano. No obstante, cuando escuchan que Jesucristo los amó antes de que el mundo existiera y que murió por ellos, encuentran paz para su errante afecto. De la misma manera que Rut encontró paz en la casa de su marido, hallamos reposo en Jesús. ¡El amor de Jesús echa fuera todo deseo hacia otros amores y nos llena el alma! Jesús se convierte en el Esposo de nuestro corazón, el más querido de nuestros amores y es entonces que decimos adiós a las minucias. Charles Spurgeon
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«Yo soy el pan de vida»[1] es una de las siete instancias en las que Jesús declara: «Yo soy».
El pan es uno de los alimentos básicos. Un componente esencial en una dieta. Una persona puede sobrevivir durante mucho tiempo a base de pan y agua únicamente. El pan es un alimento tan básico que es sinónimo de los alimentos en general. A menudo utilizamos la expresión «compartir el pan» para referirnos a compartir una comida con una persona. El pan también es parte integral de la cena judía de Pascua. Los judíos debían comer pan sin levadura durante la fiesta de la Pascua y durante los siguientes siete días en conmemoración de su éxodo de Egipto. Finalmente, cuando los judíos vagaban durante 40 días por el desierto Dios les envió «pan proveniente del cielo» para sustentarlos[2].
Lo anterior nos lleva a la escena descrita en Juan 6. Jesús trataba en vano de alejarse de la multitud. Acababa de cruzar el mar de Galilea y la multitud lo seguía. Al cabo de un rato, Jesús le pregunta a Felipe cómo van a alimentar a tanta gente. La respuesta de Felipe es una muestra de su «poca fe» al señalar que no disponen de suficiente dinero ni para dar a cada uno una cantidad mínima de alimento. Finalmente Andrés llega con un niño pequeño que tiene siete barras pequeñas de pan y dos pescados. Jesús alimenta milagrosamente a la multitud… y hasta sobra comida.
Posteriormente, Jesús y Sus discípulos regresan al otro lado del mar de Galilea. Al ver la multitud que Jesús se ha ido, lo siguen de nuevo. Jesús los increpa por no dar importancia a las señales milagrosas y pretender seguirlo con el único propósito de obtener una «comida gratuita». Les dice en Juan 6:27: «Trabajen, pero no por la comida que es perecedera, sino por la que permanece para vida eterna, la cual les dará el Hijo del hombre. Sobre éste ha puesto Dios el Padre su sello de aprobación.» En otras palabras, estaban tan fascinados con la comida, que no se daban cuenta de que su Mesías había llegado. Así que los judíos le pidieron a Jesús una señal de que había sido enviado por Dios. Le dicen que Dios les había dado el maná en el desierto. Jesús les responde indicándoles que deben pedirle el verdadero pan del cielo que da vida. Cuando le piden dicho pan a Jesús, Él los deja de una pieza al responderles: «Yo soy el pan de vida; todo aquel que acuda a Mí no tendrá hambre y todo aquel que en Mí crea no tendrá sed».
¡Es una afirmación extraordinaria! Primero, al compararse con el pan, Jesús les dice que Él es esencial para la vida. Segundo, la vida a la que Jesús alude no es física sino eterna. Compara lo que Él les da al ser Su Mesías con el pan que creó milagrosamente el día anterior. Este último era pan físico que perece. Jesús es el pan espiritual para la vida eterna.
Aquí aparecen las palabras «hambre y sed». Una vez más, debemos aclarar que Jesús no se refiere a aliviar el hambre y la sed físicas. La clave está en otra afirmación que hizo en el sermón del monte. En Mateo 5:6 dice a la multitud: «Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados». Cuando Jesús dice que aquellos que vengan en pos de Él jamás tendrán hambre y que los que creen en Él jamás tendrán sed, afirma que Él va a satisfacer nuestra hambre y sed para hacernos justos a los ojos de Dios.
