mayo 23, 2013
«Me hice todo para todos, a fin de salvar a algunos por todos los medios posibles». 1 Corintios 9:22; NVI
Para compenetrarse exitosamente con la cultura de la gente a la que se quiere llevar el Evangelio, a menudo se debe ir más allá de adoptar determinada manera de vestirse o de hablar cuando se está en un lugar público o en la presencia de visitantes. Significa pasar a la siguiente etapa al tener un estilo de vida que esté en sintonía con la cultura del lugar donde se vive y que la gente a la que tratamos de llevar el Evangelio no lo perciba como ofensivo o desagradable. Los siguientes fragmentos destacan cómo la vida de un misionero debe estar en armonía con la cultura local tanto como sea posible:
Ahora bien, ¿cuáles principios nos guiarán a adoptar la forma de vida local? Bien, en primer lugar, sin duda queremos familiarizarnos lo suficiente con esa cultura de modo que nos sintamos a gusto en sus casas. Si encontramos que la forma en que se sientan nos resulta incómoda y que no nos gusta su comida, ellos no van a disfrutar recibiéndonos en sus hogares. [...]
Asimismo, en sus casas llegamos a conocerlos de verdad y aprendemos a conocer sus necesidades. Cuando nos familiarizamos con la forma en que comen, cómo duermen, cómo trabajan, cómo juegan, lo que les gusta, lo que les disgusta, lo que esperan, a lo que le temen, cómo piensan, cómo se sienten; cuando de verdad los entendemos, entonces, y solo entonces, podremos presentarles el Evangelio de una manera adecuada.
En segundo lugar, queremos vivir en nuestros hogares en el campo de misión de tal modo que nuestros vecinos se sientan a gusto cuando vengan a llamarnos. La atracción fundamental no serán los factores externos ni las cosas materiales. Aunque viva en una pequeña choza idéntica a la de ellos, si la verdad es que no me gusta tenerlos a mi alrededor, ellos se darán cuenta, y no se sentirán atraídos a mí. Sin embargo, si no solo el amor y la acogida están presentes, sino también una forma de vivir que corresponda con la de ellos, el planteamiento será aún más fácil.
Claro, eso no significa que sin pensar aceptaremos todas las normas de conducta locales. El hecho de que todas las personas mastiquen nueces de areca (betel) no significa que yo tenga que hacerlo; sin embargo, en todo lo posible, querré llevar una vida que sería adecuada para que la imite un cristiano que haya nacido en ese lugar[1].
Es provechoso preguntarse a uno mismo si los vecinos o visitas se sienten cómodos y a gusto cuando vienen a vernos a nuestra casa. ¿La manera en que vives es algo tan extranjero que no pueden relacionarse con ella ni concebirla como algo que podrían adoptar o verlo como algo que sería adecuado a su cultura?
La adaptación cultural no consiste en limitarse a tener una puesta en escena en presencia de los visitantes. Tampoco se trata de fingir ser algo o alguien que no se es. Se trata de aceptar el desafío de «a todos me he hecho de todo» o como se ha puesto en una traducción de la Biblia: «tratar de encontrar puntos en común con todos»[2]. Se trata del amor en acción, de estar dispuestos a cambiar y adaptarse porque de verdad se ama y se respeta a la gente.
La adaptación cultural también significa encontrar métodos y medios que sean los mejores y la forma más eficaz de llevar el mensaje a la gente de su ciudad, estado o país. Se trata de adaptar la presentación del mensaje, sus modales, su manera de vestir y su manera de hablar si es necesario, a fin de llevar el mensaje eficazmente a la gente de ese país o cultura. Si intentan iniciar una labor de beneficencia, por ejemplo, significa que acudirán a fuentes entendidas en el tema o a grupos de acción social para que les indiquen lo que les hace falta y que adapten su enfoque según sea necesario. Asimismo, procurarán cerciorarse de que la forma en que presentan el mensaje sea aceptable culturalmente y que no ofenda a la gente.
La adaptación cultural no significa que se es igual a todos los demás y que se hace lo mismo que todos. Permite ser diferente y único, y encontrar un sector específico donde se puede destacar en la experiencia y habilidades propias. De todos modos, querrán hacer resaltar lo bueno que tienen que ofrecer, de modo que beneficie a la gente a la que quieren entregar el mensaje y a la obra que intentan hacer. La adaptación cultural es el equilibrio entre integrarse y presentar las cosas de manera que la gente las acepte y las tolere, y a la vez, ser innovador y llegar al corazón del público al que se intenta llevar el mensaje.
A medida que procuramos ampliar nuestras relaciones con los demás y tenemos más personas en nuestro círculo de amistades, ser sensible culturalmente es un elemento importante, es adaptarse a la gente en vez de esperar que la gente se adapte a nuestro estilo de vida y cultura; es mostrar respeto por la cultura nacional, trabajar en el marco de los modales que se espera que tengamos, que el comportamiento sea aceptable y seguir las normas de etiqueta tanto como sea posible; es ser percibido como alguien que contribuye y que es una ventaja para la comunidad, y no insistir en nuestro propio programa y plan.
Uno de los errores más comunes de los misioneros cristianos extranjeros ha sido fomentar la cultura occidental ligándola con el cristianismo y en ocasiones al simple hecho de recibir a Jesús. Esa actitud ha llevado a muchos a rechazar al Señor. También ha hecho que algunos teman el cristianismo, por temor a perder su cultura local o a traicionarla.
