enero 18, 2013
Seguramente recordarán la historia del ingeniero del puente de Brooklyn que se accidentó durante la construcción. Quedó confinado a su habitación durante muchos meses. Su esposa, una mujer muy hábil, trabajaba con él y les pasaba los planos a los trabajadores de la construcción. Por fin acabaron el gran puente. El arquitecto inválido pidió que lo llevaran a verlo. Lo colocaron en un carrito y lo llevaron hasta el puente. Lo ubicaron en un lugar donde podía apreciar la magnífica estructura en todo su esplendor. Allí se quedó, indefenso, contemplando aquella maravilla, producto de su genio. Observó uno por uno los robustos cables, los inmensos muelles, los fortísimos anclajes que afirmaban el puente a la tierra. Su ojo crítico no pasó por alto una sola viga, un solo tirante, una sola barra de hierro. Comprobó que cada detalle se había llevado a cabo tal y como él lo había concebido en sus sueños, y tal como lo había detallado en sus planes y sus especificaciones. Entonces, con el alma rebosante de una profunda sensación de satisfacción, al ver y comprobar que se había concluido tal y cual él lo había diseñado, cuál no habrá sido su éxtasis que exclamó: «¡Salió tal como lo había planeado! ¡Tal como lo había planeado!»
Algún día estaremos en la gloria y, al contemplar Su rostro, exclamaremos: «Dios mío, te doy gracias por haberme apartado de mis propios caminos obstinados y perversos para conducirme por Tu senda amorosa y perfecta. Te agradezco que, a medida que transitaba, día con día, por la sencilla senda del servicio, Tú me permitiste recoger, una a una, las hebras doradas de Tu gran propósito para mi vida. Te doy gracias porque, como un diminuto sendero que poco a poco se abre paso hacia la ladera de una gran montaña, ese sendero de vida continuó tanto en la oscuridad como en la luz, en medio de tormentas y sombras, de debilidad y lágrimas, de fracasos y tambaleos, hasta que por fin me trajiste a destino. Y ahora que puedo ver mi vida de principio a fin, y ya no «como por espejo, oscuramente» sino directamente en el esplendor de Tu propia gloria, te agradezco, Dios mío, te agradezco que haya salido tal como lo habías planeado, tal como lo habías planeado».
Por otra parte, si bien debemos andarnos con cuidado y procurar sinceramente no errarle al blanco del gran designio de Dios para nuestra vida, tampoco debemos inquietarnos por el hecho de que, al ser tan humanos, tan frágiles y tan falibles podamos llegar a cometer algunos errores en cuanto a los detalles y las especificaciones de ese plan. Nos conviene recordar que Dios tiene una manera muy hermosa de pasar por alto nuestros errores cuando de corazón queremos agradarlo. Eso es lo fundamental. La única actitud por nuestra parte capaz de estropear Su propósito de amor para nuestra vida es que nos neguemos de plano a someter nuestra vida y voluntad al gran designio de amor que Él le tiene deparado. No obstante, cuando esa vida se le entrega, Él mismo rectificará dulce y afortunadamente los errores en el camino, producto de nuestras propias debilidades y flaquezas humanas, a medida que transitamos por ese camino. Es como pilotear una nave. Nuestra mano temblorosa sobre el timón puede ocasionar que se desvíe mínimamente de su curso. Sin embargo, esos descarríos insignificantes a nosotros nos parecen mucho más grandes de lo que en realidad son. Mientras que, si tan solo dirigimos firmemente nuestra embarcación rumbo a la estrella polar de la voluntad de Dios lo mejor que buenamente podemos, esta con toda seguridad llegará a buen puerto a pesar de los desvíos que haya experimentado en el curso de su travesía.
Y ahora nos enfrentamos a una pregunta de suma importancia: ¿Cómo saber a ciencia cierta cuál es el plan de Dios para mi vida? ¿Cómo protegerme de los errores? ¿Cómo discernir entre la guía de Dios y los desvíos de mis propias ambiciones y deseos carnales? ¿Cómo hallar el camino que Él me llama a transitar? Lo primero que respondemos es: ¡Creyendo!
