mayo 28, 2013
«Jesús no le respondió palabra»[1].
«Callará de amor»[2].
Una mujer cristiana soñó que veía a tres mujeres arrodilladas, orando. El Maestro se les acercó.
Al acercarse a la primera, se inclinó sobre ella con ternura y gracia, y con una sonrisa radiante de amor le dirigió unas palabras tan sublimes que se asemejaban a notas musicales. Luego se acercó a la siguiente, pero tan solo colocó Su mano sobre su cabeza inclinada y le dio una mirada amorosa en señal de aprobación.
A continuación, pasó junto a la tercera casi de manera abrupta y sin siquiera detenerse a dirigirle una palabra o una mirada. La mujer que soñaba se dijo a sí misma: «¿Me pregunto qué habrá hecho, y por qué las habrá tratado a las tres de manera tan diferente?» Mientras intentaba descifrar el comportamiento de su Señor, Él se paró a su lado y le dijo: «¡Oh, mujer! No has sabido interpretarme. La primera mujer arrodillada necesita todo el peso de Mi ternura y Mis cuidados para mantener los pies dentro de la senda angosta. Le hacen falta Mi amor, Mis cuidados y mi ayuda a cada momento del día… La segunda tiene más fe y su amor es más profundo, y puedo confiar en que seguirá confiando en Mí pase lo que paso y sin importar cómo se comporten con ella las personas.
»La tercera mujer, a quien parecí no advertir siquiera, posee una fe y un amor de la más excelente calidad, y a ella la estoy moldeando mediante procesos rápidos y drásticos para el más alto y sagrado servicio.
»Me conoce tan íntimamente y confía a tal punto en Mí, que está más allá de palabras o miradas, o de manifestaciones externas de aprobación por Mi parte. No se deja abatir ni se desanima por ninguna circunstancia por la que disponga que pase; confía en Mí aun cuando sería de esperar que sus sentidos, su razón y hasta los más finos instintos de su corazón se rebelaran, porque sabe que estoy obrando en ella para la eternidad, y que lo que hago, aun si no es capaz de explicárselo al presente, le será explicado más adelante.
»Guardo silencio en Mi amor porque amo más allá de lo que puede expresarse con palabras, o de lo que es capaz de entender el corazón, y también por el bien de cada uno de ustedes, a fin de que aprendan a amarme y a confiar en Mí, respondiendo a Mi amor de manera espontánea según la instrucción del Espíritu, sin necesidad de manifestaciones externas para hacer aflorar esas respuestas». Sra. Charles E. Cowman[3]
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Hay dos formas de responder a los silencios de Dios: una respuesta consiste en sumirse en la depresión, la culpa y el remordimiento. La otra respuesta consiste en esperar que Dios le dé a uno una comprensión más profunda de Su persona. Estas respuestas son tan diametralmente opuestas como lo es la noche del día. Henry Blackaby
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A lo mejor no sea un silencio lo que nos encontramos cuando buscamos a Dios, sino una pausa elocuente, una invitación a que reflexionemos para que así se nos puedan conceder las más inescrutables razones, las más profundas respuestas. James Emery White
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«Pasados algunos días, se secó el arroyo, porque no había llovido sobre la tierra»[4].
Semana tras semana, con espíritu firme e incansable, Elías observaba cómo se iba secando el arroyo. A menudo se veía tentado por la incredulidad, sin embargo, se negaba a permitir que sus circunstancias se interpusieran entre él y Dios. La incredulidad ve a Dios a través de las circunstancias, tal como en ocasiones vemos desdibujarse los rayos del sol en un día nublado, mientras que la fe se planta firme en medio de Dios y las circunstancias, y las observa a través de Él. Y así fue que el arroyo se redujo a un hilo plateado; y el hilo plateado permaneció junto a las rocas de los más grandes estanques; y los estanques se redujeron; las aves migraron; las criaturas salvajes de los campos y los bosques ya no regresaron allí a beber; y el arroyo se secó. Y fue entonces que a su espíritu paciente y resuelto «vino palabra del Señor, diciendo: “Levántate, vete a Sarepta”».
