Cómo transmitir tu fe

noviembre 10, 2025

Tesoros

[Steps for Sharing Your Faith]

Pocas palabras han tenido un efecto tan trascendental en el mundo como el último mensaje que transmitió Jesús a Sus discípulos antes de ascender al Cielo. Durante tres años y medio lo habían observado y escuchado mientras Él sanaba enfermos, resucitaba muertos, proclamaba el reino de los Cielos y vivía y predicaba la verdad y el amor de Dios. Luego, después de resucitar, dice la Biblia que pasó cuarenta días más con Sus seguidores con el objeto de terminar de prepararlos para que continuaran lo que Él había iniciado (Hechos 1:3).

Antes de ascender al Cielo, les encargó lo que se ha dado en llamar la Gran Comisión: «Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio [el mensaje del amor de Dios y la salvación en Jesús] a toda criatura» (Marcos 16:15).

En respuesta, «ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándolos el Señor y confirmando la palabra con las señales que la acompañaban» (Marcos 16:20). A raíz de la resurrección de Jesús, Sus discípulos recibieron el encargo de ir por todas partes y enseñar a todos que Él es el camino, la verdad y la vida (Juan 14:6) y que el evangelio que Él anunció puede liberar a todos los seres humanos (Juan 8:31,32).

Jesús también llama a Sus seguidores de hoy en día a difundir la buena nueva del evangelio y participar, como representantes de Su reino, en la labor de transformar vidas con Su mensaje. Él sigue obrando por intermedio de Sus seguidores actuales para llevar esperanza a las personas perdidas y solitarias de este mundo. Para anunciar el evangelio no es necesaria una vocación especial: a todos se nos pide que participemos en la misión salvadora de Dios en el mundo.

«El amor de Cristo nos obliga, porque estamos convencidos de que uno murió por todos y por consiguiente todos murieron. Y Él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado» (2 Corintios 5:14,15).

Si te sientes incapaz de hacerlo, recuerda que Él ha prometido en Su Palabra: «Si algo piden en Mi nombre, Yo lo haré» (Juan 14:14), y: «Recibiremos de Él todo lo que le pidamos, porque obedecemos Sus mandamientos, y hacemos las cosas que le son agradables» (1 Juan 3:22).

El deber de todo cristiano

Una vez que confesamos que Jesús es nuestro Señor y Salvador, pasamos a participar en Su misión de salvar al mundo. Todos deben tener oportunidad de conocer a Jesús y recibir el amor de Dios por ellos, y nosotros somos uno de los principales medios que Él ha escogido para darse a conocer. Desea salvar a toda la humanidad (Juan 3:16), y para eso es preciso que nosotros propaguemos Su amor y Su verdad y comuniquemos el mensaje de salvación.

El apóstol Pablo escribió: «Todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?» (Romanos 10:13,14).

Jesús dijo a Sus seguidores: «Así como el Padre me envió, también Yo los envío a ustedes» (Juan 20:21). Y llama igualmente a Sus seguidores actuales a comunicar Su mensaje de amor entre quienes buscan la verdad y el sentido y propósito de la existencia.

Sermones en forma de zapatos

Dwight L. Moody (1837–1899), famoso evangelizador norteamericano, dijo en cierta ocasión: «La prédica que más necesita este mundo son sermones en forma de zapatos que caminen con Jesucristo». La gente necesita que le hablen del evangelio y se lo expliquen, pero también ver cómo se vive. Las palabras son esenciales; pero para ser realmente eficaz, nuestra testificación debe incluir no solo palabras, sino también un ejemplo patente de una vida transformada.

Nuestra misión consiste en divulgar el mensaje. Solamente el Espíritu Santo puede obrar en el corazón de alguien y llevarlo a tomar la decisión de aceptar a Jesús y Su regalo de salvación eterna. No obstante, muchos necesitan ver cómo ha obrado Dios en otras personas para entender Su amor y Su poder para transformar vidas, y creer que lo mismo les puede suceder a ellos.

A lo largo de la Historia, el ejemplo de los cristianos que cuidaron de los pobres y los enfermos, así como sus actos de bondad y compasión, han sido un poderoso testimonio que ha llevado a muchas personas a Cristo. Cuando quienes divulgan el evangelio manifiestan auténtico interés, bondad y comprensión, y son compasivos y cariñosos, dan testimonio del amor transformador de Dios por todos.

Los cristianos nacidos de nuevo debemos tratar con amor y compasión a todo el mundo ­—jóvenes y ancianos, ricos y pobres, amigos y enemigos—; a todos, en todas partes. No debemos juzgar al prójimo por su aspecto o su personalidad (Juan 7:24). La Biblia enseña que el Señor se fija en el corazón de las personas, no en su apariencia. Lo mismo debemos hacer nosotros (1 Samuel 16:7). Si difundimos libremente el mensaje de Dios, Su Espíritu nos conducirá a quienes buscan la verdad, necesitan Su amor y son receptivos al evangelio.

