La historia de Ester, primera parte

julio 16, 2025

Tesoros

[The Story of Esther—Part 1]

En Susa, la capital del Imperio medo persa, hace aproximadamente 2500 años, vivió una joven que se llamaba Hadasa y que estaría destinada a desempeñar un papel sustancial en la Historia. Tras la muerte de sus padres, un primo mayor de nombre Mardoqueo —que estaba casado y era funcionario en el palacio real de Susa— adoptó a Hadasa como hija suya y le cambió de nombre a Ester, que en persa significa estrella (Ester 2:5,6). Mardoqueo la educó diligentemente en los caminos del Señor y la muchacha aprendió a orar y a confiar en Dios, hallando fuerzas en la fe y la bondad divinas.

Mardoqueo era uno de tantos judíos que prefirieron quedarse en Medo Persia en vez de volver a Jerusalén. Desde la época en que el rey Ciro (590–529 a.C.) gobernó Persia, se le permitió al pueblo judío volver a su tierra. Unos 50.000 ju­díos regresaron a Israel conducidos por el gobernador  Zoroba­bel; Otros cientos de miles, sin embargo, se quedaron atrás. El rey Ciro fue un gobernante benévolo que permitió a los judíos trabajar y rendir culto a Dios conforme a sus creencias.

Durante el reinado de Asuero se mantuvieron esas buenas relaciones. Algunos, como Mardoqueo, consiguieron buenos empleos en el palacio y llegaron a ser amigos del rey. Como funcionario de la corte, Mardoqueo se sen­taba a la puerta del rey junto con los demás pajes reales. Allí aguardaban alguna tarea que les encomendara el rey.

En el tercer año del reinado de Asuero, el rey dio un espléndido banquete para todos sus funcionarios y siervos, entre ellos el ejército de Persia y Media y los nobles y gobernadores de las 127 pro­vincias de su imperio (Ester 1:1–4). Al término de la suntuosa fiesta que duró siete días, «cuando el corazón del rey estaba alegre a causa del vino», pidió que la reina se presentara con su corona y exhibiera su belleza delante de todos. La reina Vasti se negó, lo que la llevó a ser destronada, ¡noticia que causó gran alboroto en palacio! (Ester 1:11,12.)

En aquellos tiempos era inaudito que una reina se rebelara públicamente contra los deseos de su rey y desafiara su autoridad. El rey Asuero se enfureció y ardía de ira. Enseguida convocó una reunión para consultar con sus asesores y consejeros más cercanos y de más confianza. En consecuencia, se promulgó un decreto irrevocable que se dio a conocer en todas las provincias, el cual estipulaba que Vasti no volvería a entrar jamás a la presencia del rey y se le traspasaría «su título de reina a otra que sea más digna que ella» (Ester 1:13–21).

Una vez aplacada su ira, por lo visto el rey se arrepintió de haber destituido a su bella reina. Los jóvenes que lo asistían le ofrecieron una solución: Se traerían las vírgenes más bellas de todas las provincias de su reino y las presentarían ante el rey en su palacio de Susa para que él las examinara (Ester 2:1–3). Hermosas jóvenes, desde la India hasta Etiopía, fueron llegando a la residencia real de las mujeres, donde se las sometería a meses de preparación y tra­tamientos de belleza.

La Biblia narra que Ester era de hermosa figura y de buen parecer. Cuando se proclamó el edicto real, ella también fue llevada al palacio del rey bajo la custodia de Hegai, el hombre en quien más confiaba el monarca para el resguardo de las jóvenes (Ester 2:7–8). Hegai quedó tan complacido con Ester que rápidamente le proporcionó cosméticos para resaltar su belleza y le asignó siete doncellas para que la atendie­ran; asimismo, la trasladó a los mejores aposentos de la casa de las damas (Ester 2:9).

Si bien Ester quedó pasmada ante aquel giro repentino de los acontecimientos, cuando quedó bajo custodia prestó sigilosa atención a las palabras de advertencia de Mardoqueo: «No le reveles a nadie tu nacionalidad o procedencia familiar». Preocupado por el bienestar de su hija, Mardoqueo se paseaba a diario frente al patio donde se encontraba Ester para enterarse de cómo estaba y lo que le sucedía (Ester 2:10,11). Si el rey no la elegía, ¿qué le pasaría? ¿Le permitirían volver a su casa?

