Él responde

mayo 3, 2013

Rosalind Goforth

Estoy convencida de que Dios quiere que la práctica de la oración sea igual de sencilla y natural, y una parte tan constante de nuestra vida espiritual, como lo es la interacción cotidiana entre padres e hijos en su casa. Y del mismo modo que gran parte de la interacción entre padres e hijos consiste en pedir y recibir, así también  es nuestra relación con nuestro Padre celestial.

Sin embargo, quizás el elemento más gratificante de ese intercambio con Dios en el que pedimos y recibimos es cuánto nos fortalece la fe cuando nos concede respuestas a peticiones específicas. ¿Hay algo que sea más inspirador y eficaz que un testimonio sobre lo que hizo Dios?

Recordando el pasado al escribir de estos eventos, una de las memorias más lindas que tengo es la de una noche que vinieron unos amigos a casa. La conversación se comenzó a centrar en relatos de oraciones respondidas. Nos pasamos más de dos horas contando eventos personales sobre la forma maravillosa en que trabaja Dios, y todavía recuerdo la inspiración de esa noche.

Un ministro cristiano me dijo una vez: «Será posible que el gran Dios del universo, el Creador y Dirigente de la humanidad, demuestre o manifieste, como prefieran decirlo, interés en algo tan insignificante como el corte de un sombrero. ¡Para mí es absurdo!»

Pero, ¿acaso no dijo nuestro Señor Jesucristo: «hasta los cabellos de tu cabeza están contados», y «ni una ave del cielo es olvidada por Dios», y una y otra vez dice: «Tu Padre celestial conoce tus necesidad aun antes de que las pidas?»

Es muy cierto que «no hay nada inalcanzable para el poder de Dios», y también es cierto que: «no hay nada insignificante para Su Amor.»

Si creemos en la Palabra de Dios debemos creer, como lo que expresó Dan Crawford tan tersa y divinamente que: «El Dios de lo infinito es el Dios de lo infinitesimal». Así es, Él

aclara caminos sinuosos,
orienta a los peces del mar,
escucha el clamor del más pequeñito
y nos cuida en cada lugar.

Quizás uno de los testimonios más hermosos de lo dispuesto que está Dios a ayudar en emergencias ha de ser el de Mary Slessor quien, cuando le preguntaron qué significaba la oración para ella, dijo: «Mi vida es un largo y constante registro diario de oraciones respondidas. Peticiones de buena salud, alivio de agobio mental, maravillosa orientación, errores y peligros evitados, contención de enemistad contra el Evangelio, provisión de comida en el momento exacto que era necesaria, todo lo que involucra mi vida y mi pobre servicio. Puedo afirmar con admiración total que estoy convencida de que Dios responde a las oraciones: «Sé que Dios responde a la oración.»

Me han preguntado: «¿Dios siempre te ha dado justo lo que le pediste?»

¡No! Eso no hubiera sido bondadoso de Su parte. Por ejemplo: cuando era joven le pedí que me concediera algo tres años seguidos. En ocasiones se lo pedí como si le pidiera por mi propia vida, lo deseaba con esa intensidad. Luego Dios me mostró claramente que estaba pidiendo en contra de Su voluntad. Finalmente cedí en ese tema en particular y Él me concedió algo infinitamente mejor. Muchas veces le he agradecido que me negara mi petición, porque si me hubiera dado el gusto no hubiera llegado nunca a China.

También debemos recordar que muchas de nuestras peticiones, aunque siempre son oídas, no se nos conceden a causa de algún pecado que estamos albergando o por incredulidad o porque descuidamos algún otro principio bíblico que rige las oraciones.

Los siguientes relatos de oraciones respondidas no representan un registro completo [en referencia al libro del cual hemos extraído esto].  ¿Cómo podría serlo, si no se ha guardado registro de las oraciones en estos cincuenta años? Y si se hubieran registrado, no dudo que se podrían haber escrito volúmenes sobre la gloria de Dios y Su poder para responder a la oración. Pero solo con lo que está registrado aquí, también puedo afirmar con todo el corazón que sé que Dios responde a la oración.

