A solas con Dios

marzo 5, 2013

Recopilación

Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó, salió de la casa y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar.  Marcos 1:35

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A nosotros también se nos llama a retirarnos por temporadas a buscar la profundidad del silencio y la quietud, a buscar la soledad en compañía de Dios. Y se nos llama tanto a que lo hagamos colectivamente como de manera individual —separados de nuestros libros, de nuestros pensamientos y recuerdos; absolutamente despojados de todo— a vivir en Su presencia, en silencio, vacíos,  emocionados con la espera, y sosegados. No podemos hallar a Dios en medio del ruido y la agitación.  Madre Teresa de Calculta[1]

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Sin las fuerzas del Maestro no podrás realizar Su obra. Y para obtener esas fuer­zas, debes dedicarle tiempo. Jesús dijo que solo una cosa es necesaria: sentarse a Sus pies y apren­der de Él. Añadió además que quienes hacen eso han escogido la buena parte, la cual nunca les será quitada[2]. Si llevas un tren de vida tan ajetreado que no puedes dedicar unos momentos para orar y comulgar con Jesús, es que estás demasiado atarea­do.

Tómate un tiempo para consagrarte al Señor. «Estad quietos y conoced que Yo soy Dios. En quietud y confianza será vuestra for­taleza»[3]David Brandt Berg

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Estos recuerdos son la historia de amor de mi relación con Dios. Al rememorar los silencios perdidos del pasado, rememoro y registro esos momentos de intimidad cuando permitía que el Señor me atrajera hacia el desierto y allí me hablara al corazón. En desiertos castos, ermitas remotas y largos vuelos en avión, hice mías las palabras de Jeremías que dicen: «¡Me sedujiste, Señor,  y yo me dejé seducir! Fuiste más fuerte que yo, y me venciste». (20:7). Si el compromiso del cristiano no fuese un asunto del corazón, sé que no podría soportarlo. Lo verdaderamente rescatable de mi vida son esos suvenires de soledad, esos momentos… junto al Esposo al quien pertenezco.  Brennan Manning[4]

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El recogimiento empieza haciéndose tiempo y lugar para Dios, y nadie más que Dios. Si efectivamente creemos que Dios no solo existe sino que está presente de manera activa en nuestra vida —que nos sana, nos enseña y nos orienta— tenemos que reservarnos un  tiempo y un espacio para darle a Dios toda nuestra atención.  Henri J.M. Nouwen[5]

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Cuando oren, no sean como los hipócritas, porque a ellos les encanta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que la gente los vea. Les aseguro que ya han obtenido toda su recompensa. Pero tú, cuando te pongas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto. Así tu Padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará.  Mateo 6:5–6

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Comentó Lucas, el galeno: «Jesús a menudo se retiraba a orar en lugares remotos».

Tal como lo puso Dallas Willard, esos momentos en que Jesús optaba por aislarse, alejarse del ruido y del ajetreo, de la actividad y las interacciones con sus amigos, no eran momentos de debilidad, aburrimiento ni soledad para Jesús. Eran «sus principales fuentes de fortaleza…» De esos momentos, justamente, afloraron los mismísimos contenidos y el carácter de lo que comunicó Jesús. En esas horas de quietud cultivó la perspectiva y la sabiduría capaces de desenmascarar cualquier falsedad y desnudar cualquier fachada o concepto erróneo. Una perspectiva penetrante. Una sabiduría a prueba de todo. Auténtica visión.

No es de extrañarse que todos quisieran conocerlo…

No obstante, quienes han vivido la experiencia de entregarse a largos periodos de silencio aseguran que esos viajes por los apartados caminos de la soledad pueden ser al menos tan significativos en la actualidad como lo eran para los grandes personajes del pasado.

Para empezar, esos momentos a solas —ya sean breves o prolongados— nos permiten renovarnos.

A menudo se trata de experiencias que proporcionan un profundo y purificador descanso para el alma al que no podemos acceder en medio de las multitudes y que tampoco podemos derivar del entretenimiento. Son momentos en que renovamos nuestra perspectiva y recuperamos fuerzas.

Jesús no buscaba esa renovación exclusivamente para sí mismo sino también para Sus discípulos. Con frecuencia, al observar el constante vaivén del ruido y las multitudes, de escuchar sus preguntas y ver el tumulto, les proponía: «Acompáñenme a un lugar solitario donde podamos descansar». Esa invitación sigue vigente aún hoy.

En segundo lugar, esos momentos significativos que pasamos a solas nos brindan la oportunidad de orar de manera focalizada.

