noviembre 20, 2025
[Decisions, Decisions]
Estaba escuchando la historia del rey David en los libros de Samuel (1 y 2). Algo muy destacable es lo que al parecer David casi siempre hacía cuando se presentaba un nuevo factor en su situación. Cuando cambiaban las circunstancias, incluso en pequeños detalles, su primera reacción era preguntar a Dios qué hacer. Y sistemáticamente, funcionaron las respuestas que Dios le dio.
A veces, una situación se parecía mucho a las anteriores, como cuando enfrentó al ejército de los filisteos y el Señor le dijo que lanzara una ofensiva frontal. Trajo la victoria: ¡Los filisteos fueron derrotados! Tiempo después, las circunstancias parecían las mismas, pero esa vez el Señor le dijo que se colocara sigilosamente detrás de ellos, y que a la señal de Dios, David debía llegar a ellos desde la dirección opuesta.
En muchos casos, cuando David le preguntó al Señor qué debía hacer, las respuestas que recibió fueron inesperadas, pero el resultado siempre fue positivo. En un caso, cuando David y sus hombres se escondían de Saúl, el Señor le dijo que ayudara a un pequeño pueblo que era atacado, lo que literalmente salvaría la vida a los pobladores. Sin embargo, si hicieran eso, era probable que Saúl se enterara de que David estaba allí; en aquel entonces Saúl trataba de matar a David. Los hombres de David intentaron convencerlo de que no fuera, pero cuando David preguntó al Señor qué debía hacer, el Señor le dijo a David que fuera a rescatar el pueblo, y él obedeció (1 Samuel 23:1–13).
Después, era de esperar que la gente del pueblo se sintiera en deuda con David y sus hombres. Se esperaría que no lo traicionaran ni dijeran a Saúl donde se encontraba David. Pero David pidió al Señor que le diera una confirmación sobre eso, y el Señor le dijo que las personas del pueblo lo traicionarían, ¡y que había llegado el momento de huir!
Lo que en ese momento parecía una decisión imprudente de David, más adelante contribuiría a fin de que terminara la campaña de Saúl para destruir a David. Al final, la misericordia y compasión de David hacia el pueblo, e incluso hacia Saúl, hizo que Saúl dejara de atacarlo (1 Samuel 24).
A pesar de sus muchos defectos y fracasos, David dependía de Dios y le pedía respuestas. Es posible que sea una razón por la que Dios dijo que David era un hombre conforme a Su corazón (Hechos 13:22).
Cuando Saúl con mucha agresividad trató de destruir a David, Dios no le permitió que tuviera éxito. En una oportunidad, Saúl estaba en la ladera de una colina tratando de encontrar a David y sus hombres, que estaban al otro lado del monte. Sin embargo, Dios envió a los filisteos a atacar la tierra de Saúl, de modo que de inmediato tuvo de dejar de perseguir a David por un tiempo para pelear contra los filisteos (1 Samuel 23:26,27). Saúl, aunque tenía muchos espías entre la gente, nunca pudo poner una mano sobre David.
Esa es una bella ilustración de que cuando acudimos a Jesús al tomar decisiones, Él puede guiarnos y lo hará. Es muy fácil ver las circunstancias y pensar que «ya hemos pasado por eso», y apoyarnos únicamente en experiencias anteriores al decidir qué hacer. Sin embargo, solo Dios ve el panorama completo, lo que nosotros no podemos ver.
Es bueno aprender de la experiencia; y aprendemos principios espirituales de lo que nos pasa, pero no siempre somos conscientes de otros factores que pueden influir en nuestra situación actual.
La cuestión no es que tengamos que ser perfectos y siempre busquemos a Jesús en toda situación. Eso no es posible. Sin embargo, la incapacidad de ser perfectos no debería impedir que intentemos perfeccionar nuestra habilidad de incluir a Dios en nuestras decisiones tanto como sea posible.
Es importante que presentemos a Jesús nuestras decisiones, grandes y pequeñas. Él comprende que necesitamos aprender y crecer. Lleva tiempo adquirir sabiduría de nuestras pruebas y errores, pero poco a poco nuestras debilidades pueden transformarse en fortalezas. Dios es misericordioso y compasivo; y ve nuestro corazón, a pesar de nuestras deficiencias.
