julio 3, 2025
[Cultivating a Vibrant Prayer Life]
La oración es parte esencial de nuestra relación con Dios, así como también el principal medio de que disponemos para comunicarnos directamente con Él. Durante Su paso por la Tierra Jesús dio ejemplo de lo que es la oración. En la Biblia leemos que oraba con frecuencia: «Jesús se retiraba a lugares solitarios para orar» (Lucas 5:16). Si Jesús —el Hijo de Dios— comulgaba habitualmente con el Padre, lo lógico es que nosotros también debemos hacerlo.
Dios quiere forjar una relación personal con cada uno de nosotros y desea que esta sea el aspecto más profundo y trascendental de nuestra vida. La oración incorpora una nueva dimensión a todo lo que hacemos, la de Su amorosa presencia en nuestra vida. Tal como sucede con toda amistad profunda y duradera, nuestra relación con Dios se fortalece y madura si nos comunicamos con Él francamente y con frecuencia. En realidad, esa es la esencia de la oración: comunicarse de corazón a corazón con el Señor.
La oración puede asumir muchas formas. Se nos insta a los cristianos a dirigirnos personalmente a Dios, rezar con otras personas, interceder por otros en oración y orar sin cesar. Podemos hablar con Él como lo haríamos con un buen amigo; platicarle en voz alta o mentalmente. Nos podemos desahogar con Él. Tenemos también la opción de rezar una oración escrita; por ejemplo, el padrenuestro que Jesús enseñó a Sus discípulos (Mateo 6:9-13).
La Biblia describe la oración de múltiples formas, a saber: derramar el alma delante del Señor (1 Samuel 1:15), clamar al Cielo (2 Crónicas 32:20), acercarse a Dios (Santiago 4:8) y doblar las rodillas ante el Padre (Efesios 3:14). Podemos orar en cualquier parte, en cualquier momento; de rodillas, sentados o de pie. La oración puede ser formal o informal. Para rezar no es menester estar en una iglesia o en ningún sitio en particular. Podemos reunirnos a orar con otros cristianos, con familiares o amigos, y podemos orar cuando estamos solos. La oración enlaza nuestro corazón con el de Dios sea cual sea el entorno en que nos encontremos.
Muchas personas asocian la oración con pedirle cosas a Dios, pero la oración representa ante todo nuestra íntima comunión con Él. El primer paso es adorar a Dios y reconocer quién es, contemplar el amor y desvelo que nos manifiesta a todas Sus criaturas y considerar Sus extraordinarias bendiciones y la provisión de todo bien. En el libro de los Hechos leemos estas resonantes palabras del apóstol Pablo: «Este es el Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él. Y como es Señor del cielo y de la tierra, Él no habita en templos hechos de manos,ni es servido por manos humanas como si necesitara algo, porque Él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas» (Hechos 17:24,25).
Nos presentamos ante Dios, nuestro creador y soberano del universo, en actitud reverencial y de profundo aprecio y gratitud por el amor, misericordia y salvación que nos concede: Su favor inmerecido (Efesios 2:8,9).
Cuando Jesús reza en los Evangelios emplea el término Padre para dirigirse a Dios y enseña a hacer lo mismo a Sus discípulos. Llamar a Dios Abba (Padre) representa la relación personal que tenemos el privilegio de mantener con Dios gracias al don de la salvación (Juan 1:12). Por ser hijos e hijas de Dios, oramos a Dios nuestro Padre. «Y por cuanto son hijos, Dios envió a nuestro corazón el Espíritu de Su Hijo que clama: “Abba, Padre”» (Gálatas 4:6,7).
La Biblia no solo se refiere a la oración como una actividad, sino como un estilo de vida, que suele estar vinculado al gozo. Se nos dice: «Estén siempre gozosos. Oren sin cesar. Den gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para ustedes en Cristo Jesús» (1 Tesalonicenses 5:16-18). No se nos llama a estar agradecidos por toda circunstancia y situación que enfrentamos, sino a estarlo en toda circunstancia, encomendando cada una de ellas a Dios. «Entréguense a la oración con espíritu vigilante y corazón agradecido» (Colosenses 4:2) y sean «gozosos en la esperanza, pacientes en la tribulación, constantes en la oración» (Romanos 12:12).
Dios quiere que le cuentes todos tus deseos y necesidades, además de todo lo que te preocupa. Leemos en Filipenses: «No se preocupen por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias» (Filipenses 4:6). Puedes dedicar tiempo en oración para decirle al Señor que lo amas y que estás muy agradecido por todas las cosas buenas que te envía. Puedes hablarle de tus anhelos y esperanzas, problemas e interrogantes, y Él te dará las fuerzas, la inspiración, la seguridad, tranquilidad y orientación que te hagan falta.
Dios también quiere comunicarse contigo para proporcionarte aliento y guía, reconfortarte y brindarte fuerzas para afrontar con fe las batallas de la vida. Te hablará por medio de Su Palabra escrita, la Biblia, y al buscarlo en oración te susurrará al alma con un «silbo apacible y delicado» (1 Reyes 19:12). A medida que estudias Su Palabra, Su Espíritu puede revelarte cómo aplicarte a ti mismo lo que estás leyendo y a situaciones del ámbito en que te desenvuelves o del mundo. «El Espíritu Santo que el Padre enviará en Mi nombre, Él les enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que Yo les he dicho» (Juan 14:26).