Cómo empezar

Tu modo de comenzar a testificar a una persona variará mucho según lo bien que la conozcas, las circunstancias del encuentro, si ya le has hablado del Señor o de temas espirituales, etc. Muy probablemente testificarás a muchas personas con las que ya tienes cierta relación: familiares cercanos, amigos, colegas, compañeros de estudios, vecinos y otros conocidos. Comienza por pedirle al Señor que te oriente a la hora de darles testimonio a fin de acercarlos un poco más a la fe.

Si bien no siempre es fácil abordar temas espirituales o los grandes interrogantes de la vida en una conversación, con frecuencia algo que diga tu interlocutor puede servirte de trampolín para encauzarla. También puedes introducir temas más profundos haciendo preguntas como: «¿Cuál crees que es el propósito de la existencia?», «¿Cómo piensas que empezó el mundo?», o: «¿Alguna vez te has preguntado qué sucede después de morir?»

Otra manera de comenzar a hablar del evangelio es contar tu propia experiencia de salvación. Ese es uno de tus argumentos más persuasivos: la transformación que tú tuviste. El apóstol Pablo testificaba que daba gusto, y cuando lo llevaban ante gobernadores, ante magistrados o ante un público hostil, aprovechaba para transmitir la verdad, comenzando por dar su testimonio personal: «Esto es lo que me sucedió» (Hechos 22:3–21; Filipenses 1:12–14).

Para algunos, eso es lo más convincente que hay. Aunque emplees la retórica más pulida y les ofrezcas sólidos argumentos acerca de la existencia de Dios y Su obra en el mundo, es posible que no te hagan caso. Pero si les cuentas tu experiencia personal, cómo aceptaste a Cristo, cómo te transformó, te infundió paz y esperanza y respondió a tus mayores interrogantes, te prestarán atención. Cuéntales cómo ha transformado tu vida el amor de Dios, y al ver tu alegría y tu paz es posible que se interesen por saber más de Él.

Emplea la Biblia

Para que una persona crezca espiritualmente, es importante que le muestres pasajes de la Biblia. Jesús dijo que Sus palabras «son espíritu y son vida» (Juan 6:63), y el apóstol Pablo afirmó que «la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (Romanos 10:17). La Palabra es la semilla de la que germina la fe. En última instancia, la fe tiene que estar fundamentada en la Palabra de Dios.

Una manera de animar a alguien a leer la Biblia es regalarle un Nuevo Testamento o un Evangelio de Juan. Puede que algunas personas a las que testifiques ya sean creyentes. En ese caso, tu testificación servirá para estimularlas a crecer en la fe, estudiar las enseñanzas y principios de la Biblia y cultivar una relación más estrecha con el Señor.

Para poder mostrarles eficazmente a otras personas versículos o pasajes de la Biblia, es importante que tú mismo la estudies. En el libro de los Hechos, los creyentes de Berea dan buen ejemplo de ello, ya que «recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así» (Hechos 17:10,11). Cuanto más estudies y asimiles tú mismo la Palabra, más recursos tendrás a tu disposición para realizar la labor.

Jesús enseñó que «de la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12:34). Se nos pide que estemos siempre listos para defendernos, con mansedumbre y respeto, ante aquellos que nos pidan que les expliquemos la esperanza que hay en nosotros (1 Pedro 3:15). Si estudiamos asiduamente la Palabra de Dios, Su Espíritu nos la recordará cuando nos haga falta (Juan 14:26).

Una importante manera de transmitir un mensaje a una persona a la que no tengas tiempo u ocasión de testificar en profundidad es darle un folleto o una publicación cristiana. Hay muchos testimonios de personas que se convirtieron y cuya vida se transformó a raíz de un folleto cristiano. ¡No subestimes nunca la eficacia de un mensaje impreso!

Los cuatro pasos de la testificación individual

1. Haz preguntas. Es importante que te intereses por la persona a la que testificas, que le demuestres que la tienes en consideración y que te parece valioso lo que te quiera contar. A menos que le hagas preguntas, te costará comprenderla o saber cuál es la mejor manera de relacionarte con ella.

Hazle preguntas acerca de su vida, su trabajo, su familia, sus creencias religiosas, etc. Si manifiestas interés en ella, verás que en muchos casos confiará en ti y te contará las dificultades, preocupaciones y preguntas que tenga.

2. Presta atención a las respuestas. A menudo, lo que la persona necesita es que alguien la escuche y trate de comprenderla, tener a alguien con quien desahogarse. Para ser un testigo eficaz, es importante que te metas en su pellejo y empatices con ella. Mientras la escuchas, pídele al Señor que te ayude a verla como Él la ve y que te indique la mejor manera de manifestarle Su amor.

