diciembre 1, 2025
[Christ Seeking the Lost]
El Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Lucas 19:10
La condición humana requiere un Salvador. El ser humano ha extraviado la imagen de Dios. Sus pecados han distanciado su corazón de Dios. Está perdido por naturaleza, «porque todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios, no hay justo ni aun uno» (Romanos 3:23; 3:10). El hombre a veces se encuentra perdido de la sociedad y de su propia familia. A veces está perdido de sí mismo. Así como un barco que ha empezado a hacer agua, y a pesar de todos los esfuerzos de parte de los que viajan a bordo, anda a la deriva, inservible, extraviado en el mar, así también el corazón humano tal vez ande a la deriva por causa del pecado.
Un alma es el don más sublime de Dios, y en el talento, la imaginación, el sentimiento y el poder del alma se aloja la posibilidad del más excelso cielo o de la más abismal profundidad. Cristo vino para buscar y salvar al alma que se ha perdido de sí misma y anda a la deriva por el mundo. Según la Biblia, el alma perdida es ciega, presa del hambre, desnuda, abatida, leprosa, prisionera, cautiva, deudora y muerta. En esa condición, el alma perdida es incapaz de salvarse a sí misma y por ende precisa de un Salvador. Se halla al borde del precipicio, corre un gran peligro; por tanto, necesita que se la rescate. Cristo vino a buscar y salvar a los perdidos.
Esa era Su misión. Vino del Cielo, del trono del Padre, de la ciudad celestial donde los ángeles lo adoraban. Se vació de Su gloria y se halló en condición de hombre. Pese a ser igual a Dios, no estimó el serlo como cosa a qué aferrarse y se rebajó a Sí mismo poniéndose a la altura de la humanidad caída en pecado (Filipenses 2:6–8). Se hizo pobre, para que por Su pobreza nosotros nos hiciéramos ricos. Abandonó la gloria que había compartido con Su Padre antes que el mundo fuera.
Vino voluntariamente a este mundo entenebrecido, defectuoso luego de la Caída. Vino a un mundo sublevado y en conflicto, un mundo de pecado y de iniquidad, un mundo de sufrimiento y muerte. ¡Qué manera de condescender! No pasó por aquí en tránsito, sino que vino a ser ciudadano; no vino en fastuosa pompa ni con la grandeza de un rey; no vino a pasear en carrozas de oro ni para residir en palacios, sino a vivir con humildad. Nacido en Belén de una humilde mujer galilea, al no haber sitio para Él en la posada, Su primera residencia fue un establo.
Tomó la forma de siervo y vino a servir y no a ser servido (Mateo 20:28). Vino a ser siervo de siervos, a buscar y salvar a los perdidos. Su misión fue la más grandiosa de la que se tenga noticia y fue el misionero más grande que haya venido al mundo.
Los hombres han emprendido diversas misiones. Alejandro Magno se lanzó a conquistar el mundo; César, a subyugar a sus enemigos; Platón y Sócrates buscaban conocimiento; Colón se embarcó con el fin de descubrir el nuevo mundo; el doctor Kane, para descubrir el Polo Norte y Stanley para explorar el África. Guerreros han emprendido campañas para aplastar ejércitos y su marcha ha dejado una estela de sangre, sufrimiento y muerte.
Si bien los filántropos han emprendido misiones de caridad, nuestro Mesías abandonó el Cielo y bajó a este mundo para someterse a la vergüenza, soportar azotes y padecer la muerte, todo ello con el fin de salvar a la raza humana de su estado de perdición. Dios lo nombró para que hiciera esa labor y Dios no se equivoca.
Dios nombró a Su único Hijo, Su amadísimo, para salvar a los hombres de sus pecados. Lo exaltó hasta lo sumo y lo hizo Príncipe y Salvador de los hombres. Lo exaltó en gracia, porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo (Juan 1:17). Lo exaltó en nombre, otorgándole el nombre que está sobre todo nombre (Filipenses 2:9,10). Lo exaltó en sabiduría, pues todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento están escondidos en Él (Colosenses 2:3). Lo exaltó en poder, concediéndole toda autoridad en el Cielo y en la Tierra (Mateo 28:18). Dios hizo de Él la fiel imagen del Padre y el resplandor de Su gloria (Hebreos 1:3).
Su carácter demostró Su potestad para salvar a los perdidos. Es el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre, Emanuel: «Dios con nosotros» (Mateo 1:23). Conoce la mente de Dios y conoce el corazón del hombre. Su vida es intachable. Se lo califica de «el Cordero», sin mancha y sin defecto (1 Pedro 1:19). No se halló engaño en Su boca. Nadie lo declaró culpable de pecado (1 Pedro 2:22). Es perfecto como el Padre en el Cielo es perfecto, libre del pecado que echa a perder las almas de los hombres.
Sus enseñanzas demostraron Su poder para salvar a los perdidos. Se dijo de Él que ningún hombre habló jamás como ese hombre; que no enseñaba como los escribas y fariseos (Mateo 7:29). Habló con perfecta libertad y autoridad sobre todo tema que abordó. Sabía lo que había en el hombre y con frecuencia leía los pensamientos de los hombres en público. Se sabía el nombre de Natanael antes de conocerlo (Juan 1:48). Se sabía la vida de la mujer samaritana, lo que la dejó sorprendida (Juan 4:16–19). Llamó a Zaqueo por nombre, antes que se lo presentaran (Lucas 19:1–5). Sabía que Lázaro estaba muerto antes que llegara el mensajero (Juan 11:14–15). Conocía el futuro tan bien como conocía el presente mundo. El pasado, el presente y el futuro eran como un libro abierto para Él.