Quizá no siempre veamos enseguida la respuesta a nuestras oraciones o estas no siempre cumplan con nuestras expectativas; pero podemos tener plena confianza en que Él siempre nos escucha. «Esta es la confianza que tenemos al acercarnos a Dios: que, si pedimos cualquier cosa conforme a Su voluntad, Él nos oye. Y si sabemos que Dios oye todas nuestras oraciones, podemos estar seguros de que ya tenemos lo que le hemos pedido» (1 Juan 5:14,15).
Pasar tiempo con el Señor y cultivar una vibrante vida de oración reportan numerosos beneficios. La oración trae paz a nuestra vida, pues encomendamos a Dios todo lo que nos preocupa «en oración y ruego, con acción de gracias». En cuanto lo hacemos experimentamos Su paz: «Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús» (Filipenses 4:6,7).
La oración genera cambios, partiendo por nosotros mismos. Nuestra fe crece por medio de la oración. El tiempo que dedicamos a reflexionar serenamente y comulgar con Dios edifica nuestra fe y entona nuestra fortaleza interna, amén de ayudarnos a capear los momentos más tormentosos de la vida. «El día que clamé, me respondiste; mucho valor infundiste a mi alma» (Salmo 138:3). Una vez que encomiendas un asunto a Dios en oración puedes tener la certeza de que Él se hará cargo de ello conforme a Su voluntad.
Por medio de la oración hallarás descanso y renovación cuando tu espíritu desfallezca y tu mente esté atribulada. «Vengan a Mí, todos los que están fatigados y cargados, y Yo los haré descansar. Lleven Mi yugo sobre ustedes, y aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para su alma» (Mateo 11:28,29).
Hallarás consuelo en momentos de tristeza y profunda pena, confianza y tranquilidad cuando pases por un bajón y valor cuando pienses que ya no puedes seguir adelante. «Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia para que alcancemos misericordia y hallemos gracia para el oportuno socorro» (Hebreos 4:16).
Jesús te guiará a través del laberinto de la vida. Te hará saber lo que debes hacer cuando enfrentes dificultades y decisiones espinosas. Ha prometido instruirte, establecer tus pensamientos y dirigir tus pasos. «Reconócelo en todos tus caminos y Él enderezará tus sendas» (Proverbios 3:6). «Entonces tus oídos oirán a tus espaldas estas palabras: “¡Este es el camino; anden por él, ya sea que vayan a la derecha o a la izquierda!”» (Isaías 30:21.)
Cuando oramos y confesamos nuestros pecados, obtenemos perdón por haber obrado mal. «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9).
Por medio de la oración presentamos nuestras peticiones a Dios y confiamos en que Él nos gratificará según Su buena voluntad y designios. «Pidan, y se les dará. Busquen y hallarán. Llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide recibe, el que busca halla y al que llama se le abrirá» (Mateo 7:7,8). Podemos invocar las promesas que Dios ha hecho sobre provisión de nuestras necesidades. «Mi Dios, pues, suplirá toda necesidad de ustedes conforme a Sus riquezas en gloria en Cristo Jesús» (Filipenses 4:19).
Vuelan las cargas en alas de la oración;
se aligeran los pesos, se aquieta la agitación.
El corazón pesaroso sale del torbellino
para ser sanado por el bálsamo divino.
Las lágrimas que vertemos, el Padre celestial
las enjuga, ¡pues Él comprende nuestro pesar,
nuestros temores, nuestra desesperación,
cuando se los llevamos en alas de la oración!
Helen Steiner Rice
La Biblia también nos enseña a interceder por otras personas en oración. Jesús marcó el ejemplo en Juan 17 cuando rogó al Padre por Sus discípulos. En 1 Timoteo 2:1 Pablo implora «que se hagan súplicas, oraciones, intercesiones y acciones de gracias por todos los hombres». Nunca debemos subestimar la importancia de orar por otras personas, ya que «la ferviente oración del justo, obrando eficazmente, puede mucho» (Santiago 5:16).
Con frecuencia el Señor se sirve de las personas como agentes de Él en la Tierra; bien puede ser, pues, que Él también quiere valerse de nosotros para provocar la respuesta a las plegarias que se hacen por determinada situación. Las oraciones que hacemos por los demás demuestran que nos interesamos por ellos y su bienestar, lo cual nos predispone a entender mejor los amorosos designios que el Señor tiene para la vida de esas personas y qué papel podemos desempeñar nosotros para ayudar a que eso se materialice. Cuando rezamos por una persona enferma, por ejemplo, es posible que Dios nos guíe a apoyarla a fin de fortalecer su fe y contribuir a que la relación de esa persona con Él germine y prospere.
Dios necesita nuestro servicio y desea emplearnos como instrumentos Suyos para contribuir a que se haga Su voluntad «así en la tierra como en el cielo» (Mateo 6:10), lo cual se consigue ya a través de nuestras oraciones, ya a través de nuestra vida y acciones. Dios particularmente nos necesita para que encaminemos a otras personas hacia Él y divulguemos las buenas nuevas de Su amor y salvación dando ejemplo del amor y bondad con que Él actúa. Nuestro servicio parte por nuestra relación personal y comunión con Él.
El Señor anhela mantener una estrecha comunión con Sus hijos y una comunicación de corazón a corazón. Él quiere que le demos preferencia en nuestra alma y en nuestra vida. Nos ama y desea ansiosamente comunicarse con nosotros. A medida que le dedicamos tiempo en oración, Él obra en nuestro interior y en nuestra vida y nos transforma con Su Espíritu de modo que nos vayamos asemejando a Él. «Todos nosotros, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor» (2 Corintios 3:18).
Publicado en Áncora en julio de 2025.
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