Una vida planeada por Dios

enero 8, 2013

James McConkey

«Creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas»  Efesios 2:10.

«Creados en Cristo Jesús» quiere decir que cada hijo de Dios es una nueva creación de Cristo Jesús. «Para buenas obras» significa que cada hijo de Dios ha sido creado en Cristo Jesús para servir y aportar. «Dios preparó de antemano» nos dice que Dios trazó un plan para nuestra vida de servicio para Cristo Jesús, mucho antes de que naciéramos. «Para que anduviésemos en ellas». «Andar» connota una acción práctica. Es decir que el gran objetivo divino de servicio para Sus hijos no es simplemente una frase hecha sino una realidad práctica que se puede dar a conocer y experimentar en nuestras vidas laborales cotidianas. Por tanto, a lo largo de este texto prevalece el concepto supremo de que Dios tiene un plan para cada vida en Cristo Jesús.

Qué verdad tan imponente y a la vez cuán razonable. ¿Será que el arquitecto dibuja su plano para la construcción de su palacio señorial? ¿Será que el pintor prepara un bosquejo para su obra de arte? ¿Será que el constructor naval prepara el diseño de su barco colosal? Y ¿será que Dios no tiene un plan para el alma a la que le da vida «en Cristo Jesús»? Desde luego que sí. Incluso para cada nube que flota en el cielo azul; para cada hoja de pasto que apunta al cielo; para cada gota de rocío que brilla en el amanecer; para cada rayo de luz que brilla en el infinito espacio sideral desde el sol y hasta la tierra; Dios tiene un plan. Con más razón, entonces, Dios tiene un plan de vida perfecto y bien diseñado para ti, que eres Suyo en Cristo Jesús. Y no solo eso, sino que además Dios tiene un plan para tu vida que solo tú puedes cumplir.

«En todas la eras de las eras nunca existió ni existirá hombre o mujer igual a mí. Soy único. No tengo doble.» Es cierto. No hay dos hojas iguales, dos estrellas, dos vidas iguales. Cada vida es un pensamiento fresco de Dios para el mundo. Nadie en el mundo puede cumplir igual que tú el propósito de Dios para tu vida. Y si no descubres y vives ese propósito de Dios para tu vida, faltará una gloria que de otro modo existiría. Cada joya irradia su propio brillo. De cada flor emana una fragancia particular. Cada cristiano irradia un brillo particular en Jesús y emana una fragancia única que Dios transmite a través de cada uno.

¿Crees que Dios te ha dado una personalidad única? También ha creado un círculo de personas que pueden conectar con esa personalidad como con nadie más en el mundo. Luego diseña y prepara tu vida para que te encuentres con esas personas. Un giro ínfimo en el foco de un telescopio permite visualizar algo hermoso que antes parecía confuso y nublado. De igual modo, ese granito de individualidad y variación personal en tu vida permite que alguien perciba a Jesús con una claridad y belleza únicas.

Es un privilegio contar con esa individualidad única en Jesús, por humilde que sea. Qué placer saber que Dios se valdrá de esas características sutiles y particulares de manera única. En ti hay un pequeño cambio en el ángulo de la joya, y de pronto alguien ve la luz. Una variación ínfima en la mezcla de especias en ti, y de pronto alguien toma conciencia de la fragancia de Jesús.

Entre las curiosidades de un pueblito de pescadores de los grandes lagos en los que pasamos un verano vimos un par de águilas cautivas. Habían sido capturadas apenas cuando tenían dos semanas de vida y estaban confinadas en una jaula grande. Año tras año crecían hasta llegar a ser especímenes magníficos en su especie, con un tamaño de más de un metro ochenta de punta a punta de las alas. Un verano cuando regresamos de vacaciones como de costumbre, las águilas ya no estaban. Cuando preguntamos al dueño dónde estaban no contó el siguiente relato.

El dueño había dejado el pueblo para ir de pesca al lago por un tiempo prolongado. En su ausencia, unos muchachos traviesos habían abierto la puerta de la jaula dando libertad a las grandes aves. Se escaparon de inmediato. Pero como habían estado en cautividad desde muy pequeñitas, no habían aprendido a volar. Al parecer se percataron de que su destino no era ser aves terrestres. Después de todos esos años su instinto volador y atracción por los cielos seguía ahogado en sus corazones. Intentaron con desespero ejercitarlo. Lucharon por mantenerse a flote en los verdes del pueblo. Sufrieron, se cayeron y golpearon sus alas en un esfuerzo lamentable de elevarse hacia la libertad de los aires que Dios había forjado como su destino. Todo fue en vano.

