octubre 30, 2025
[The Effects of Christianity: The Status of Women]
Uno de los profundos efectos que ha tenido el cristianismo en el devenir de la historia de la humanidad desde la muerte y resurrección de Jesús es en lo que respecta a la dignidad y el estatus de la mujer[1].
En el Imperio romano, las mujeres vivían sometidas a la ley de la patria potestas, que establecía que el cabeza de familia de sexo masculino ejercía absoluta autoridad sobre sus hijos, aunque estos fueran adultos. La mujer casada permanecía bajo la autoridad de su padre a menos que el matrimonio fuera un matrimonio con manus; en ese caso dejaba de estar sometida a la autoridad de su padre y pasaba a estar controlada por su marido. Siendo así, este podía castigarla físicamente al amparo de la ley y si ella cometía adulterio, podía matarla. Un matrimonio con manus le daba al marido autoridad total sobre su esposa, la cual apenas tenía el estatus jurídico de una hija adoptiva.
A las mujeres no se les permitía hablar en lugares públicos. Todos los cargos de autoridad —en los concejos municipales, en el senado y en los tribunales— estaban reservados a los hombres. Si una mujer tenía una pregunta o queja de índole legal, debía comunicársela a su marido o a su padre, el cual presentaba el caso a las autoridades pertinentes en nombre de la mujer, ya que a estas se les exigía que guardaran silencio en tales asuntos. Por lo general, se tenía un concepto muy bajo de ellas.
En la cultura judía, durante todo el período rabínico (del 400 a. C. al 300 d. C.) hubo también fuertes prejuicios en contra de la mujer. No se les permitía declarar como testigos ante un tribunal, ya que su testimonio se consideraba poco fiable. También se les prohibía hablar en público. No se les permitía leer la Torá en voz alta en la sinagoga. El culto en la sinagoga era dirigido por hombres, y las mujeres presentes estaban separadas de ellos por una partición.
Algunas mujeres judías estaban confinadas a su hogar, y las jóvenes permanecían en las partes de la casa reservadas a las mujeres, para evitar ser vistas por los hombres. En las zonas rurales las mujeres tenían algo más de libertad de movimiento, ya que ayudaban a sus maridos con las labores agrícolas. Sin embargo, se consideraba inapropiado que trabajaran o se desplazaran solas. Todo ingreso que percibía una mujer casada, aunque fuera una herencia, era para su marido.
En los evangelios se aprecia que Jesús tenía para con las mujeres una actitud muy distinta de la que era habitual en Su tiempo, una que les reconocía más categoría. Mediante Sus enseñanzas y Sus acciones rechazó las creencias y prácticas corrientes que ponían a la mujer en una posición de inferioridad al hombre.
Un ejemplo de ello es Su forma de tratar a la samaritana en el Evangelio de Juan. En aquella época, los judíos no se hablaban en absoluto con los samaritanos; aun así, Él le pidió a la samaritana que le diera agua del pozo. Ella se sorprendió y le preguntó por qué le pedía que le diera de beber, «porque los judíos no tienen tratos con los samaritanos» (Juan 4:7-9). Jesús no solo pasó por alto el hecho de que ella era samaritana, sino que se puso a hablar con una mujer en público. Ello contravenía la ley oral (los preceptos religiosos judíos que se fueron añadiendo a lo largo de siglos a las leyes originales de Moisés).
En los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas consta que había mujeres que seguían a Jesús, algo totalmente insólito en aquel tiempo, ya que los demás maestros y rabinos judíos no tenían discípulas: «Había también unas mujeres [cuando lo crucificaron] mirando de lejos, entre las que estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo el menor y de José, y Salomé, las cuales cuando Jesús estaba en Galilea, le seguían y le servían; y había muchas otras que habían subido con Él a Jerusalén» (Marcos 15:40-41). (Ver también Lucas 8:1-3.)
Después de Su resurrección, Jesús se apareció primero a unas mujeres y les mandó que dijeran al resto de Sus discípulos que había resucitado (Mateo 28:1-10).
La iglesia primitiva siguió el ejemplo de Jesús y no hizo caso de las normas culturales con respecto a las mujeres. Estas desempeñaron un importante papel en la iglesia, como se sabe por las epístolas de Pablo, que indican que tenían iglesias en las casas. En la Epístola a Filemón, Pablo se dirige a la «hermana Apia, y a Arquipo, nuestro compañero de milicia, y a la iglesia que está en tu casa» (Filemón 1:1-2). Ninfas era una mujer que tenía una iglesia en su casa de Laodicea (Colosenses 4:15), y Pablo habló de Priscila y su marido Aquila, quienes también tenían una iglesia en su casa, y los llamó «mis colaboradores en Cristo Jesús» (Romanos 16:3).
En la Epístola a los Romanos, Pablo escribió: «Os recomiendo, además, a nuestra hermana Febe, diaconisa de la iglesia en Cencrea» (Romanos 16:1). El término griego traducido como «diaconisa» es diákonos, que en las epístolas se traduce unas veces como «diácono» o «diaconisa» y otras como «ministro». En sus cartas, Pablo se llama a sí mismo diákonos en numerosas ocasiones, así como al referirse a sus colaboradores y colíderes (Efesios 3:7, Colosenses 1:7). De modo que cuando recomendó a Febe como diákonos de la iglesia, todo parece indicar que la reconocía como diaconisa o ministra de la iglesia.