Adaptaba Sus enseñanzas al público que lo escuchaba. Dio al mundo una nueva idea del reino de los cielos. Introdujo y consolidó un nuevo conocimiento de Dios como Padre y de la hermandad de los hombres. Frente a Él palidecen todos los demás maestros. Sus palabras convencen al intelecto, mueven el corazón y tocan la conciencia. Sus enseñanzas y milagros demuestran Su poder para salvar a los perdidos. En los tres años que duró su labor pública hizo suficiente para demostrar por todos los siglos que tenía poder para salvar pecadores.
Cumplió la ley, sufrió el castigo, derramó Su sangre, apaciguó los mares, expulsó demonios, purificó a los leprosos, sanó a los enfermos, dio de comer a las multitudes, perdonó pecados, resucitó a los muertos. Tenía dominio sobre la naturaleza, dominio sobre los demonios, dominio sobre la enfermedad, dominio sobre la muerte, dominio sobre la presente vida y sobre la venidera.
De especial relevancia es el gran milagro de Su resurrección. Él mismo señaló ese acontecimiento como la prueba y confirmación definitiva de lo que manifestó: que era el Hijo de Dios y Salvador del género humano. Al tercer día, el sepulcro se encontraba vacío. En el curso de los cuarenta días siguientes se apareció en distintos momentos y ocasiones a distintas personas (Hechos 1:3). En cierta oportunidad más de 500 personas lo vieron (1 Corintios 15:6).
Hay nubes de testigos vivientes que dan testimonio de Su disposición para salvar a los perdidos. Pablo aseguró que el mensaje de que Cristo vino a salvar a los pecadores es digno de crédito (1 Timoteo 1:15); esa palabra es fiel y cierta hasta el día de hoy. No es una fábula, sino un hecho vivo, no solo avalado por el testimonio de millones de cristianos de épocas ya pasadas, sino por millones de personas vivas que lo profesan y a quienes Él ha salvado.
¿Cómo sabemos que Cristo tiene poder para salvar? Lo hemos visto, palpado y experimentado. «Conocerán la verdad, y la verdad los hará libres» (Juan 8:32). Gracias a Dios que nuestro Salvador está tan dispuesto como capacitado para salvar. Su amor es tan grande como Su poder, y Su misericordia acorde a Su omnipotencia.
Sus invitaciones están dirigidas a todos los que trabajan, todos los que llevan cargas pesadas (Mateo 11:28), todos los sedientos y perdidos. Todos están convidados a venir a Él y hallar sosiego, paz y perdón. También se nos asegura que Él es capaz de salvar perpetuamente, es decir, por completo y a todos los efectos (Hebreos 7:25). Es capaz de salvar del pecado, llevarnos a acceder al favor de Dios y hacernos herederos de Dios y coherederos con Él (Romanos 8:17).
El pecado es una terrible realidad que ejerce dominio sobre los corazones de hombres y mujeres. La paga del pecado es la muerte eterna, pero el don de Dios en Cristo es la vida eterna (Romanos 6:23). En Cristo hay redención e inclusive remisión de pecados. Al morir, Jesús quitó el aguijón de la muerte y trajo vida e inmortalidad por medio del evangelio.
No hay nadie tan alejado que Él no pueda ver; nadie tan bajo que Él no pueda alcanzar; oído tan sordo que no pueda escuchar Su llamado; ningún corazón tan duro al que Él no pueda llegar; ningún crimen tan negro que Él no pueda limpiar de culpa; ningún pecado tan atroz que Él no pueda perdonar. Bendito sea Su nombre: Él siempre es capaz de salvar. Es tan capaz de salvar hoy como cuando recorría los montes y planicies de Galilea. Es capaz de salvar en la adversidad, la tentación y la aflicción; capaz de salvar en la alegría y la prosperidad, así como en el sufrimiento y en la muerte.
Jesucristo salva merced a Su amorosa compasión, pues vino a buscar y salvar a los que están perdidos. Así como el pastor atento sigue a la oveja descarriada, asimismo Jesucristo sigue al pecador descarriado con ánimo de salvarlo. Como se les lanza el bote salvavidas a los perdidos en la mar, así también Jesucristo, nuestro gran marinero, les lanza el bote de la salvación a los que naufragan en el mar de la vida. Como el médico proporciona remedios al enfermo para curarlo de su dolencia, asimismo Cristo, el gran médico de nuestra alma nos entrega el bálsamo de la vida eterna para purificarnos de nuestro pecado. Como el gobernador concede el indulto al delincuente condenado para que obtenga su libertad, así también Jesucristo, nuestro Rey, otorga perdón a todos los que reconozcan en Él a su Salvador:
A todo el que está perdido en pecado, en mundanería e indiferencia, Cristo te busca y vino para salvarte. Está ansioso por salvarte; quiere y es capaz de hacerlo. Él busca con paciencia porque no quiere que nadie se pierda (2 Pedro 3:9). Busca con amor compasivo, amor sollozante, amor implorante, amor que entrega Su vida.
¿Eres pobre? Cristo, que no tenía dónde recostar la cabeza (Lucas 9:58), salvó al pordiosero ciego (Marcos 10:46–52). ¿Estás afligido? Él es portador de bendición para todos los que lloran con el ánimo de consolarlos (Mateo 5:4). ¿Lo aceptarías como Salvador? De ser así alegrarás el corazón del Padre. Su canción dirá: «Este hijo Mío, estaba perdido y ha sido encontrado» (Lucas 15:24).
Adaptación de «Soul Saving Revival Sermons», de John Lincoln Brandt (1860-1946), publicado en 1907 por «The Christian Publishing Co». Publicado en Áncora en diciembre de 2025.
Copyright © 2025 The Family International