Si hay algo que podemos aprender de la historia de la religión a lo largo de la humanidad es que las personas pretenden ganarse el cielo. Es una aspiración humana básica debido a que Dios nos inculcó el concepto de la eternidad. La Biblia enseña que Dios puso el deseo por lo eterno en nuestros corazones[3]. También nos dice que no hay nada que podamos hacer para ganarnos el cielo debido a que hemos pecado[4] y que lo único que nos meremos es la muerte[5]. Cuando Jesús murió en la cruz, tomó sobre sí los pecados de la humanidad y los expió. Cuando ponemos nuestra fe en Él, nuestros pecados le son imputados y Su justicia se nos imputa a nosotros. Jesús satisface nuestra hambre y sed de justicia. Es nuestro Pan de Vida. Página web Got Questions[6]
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Si enumeráramos todo aquello por lo que sentimos hambre, nos sorprenderíamos de la cantidad de cosas por las que sentimos un hambre legítima. Hambre por la verdad, por el amor, por los conocimientos; hambre por tener sentido de pertenencia, por poder expresarnos, por la justicia; el hambre de la imaginación, de la mente, de ser importantes. Y hay otras. Son muchísimas las teorías sicológicas que han surgido para identificar dichos tipos de hambres o necesidades.
Algunas de nuestras búsquedas individuales podrían coincidir con algunas de estas hambres. La educación puede aportarnos conocimientos. El romance puede infundirnos sentido de pertenencia. Los logros pueden hacernos sentir importantes. Las riquezas ponen algunas cosas a nuestro alcance. El mensaje de Jesús nos indica que no existe cosa alguna que pueda satisfacer todas estas formas de hambre. Y no solo eso, además nadie nos puede indicar si la forma como las satisfacemos es legítima o no hasta que comamos del pan de vida que Jesús nos ofrece. Dicho alimento es el que define la legitimidad de todo lo demás.
No solo seguimos insatisfechos cuando buscamos satisfacer dichas hambres, sino que al hacerlo llegamos a desorientarnos al punto de no poder comprender el origen de la auténtica satisfacción. Saber esto es de importancia capital.
El Pan de Vida es para el alma lo que el oxígeno es para el cuerpo. Sin dicho pan somos incapaces de percibir a cabalidad las demás formas de hambre. Es más, la falta de ese pan durante períodos prolongados hace que el propio pan parezca despreciable. El propósito de la vida es satisfacer aquella necesidad que explica todas las demás formas de satisfacción y aquel amor que explica todos los demás amores. Ravi Zacharias[7]
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Jesús es la Palabra, es el espíritu y la vida y necesitamos tomar una dosis de Él cada. Darnos un banquete con viandas y bebidas. Así como debemos comer para obtener fortaleza física, debemos comer y beber la Palabra para obtener fortaleza espiritual.
La Palabra es todo ello. La Palabra es Jesús. La Palabra es Dios. La Palabra es espíritu. La Palabra es vida.
El secreto del poder, la victoria, la superación, la productividad, la fogosidad, la vida, el calor, la luz, el liderazgo, el secreto para todo es la Palabra. Y la falta de la misma también es el secreto para el fracaso, la frialdad, la oscuridad, la debilidad y la muerte espiritual. David Brandt Berg
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No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Mateo 4:4
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Al encontrarme con Tus palabras, yo las devoraba; ellas eran mi gozo y la alegría de mi corazón. Jeremías 15:16
Publicado en Áncora en junio de 2013. Leído por Andrés Nueva Vida. Música de John: Meditation 7. Traducción: Luis Azcuénaga y Antonia López.
[1] Juan 6:35.
[2] Éxodo 16:4.
[3] Eclesiastés 3:11.
[4] Romanos 3:23.
[5] Romanos 6:23.
[6] http://www.gotquestions.org/bread-of-life.html.
[7] Jesus Among Other Gods (W Publishing Group, 2000).
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