Una de ellas, en un intento de cruzar un arroyo volando se cayó al agua y la tuvieron que rescatar para que no se ahogara. La otra, luego de una serie de fracasos desesperantes y humillantes, logró colgarse de la última ramita más baja de un árbol. Y fue así que la mató un niño cruel. Su compañera pronto sufrió el mismo desafortunado destino. Y así terminó la trágica historia de sus difíciles vidas.

Desde entonces, a menudo se nos ha presentado la historia trágica de las águilas prisioneras. Dios diseñó un legado de libertad para estas nobles aves. Podrían haber gozado en sus vuelos gloriosos del sol abrazador de los mediodías. Debieron haber pisado peñascos elevados que no fueron alcanzados por seres humanos. Hubieran roto las tormentas y tempestades con alas incansables. Su legado era principesco. Pero la crueldad del ser humano lo obstaculizó. Y en lugar de gozar de la libertad ilimitada para la que fueron creadas sufrieron cautividad, desesperanza, humillación y muerte. Si hasta estas aves del aire se perdieron el plan de Dios para sus vidas, cuánto más le puede pasar a los hijos de los hombres.

¿No les recuerda lo que dijo Pablo? «…Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por Su buena voluntad»[1]. ¿Cuáles son esas voces interiores que se callan si no las escuchamos? ¿Qué son esas visiones que se desvanecen si no las seguimos? ¿Cuáles son esos anhelos de entregarnos de lleno a Cristo que mueren si no actuamos? ¿No son acaso el Dios viviente produciendo en nosotros tanto el querer como el hacer la obra que Él diseño para nosotros por la eternidad? Y de eso te debes «ocupar». En amor y a través de un ministerio diario y fiel. Hazlo a medida que Dios obra en ti.

Pero lo que es más, te lo puedes perder. Puede que no cumplas a plenitud con el plan perfecto de Dios para tu vida. Por eso, ocúpate con temor y temblor. Ocúpate con temblor de esa vida bendita que Dios planeó para ti en Jesús: hablar a otros de Él, servir y dar fruto por la eternidad. Temblando, para evitar que el dios de este mundo ciegue la visión de servicio que Dios te presenta a diario. Temblando, para evitar que las voces de los placeres mundanos y la ambición ensordezcan tus oídos a la voz que siempre susurra: «Sígueme, sígueme».

Todos los días se escucha a las personas hablar de «elegir» un llamado. Pero, ¿no les parece que es una frase errónea? Porque, ¿cómo puede una personas «elegir» un «llamado»? Si alguien es llamado, no elige. Quién llama es el que decide. El Señor dijo: «No me escogieron ustedes a Mí, sino que Yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure»[2]. Las personas actúan como si Dios les hubiera ofrecido una serie de opciones de las que pueden escoger, de la misma forma que un vendedor de telas finas da a escoger a la clienta la que mejor le queda. Pero esto no es cierto. Dios es quien elige. A nosotros nos toca determinar y obedecer. Porque luego del momento eterno de la salvación del alma viene la orientación de la vida de los hijos de Dios. Y Dios considera ambos regalos Su suprema prerrogativa. Quien confía en Dios para uno y lucha en relación al otro está cometiendo un error garrafal. Si se nos hubiera dado tal opción nuestra inhabilidad humana podría diseñar el plan. En la ausencia de tal enseñanza, confesemos humildemente los errores que hemos cometido juzgando con nuestros débiles juicios humanos.

¿Te encuentras en ese lugar de prueba en el que los hombres te presionan para que «elijas» un llamado? ¿Estás a punto de arrojar el dado de una vida autoelegida? No lo arrojes. No intentes elegir. ¿Acaso el texto no nos dice: «creados en Cristo Jesús para buenas obras»?[3] Si el plan es de Jesús, ¿cómo lo encontrarás a menos que acudas a Jesús? Por tanto, dirígete a Dios con sencillez, confiando, en oración, y pídele que te muestre lo que ha escogido para ti para la eternidad. Y a medida que andas en la luz diaria que refleja sobre tu sendero, Él te dirigirá al plan que ha escogido para ti. Así evitarás sufrimientos, decepciones y fracasos que acompañan a los que escogen su propio camino y luego, demasiado tarde, se dan cuenta que vale la pena confiar que Dios se preocupa por la vida de cada uno de nosotros.

Publicado por primera vez en Life Talks: A Series of Bible Talks on the Christian Life, 1911. Publicado en Áncora en enero de 2013.
Traducción: Rody Correa Ávila y Antonia López.


[1] Filipenses 2:12–13. RV

[2] Juan 15:16. NVI

[3] Efesios 2:10. RV

 

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