Es natural que estés ansioso por darle soluciones a sus problemas y respuestas a sus interrogantes si tú las tienes claras; pero no lo hagas prematuramente. Escuchar a una persona —escucharla de verdad— no solo es una expresión de tu amor, sino también del amor del Señor por ella. Y es un arte que puede cultivarse. Hay que partir por tener un deseo sincero de entender a los demás a fin de amarlos y ayudarlos de una mejor manera.

3. Comparte la buena nueva. Una vez que la persona haya tenido ocasión de desahogarse y entiendas sus problemas y necesidades, estarás en condiciones de hablarle de la buena nueva del evangelio. Dile que el Salvador vino a la Tierra y murió en la cruz para obtener el perdón de nuestros pecados, a fin de que todos los que lo reciban se conviertan en hijos de Dios.

Aunque la persona no esté lista para aceptar a Jesús en ese momento, ofrécete a rezar por ella y por cualquier dificultad que tenga. Verás cómo aprecia en muchos casos tus oraciones, sin importar en qué etapa de su acercamiento a la fe se encuentre. Le servirán para darse cuenta de lo mucho que tú y, en definitiva, Dios la aman y se preocupan por ella.

4. Lleva a la persona a salvarse. Tanto si la persona está lista para hacer una oración de salvación contigo como si prefiere rezar por su cuenta más tarde, es importante que comprenda que Dios la ama y desea hacerle el regalo de la salvación eterna. «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16). Para recibir ese regalo, es importante que comprenda lo siguiente:

Todos somos pecadores y necesitamos perdón de Dios. La Biblia enseña que «todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:23). «Son las iniquidades de ustedes las que los separan de su Dios. Son estos pecados los que lo llevan a ocultar Su rostro» (Isaías 59:2). Antes de aceptar a Cristo, todos estamos separados de Dios, porque todos cometemos errores y fallos y no damos la talla en algún aspecto. Es lo que la Biblia llama pecado. Para recibir de Dios el regalo de la salvación, debemos empezar por reconocer que somos pecadores y necesitamos un Salvador.

Jesús murió en la cruz para salvarnos. Al morir en la cruz, sufrió el castigo que merecían nuestros pecados y allanó el camino para que pudiéramos reconciliarnos con Dios. «[Jesús] mismo, en Su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados, para que muramos al pecado y vivamos para la justicia» (1 Pedro 2:24). Su muerte en la cruz fue una expresión del amor de Dios por cada uno de nosotros. «Dios muestra Su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8).

Jesús resucitó. No solo murió en la cruz por nuestros pecados, sino que luego resucitó y ascendió al Cielo. «En primer lugar, les he enseñado lo mismo que yo recibí: Que, conforme a las Escrituras, Cristo murió por nuestros pecados; que también, conforme a las Escrituras, fue sepultado y resucitó al tercer día» (1 Corintios 15:3,4). La resurrección de Jesús es un elemento importante de nuestra confesión de fe para salvarnos. «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo» (Romanos 10:9-10).

La salvación es un regalo. No puede uno ganársela a base de buenas obras. Dios nos la regala. «Por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe. Esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios y no por obras» (Efesios 2:8-9). «El regalo de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Romanos 6:23). Dios no quiere que ninguno perezca, y Jesús dice: «Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo» (Apocalipsis 3:20).

No hay una oración de salvación establecida u oficial para que una persona le abra su vida a Jesús, lo invite a entrar en su corazón y lo acepte como Señor y Salvador. Cada cual puede hacer su propia oración o leer una oración escrita. Esta es una oración de salvación de muestra:

Amado Jesús, creo que eres el Hijo de Dios y que moriste por mí en la cruz para que, gracias a Tu sacrificio, pueda vivir para siempre contigo en el Cielo. Te abro la puerta de mi corazón y mi vida y te ruego que perdones mis pecados. Lléname de Tu Espíritu Santo y ayúdame a vivir de una manera que te glorifique. Guía mis pasos y ayúdame a estudiar Tus palabras en la Biblia. En Tu nombre lo pido. Amén.

Al nacer de nuevo en el reino de Dios, uno se convierte en hijo de Dios. «A todos los que lo recibieron, a quienes creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1:12). Jesús enseñó que «hay alegría en presencia de los ángeles de Dios cuando un solo pecador se arrepiente» (Lucas 15:10). Todo el Cielo se regocija por cada alma perdida que encontramos y rescatamos, más que por las noventa y nueve que ya están a salvo en casa (Lucas 15:7).

Hagamos todos lo que esté a nuestro alcance por difundir la buena nueva del evangelio y ayudar a las personas a recibir la salvación mediante la fe en Cristo.

Publicado en Áncora en noviembre de 2025. Traducción: Esteban.

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