Fe en medio del desierto

junio 11, 2013

Recopilación

En algún momento de la vida, cada uno de nosotros atraviesa momentos de pruebas y dificultades de envergadura en que nos toca atravesar nuestro propio «Jordán». Hay quienes han seguido adelante aun cuando ya no se sentían con fuerzas ni fe. Aguantaron confiando en que Jesús los sacaría a flote. Las decisiones que toman en esos momentos de prueba, cuando les parece que han llegado al límite y tienen ganas de darse por vencidos, son lo que demuestra su verdadero carácter.

Cuando se encuentran en el desierto de las dificultades, el desaliento, la aflicción —en cualquier desierto—, entonces el Señor ve lo que son capaces de aguantar, qué clase de fe tienen y hasta qué punto creen en Su Palabra, en Sus promesas.  María Fontaine[1]

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Josué le ordenó al pueblo: «Purifíquense, porque mañana el Señor va a realizar grandes prodigios entre ustedes». Y a los sacerdotes les dijo: «Carguen el arca del pacto y pónganse al frente del pueblo». Los sacerdotes obedecieron y se pusieron al frente del pueblo… Entonces Josué les dijo a los israelitas: «Acérquense y escuchen lo que Dios el Señor tiene que decirles».Y añadió: «Ahora sabrán que el Dios viviente está en medio de ustedes. El arca del pacto, que pertenece al Soberano de toda la tierra, cruzará el Jordán al frente de ustedes. Ahora, pues, elijan doce hombres, uno por cada tribu de Israel. Tan pronto como los sacerdotes que llevan el arca del Señor, Soberano de toda la tierra, pongan pie en el Jordán, las aguas dejarán de correr y se detendrán formando un muro».

Cuando el pueblo levantó el campamento para cruzar el Jordán, los sacerdotes que llevaban el arca del pacto marcharon al frente de todos. Ahora bien, las aguas del Jordán se desbordan en el tiempo de la cosecha. A pesar de eso, tan pronto como los pies de los sacerdotes que portaban el arca tocaron las aguas, éstas dejaron de fluir y formaron un muro que se veía a la distancia, más o menos a la altura del pueblo de Adán, junto a la fortaleza de Saretán. A la vez, dejaron de correr las aguas que fluían en el mar del Arabá, es decir, el Mar Muerto, y así el pueblo pudo cruzar hasta quedar frente a Jericó.  Josué 3:5–16[2]

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A pesar de todo, Señor, Tú eres nuestro Padre; nosotros somos el barro, y Tú el alfarero. Todos somos obra de Tu mano.  Isaías 64:8[3]

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Fíjense en los grandes hombres que me sirvieron en la tierra, y las increíbles obras que realizaron. Ven su grandeza y las maravillas que realicé por medio de ellos: obraron milagros y portentos, transmitieron mensajes y cumplieron Mi voluntad. ¿Por qué pudieron hacer todo eso? Porque fueron fieles en lo poco[4]. Fueron puestos a prueba, examinados para ver su valía, y demostraron ser fieles, obedientes, sumisos.

Miren los quebrantamientos que experimentaron hasta convertirse en los hombres que Yo quería. Han leído sus hazañas y sus triunfos, pero en Mi libro no había lugar para reseñar todo lo que padecieron. Lo que han leído no es sino lo más destacado, lo más señalado. Esas cosas fueron el fruto de que día a día me obedecieron, siguieron y sirvieron. Aprendieron por medio de lo pequeño para a su vez serme fieles en lo grande.

Fíjense en Moisés: hasta los cuarenta años vivió en el palacio del Faraón, y después pasó otros cuarenta años en un palacio de arena en el desierto, en el que aprendió lecciones de humildad y sobre cómo hace las cosas el verdadero Rey.

Miren a Samuel. Desde corta edad sirvió en el templo y se crió oyendo Mi Palabra, pero no empecé a obrar por medio de él hasta que se hizo grande.

Fíjense en Mi siervo Pablo. Mi mano y Mi voz lo llamaron, se sanó, y después de su conversión fue un testigo convincente y vivió aventuras emocionantes. Mas él también pasó un tiempo considerable en el desierto, el desierto espiritual; aprendiendo, creciendo en la fe y apacentándose de Mi mano, atravesando pruebas. Cuando demostró ser fiel y verdadero, pude obrar grandemente por medio de él.

Yo mismo, cuando anduve sobre la tierra, tuve mucho que aprender y mucha sabiduría que adquirir antes de alcanzar la plenitud de Mi ministerio[5]. De modo que tengan paciencia, y tengan fe, porque todas las experiencias que pasan —las pruebas, las batallas— son las cosas que les van dando forma y convirtiendo en las vasijas que quiero. No se desanimen, no desmayen. Sean pacientes.