La mayoría de nosotros nos hubiéramos preocupado y hecho toda clase de planes mucho antes de eso. Habría cesado nuestro canto ni bien hubiésemos notado que el arroyo comenzaba a descender con menos fuerza entre su lecho rocoso; y con arpas meciéndose entre los sauces, hubiésemos deambulado de aquí para allá en medio de los pastizales secos, perdidos en nuestras cavilaciones. Y probablemente, mucho antes de que se secase el arroyo, habríamos elucubrado algún plan y le habríamos solicitado a Dios Su bendición para volver a empezar en otro lugar.
A menudo Dios nos permite salirnos de la situación, porque Su misericordia es para siempre, pero si tan solo hubiésemos esperado a ver cómo discurrían Sus planes, jamás nos habríamos encontrado en semejante laberinto, y jamás habríamos tenido que vernos obligados a desandar nuestros pasos en medio de lágrimas de vergüenza. ¡Espera, espera pacientemente! F. B. Meyer
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Procuro ver las épocas áridas como periodos de espera. Al fin y al cabo, no tengo inconveniente en esperar a mis seres queridos cuando su vuelo se retrasa, ni a aguardar en la línea mientras me comunican con alguien que me puede brindar apoyo técnico, ni hacer cola para poder entrar a un concierto al que me interesa asistir. Esperar no tiene por qué ser sinónimo de matar el tiempo; más bien es tiempo aprovechado en espera de algo que está por llegar.
A veces acudo a Dios por pura determinación, y eso podría parecer falso de mi parte. No obstante, cuando lo hago, no necesito ponerme una máscara. Dios ya conoce el estado de mi alma. No le digo nada nuevo a Dios, pero doy testimonio de mi amor a Dios orando aun cuando no tengo ganas de hacerlo. Expreso mi fe subyacente por el simple hecho de presentarme.
Cuando me veo tentado a quejarme por la falta de presencia por parte de Dios, me recuerdo que Dios tiene muchos más motivos que yo para quejarse de mi falta de presencia. Le reservo unos cuantos minutos del día a Dios, sin embargo ¿cuántas veces ahogo o ignoro esa voz apacible que le habla a mi conciencia y a mi ser? «¡He aquí! Estoy a la puerta y llamo» se han convertido para mí en palabras conocidas del Apocalipsis, que a menudo incluyo en mis mensajes de evangelización. Sin embargo, Jesús las dirigió a una iglesia repleta de creyentes. ¿Cuántas veces no habré pasado por alto el suave llamado a mi puerta y me habré perdido la invitación de Dios? Philip Yancey[5]
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Al parecer son bastantes las personas que la pasan mal porque no sienten una cercanía con Jesús. ¡Piensan que no deben de estar cerca del Señor simplemente porque no se sienten cerca de Él!
La Biblia deja muy en claro que debemos andar por fe y no por vista. Si empezamos a confiar o apoyarnos demasiado en nuestros sentimientos como indicadores de qué tal nos va espiritualmente, nos volveremos muy inestables. Seremos como las olas del mar, arrastrados por el viento de los sentimientos y echados de una parte a otra[6]. Jamás sabríamos cómo estaremos al día siguiente porque eso solo se decidiría cada mañana al levantarnos.
Sin importar cómo podamos estar sintiéndonos, si amamos al Señor y andamos por fe, y si procuramos obedecer Su Palabra, sabremos que nuestra relación con el Señor es firme. Y sabremos sin lugar a dudas que Su amor por nosotros es inmutable, inalterable. Él nos dice: «Te he amado con un amor eterno». «Aunque la tierra sea removida y se traspasen los montes al corazón del mar». «No te dejaré ni te desampararé». María Fontaine
Publicado en Áncora en mayo de 2013. Traducción: Irene Quiti Vera y Antonia López.
[1] Mateo 15:23.
[2] Sofonías 3:17.
[3] Streams in the Desert (Arroyos en el desierto, volume 1), Grand Rapids, MI: Zondervan, 1965.
[4] 1 Reyes 17:7.
[5] Prayer: Does It Make Any Difference? (¿La oración hace alguna diferencia?) Grand Rapids, MI: Zondervan, 2006).
[6] Santiago 1:6.
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