Muchas de las mujeres que se presentaban ante el soberano eran escogidas como concubinas, es decir que estaban desposadas con el rey, pero no las convocaban a su presencia a menos que a él le complaciera mandar a llamarlas por nombre. De hecho, lo mismo ocurría con la reina, ya que ella vivía en una casa aparte y solo visitaba al rey cuando este requería su presencia.

Todas las muchachas eran sometidas a un período de embellecimiento —seis meses de tratamiento con aceite de mirra y otros seis meses con especias y cosméticos—, doce largos meses antes que pudieran presentarse ante el rey (Ester 2:12). Afortunadamente ese período de preparación le dio a Ester tiempo de prepararse espiritual y anímicamente para su futura mi­sión. Sin duda debió de haber buscado al Señor todos los días en oración, pidiéndole protección, ayuda y que le infundiera buen criterio para actuar y hablar como correspondía.

Al llegar por fin el día en que Ester debía presentarse ante el rey, Hegai le preguntó qué deseaba llevar consigo. A cada muchacha se le permitía llevarse de regalo lo que quisiera de la casa de las mujeres antes de ir a ver al rey. Si bien Ester pudo haber pedido lo que le apeteciera, tal como lo habían hecho muchas de las otras doncellas, se limitó prudente y humildemente a llevar solo lo que le recomendó Hegai. Su humildad y belleza le granjeaban el favor de cuantos la veían (Ester 2:15).

Antes que ella muchas jóvenes hermosas habían recorrido el camino hacia la sala del trono real, pero Ester era diferente. Poseía una belle­za que parecía irradiar desde adentro. Su mirada era radiante y cálida. Su sonrisa reflejaba una alegría que solo una hija de Dios podía atesorar. Desde el momento en que el rey Asuero la vio, su corazón se hinchó de emoción. La Biblia dice que «el rey amó a Ester más que a todas las otras mujeres, y ella halló gracia y bondad con él más que todas las demás vírgenes. Así que él la coronó con la diadema real y la nombró reina» (Ester 2:16,17).

Aquel día en presencia del rey, Esther recordó diversos momentos de su niñez. Pensaba: «¡Cómo me ha guardado y protegido el Señor todos estos años! Pese a que quedé huérfana y mi futuro se veía tan negro, el Señor tenía un destino para mí. Si me ayudó en aquel entonces, sin duda lo hará ahora que lo necesito más que nunca». Ese fue el comienzo de una de las misiones más importantes que se le haya encomendado jamás a una mujer de fe: la de resguardar al pueblo de Dios de los grandes peligros y riesgos que se aveci­naban.

La coronación de Ester fue motivo de grandes celebraciones. El imperio volvía a tener reina. El rey Asuero ofreció un fastuoso banquete en honor a Ester para todos los príncipes y funcionarios del reino. Como gesto de generosidad hacia el pueblo el soberano decretó unas vacaciones fiscales (pausa en la recaudación de impuestos) en todas las provincias y distribuyó regalos con generosidad digna de un rey (Ester 2:18 nvi).

No mucho después de la coronación de la joven Ester, sin embargo, se gestó una compleja situación en palacio. En aquella época no había rey que estuviera seguro en su trono. Siempre había alguien que tramara asesi­narlo, y el rey Asuero no era una excepción. Dos de los súbditos que custodiaban las puertas del palacio se enfadaron con el rey y se conjuraron para matarlo. En un momento en que conversaban sus planes en voz baja, Mardoqueo —que estaba sentado a las puertas del pala­cio— los escuchó y de inmediato se lo comunicó a Ester. Ella, a su vez, informó al rey, indicando que Mardoqueo era quien los había descubierto.

Luego que una inves­tigación oficial confirmara la existencia del complot, detuvieron a los dos asesinos en potencia y los llevaron a la horca. Pero en medio de toda la conmoción, Mardoqueo quedó en el olvido. No se le dio reconocimiento alguno por haber salvado la vida del rey, aunque sí quedó constancia de ello en el libro de las crónicas reales (Ester 2:21–23). Cabe mencionar que ese hecho sería de capital importancia para el futuro del pueblo judío, el restablecimiento de Israel y la llegada del Mesías prometido casi 500 años después. (Véase la segunda parte de La historia de Ester.)

Tomado de un artículo de Tesoros, publicado por La Familia Internacional en 1987. Adaptado y publicado de nuevo en julio de 2025.

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