Él responde a la oración y sigo afirmando
las maravillas que provienen de Su mano.
Admiro los milagros que hasta hoy
me han ayudado a ser quien soy.
Pide lo imposible y no dejes de creer,
agradece y propaga con gran convicción:
«Mi Padre responde a la oración.»

*

En octubre de 1887, la iglesia presbiteriana de Canadá le pidió a mi esposo que iniciara una obra en otro país, en la sección nórdica de la provincia de Honan, en China. Partimos de Canadá el siguiente enero y llegamos a China en marzo de 1888. Hasta llegar allí, no nos percatamos de las tremendas dificultades que nos esperaban.

El doctor Hudson Taylor, de la misión China Inland, nos escribió por aquel entonces diciendo: «Por lo que entiendo están yendo al norte de Honan. Nuestra misión ha intentado durante diez años entrar a esa provincia desde el sur, y acabamos de lograrlo. Es una de las provincias más antiextranjeros de China… Hermano, si estás yendo a esa provincia, ingresa postrado de rodillas

Esas fueron las palabras de bienvenida a nuestros primeros años como pioneros. Lástima que no registramos la fidelidad con la que Dios respondió a nuestras oraciones. Nuestra fortaleza personal y la de nuestra misión durante aquellos años tan difíciles y riesgosos, fue el hecho de que sabíamos lo imposible que era todo sin el apoyo divino.

*

El siguiente incidente ocurrió cuando todavía no habíamos llegado a Honan, estudiábamos el idioma en una misión hermana. Ilustra la importancia de la oración de aquellos en casa para quienes están en el campo de misión.

A mi esposo le estaba costando mucho aprender el idioma, estudiaba fielmente muchas horas diarias, pero su progreso era muy lento. Él y su colega iban regularmente a la capilla para practicar prédicas en chino, pero aunque el Sr. Goforth había llegado a China casi un año antes que su colega misionero, la gente pedía que hablara so colega en lugar del Sr. Goforth, porque decían que lo entendían mejor.

Un día, de camino a la capilla como de costumbre, mi esposo dijo: «Si el Señor no me ayuda con esto del idioma, creo que voy a fracasar como misionero aquí.»

Unas horas después regresó y su rostro irradiaba alegría. Me dijo que sintió una ayuda muy inusual cuando le tocó hablar, se le ocurrieron frases como nunca antes, y no solo se dio a entender sino que además varios se mostraron conmovidos y se le acercaron después para conversar más. Estaba tan contento que anotó esta experiencia en su diario al final del día.

Como dos meses y medio después llegó una carta del Colegio Knox que contaba que una noche varios estudiantes se habían juntado para pedir específicamente por el Señor Goforth. Fue tal el poder de la oración y la presencia de Dios que sintieron ese día, que le escribieron para preguntarle si esa noche había recibido ayuda especial. Cuando se fijó en su diario, descubrió que la hora de la reunión de oración coincidía con la hora en la que había sentido una ayuda especial al hablar el idioma.

«No sé por qué yo me acordé
de alguien muy lejos y sin razón.
Esa memoria insiste y me dice
que debo enviar una oración.
Andamos atareados y no pensamos
en alguien querido de corazón.
Puede que Dios en esos casos
nos esté pidiendo una oración.
Mi ser querido puede estar batallando
gran desaliento o estar deprimido,
intentando salir de un horrible pozo,
por eso, por si acaso, por él pido.»

Extraído de “How I Know God Answers Prayer—The Personal Testimony of One Life-Time”, de Rosalind Goforth, misionera en China (New York: Harper & Brothers, 1921). Pueden leer más en Project Gutenberg:
http://www.gutenberg.org/files/26033/26033-h/26033-h.htm.

Publicado en Áncora en abril de 2013. Traducción: Rody Correa Ávila y Antonia López.

 

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