Convertirnos en una fuerza positiva

mayo 2, 2013

Peter Amsterdam

Un elemento clave para conquistar exitosamente nuestra parte del mundo con el mensaje del Evangelio es dar ejemplo del amor de Dios de manera tangible a nuestras comunidades, a nuestros vecinos; a nuestros compañeros de trabajo, colegas y compañeros de estudios; a nuestros familiares, amigos y conocidos.

A la raíz de convertirnos en una fuerza positiva se encuentra el deseo de manifestar el amor de Dios a las personas que a diario el Señor pone en nuestro rumbo. Como dijo el apóstol Pablo: «el amor de Cristo nos obliga»[1]. Sean cuales sean las formas de promover el bien donde sea que nos encontremos geográficamente, Él nos ha llamado, como cristianos, a ser «la luz del mundo». Nos ha pedido: «Hagan brillar su luz delante de todos, para que puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo»[2]. Hacer brillar esa luz de tal manera que quienes los rodean puedan apreciar las buenas obras que hagan y las interpreten como reflejo del amor de Dios es el factor medular del concepto de constituir una fuerza positiva en sus comunidades y vecindarios, y en la vida de otros.

A lo largo de los siglos, desde los albores del cristianismo, en numerosas ocasiones a los cristianos se los reconoció como una «fuerza positiva» en sus respectivas comunidades, y de esa manera dieron a conocer su mensaje al mundo. Incluso en casos en los que los demás no adoptaban la fe cristiana ni comprendían del todo de qué trataba su religión, o cuando los perseguían y difamaban, sus buenas acciones y buenas obras claramente «brillaban delante de todos», intrigando a la gente de tal suerte que querían averiguar qué los hacía destacar tanto del resto de la sociedad. Como dijo el apóstol Pedro en su epístola: «Mantengan entre [los incrédulos] una conducta tan ejemplar que, aunque los acusen de hacer el mal, ellos observen las buenas obras de ustedes y glorifiquen a Dios en el día de la salvación»[3].

A medida que cada uno procure integrarse con la comunidad; a medida que brindemos asistencia —ya sea de índole espiritual, práctica o ambas— a las personas que el Señor pone en nuestro camino; en tanto hagamos nuestra parte para manifestar el amor de Dios a los demás y mejorar su calidad de vida en la medida de nuestras posibilidades, nuestro testimonio y nuestras obras se multiplicarán y serán como «lámparas sobre la repisa» que harán brillar Su luz, una «ciudad en lo alto de una colina» que atraerá a otros hacia Él[4].

Aunque muchos integrantes de LFI llevan décadas tendiendo fielmente la mano a los necesitados y marcando una diferencia en la vida de las personas en los países en los que han brindado su servicio, nuestra esperanza es que nos volvamos aún más eficientes en nuestras iniciativas de cara a la sociedad y que seamos una fuerza positiva en las comunidades donde vivimos.

Pidamos que el Señor nos indique de qué maneras podemos establecer una presencia positiva en nuestras comunidades, y que se nos llegue a conocer verdaderamente como una fuerza positiva. Asegurémonos de que la presentación de nuestra fe y nuestras obras sea muy profesional, de manera que las personas se identifiquen con ellas, y resulten atractivas a quienes pretendemos dirigirnos.

Es tanto lo que tenemos para ofrecer a la gente —incluidos nuestros vecinos y las comunidades de las que formamos parte—: una relación personalizada con Jesús, soluciones a sus problemas, asistencia a los necesitados y un ideal para su vida y para el futuro.

Si queremos comunicar el mensaje con eficacia en los lugares del mundo donde nos hallamos, algo que resultará de vital importancia es ganarnos la confianza de las comunidades donde vivimos, volvernos indispensables para las personas a las que pretendemos apoyar; averiguar qué es importante para ellas, cuáles son las necesidades de la comunidad, en qué sectores podemos marcar la diferencia de tal manera que nuestro apoyo se interprete como una auténtica ayuda, se aprecie y sea relevante.

