mayo 22, 2013
De niño, solía escuchar el relato dramatizado de un joven paracaidista del ejército de los EE.UU. llamado Keith, que dependía de su fe y de su conexión con el Señor para escapar a innumerables peligros. Era tan fuerte su fe en la protección divina que se negaba a portar un arma a pesar de las protestas de amigos y superiores.
En cierta ocasión en que le falló un motor al avión en que volaba sobre el mar a gran distancia de tierra firme, en lugar de sucumbir al pánico como sus compañeros, Keith se puso a orar en voz alta rogando a Dios que hiciera que el motor arrancara de nuevo. La máquina arrancó aun antes de que hubiera terminado su plegaria, lo cual evitó que tuvieran que saltar en paracaídas.
—Oye —exclamó uno de sus camaradas—, ¿responde Dios así a todas tus oraciones?
—Jesús en un amigo que nunca me falla —le respondió el joven creyente.
—¡Con razón no necesitas un arma! —exclamó el primero.
En otro pasaje de la historia, un soldado convocó a los dos paracaidistas a una reunión en el Flying Fortress[1] (Fortaleza volante) para escuchar una transmisión de radio originada en los EE.UU. Al compañero de Keith le gustó mucho la idea. En cambio, Keith insistió en que debería continuar con lo que estaban haciendo.
—¿Acaso no te gusta tener noticias de casa? —le preguntó el primero.
—Claro que sí, pero tengo un presentimiento —respondió Keith.
Su amigo accedió a quedarse con él. Instantes después de que informaran que no asistirían a la reunión y continuaran con lo que estaban haciendo apareció un avión enemigo que bombardeó al Flying Fortress matando a todos sus ocupantes.
—Me habría tocado a mí, de no ser por ti y tus presentimientos —comentó el amigo de Keith.
A raíz de este y otros incidentes, el joven se hizo creyente.
Esta historia cobró vida para mí debido a cosas que me sucedieron en la vida que me llevaron a pensar que cierta ansiedad que a veces experimento es más que una «sensación». Vivo con mi familia en el norte de México, región que se caracteriza por la cantidad de delitos y la inseguridad. Estamos aprendiendo acerca de la importancia de mantenerse en sintonía con el Señor obedeciendo los pequeños «empujones» y «tirones» que en ocasiones nos da.
Hace pocos meses, mi madrasta se disponía a salir a la tienda del vecindario para comprar algunas cosas que necesitaba. En el momento en que estaba por salir, sintió el fuerte impulso de quedarse y continuar con sus tareas domésticas. Minutos después oyó el sonido de disparos en la distancia. Posteriormente se enteró de que hubo una balacera en la misma calle que tenía pensado tomar rumbo a la tienda.
Es muy fácil hacer caso omiso o ignorar los avisos del Espíritu, sobre todo cuando implican un cambio en la rutina o interrumpir algo. De adolescente, aprendí una lección al respecto.
Mi padre se encontraba compartiendo el Evangelio en un sector bastante peligroso de Los Ángeles, California. En cierto momento del día, mi madre sintió un fuerte deseo de detenerse a orar por él. Debido a que no quería interrumpir lo que estaba haciendo, decidí no hacer caso de la sugerencia de mi madre. Pensaba que se estaba preocupando más de la cuenta. A los pocos minutos, papá llamó para decirnos que le habían robado el auto. Pese a que el coche apareció milagrosamente a los pocos días y nos fue devuelto, no olvidé la lección.
Hace poco, pensábamos asistir a una clase bíblica semanal con algunos amigos. Pero casi a último momento sentimos un fuerte deseo de quedarnos en casa y dedicar tiempo a los pequeños. Al día siguiente nos enteramos de que una ola de violencia se había desatado en la ciudad, la cual había afectado el sector donde se celebró la reunión. Nos pusimos a alabar al Señor por Sus indicaciones y guía, y por ayudarnos a obedecerlas.
Cierta tarde, hace varios años —mientras visitábamos a unos familiares—, sentí un fuerte deseo de orar por la seguridad de una tía que venía en camino. Dejé lo que estaba haciendo y me puse a orar. Minutos después llegó la tía y nos contó que mientras esperaba a que cambiara el semáforo por poco la choca un auto que venía en dirección a ella a toda velocidad por el carril opuesto. Alcanzó a hacer una breve plegaria para que el conductor frenara, cosa que hizo, justo a tiempo de evitar un grave accidente. Al preguntarle a qué hora había ocurrido el incidente supe que había sido en el momento exacto en que yo había sentido aquel deseo de orar por ella.
A veces es muy fácil pasar por alto la oración y más bien concentrarnos en la multitud de asuntos que «debemos» atender. No obstante, ello nos impide ver el «salvavidas» que tenemos en la oración y en la comunicación con el de arriba. Independientemente de cuántos dones tengamos, la oración siempre será nuestro mejor salvavidas.
[1] El Boeing B-17 Flying Fortress es un bombardero de cuatro motores desarrollado en la década de los años 30 por el Cuerpo de Aviación del Ejército de los Estados Unidos. Wikipedia.
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