Pablo dejó bien claro que en el cristianismo «no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3:28). Jesús, Pablo y la iglesia primitiva se opusieron al concepto de que se tuviera a la mujer recluida, callada, sometida y segregada en el culto y el ministerio.
El mensaje de salvación de Jesús encontró eco entre las mujeres de la iglesia primitiva, tanto así que los historiadores que han estudiado ese período sostienen que en general ellas eran más activas en la iglesia que los hombres. El alemán Leopold Zscharnack, historiador de la iglesia y teólogo, escribió: «La cristiandad no debe olvidar que fue principalmente el sexo femenino el que generó una gran parte de su rápida expansión. Fue el celo evangelizador de las mujeres en los primeros tiempos de la iglesia, y en otros posteriores, lo que conquistó a débiles y poderosos.»[2]
En los primeros 150 años del cristianismo, las mujeres fueron muy importantes para la iglesia y estaban muy bien consideradas. Lamentablemente, a partir de entonces algunos dirigentes de la iglesia comenzaron a adoptar nuevamente las prácticas y actitudes de los romanos con respecto a las mujeres, y poco a poco se las fue excluyendo de las funciones directivas dentro de la iglesia. Sin embargo, a pesar de esa visión distorsionada de las mujeres, en muchos aspectos ellas estaban en un plano de igualdad con los hombres en la iglesia de la época. Por ejemplo, recibían la misma instrucción que ellos al unirse a la iglesia, eran bautizadas de la misma manera, participaban en la eucaristía y oraban con ellos en el mismo lugar de culto.
Aunque a lo largo de los siglos hubo discrepancias con lo que enseñaba el Nuevo Testamento en cuanto al estatus jurídico de la mujer, hubo también importantes cambios positivos en todos los territorios controlados por el Imperio romano. En el año 374 d. C., menos de medio siglo después que se legalizara el cristianismo, el emperador Valentiniano I derogó la patria potestas, que llevaba mil años vigente, con lo que el cabeza de familia dejó de tener autoridad absoluta sobre su esposa y sus hijos. A las mujeres se les concedieron los mismos derechos que a los hombres sobre sus bienes y el derecho de tutela sobre sus hijos.
Eso también significó que las mujeres podían escoger con quién casarse sin que su padre les escogiera marido, como se había hecho en la Antigüedad. Por ende, podían casarse más tarde. A raíz de las enseñanzas de Pablo, los hombres comenzaron a ver a su esposa como una compañera, tanto en lo espiritual como en lo práctico. Hoy en día, en el mundo occidental las mujeres ya no son forzadas a casarse con nadie contra su voluntad, ni pueden ser obligadas legalmente a contraer matrimonio siendo niñas, como todavía ocurre en algunas partes del mundo.
En tiempos de Jesús y antes, muchas sociedades antiguas, especialmente en Oriente Medio, permitían la poliginia (que un hombre estuviera casado simultáneamente con más de una mujer). Muchos patriarcas y reyes judíos, como Abraham, Jacob, David, Salomón y otros, tuvieron múltiples esposas. Pero cuando Jesús habló del matrimonio, fue invariablemente en un contexto de monogamia. Jesús dijo: «¿No habéis leído que aquel que los creó, desde el principio los hizo varón y hembra?, y añadió: “Por esta razón el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne”» (Mateo 19:4-5).
Varios de los primeros padres de la iglesia de los siglos III y IV se opusieron en sus escritos al matrimonio polígamo y cuando se habla del matrimonio en el Nuevo Testamento, se entiende que se refiere al matrimonio monógamo. La visión cristiana del matrimonio como relación monógama ha quedado plasmada en las leyes de la sociedad occidental.
En los evangelios se aprecia que Jesús se compadeció de las viudas. Resucitó al hijo de una viuda (Lucas 7:11-15), denunció a los fariseos que se aprovechaban económicamente de ellas (Marcos 12:40) y elogió a una viuda pobre que se sacrificó para entregar al templo una ofrenda de dos blancas (Lucas 21:2-3). El apóstol Pablo, en sus escritos, mandó a la iglesia de Éfeso que honrara a las madres viudas (1 Timoteo 5:3-4), y en la Epístola de Santiago dice: «La religión pura y sin mácula delante de nuestros Dios y Padre es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y guardarse sin mancha del mundo» (Santiago 1:27).
La vida, muerte y resurrección de Jesús y la salvación que Él trajo a los que creyeron en Él produjeron cambios monumentales que han afectado a un sinnúmero de personas a lo largo de los siglos. Su ejemplo y Sus enseñanzas hicieron que Sus discípulos y la iglesia primitiva le concedieran más dignidad, libertad y derechos a la mujer. A consecuencia de ello, hoy en día las mujeres que viven en países en los que se ha sentido la influencia del cristianismo tienen, por lo general, más libertad, oportunidades y valor humano que las de países que no han conocido dicha influencia.
Publicado por primera vez en abril de 2019. Adaptado y publicado nuevamente en octubre de 2025.
[1] Los argumentos presentados en este artículo se han tomado del libro How Christianity Changed the World, de Alvin J. Schmidt (Zondervan, 2004).
[2] Leopold Zscharnack, Der Dienst der Frau in den ersten Jabrhunderten der christlich Kirche (Gottingen: n.p., 1902), 19.
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