Sumisión a Dios

febrero 22, 2013

James McConkey

Cuando uno le menciona el plan de Dios a un cristiano y le habla de la necesidad de consagrarse a dicho plan, este enseguida supone que lo que uno pretende es que abandone sus negocios y parta de inmediato al campo de misión en algún país lejano, o corra a predicar en un púlpito. Es cierto que integrarse al plan de Dios implica un traslado, como suele suponer la mayoría. Sin embargo, a menudo las personas tienen una idea completamente equivocada: la consagración no implica necesariamente un cambio de ubicación. De ninguna manera. Lo que Dios le depara a las personas no necesariamente las desarraiga de sus circunstancias presentes ni de su lugar habitual. No es que Dios les tenga deparado un sitio nuevo. ¡Lo que quiere son personas nuevas en su lugar de siempre! No se trata de un traslado sino de una transformación. Por lo general las circunstancias físicas en sí no tienen nada de malo, lo que requiere cambio es la persona que se encuentra en esas circunstancias. Y cuando alguien le entrega su vida a Dios con la intención de descubrir e integrarse a Su plan perfecto para su vida en particular, por lo general Dios preferirá que se quede adonde está, solo que viviendo para Él y Su reino en lugar de para sí mismo. Por eso, a menos que Dios te indique lo contrario, quédate adonde estás y vive para Dios. Si Dios te quiere en otro lado, te conducirá a ese lugar; tú nada más cerciórate de seguirlo.

Como vimos, la consagración no es sinónimo de traslado. Pero puede serlo. Puede que Dios te saque de cuajo del ámbito en el que sueles moverte. Puede que te cambie por completo de entorno, y que además te transforme a ti. Tal vez te retire de tu negocio o profesión y te envíe a los confines de la tierra como mensajero Suyo, escogido por Él mismo. ¿Cómo sucederá eso? A medida que das el siguiente paso.

El collar de perlas del supremo propósito de Dios tanto para tu vida como para la mía se compone de las perlas individuales que vamos recogiendo, una por una, a medida que recorremos el camino diario de las oportunidades. A la larga, cuando ya hemos juntado suficientes perlas, empieza a aparecer el collar. El hombre que recoge fielmente esas perlas nunca tendrá que preocuparse de perderse el collar. Así que, simplemente haz lo que sigue. Y a medida que lo hagas, ese hilo de servicio diario se convierte en manos de Dios como en una pista que te ayudará a abrirte paso por el laberinto. Es así como Dios te guía por el camino hasta que hallas la salida del laberinto de la oscuridad y la incertidumbre y llegas a la claridad y el resplandor de Su voluntad para tu vida. Por lo tanto, hazlo con paciencia, fidelidad y amor. Dicta esa clase, visita a los enfermos, consuela a los que sufren, predica la Palabra, usa esos folletos y panfletos, testifica de Él donde sea que estés. Y mientras lo sirves así, si Dios te quiere en otro lugar sin duda te conducirá ahí. Tú tan solo asegúrate de seguirlo. Y al seguirlo, algunos terminaremos en la China, otros en la India, otros quizás en África. Y otros nos quedaremos exactamente en el lugar donde estamos. Lo importante es que todos estaremos donde Él quiere que estemos, es decir, dentro de Su plan.

Algunos pensarán que todo esto solo se aplica a los jóvenes y los fuertes, a los que aún tienen toda una vida por delante, pero que para ellos ya es demasiado tarde. Que se acercaron a Cristo demasiado tarde en la vida, tras desperdiciar demasiados años deambulando perdidos. Que lo único que les queda a ellos es el recuerdo de sus errores, apenas los fragmentos de una vida que se esfumó, de una vida arruinada. Escucha, amigo mío, la siguiente verdad: Dios es el único capaz de tomar una vida aparentemente hecha añicos y hacer una vida hermosa con esos añicos.

