enero 28, 2013
Es posible que sean pocos los que entienden lo mucho que les cuesta a ustedes ser Mis discípulos: los sacrificios, la entrega y la inversión de tiempo, energías y recursos económicos que supone transmitir Mi amor y Mis Palabras, ser testigos fieles en un mundo que cada día se vuelve más frío y oscuro. Y lo hacen con una gracia y humildad dignas de elogio.
Aunque otros no entiendan todo lo que dan, Yo lo entiendo, y el que «ve en secreto los recompensará en público»[1]. No falta mucho para ese día, y cuando llegue, recompensaré abiertamente a todos —repito: a todos— los que vi en secreto: cada gesto amable, cada oración, cada vez que dieron testimonio, cada sacrificio que hicieron, cada lágrima que derramaron por otra persona, cada prueba que experimentaron para cumplir su misión, cada dólar que entregaron para ayudar a alguien, hasta el último centavo. Todo lo que dieron en secreto o no llegó a reconocerse o ventilarse en esta vida se les recompensará públicamente.
Se dice que nada de lo que entrega el corazón se pierde, sino que queda guardado en el corazón de otros. En este caso, no solo han quedado guardados su generosidad y sus sacrificios en el corazón de aquellos a quienes dieron y por quienes se sacrificaron, sino que por encima de todo ha quedado guardado en Mi corazón. Yo mismo me encargué de tomar nota, de anotarlo todo en las crónicas celestiales de los logros de su vida, y los añadí a Mi lista de personas a las que recompensaré y honraré y en cuyo nombre celebraré.
Registro detalladamente los logros de sus vidas, cada acto de amor y sacrificio. No se me escapa nada de nada, ni siquiera la más insignificante de las oraciones que ustedes hacen por los demás, ni ninguna palabra cariñosa que dicen.
Valoro inmensamente cada acto, palabra y testimonio que dan, y soy muy meticuloso en Mis registros. No se pierde nada. Un buen día verán que muchos de los actos que celebraremos en la otra vida serán cosas que habían olvidado o les parecían tan intrascendentes que las desecharon pensando que carecían de importancia. Sin embargo, a Mí no se me escapa ni una.
Por eso los exhorto a conservar la visión celestial. Mediten en la vida que los espera al otro lado con todo su esplendor y las recompensas que recibirán. Si mantienen esa visión, las pruebas que se les presentan a diario, las dificultades y el desánimo se ven en la debida perspectiva. Eso no quiere decir que lo que sientan o experimenten no sea real. Pero no perder la visión celestial les aclara constantemente por qué afrontan esas pruebas. Ver desde esa perspectiva los fortalece, los renueva y los motiva a tomar su cruz cada día y cargarla fielmente.
Cuando se desanimen, recuerden la visión celestial. Cada vez que se sientan cansados o agobiados, recuerden la visión celestial. Cuando se sientan solos, recuerden la visión celestial. Cuando todo indique que su testificación cae en oídos sordos, recuerden la visión celestial. Hay miles de seres celestiales que los apoyan y animan desde el mundo espiritual, oran por ustedes para que no les falte fe, los aman y les susurran palabras de esperanza y aliento.
La visión celestial significa que estoy a su lado, más unido que un amigo y siempre cerca cuando más me necesitan.
*
Imagina un estadio abarrotado de público, cientos de miles de espectadores. Es el final de la actuación y la multitud aplaude a rabiar y ovaciona de pie. Llueve papel picado y el cielo se ilumina con fuegos artificiales. Suena la música y caen serpentinas que adornan la perfumada noche. Los aplausos no cesan. Siguen durante mucho rato hasta transformarse en un grito al unísono: ¡Otra, otra, otra!
Te acercas al estrado, y la multitud aplaude con más fuerza. Mientras tanto, la orquesta comienza a tocar nuevamente, te inclinas y haces una reverencia. Te das cuenta de que te aclaman a ti.
Ese es un ejemplo de lo que te tengo preparado de aquí a poco, cuando tu labor en la Tierra haya concluido y te encuentres ante la multitud celestial para recibir tu recompensa por una vida bien vivida y una labor bien hecha. En ese momento, en medio de la fanfarria, me oirás proclamar: «Bien hecho, has sido buen siervo, amigo y amor fiel. Entra en el gozo de tu Señor». Entonces verás el Cielo en toda su magnitud: Mis ángeles, Mi pueblo y el Cielo en pleno se levantarán a ovacionarte sonoramente por tus buenas labores, y acto seguido te harán una reverencia por los sacrificios que realizaste en fe, por amor y en honor a Mi nombre.
Si en algún momento tiendes a dejarte agobiar por el presente y sus complicaciones, dificultades, pruebas y tribulaciones, detente unos minutos a pensar en aquel día venidero. Imagina todas y cada una de las maravillas que te tengo reservadas y los honores.
No es descabellado ni fantasioso imaginar lo que te aguarda. De hecho, ni te imaginas las maravillas que te tengo reservadas. Cosas que ojo no vio ni oído oyó son las que tengo preparadas para los que me aman[2]. De lo que sí puedes tener certeza es que tu imaginación no supera a la Mía. Es más, ni se le acerca.
Permítete soñar un poco. Atrévete a imaginar. Date un respiro de las cargas y preocupaciones de esta vida, y catapulta tu espíritu al futuro. Deja que tu mente se eleve a la esfera celestial. Allí donde tu vida terrenal de sacrificio, esfuerzos y fiel servicio a Mí se reconoce y celebra cada día.
No te imaginas lo que será caminar por la calle y que los transeúntes te reconozcan y saluden con admiración, elogios y reconocimiento por lo que lograste en tu vida. Así será uno de estos días con cada uno de ustedes, que son protagonistas en el teatro de esta vida.
No dejen que se les nuble la visión con los desafíos del presente. Vivan celebrando el mañana: ¡ese maravilloso mundo que les aguarda!
Artículo publicado por primera vez en marzo de 2009 y adaptado en enero de 2013. Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.
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