La soledad no es aislamiento. Todo lo contrario. Para Jesús, esos momentos de soledad que dedicaba a la oración no eran otra cosa que conversaciones íntimas con el Dios eterno.  Jedd Medefind y Erik Lokkesmoe[6]

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La soledad es un lugar donde Cristo nos rediseña a Su imagen y semejanza, y nos libra de la compulsión del mundo a vernos como víctimas.  Henri J.M. Nouwen[7]

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Rendirás mucho más si sencillamente dedicas más tiempo a la oración en recogimiento con Dios. Obtendrás más instrucción, entendimiento e inspiración del Señor a solas y en silencio que en ninguna otra ocasión. Esos momentos de quietud ofrecen la oportunidad de reverenciarlo como se merece y dedicarle tu completa atención. El propio Jesús se levantaba al alba, mucho antes que Sus discípulos, y buscaba un lugar tranquilo donde pudiera retirarse a escuchar a Su Padre.

Para oír claramente al Señor es necesario guardar silencio y encontrar un momento y un lugar adecuados. Es imposible resolver los problemas por tu cuenta. Tienes que acudir con afán al Señor para que te dé Sus soluciones; y para ello es preciso que te desentiendas unos momentos de todo lo demás y te detengas a escucharlo.

(Oración:) Jesús, ayúdanos a no olvidar que no podemos seguir adelante sin la visión celestial que Tú nos brindas. Todos necesitamos pasar más ratos a solas contigo, descansar al abrigo de Tus brazos, renovarnos y revitalizarnos por la acción de Tu Espíritu. Debemos concentrarnos enteramente en Ti, dirigirnos a Ti en oración y acercarnos a Ti sin que medie ninguna distracción.  David Brandt Berg

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«Estén quietos, y sepan que Yo soy Dios; exaltado seré entre las naciones, exaltado seré en la tierra». «Quédense quietos, reconozcan que Yo soy Dios».

En estos días de crisis tenemos tantas preocupaciones y cargas y tanto de lo que encargarnos, que es una locura. En el frenesí de la vida moderna es más necesario que nunca que nos bañemos en el mar de la serenidad divina. Para conocer plenamente a Dios es preciso que nuestros pensamientos y nuestro espíritu estén tranquilos y en paz, y solo entonces puedes acudir a Dios y recurrir a Su ayuda, escuchar el silbo apacible de Su voz y conocer a Dios, como dice en Su Palabra: «Estén quietos, y sepan que Yo soy Dios».

Muchas personas tienen el concepto erróneo de que la quietud que menciona ese versículo es una suerte de tensión controlada, una pose ensayada. Piensan que de alguna manera pueden reprimir la ansiedad. Puede que en algunos casos lo logren, pero aun así, no alcanzan sino una calma superficial; por dentro son un hervidero de pasiones. Esa no es la quietud a la que nos referimos. La serenidad divina no es sinónimo de pasividad. Se trata de una auténtica paz de espíritu que trae aparejada una formidable lucidez mental. Es en esa paz que llegamos a comprender cuál es el designio y la voluntad de Dios.

Sé por experiencia —y lo he comentado en varias oportunidades— que la serenidad divina suele ser producto de pruebas y tribulaciones. ¿Por qué? Porque los avatares de la vida aplacan el alma; el sufrimiento nos confiere un espíritu humilde.

¿Estás atravesando un momento difícil? Serénate y preséntate con calma ante el Señor. Él te revelará el porqué. Sé que hay ocasiones en que Él no nos revela el porqué, pero por lo general sí te lo dirá.

Él te indicará cómo obtener dulzura de esa dificultad, te enseñará cosas hermosas por medio de ella; pero debes buscar la quietud. En esos gratos momentos de silencio y devoción, Él te hablará al alma.

La paz de Dios debe tranquilizarnos y dar reposo a nuestra alma. Pon tu mano en la mano de Dios como un niño y déjate llevar por Él hacia el radiante sol de Su amor. A los que se encuentran hospitalizados, o a quienes están en casa, postrados en una cama por la enfermedad, al empresario que va preocupado en su coche, les digo: Que Dios los ayude a confiar en Él. Estén quietos. Dejen que Él se encargue de hacer el trabajo. La fe perfecta les traerá la victoria. Pongan su mano en la mano de Dios. Dios se ocupará de que todo salga bien. Amén.  Virginia Brandt Berg[8]

Publicado en Áncora en marzo de 2013. Traducción: Irene Quiti Vera y Antonia López.


[1] In the Heart of the World: Thoughts, Stories and Prayers (En el corazón del mundo: Pensamientos, relatos y oraciones. Novato, California: New World Library, 2010).

[2] Lucas 10:39–42.

[3] Salmo 46:10; Isaías 30:15.

[4] Souvenirs of Solitude: Finding Rest in Abba’s Embrace (NavPress; segunda edición, 2009).

[5] Making All Things New and Other Classics (Hacer nuevas todas las cosas y otros clásicos, Zondervan, 2000).

[6] The Revolutionary Communicator (El comunicador revolucionario, Lake Mary, Florida: Relevant Books, 2004).

[7] The Way of the Heart: Desert Spirituality and Contemporary Ministry (New York: HarperOne, 1991).

[8] http://virginiabrandtberg.net/meditation-moments/mm007_be-still.html.

 

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