Es vital que hagan todo lo posible por integrarse culturalmente. Algunas de las formas más evidentes e importantes de hacerlo son aprender el idioma, comer los platos típicos y vestir de manera apropiada. Pero también hay otras, como tomarse el tiempo para entender la cultura y las necesidades de las personas y adaptar la forma de hablar, hábitos y hasta preferencias personales a fin de identificarse mejor con ellas.
El Jesús que conocemos y amamos se hizo de todo para todos, y por eso hoy en día contamos con el regalo de la salvación. Llevó a cabo el acto supremo de integración al adoptar la frágil condición humana y vivir y morir entre nosotros. Nos amó tanto que se hizo uno de nosotros para que lo entendiéramos y conociéramos Su amor[3].
La sensibilidad cultural y adaptar la propia presentación para integrarse culturalmente no significa que no se arreglen las cosas que deben cambiarse, en particular las que no sean acordes con los principios divinos, que sean inhumanas o que causen dificultades y desigualdad en la sociedad. No todo lo que hagamos y valoremos como cristianos que somos, estará en armonía con el statu quo.
Muchos misioneros han tomado causas polémicas a fin de que la gente mejore, lo que en última instancia provocó un importante cambio social. Misioneros como Gladys Aylward en China, que contribuyó a que se cambiara la costumbre de vendar los pies de las niñas para limitar su crecimiento, o William Carey, quien fue clave para que se promulgara un edicto que prohibiera el satí (rito de quemar a la viuda en la pira de cremación de su marido), o Mary Slessor, que salvó a los gemelos de ser asesinados, o la Madre Teresa, que trabajó con los parias de la sociedad, o John Goheen, que hizo una campaña enérgica en favor de la alfabetización y de una reforma en la agricultura de la India, por nombrar unos cuantos. Sin embargo, en todos esos casos, ellos se compenetraron primero con las costumbres del país de modo que fuera más fácil hacer apostolado entre la ciudadanía —a quienes el Señor les había dado el deseo de ayudar— sin que se percibiera como una amenaza.
Es posible que los misioneros participen en obras benéficas que tengan que ver con un problema social que haga falta poner de relieve. En un caso así, el Señor podría indicarles que sean una fuerza en favor del cambio. Para los cristianos, compenetrarse no significa que pasivamente acepten los errores de una sociedad o que no combatan en favor de causas que el Señor les indique. Sin embargo, integrarse culturalmente hace que sea más fácil que la gente entienda y reciba el mensaje, que acepte e incluso le dé la bienvenida a su presencia y les agradezca su contribución.
Un objetivo importante en la adaptación cultural es cultivar relaciones: hacer amistades, crear redes sociales, colaborar y acoger a la gente en nuestro corazón y vida, y al mismo tiempo entrar en la vida de ellos. Eso permite salvar las diferencias entre la vida de ellos y la nuestra, y nuestro estilo de vida de cristianos consagrados y, en algunos casos, de extranjeros. Ser una fuerza positiva en la comunidad dependerá de la percepción que tenga la gente de ustedes y de sus acciones. Por esa razón, el respeto por las costumbres del país, la manera en que se vistan, la manera en que hablen, cómo cuidan su propiedad, etc., a menudo será examinado. Y si no coincide con las expectativas de la gente, puede obrar en contra de su testimonio, de modo que lo que ustedes digan y hagan no cuadre a los ojos de la comunidad local.
Vale la pena tener muy en cuenta lo que piensen los demás y ser conscientes de cómo serán percibidos los actos propios, además de ser tan considerados como sea posible de sus costumbres. El objetivo es que la gente les dé la bienvenida como una fuerza positiva en su barrio y comunidad.
Es importante entender la cultura de su campo de misión y tenerla muy presente. Eso significa ser conscientes y respetuosos de la mentalidad de quienes han nacido en un pueblo o nación, de su historia, sus costumbres, tradiciones, feriados y otros aspectos culturales. También es importante entender un poco sus principales religiones y política. Asimismo, es prudente estar al tanto de las noticias y sucesos importantes en su ciudad, provincia o estado y nación, para que sus actos y sus palabras no desentonen con los asuntos importantes del país.
A medida que muchos de nosotros pasemos a nuevas esferas de influencia en la sociedad, ya sea a través de actividades misioneras, de las comunidades de intereses, colegio, trabajo u otros ministerios nuevos, puede ser muy ventajoso dar el siguiente paso en el concepto de integrarse culturalmente. Puede ser la clave para que se abran nuevas puertas de oportunidades, de modo que se lleve el mensaje y se atienda a muchas personas que el Señor haya preparado para que las conozcamos y que trabajemos con ellas.
Hagamos nuestra parte a fin de abrir nuestro corazón y hogares a una relación más estrecha y a una amistad con la gente que el Señor ponga en nuestra vida. Pidamos al Señor que nos ayude a integrarnos de verdad culturalmente con la gente que Él nos ha pedido que apacentemos, y oremos para que todo ello resulte en más oportunidades de llevar el mensaje a los ciudadanos del país en que nos encontremos.
Artículo publicado por primera vez en enero de 2011 y adaptado en mayo de 2013. Leído por Andrés Nueva Vida. Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.
[1] Mabel Williamson, China Inland Mission, Have We No Rights? (Chicago: Moody Press, 1957).
[2] 1 Corintios 9:22.
[3] María Fontaine. Publicado por primera vez en febrero de 2009.
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