enero 10, 2013
El otro día leí en Internet un artículo del rabino Evan Moffic, me pareció que lo que decía tenía mucho sentido. El último párrafo decía así:
«La vida», dijo una vez el filósofo Soren Kierkegaard, «solo puede ser comprendida mirando hacia atrás, pero ha de ser vivida mirando hacia adelante». Entender nuestra vida en retrospectiva depende de nosotros. No podemos cambiar lo sucedido pero podemos cambiarle el significado. Lo que escogemos recordar contribuye a moldear la persona en la que decidimos convertirnos[1].
Buen ejemplo de alguien que hizo eso, ni más ni menos, es José, del Antiguo Testamento. Le dijo a sus hermanos: «¿Acaso no se dan cuenta? Todo lo que tramaron en contra de mí fue utilizado por Dios a mi favor, tal como podrán apreciar mirando en este instante a su alrededor: vida para muchas personas»[2].
Me he dado cuenta de que yo también, al igual que el rabino Moffic, tiendo a reescribir mi propia historia, y que al hacerlo utilizo lo que podría considerarse un filtro de lo malo, una especie de aerógrafo que se deshace de todo lo malo, o que, incluso si no lo borra, lo relega en un lugar de menor prominencia que el que tuvo en su momento. Mucho de esto no es algo que escojo hacer de manera consciente: simplemente sucede, creo, como corolario de Romanos 8:28[3], una de las ventajas o los extras de pertenecer al Señor.
No obstante, en mi caso hay ciertas cosas que requieren un esfuerzo consciente de mi parte para verlas desde otra perspectiva. Primeramente, tengo que sorprenderme a mí mismo enfilando hacia el lado oscuro de mis recuerdos y redirigir enseguida mis pensamientos, de modo que aunque no hubiese nada particularmente alentador en lo que estoy recordando, me obligue a ver a la persona o situación que me molesta desde una perspectiva optimista, otorgándole el beneficio de la duda, o señalándome a mí mismo que aunque quizás no le vea nada de bueno al momento, ello no invalida la promesa de Romanos 8:28.
Una táctica que me ha resultado muy efectiva para neutralizar el lado negativo de los reveses de la vida es emplear la siguiente lógica: «Fulana de tal hizo algo que me desagradó pero estoy seguro de que a ella también debe de haberle desagradado, y que lo más probable es que a ella le resulte tan difícil convivir conmigo como a mí con ella». Esta táctica podría asemejarse a utilizar una linterna para desplazarse cuando no hay luz natural. ¡No será lo mismo que la luz del sol, pero sin duda es mejor que andar a tientas en medio de la oscuridad! Y he observado que si continúo con mi luz artificial, por lo general al poco tiempo mi percepción normal, natural, de esa situación que antes veía gris y desalentadora, cobra un matiz más alegre.
He comprobado que este principio no solo es efectivo en escenarios en los que asumo el papel de víctima sino también cuando mi rol es el del villano. De hecho, mis mayores avances ocurrieron en las ocasiones en que fui capaz de descubrir al lobo que se ocultaba detrás de mi piel de oveja y reconocer que mi necesidad de ser perdonado era tan real como mi necesidad de perdonar.
Alexander Solzhenitsyn planteó algo similar al regresar a Rusia tras un largo exilio, durante el extenso viaje que realizó por su país en que se reunió con muchas personas que tenían afinidad política con los responsables de su exilio. Sus partidarios lo criticaron por ello y no aprobaron que se asociara con esa clase de gente. Solzhenitsyn dijo: «Qué fácil sería todo si tan solo hubiera, en alguna parte, personas malintencionadas dedicadas a cometer actos perversos. Bastaría con separarlas del resto y destruirlas. Sin embargo, la línea divisoria entre el bien y el mal está ubicada justo en medio del corazón de todo ser humano. ¿Y quién está dispuesto a destrozar parte de su propio corazón?»
He estado reparando últimamente y cada vez más en lo inextricable y complejo que es este asunto de vivir. Tuve que reconocer que muchas de mis valoraciones han sido simplistas y aceptar la realidad de que no me encuentro lo bastante bien informado como para emitir juicios cabales respecto a una serie de cuestiones. Paradójicamente, esto me ha ayudado a mostrarme más comprensivo con las personas y las circunstancias.
A lo mejor esto podría asemejarse a la manera en que nuestra visión periférica es más aguda en la penumbra que nuestra visión central. Tal vez, cuando dejo de esforzarme tanto por comprender a las personas y las situaciones apoyándome en mis limitados poderes de percepción y me apoyo más en las certezas que tengo de dichas personas y situaciones a la luz de la Palabra de Dios, en realidad logro entenderlas mucho mejor.
En la mayoría de las carreras a pie en que participo, suele haber unos cuantos corredores ciegos que concursan con el resto de nosotros. Si tuvieran que apoyarse en su propia vista, no avanzarían más rápido que el típico ciego que se desplaza lentamente con la ayuda de su vara. Lo que sucede es que cada uno de esos corredores invidentes está conectado, por medio de una pulsera que lleva en la muñeca y una cinta de unos treinta a cuarenta centímetros de largo, con otro corredor, vidente. Los dos corren lado a lado, y el que ve hace las veces de copiloto, con lo cual a ambos les va de maravilla.
«A veces tendemos a pensar que sabemos todo lo que necesitamos… sin embargo, en ocasiones nuestro humilde corazón puede sernos más útil que nuestra mente soberbia. En realidad, nunca sabemos lo suficiente hasta que reconocemos que el único que lo sabe todo es Dios. Todavía no vemos las cosas claramente. Andamos con los ojos entrecerrados en medio de la niebla, mirando como con ojos de miope. ¡Sin embargo, ya no falta mucho para que se despeje el clima y resplandezca el sol! Cuando llegue ese día, lo veremos todo tan claramente como Dios nos ve ahora a nosotros, ¡pues lo conoceremos como nosotros somos conocidos!»[4]
«Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando Cristo se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos como Él es»[5].
Traducción: Quiti y Antonia López.
[1] http://michaelhyatt.com/we-are-what-we-remember.html.
[2] Génesis 50:20.
[3] Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, a los cuales Él ha llamado de acuerdo con Su propósito (DHH).
[4] 1 Corintios 8:2–3; 13:12 RVR.
[5] 1 Juan 3:2 NBLH.
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