El inconveniente que la mayoría enfrentamos es que no creemos que Dios nos tenga deparado un plan particular. Escogemos nuestro propio camino, hacemos nuestros propios planes, escogemos la profesión de nuestra preferencia, tomamos decisiones de negocios sin tomar en cuenta a Dios en lo absoluto. Conforme a nuestra fe nos es hecho. Y si no tenemos fe en la Palabra de Dios en nada de eso, ¿qué otra cosa podemos esperar, sino perdernos el camino que Dios nos tiene trazado en la vida y, en el mejor de los casos, regresar mucho más tarde en la vida a dicho camino tras perdernos en costosos desvíos del bendito camino que Él nos escoge? Efesios 2:10, que dice: «Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica», es un pasaje tan inspirado como Efesios 2:8: «Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios». La promesa de un plan de vida en el uno es tan clara como la promesa de salvación en el otro. Reflexionen acerca de este pasaje de Efesios. ¿Lo dice claramente? ¿Es la Palabra de Dios? ¿Acaso no dice sin rodeos que Dios tiene un plan para tu vida en Cristo Jesús? Entonces, acéptalo. Créelo con toda el alma. No dudes de él.
Una vez más: ¡ora!
El doctor Henry Foster, fundador del sanatorio Clifton Springs, fue un hombre que manifestaba magníficamente el poder de Dios. Además, tenía una enorme capacidad de interpretar la mente de Dios y Sus caminos, y de brindar orientación en las cuestiones de la vida. ¿Dónde radicaba el secreto de semejante poder y sabiduría? Quienes visitaban la clínica solían preguntárselo a uno de los doctores de mayor edad del equipo médico de aquella noble institución. Y lo que este hacía era tomar al visitante del brazo y llevarlo a la planta alta, hasta la puerta del consultorio del Dr. Foster. Los conducía a un pequeño vestíbulo ubicado en una esquina del recinto. Entonces se arrodillaba ahí y, levantando la alfombra desde el borde, le enseñaba al visitante dos huecos en el tapete, desgastados por las rodillas del santo de Dios en su vida de oración. «Ese, buen señor, era el secreto del poder y la sabiduría de Herny Foster en lo tocante a los asuntos de Dios y de los hombres».
Amigo mío, cuando la alfombra de tu habitación empiece a gastarse de esa misma manera, el hombre que viva en ese cuarto no tendrá por qué temer no acertarle a la voluntad de Dios para su vida. Porque ese es el secreto a voces de la sabiduría y la orientación en la vida de todo hombre que tiene alguna noción de lo que significa vivir con Dios. ¿Alguno tiene falta de sabiduría? «Pídala a Dios»[1]. ¿Eres tú uno de los hombres a los que le falta sabiduría respecto al plan de Dios para su vida? Pídesela a Dios. ¡Ora! Ora con fe, ora sin cesar, ora esperando recibir, y con toda seguridad Dios te guiará a ese sagrado lugar donde te sentirás tan seguro de estar transitando por Su sendero como lo estás de tu salvación.
No te lances mar adentro al mar de la vida rumbo a un puerto de tu propia elección, guiado por un mapa esbozado por tu propia mano, y movido por el combustible de tus propios placeres y ambiciones egoístas. Ven a Dios. Entrégale tu vida en un solo acto irrevocable de fe y sumisión. Y después, empieza a escoger hacer Su voluntad en vez de la tuya. Así lograrás conocer y vislumbrar los designios de Dios para esa vida. Nuestro Señor Jesús dijo claramente: «El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios»[2]. Sin sombra de duda, empezaremos a conocer la voluntad de Dios apenas comencemos a escoger Su voluntad para nuestra vida en lugar de la propia.
Es que, los lentes espirituales a través de los cuales aprenderemos a ver la voluntad de Dios son dobles: tienen dos lentes superpuestos. Los primeros dicen: Confío. Los segundos: Lo haré. Cuando uno es capaz de acercar ambos a sus ojos, verá la voluntad de Dios con absoluta claridad.
Escucha. Empieza a creer en el plan de Dios para tu vida. Porque nadie puede ver la voluntad de Dios a menos que sea a través de esos dos cristales: un corazón confiado y una voluntad sumisa.
Artículo publicado por primera vez en Charlas de Vida: Serie de disertaciones bíblicas sobre la vida cristiana (Life Talks: A Series of Bible Talks on the Christian Life, 1911). Publicado en Áncora en enero de 2013. Traducción: Quiti y Antonia López.
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