Uno de los temas que entrelaza nuestros principios rectores (encapsulados en nuestra profesión de fe, valores fundamentales y objetivo central) es aplicar los principios cristianos a nuestra vida cotidiana, y poner nuestra fe en acción. La Misión de LFI define a la Familia Internacional como una organización que «labora por dejar huella en el mundo ofreciendo soluciones espirituales a las pruebas y exigencias de la vida, y traduciendo el amor de Dios en actos de bondad y compasión que contribuyen a mejorar la existencia del prójimo».

Cuando hablamos de cambiar el mundo y dejar huella en él, conviene desglosarlo en términos más específicos. En la mayoría de los casos, significa testificar a personas de la misma comunidad, ya sea en el pueblo, la ciudad o el área metropolitana de residencia, y en el caso de ministerios de mayor envergadura, dar a conocer a Jesús a todo el estado, la provincia o el país. En otros, equivale a testificar a los vecinos, a estudiantes y compañeros, a colegas, a familiares y a las demás personas que el Señor pone en nuestro camino mientras realizamos las actividades de cada día.

Quienes se dediquen de lleno a la misión procurarán conquistar a un público objetivo determinado; no obstante, su meta final será influenciar positivamente en la ciudad, el estado, la provincia o el país en el que residen (y a la larga el mundo entero) mediante actividades relacionadas con la misión que suplan una necesidad física o espiritual, o una mezcla de ambas. Pero tanto si la labor que desempeñan para la misión se convierte en su llamamiento a plena dedicación como si dedican a ella parte de su tiempo, la comunidad en la que residen suele servir como punto inicial para hacer llegar el mensaje a su parte del mundo.

La palabra vecino tiene varias definiciones; una es «alguien que habita con otros en un mismo pueblo o calle»[5]. Luego está la definición que se acerca más al sentido que le dio Jesús a prójimo en la parábola del Buen Samaritano: «un ser humano» y «una persona que se muestra bondadosa y amable hacia otros seres humanos»[6].

El motivo por el que nos esmeramos por cambiar el mundo y convertirnos en una fuerza positiva es ayudar a nuestro prójimo (tanto si vive cerca como si no) y convertir nuestra fe en acciones concretas y en buenas obras que demuestren nuestro amor e interés. Supone ser un ejemplo viviente de nuestra fe y del amor de Dios, los cuales se manifiestan poniendo nuestras palabras en acción. Es dar a conocer a nuestros vecinos, colegas y a toda la comunidad que nos preocupamos sinceramente por ellos, con actos que sean significativos para todos y que expresan de forma concreta nuestra fe y valores; una aplicación práctica de nuestra testificación.

Tal como explicamos en nuestros valores fundamentales, la motivación de ser una fuerza positiva en la comunidad es nuestro «amor por la humanidad […] que no hace distinciones de raza, credo o estatus social, y nos motiva a procurar cubrir las necesidades espirituales y físicas de las personas con las que entablamos contacto». Forma parte de cumplir nuestra misión de compartir las buenas nuevas del amor y la verdad de Dios, y de mejorar la calidad de vida de nuestros pares.

 

Entablar buenas relaciones con la comunidad

Yo creo que nuestros vecindarios y comunidades locales son lugares donde muchos dejarán huella al entablar relaciones con sus vecinos y ayudarles de manera significativa. El solo hecho de mostrarse amigables, ayudar cuando hace falta, tener consideración con los demás, mantener las expectativas del vecindario puede ayudarles a hacer amigos y crear una red de conexiones.

Incluso quienes se dediquen a la persecución de nuevas metas, ya sea estudiar, trabajar o el cuidado de los niños, pueden participar de esta misión, y compartir su fe y entablar amistad con otras personas. Puede que hasta no lograr una relación personal con los vecinos no tendrán mayor oportunidad de dar a conocer su fe de manera abierta, pero entretanto pueden entablar amistad, obtener referencias de terceros y mostrar su consideración con actos tangibles.