¿Has escuchado alguna vez esta historia?: Cuentan que en una aldea antigua había una gran catedral. Y resulta que la catedral tenía un vitral magnífico, tal era así, que se había vuelto famoso en la comarca. Muchos hacían la peregrinación desde muy lejos para llegar a contemplar el esplendor de aquella obra de arte. Cierto día se desató una fuerte tormenta. La violencia de la tempestad arreció contra el ventanal, que por fin cedió y se desplomó contra el piso de mármol, estallando en mil pedazos. Grande fue la pena de la gente al enterarse de la catástrofe que tan repentinamente había sobrevenido al pueblo, despojándolo de la obra de arte que era motivo de orgullo de todos sus habitantes. Juntaron los fragmentos, los guardaron en una caja y los almacenaron en el sótano de la iglesia.

Un día llegó al pueblo un extraño que solicitó permiso para ver el hermoso vitral. Le informaron lo que había sucedido. Cuando preguntó qué habían hecho con los fragmentos, lo condujeron a la bóveda y le enseñaron los trozos de vidrio.

—¿Podrían regalármelos? —preguntó el forastero.

—Lléveselos —le respondieron—. De todos modos, a nosotros de nada nos sirven.

El visitante cargó cuidadosamente la caja y se la llevó en brazos. Pasaron varias semanas, hasta que un buen día llegó una invitación a los custodios de la catedral. Provenía de un famoso artista conocido por sus magníficas obras en vidrio. Los invitaba a reunirse en su estudio a develar un vitral, obra de su genio.

Escoltándolos hasta su taller, los condujo frente a un inmenso velo de cañamazo. Al tirar con la mano de un cordel, el velo cayó. Allí, ante la mirada estupefacta de los presentes apareció un vitral de semejante hermosura como no habían visto jamás. Mientras contemplaban sus tonos vivos, su magnífico diseño y fina hechura, el maestro se volvió hacia ellos y les dijo:

—Este es el vitral que forjé con los fragmentos del que ustedes descartaron, y ahora está listo para ser colocado.

Y así fue que las oscuras naves de la catedral volvieron a iluminarse nuevamente con los magníficos reflejos del espléndido ventanal. Lo curioso es que el esplendor del nuevo vitral superó con creces la gloria del anterior, y la fama de su original diseño se extendió por todo lugar.

¿Dices que tus sueños han quedado destrozados? Cobra ánimo y da gracias a Dios. ¿Acaso no has aprendido ya hace tiempo que el lugar en el que corresponden muchos de tus planes es en el bote de basura? ¿Y que a menudo tienes que depositarlos ahí, precisamente, antes de que tus ojos ciegos puedan por fin divisar el plan muy superior de Dios para tu vida? Y hablando de tu vida… ¿acaso ha quedado devastada por el pecado? ¿Los errores del pasado parecen haberla hecho añicos? ¿Ya se desvanecieron la alegría y la dulzura? ¿Parecería que no queda más que seguir penosamente adelante hasta que se acaben sus días de oscuridad y tedio? Te tengo una buena noticia: Jesucristo es experto en reparar vidas. Tomará esa vida aparentemente hecha añicos y con los pedazos creará una nueva, mucho más hermosa de la que tú jamás hubieses podido hacer por tu cuenta. En Él tu alma cansada hallará el descanso que tanto anhela.

¿Por qué a la deriva estoy en el mar,
privado de brújula, mapa o estrella,
cuando en mi eterno deambular
el plan de Dios paciente me espera?

Desde los cielos se va develando
día tras día Su plan perfecto;
confiado puedo seguir navegando
sin desviarme del camino recto.

¿Por qué he de desviarme, si Dios va al timón?
¿Por qué, si Él me indica sin falta el camino?
¿Por qué, cuando cuento con Su dirección;
por qué, cuando el Cielo es mi solo destino?

Concédeme fe en Tu plan maestro;
que reciba yo cada día un fragmento,
y que nunca me oponga a lo que me deparas
pues quien a Ti se somete descubre el diseño[1].

Publicado por primera vez en Charlas de Vida: Serie de disertaciones bíblicas sobre la vida cristiana (Life Talks: A Series of Bible Talks on the Christian Life, 1911.) Publicado en Áncora en febrero de 2013. Traducción: Irene Quiti Vera y Antonia López.


[1] Anónimo.

 

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