No juzguen su utilidad por el cargo o puesto que ocupen; Yo no juzgo con ese criterio. Deseen Mi voluntad para su vida. Busquen esto: aprender y madurar en Mi Espíritu. Procuren acercarse a Mí. Si pasan por lugares áridos, pídanme que puedan salir hechos hombres y mujeres entendidos, profundos, ungidos por Mi Espíritu. Yo también pasé tiempo solo en lugares desiertos, y también experimenté pruebas y purificaciones[6].

No teman cuando se encuentren en el desierto. No se den por vencidos, pues allí es donde se toman las decisiones que determinan su futuro. Es donde a menudo llegan a conocerme mejor, a confiar en Mí y a amarme. Así pues, en los momentos de desespero y hondo desaliento, cuando miran a su alrededor y se dicen: «¿Qué sucede? ¿Cómo puede ser esto?» Cuando tienen ganas de decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Sepan que en esos momentos estoy con ustedes. En esos momentos es cuando deciden hasta qué punto podré aprovechar todo lo que han recibido.

Confíen en Mí cuando atraviesen el desierto. Fíense de Mí. Aguanten. Depongan sus caminos, sus deseos personales, y digan: «No se haga mi voluntad, sino la Tuya». Confíen en que las bendiciones, el ungimiento y el poder de Mi Espíritu estarán con ustedes en los tiempos venideros. Tengan paciencia, y sepan que Yo soy quien los está moldeando. Yo soy el alfarero, ustedes las vasijas. Permítanme trabajar con la arcilla moldeable de su vida para que puedan convertirse en vasijas útiles, según su voluntad y Mi voluntad.  Jesús, hablando en profecía[7]

*

Una sola vida
Hay dos pequeñas frases que nunca olvidaré,
que en algún momento de la vida yo escuché.
Me calaron hondo, me hicieron pensar;
quizás será por eso que no las puedo olvidar:
«Una sola vida, que pronto pasará»,
y, «solo lo que hagamos por Jesús perdurará».

Una sola vida, una nada más,
con sus breves horas, su paso fugaz;
y al cabo de ellas por fin me encontraré
cara a cara, a solas, con quien será mi Juez.
Una sola vida, que pronto pasará;
solo lo que hagamos por Jesús perdurará.

Una sola vida, suave oigo Su voz
que me anima a obrar conforme lo que manda Dios.
Que me alienta a no ceder, a no sucumbir
ante mi egoísmo, ante el mal que mora en mí.
Una sola vida, que pronto pasará;
solo lo que hagamos por Jesús perdurará.

Una sola vida, tan solo unos años
con sus cargas, sus pesares, sus temores varios.
Con cada uno que pasa vuelvo a decidir
entre vivir para mí mismo o Su voluntad cumplir.
Una sola vida, que pronto pasará;
solo lo que hagamos por Jesús perdurará.

Cuando me tiente el mundo con sus dulces deleites
o Satanás pretenda que tema, que me inquiete;
cuando mi egoísmo con vencerme amenace,
ayúdame, Señor, a recordar las frases
«Una sola vida, que pronto pasará»
y «solo lo que hagamos por Jesús perdurará».

Te lo ruego, Padre, dame la entereza
para serte fiel y asirme siempre a Tus promesas.
En los buenos tiempos y en la adversidad
que te agrade y obre conforme a Tu voluntad.
Una sola vida, que pronto pasará.
Solo lo que hagamos por Jesús perdurará.

Haz que mi amor sea como un chispeante fuego
que al arder consuma tentaciones y ego.
Que para ti viva, siempre consagrado;
que te dé placer, que me mantenga yo a Tu lado.
Una sola vida, que pronto pasará.
Solo lo que hagamos por Jesús perdurará.

Una sola vida, una nada más…
Permíteme decir: «hágase Tu voluntad».
Pues cuando al fin me llames no dudo que diré:
«Valió la pena todo lo que atrás dejé».
Una sola vida, que pronto pasará.
Solo lo que hagamos por Jesús perdurará.
C. T. Studd

Publicado en Áncora en junio de 2013. Traducción: Irene Quiti Vera y Antonia López.


[1] Publicado por primera vez en febrero de 1996.

[2] NVI.

[3] NVI.

[4] Lucas 16:10.

[5] V. Hebreos 5:8.

[6] V. Mateo 4:1–11.

[7] Publicado por primera vez en febrero de 1996.

 

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