Un encuentro amistoso

enero 23, 2013

Escribe John

Hoy es 4 de julio, y al igual que la mayoría de la gente en los Estados Unidos, tengo el día libre. Se espera que sea un día de julio calentito, por no decir caluroso y soleado, pero por el momento el cielo ha amanecido cubierto por unas nubes ligeramente grisáceas y por lo tanto está templado, agradable, un poco fresco y muy relajante.

Mi día comienza tal como comienzan invariablemente todos los días para mí: lo primero que hago es sacar a pasear a mi caniche negra, actividad de máxima prioridad para ella, por lo que me espera ansiosa. Seguimos siempre la misma ruta que consiste en dar la vuelta a la manzana, rutina que nos toma unos diez minutos de principio a fin.

Hoy, sin embargo, cuando salimos, me acordé de que se habían acabado las naranjas. Otra de mis actividades diarias que no puede faltar: me encanta prepararme y beber un buen vaso de jugo de naranjas recién exprimidas. Nuestra zona es famosa por sus ricas naranjas, y me gusta aprovecharlas.

Así es que decido apartarme de nuestra ruta habitual y dirigirme en vez hacia la hermosa misión católica de las Carmelitas que se encuentra en un lugar relativamente apartado, en medio de naranjales, en la cima de una pequeña colina ubicada a unas cuadras de nuestra casa. La misión vende naranjas a un par de dólares el costal. Uno puede llevarse una bolsa de buen tamaño con solo doblar un par de billetes de un dólar e introducirlos por la ranura de la caja metálica cerrada que está ubicada sobre un pequeño poste junto al galpón de las naranjas. ¡Genial!, pensé. Puedo pasear al perro y comprar las naranjas en una misma salida.

A medida que subimos por el sendero largo y sinuoso que se abre paso en medio de los hermosos naranjales hacia la misión que nos espera en la cima de la colina, me llama la atención un cartel que había visto varias veces antes, pero que nunca me había tomado la molestia de leer. Las letras, ya un poco borrosas, dicen: «La oración no es otra cosa que una relación de amistad con Dios». Santa Teresa.

Doy mi amén a esa fase y me siento bendecido por tan bello mensaje. Luego tomo mi saco de naranjas. Mientras tanto, mi perro está mucho más interesado en la curiosa ardillita que corretea por el lugar, pensando seguramente en la posibilidad de darle caza.

Poco después estoy de regreso en casa. Ya le di de comer al perro, me preparé mi jugo, y estoy listo para mi rato matutino de devociones. Abro mi devocionario al azar, y sin planearlo, mis ojos se posan sobre el título de un capítulo que dice: «Escuchar a Dios en oración es sinónimo de amistad con Dios». ¡Caramba, ahora sí que captó por completo mi atención!

¿Coincidencia? No lo creo. Llevo suficientes años con el Señor como para saber que me está hablando, y lo escucho emocionado. Fue Él quien planeó ese pequeño desvío esta mañana y quien me hizo pasar por donde estaba ese cartel y prestarle atención porque es parte de lo que me quiere transmitir en este día. Al despertarme, había hecho una breve oración por el día y le había pedido que me hablara a lo largo del día y que de alguna manera el día manifestara lo que Él creía relevante.

¿De qué me está hablando esta mañana? Pues obviamente, a estas alturas, me ha quedado claro. El tema es la amistad. Sigo adelante disfrutando de unas magníficas devociones, y recibo una profunda comprensión del significado de la amistad.

Y no es que el Señor haya señalado este día en particular, de la nada, para empezar de pronto a hablarme, así porque sí, sobre el tema de la amistad. Sino que, como a menudo lo hace, últimamente ya me había venido dando sensaciones o leves impresiones, incidentes y demás sobre ese tema en particular. El Señor me ha hecho notar estas cosas sin falta, las ha resaltado en mis experiencias y en mi consciencia. Hoy simplemente las ha afinado un poco más, las ha cristalizado por obra del Espíritu Santo.

¿Qué tipo de cosas he aprendido? Entre otras, que ese profundo anhelo que todos sentimos, esa sensación de soledad que encuentra su cumplimiento parcialmente en relaciones terrenales, solo puede satisfacerse plenamente en la relación, la amistad, con Él.

«Ustedes son mis amigos si hacen lo que Yo les mando»[1]. Y estoy empezando a darme cuenta de que una de las cosas más importantes que hacemos en la vida es cultivar nuestra amistad con el Señor, no tanto esforzándonos por obrar bien, sino tratando de ser el tipo de persona capaz de cultivar una amistad del tipo y la profundidad que el Señor busca en nosotros. La amistad es identificarse con alguien en pensamiento y en espíritu, por eso, a medida que desarrollamos una relación interactiva con el Señor en que lo escuchamos y comulgamos con Él, cultivamos una amistad genuina con Él.

Poco después, inspirado por esa sucesión de eventos, decido escribir una breve nota de agradecimiento y dejarla en la puerta cerrada de la oficina de la misión.

Estimados:

Quiero agradecerles por la bendición que recibí esta mañana al leer su letrero cuando me disponía a comprarles unas naranjas. Quisiera agregar lo siguiente, a modo de afirmación:

«El propósito de toda la disciplina de la vida es permitir que nos adentremos en una íntima relación con Cristo».

Saludos respetuosos,

John

Traducción: Quiti y Antonia López.


[1] Juan 15:14 NVI.

 

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