Celebremos la resurrección

marzo 25, 2013

Recopilación

El milagro de la Pascua es que como Jesús no se quedó en el sepulcro, nosotros tampoco tendremos que morir para siempre. No tenemos que sufrir la muerte eterna, el pago en el infierno por nuestros pecados; en otros términos, no tenemos que padecer la eterna separación de Dios. Jesús pagó por nosotros, y resucitó después a una nueva vida. Podemos tener esa nueva vida en nuestro interior, brindándonos esperanza y paz conforme Él nos llena de amor. ¡Resucitó! Y en consecuencia, nosotros también hemos nacido de nuevo. ¡Aleluya!  David Brandt Berg

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La Pascua es esperanza

Como Jesús no fue vencido por la muerte ni se quedó en el infierno ni en la tumba, nosotros también podemos escapar de la muerte, del agobiante remordimiento y de pensar que estamos perdidos. En síntesis, la Pascua es esperanza.

Podemos remontarnos como el águila o la paloma, por encima de las limitaciones de la vida y de nosotros mismos. Podemos dejar atrás la tortura de nuestros fracasos, incapacidades y otros impedimentos que nos contengan. Podemos ir en pos de nuestros sueños y hacer realidad nuestras ilusiones. Podemos aspirar a metas celestiales y, con la ayuda de Dios, alcanzar cotas insospechadas.

Gracias a la Pascua de Resurrección, la esperanza del hombre ya no está limitada al ámbito de sus posibilidades humanas. Si Jesús resucitó, ahora nosotros también podemos hacer lo mismo que Él. Basta con mirarlo a los ojos y creer. Entonces también podremos hacer nuestro el milagro pascual.  Karen Bradford

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¡Proclamemos que celebramos un Salvador vivo, no un héroe muerto! Un Salvador vivo, que nació en la tierra a fin de poder morir y resucitar para rescatarnos del maligno reino del pecado, la muerte, el temor y la soledad. Salgamos al encuentro de la gente con amor y con el corazón quebrantado. Procuremos identificarnos con su dolor, sus frustraciones, su desesperación. Procuren comprender las tinieblas, la esclavitud y el tormento en que viven otros. ¡Traten de imaginar el dolor, la sensación de vaciedad y la inseguridad que sienten! Y de todo corazón, tendámosles la mano con amor a fin de que se salven y sanen.

Como Su Padre lo envió a Él, Jesús nos envía a nosotros. Nos ha llamado a ser las manos de Jesús, Sus pies, Sus ojos, Sus labios para vendar a los quebrantados de corazón; para consolar a los afligidos; para liberar a los cautivos; para echar fuera a los demonios; para dar alimento eterno al hambriento; para resucitar a los que están muertos en pecados y faltas; para sanar a los enfermos de cuerpo y de espíritu; para limpiar a los leprosos, a los rechazados, a los desechados y desterrados; para dar vista a los ciegos llevándoles a Jesús, que es la luz; para predicar las buenas nuevas del Evangelio a los pobres; para desatar las ligaduras de impiedad; para soltar las cargas de opresión; para dejar ir a los oprimidos. Para dar gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar de espíritu angustiado. De gracia recibimos, demos de gracia[1].

Que cada día celebremos con una fiesta de testificación el nacimiento, la muerte y la resurrección de Jesús, que es promesa de vida nueva para todos.  María Fontaine

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Jesús murió de pena. Lo que le dolía no eran nuestros pecados. Sabía que nos íbamos a salvar y que seríamos perdonados. Lo que le causó tanto pesar fue la idea de que Dios podía volverle la espalda. Y en aquel momento, sintiéndose como los pecadores perdidos, tuvo una experiencia que gracias a Dios nunca tendremos que pasar nosotros: no fue la simple crucifixión, no fue el simple dolor físico, sino el dolor de mente, corazón y espíritu, pues sintió que Dios lo había llegado realmente a abandonar. «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?»[2] ¿Lo había desamparado Dios? Sí, momentáneamente, para que pudiera sufrir la muerte del pecador, alejado de Dios.

Jesús nos amaba tanto que dio Su vida por nosotros y recibió el castigo de nuestros pecados en Su persona en la cruz para que pudiéramos recibir perdón y salvarnos. ¡Cuánto amor!  David Brandt Berg

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Yo comprendo la prueba de los corazones de los hombres, la profundidad del desespero, del desaliento y la desesperación. Comprendo la magnitud de la renuncia, pues Yo tuve que renunciar primero a Mi Padre para ir a la tierra, y luego a los que tanto quería en la tierra para volver a Mi Padre.

Comprendo la intensidad del dolor y del sufrimiento, pues grité de dolor cuando los clavos me atravesaron las manos y los pies. Comprendo lo que es sentirse abandonado por los que lo aman a uno, incluso por Mi propio Padre. Por eso exclamé: «¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?»

También comprendo la intensidad del temor, el temor de encarar lo que se avecina, por el dolor y el pesar que traerá. Por eso dije: «Padre, pase de Mí esta copa».

Comprendo asimismo la intensidad del sentimiento de pérdida, pues los que más me amaban me abandonaron en el momento en que era llevado cautivo. Sé además cuánto duele que te traicione alguien que amas, como me traicionó a Mí Judas con un beso.