El rey David fracasó muchas veces, como cuando envió a sus hombres a hacer un censo para contar el número de combatientes que tenía (2 Samuel 24:8–17). Sabía cómo acudir al Señor y depender de Él. Sin embargo, en un momento de debilidad y orgullo, buscó lo que podía ver, la fuerza de los números, en vez de a Dios. En consecuencia, sufrió una dolorosa pérdida, pero también aumentó su convicción de apoyarse más en Dios.
Otro ejemplo de dependencia en Dios es el apóstol Pablo. Empezó como un despiadado enemigo de los cristianos. Sin embargo, una vez que conoció al Señor, estaba decidido a seguir a Jesús a donde sea que lo dirigiera. No dejó de seguir a Jesús, aunque enfrentó ostracismo por parte de sus propios hermanos y brutalidad y amenaza de muerte por parte de los que odiaban la verdad que Pablo proclamaba. Su determinación de ir a donde Dios lo dirigiera y su profunda relación con su Salvador fueron fundamentales para llevar el evangelio a incontables personas.
«Confía en el Señor con todo tu corazón; no dependas de tu propio entendimiento. Busca Su voluntad en todo lo que hagas, y Él te mostrará cuál camino tomar» (Proverbios 3:5,6).
Cometeremos muchos errores, y a veces cederemos ante defectos y debilidades, pero si nos esforzamos por mirar a Jesús tanto como podamos, Él obrará en nuestra vida y a través de ella a fin de lograr Sus buenos propósitos.
Podemos mirar a Pedro, cuyo peor fracaso —negar a Su Salvador tres veces— precedió a sus mayores testimonios e impacto en el mundo. Es posible que a veces nos sintamos humillados y avergonzados por las imperfecciones que enfrentamos y en las que a veces caemos. Pero el amor de Jesús puede sacar lo bueno de esas cosas; a medida que aprendemos, crecemos y maduramos, adquiriremos sabiduría y un corazón que refleje más claramente el corazón de Jesús. El perfecto amor de Dios echa fuera todo temor; reemplaza la condenación con perdón y esperanza, y aprendemos la importancia de apoyarnos en Él más y más.
Así pues, a medida que enfrentan decisiones durante toda la vida, recuerden esforzarse para mantener la mente y el corazón abiertos a la vocecilla de Dios y a la verdad de Su Palabra. Esa costumbre, cuando se desarrolla fielmente con pequeños detalles, de manera gradual llega a ser un fundamento de fe para las decisiones más importantes que enfrenten.
Dios les habla por medio de Su Palabra a medida que leen, o por medio de versículos que el Espíritu Santo les recuerda. Escuchar la guía del Señor puede ser la vocecilla de Dios que susurra a su corazón, animándolos, dándoles señales discretas. Puede ser una imagen, o simplemente la sensación de que algo debe hacerse, o tendrán paz en el corazón que les comunica que Él los guía.
Asimismo, Su guía puede venir como una advertencia o aprensión que les hace sentir que algo no está bien, incluso cuando no puedan ver algo que explicaría esa sensación. A veces, el Señor puede abrir puertas o permitir que ciertas circunstancias ayuden a darles una vislumbre de Su plan. Mientras más elegimos ser abiertos a Su voz, de las diferentes formas en que Él nos habla, esta se vuelve más clara y más potente.
Todos hemos enfrentado problemas y fracasos. En la mayoría de los casos, con el tiempo descubrimos que de las cenizas de esas cosas surgieron valiosos tesoros. Aprendimos a seguir adelante y a tomar las mejores decisiones que podemos con Su ayuda, porque sabemos que «quien comenzó la buena obra en ustedes, la continuará hasta que quede completamente terminada» (Filipenses 1:6).
Todos somos un trabajo en proceso. E incluso cuando no tomemos las decisiones correctas, no hay condenación en Jesús. Cuando ponemos la mirada en Jesús, y experimentamos Su misericordia y perdón, Él puede valerse hasta de nuestras malas decisiones para ayudarnos a adquirir más sabiduría y fortalecernos. ¡Gloria al Señor!
Publicado por primera vez en octubre de 2022. Adaptado y publicado de nuevo en noviembre de 2025.
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