Hay muchas maneras de contribuir a su vecindario o comunidad local y dar a conocer su fe cristiana mediante actos, con lo que representarán el amor de Dios y generarán buena voluntad entre sus vecinos. Estos son algunos ejemplos de lo que se puede hacer para crear buenas relaciones en la comunidad:

Debemos sacar partido a lo que ofrecemos. Sobre todo, algo más importante que la profesionalidad o los talentos es que ofrecemos a Jesús y Su amor, y eso se manifiesta en gran medida en que seamos amables, desinteresados y comprensivos.

Una de las formas en que podemos manifestarlo es demostrar interés por lo que es importante para los demás. Habrá situaciones en las que no conviene crear amistad con los vecinos con el único fin de predicarles el Evangelio o invitarlos a clases o estudios de la Biblia; al menos no en un principio. Pero al manifestar un espíritu de amabilidad y generosidad, darán un ejemplo viviente de su fe y ejercerán una influencia positiva en la vida de los demás. En la mayoría de los casos, ser muy insistente para predicar a los vecinos termina dividiéndolos y obligándolos a tomar partido; en cambio, todo el mundo agradece tener un buen vecino y amigo, y ello por lo general se presta para hablar de su fe de manera personalizada.

El primer paso, por lo general, es ser un buen vecino. Consiste en ser amable y cordial, y respetar las normas de urbanidad local. Hay muchas maneras de demostrar interés por el vecindario en el que uno vive, como participando en programas o coordinando las iniciativas de la comunidad, o los eventos del colegio en el que estudian sus hijos. Entrenar un equipo deportivo de la comunidad o trabajar en su centro comunitario también son excelentes maneras de participar y de aportar con su tiempo a la comunidad local.

Ofrecerse a suplir una necesidad ­­—aunque nadie lo solicite—, o contribuir con su tiempo y recursos al bienestar del vecindario hará maravillas a la hora de generar buena voluntad y entablar amistades, y a fin de cuentas, dará buen testimonio de su fe. Expandir el círculo de amistad para incluir a otros en su corazón y vida produce buen fruto, si no de inmediato, al menos en el futuro.

Dichas labores incluyen la distribución de ropa y alimentos, visitas periódicas o programas únicos en albergues infantiles y orfanatos de la localidad, visitas a asilos de ancianos, representaciones infantiles y distribución de juguetes en los hospitales de la localidad, etc. Estas actividades no representan necesariamente un programa sostenible o una serie organizada de visitas; pueden ser tan sencillos como una visita navideña o en otra fecha significativa, o adquirir alimentos, ropa y demás necesidades para obsequiar de vez en cuando. Tampoco equivalen a una obra misionera a tiempo completo ni a lo que la sociedad entiende como una labor benéfica o humanitaria, pero brindan importantes servicios a la comunidad, y dejan una huella importante en la vida de los beneficiados.

Incluso si no disponen de mucho tiempo y sus recursos son muy limitados, pueden tender la mano a su comunidad y ofrecerse a satisfacer una necesidad, con lo que demuestran —en lo posible— solidaridad e interés por el bienestar y la calidad de vida de los demás.

Que el Señor bendiga su relación con los vecinos y la comunidad donde viven, y que Él nos ayude a todos a ser una fuerza positiva dentro de nuestras comunidades, que seamos un ejemplo viviente de nuestra fe, traducida en acciones de amabilidad y generosidad que enriquezcan la vida de los demás.

Artículo publicado por primera vez en diciembre de 2010 y adaptado en mayo de 2013. Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.


[1] 2 Corintios 5:14 NVI.

[2] Mateo 5:14, 16 NVI.

[3] 1 Pedro 2:12 NVI.

[4] Mateo 5:15, 14.

[5] Diccionario Internacional Encarta, 2001.

[6] www.dictionary.com.

 

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