Aunque Mi Padre no dejó que pasara de Mí esa copa; aunque vi cómo huían de Mi lado Mis seres queridos en el momento de Mi angustia; aunque me traicionó uno a quien Yo amaba; aunque los clavos me atravesaron las manos y los pies; aunque me dieron muchos azotes y tuve la sensación de que Mi Padre me abandonaba; aunque tuve que pasar por el más hondo Jordán —el Jordán de la muerte—, todo eso sin embargo produjo una gran victoria y renovación y una magnífica salvación.

Aunque pareció una derrota que me azotaran, me pusieran una corona de espinas y me clavaran a la cruz, Mi Padre me guardó y me sacó adelante por medio de una portentosa resurrección que alteró el curso de la historia por la eternidad.

Cuando la vida parezca oscura y no veas nada, ten la certeza de que tengo Mis brazos alrededor de ti. Te pido que confíes en Mí cuando te encuentres en las profundidades, que confíes en Mí cuando te duela el corazón, que confíes en Mí cuando hayas renunciado a algo, pues tú también experimentarás una gloriosa resurrección que superará con mucho todo lo que has conocido hasta ahora.  Jesús, hablando en profecía

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No nos limitemos a recordar la muerte de la cruz, no recordemos siempre a Cristo en la cruz, con el sufrimiento, la muerte y el temor provocados por la cruz. No tenemos a Jesús en la cruz, Él dejó la cruz atrás. Nuestra cruz está vacía. «¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?»[3] Nuestro Cristo no está en el sepulcro. Nuestro Jesús está vivo y vive en nuestro corazón.

Resucitó victorioso, con júbilo, libertad y liberación, para nunca volver a morir, a fin de podernos redimir y evitar que tuviéramos que pasar por ello. ¡Qué día tan gozoso debió de ser cuando Jesús resucitó y vio que todo había terminado! Había triunfado, el mundo se había salvado. Había cumplido Su misión.  David Brandt Berg

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Mientras agonizaba en la cruz, me sentí abandonado. Mas cuando resucité de entre los muertos todo fue nuevo, todo fue diferente; el dolor quedó en el olvido. No hubo remordimiento ni tristeza, porque la angustia de morir se había disipado con el gozo de Mi resurrección. El dolor de la muerte fue absorbido por la victoria.

La Pascua de Resurrección es una fiesta en que se celebra la victoria, el triunfo. Piensa en todo lo bueno que he puesto en tu camino. Piensa en lo positivo. Es el día de olvidar la tristeza, el dolor y el desaliento, y fijarse en lo alegre y victorioso.

Recuerda el gran amor que te tengo, un amor que me impulsó a dar la vida por ti y me dio poder para resucitar, para renacer a una nueva vida, también para ti.  Jesús, hablando en profecía

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El porqué de las cicatrices

Hay un detalle de la Pasión que siempre me ha intrigado: ¿Por qué conservó Jesús las cicatrices de la crucifixión? Lógicamente, tras resucitar podría haber tenido un cuerpo glorioso a Su gusto, y sin embargo eligió uno que se podía identificar más que nada por cicatrices visibles y palpables. ¿Por qué?

A mi juicio, la Resurrección quedaría incompleta sin esas cicatrices en las manos, los pies y el costado de Jesús. En nuestras fantasías, los humanos soñamos con dientes perfectos como perlas, piel sin arrugas y una figura atractiva e ideal. Soñamos con algo que no es natural: el cuerpo perfecto. Sin embargo, para Jesús lo natural no era estar confinado a una constitución física de carne y hueso. Para Él, las cicatrices son un emblema de la vida en nuestro planeta, un recordatorio constante de aquel tiempo de confinamiento y dolor.

Las cicatrices de Jesús me infunden esperanza. Desde la perspectiva del Cielo, representan el suceso más horroroso que haya podido ocurrir en la historia del universo. A pesar de ello, la Pascua de Resurrección se convirtió en una jubilosa conmemoración.

Gracias a la Resurrección, tengo esperanza en que las lágrimas que derramamos, los golpes que recibimos, el dolor emocional que sufrimos y la pena por perder amigos y seres queridos serán un día recuerdos en vez de heridas, como las cicatrices de Jesús.

Las cicatrices jamás se borran del todo, pero tampoco duelen. Tendremos cuerpos recreados, una Tierra Nueva y un Cielo Nuevo. Será un nuevo comenzar, un comienzo pascual.  Phillip Yancey[4]

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Mi vida de resurrección en ti es una energía más real de lo que te imaginas o que ninguna otra que hayas empleado jamás. En ti mora el Espíritu de Mi Padre que me levantó de los muertos, y así como Él me resucitó a Mí, también puede infundir vida a tu cuerpo terreno mediante Su Espíritu. Esa es una de las magníficas verdades y promesas que te he dado, y ese poder de resurrección que está en ti gracias a Mí te ha dado el mismo poder para remontarte. Hazlo tuyo.  Jesús, hablando en profecía

Publicado en Áncora en marzo de 2013. Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.


[1] V. Mateo 10:8; 11:5; Juan 20:21; Isaías 58:6; 61:1,3.

[2] Mateo 27:46.

[3] 1 Corintios 15:55.

[4] The Jesus I Never Knew (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1995).

 

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