El tiempo del fin y la eternidad: Lo que más importa

mayo 7, 2025

John, Oriente Medio

[The Endtime and Eternity: What Matters Most]

La segunda venida de Jesús será, sin duda, el día más emocionante y glorioso de la historia. Sin embargo, en Mateo 24, Jesús nos advierte tres veces que no seamos engañados. Incluso cuestionó si hallaría fe en la tierra cuando Él regrese: «Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?» (Lucas 18:8).

Mateo 24, que está compuesto mayormente por el discurso de Jesús sobre el tiempo del fin, es un capítulo emocionante y fascinante. Sin embargo, solo cubre un segmento breve de la historia. El capítulo que sigue, Mateo 25, es mucho más importante para nuestra vida espiritual ya que cubre toda la eternidad y la manera en que viviremos nuestra vida allí. Nuestra vida actual es como neblina comparada con la eternidad (Santiago 4:14).

Ya sea por la muerte o por el regreso de Jesús, nuestra vida actual es solo una transición hacia nuestra vida eterna. Toda preocupación actual es parte de nuestra travesía y se desvanecerá cuando entremos al eterno reino de Dios.

Las enseñanzas sobre el tiempo del fin no son la esencia del mensaje de Jesús. Nuestra meta principal y el mandamiento que Él les dio a Sus seguidores es el de amar a Dios y al prójimo con todo nuestro corazón (Mateo 22:37-40) y hacer la obra de establecer Su reino en la tierra (Lucas 9:2). Como dijera cierta vez la Madre Teresa: «Que nadie venga a ti sin que se vaya mejor y más feliz. Seamos la viva expresión de la bondad de Dios.»

Si bien Mateo 24 se centra en las señales de la segunda venida de Cristo, Mateo 25 empieza con la parábola de las diez vírgenes. Las diez vírgenes tenían lámparas de aceite. Algunas tenían suficiente aceite en sus lámparas para el momento de la venida de Jesús y las otras no estaban preparadas y no tenían aceite en sus lámparas, por tanto, se perdieron la boda del Esposo.

Y a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan.

Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas. Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta.

Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco. Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir» (Mateo 25:6-13).

Esta parábola nos recuerda que debemos estar preparados espiritualmente en todo momento, ya que nos encontraremos con Jesús ya sea cuando Él vuelva o cuando muramos, y no sabemos cuándo tendrán lugar ambos hechos.

Jesús nos dijo repetidas veces que veláramos y no necesariamente por las señales de Su venida, sino que cuidáramos nuestro corazón y nos examináramos a nosotros mismos para asegurarnos de permanecer fieles. Así nos advirtió:

Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre (Lucas 21:34-36).

Mateo 25 concluye con la parábola de las ovejas y las cabras, un relato que va más allá de una parábola para plantear preguntas que nos llevan a hacer examen de conciencia con respecto a lo que enfrentaremos en el día del juicio. De acuerdo a Mateo 25:31-46, todas las personas, incluida la iglesia, serán juzgadas conforme a la caridad que ejercen hacia los demás, manifestada al atender tanto física como espiritualmente a los pobres, a los enfermos, a los refugiados, a los destituidos, a la viuda y el huérfano.

Los justos preguntarán en el día del juicio: «¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y vinimos a ti?» (Mateo 25:39). Jesús responde: «De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos Mis hermanos más pequeños, a Mí lo hicisteis» (Mateo 25:40). La manera en que vivimos nuestra vida en la tierra es lo que cuenta en última instancia, no si entendemos o no las profecías sobre el fin de los tiempos y podemos etiquetar cada cuerno y bestia mencionada en los libros de Daniel y el Apocalipsis.

Como creyentes se nos llama a:

Si somos fieles en estas cosas, podremos confiar en que estaremos preparados para lo que sea que venga.

Un llamado a un amor desinteresado, pensando en los demás

Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a Mí (Mateo 25:35-36).

Amar a los demás es de máxima importancia y constituye nuestro servicio y espiritualidad. Amar y velar por los demás puede ser la cura para muchos de nuestros propios problemas. Si nos sentimos tristes, que no somos amados, nos sentimos solos o vacíos, busquemos a alguien que esté incluso más necesitado y veremos cómo la vida de Dios en nosotros comienza a florecer.

Mateo 25 enfatiza las obras de caridad, las cuales son importantes. Porque somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras (Efesios 2:10). Jesús nos dijo: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5:16). San Agustín de Hipona escribió: «Cualquiera que piense que entiende las Escrituras o cualquier parte de ellas, pero tiene su propia interpretación que no se basa en la doble finalidad del amor de Dios y al prójimo, aún no las entiende como debería».

La parábola del buen Samaritano (Lucas 10:25-37) fue una enseñanza importante en la iglesia primitiva. Los padres de la iglesia la utilizaron con frecuencia en sus enseñanzas. La primera iglesia entendió esta parábola como una lección moral literal en torno a ayudar a los demás sin importar sus antecedentes, etnia, religión o condición social. Algunos percibieron al buen Samaritano como una representación de Cristo que ayuda a una humanidad herida.

La parábola fue particularmente importante para los primeros cristianos porque a menudo atendían a gente enferma durante las plagas, ayudando a viajeros y extranjeros: aplicaciones prácticas del mensaje de la parábola. Veían este tipo de cuidado abnegado de los demás como un rasgo característico de la vida cristiana.

En nuestro sincero deseo de complacer a Dios y servir a los demás, debemos recordar que somos salvos únicamente por Su gracia, no por nuestras buenas obras, como queda claro en Efesios 2:8-9 y Tito 3:5. La vida eterna es un puro regalo de Dios para nosotros (Juan 3:16), y nuestro servicio para Él debería fluir naturalmente como muestra de gratitud por Su abundante misericordia.

Por medio de Su muerte en la cruz, Jesús introdujo un nuevo pacto, un nuevo acuerdo entre Dios y el hombre, una nueva era de abundante gracia. No nos costó nada, pero al que la dio le costó todo. Dios no nos ama debido a las obras que hacemos por Él. Aunque es posible que aprecie nuestras buenas obras, lo que más valora es nuestro amor por Él, y nuestras buenas obras deberían surgir a partir de nuestro amor por Él.

C. S. Lewis escribió: «La salud espiritual del hombre es exactamente proporcional a su amor por Dios». La espiritualidad y ética cristianas se sintetizan en una premisa muy sencilla: «Ama a Dios y al prójimo como a ti mismo». El énfasis del Nuevo Testamento es una y otra vez amar a los demás. La primera iglesia entendió un principio muy importante: nuestra religión, nuestra fe y nuestra espiritualidad se manifiestan en nuestra relación con los demás y en el servicio mutuo.

El fallecido profesor inglés, Thomas Howard, nos ofrece una definición del amor en una frase: «Mi vida por la tuya», haciéndose eco de las palabras de Jesús: «Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15:13).

Pablo habló acerca de la preeminencia del amor centrado en los demás en su carta a los Corintios:

Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy (1 Corintios 13:1-2).

El amor del que Jesús y Pablo hablan va mucho más allá del amor terrenal; es un amor que va más allá de la comprensión humana de amar incluso a nuestros enemigos; es amor por los incomprendidos, los condenados y hasta por los caídos. El secreto para este amor radica en nuestra relación con Dios. Como escribiera Anne Graham Lotz: «El primer secreto para amar a los demás es sumergirse en una relación de amor con Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo y permanecer en ese amor».

Que busquemos siempre las verdaderas riquezas que solo se pueden encontrar en Jesucristo, y esperemos con ilusión escuchar esas maravillosas palabras: «Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor» (Mateo 25:21).

«Solo una vida que pronto pasará, solo lo hecho por Cristo permanecerá» C. T. Studd

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