febrero 13, 2025
[Proclaiming the Good News of the Gospel]
Los cristianos hemos sido ordenados y comisionados por Jesús para proclamar el evangelio y predicar las buenas nuevas del reino de Dios (Marcos 16:15; Lucas 16:16). En Juan 15:16, cuando Jesús preparó a Sus discípulos para Su futura muerte y resurrección, les dijo: «Yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure» (Juan 15:16). Y después de Su resurrección, el último mandamiento de Jesús a Sus discípulos fue: «Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado» (Mateo 28:19,20).
El libro de Hechos cuenta con detalles vívidos el rápido crecimiento de la iglesia primitiva y la divulgación del evangelio a muchos lugares, a medida que Sus primeros seguidores fueron fieles al proclamar las buenas nuevas por todas partes. En Hechos 8, por ejemplo, leemos el relato de Felipe, discípulo de Jesús, que viajó a la ciudad de Samaria y «anunciaba las buenas nuevas del reino de Dios y el nombre de Cristo Jesús» a la gente, lo que resultó en que muchas personas se convirtieran al cristianismo (Hechos 8:5–12).
Los cristianos hemos sido llamados a ser testigos en nuestra vida cotidiana. La Biblia nos enseña que por medio de Cristo nos hemos reconciliado con Dios, y que por nuestra parte hemos recibido el ministerio de reconciliación para llevar a otros a la salvación por medio de la fe en Jesús. Hemos sido llamados a ser embajadores de Cristo en el reino de Dios: «Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo […] encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: “En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios”» (2 Corintios 5:18–20).
La verdad del evangelio y el amor de Dios son las necesidades más grandes de toda la humanidad. Independientemente de la etnia, posición social, creencias o bagaje cultural, cada persona fue creada a imagen de Dios (Génesis 1:27), y cada uno enfrentará penas, tristezas, pecado, fracaso, dolor y temor a la muerte. Proviene de Dios el hambre de conocer la verdad, de experimentar la alegría y la paz interior, pues Él busca atraer a todos hacia Él (Juan 12:32).
La Biblia dice que Dios ha puesto «en la mente humana la noción de eternidad» (Eclesiastés 3:11). Dios ha dado a todo ser humano la conciencia de que hay algo más que esta vida terrenal, la que inevitablemente pasará. «¿Qué es su vida? Porque son un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece» (Santiago 4:14). Esa conciencia hace que las personas busquen verdades eternas que respondan a sus preguntas más profundas y les ayude a encontrar un propósito y significado entre los desafíos y penas de esta vida.
Cuando Jesús contemplaba las multitudes que lo rodeaban, la Biblia dice que «tuvo compasión de ellas, porque estaban angustiadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor». Entonces, Jesús dijo: «La cosecha es mucha, pero los obreros pocos». Por lo tanto, dijo a Sus discípulos: «Pidan al Señor de la cosecha que envíe obreros a Su cosecha» (Mateo 9:36–38). Su gran cosecha de multitudes de personas perdidas, que deambulan en la oscuridad sin conocer a Dios, Su verdad y propósito para la vida de ellas.
Jesús dijo que Él vino «a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:10), y en una ocasión caminó kilómetros apartándose de Su camino en el calor del día para llevar el mensaje a una mujer extranjera que estaba junto a un pozo. Ella se emocionó tanto al descubrir la verdad por medio de aquel desconocido que se llamaba Jesús, que «dejó su cántaro, volvió al pueblo y decía a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será este el Cristo?”» (Juan 4:28–29). En consecuencia, «muchos de los samaritanos que vivían en aquel pueblo creyeron en Él por el testimonio que daba la mujer» (Juan 4:39–42).
El apóstol Pablo fue un gran testigo, y en la Biblia dice que dio su testimonio personal: «Esto fue lo que me pasó». (Véase Hechos 22:1–21.) Cuando hables de tu fe, puede ser útil que cuentes tu testimonio personal, cómo llegaste a Cristo. A la mayoría de la gente le gusta escuchar relatos; y en muchos casos, la historia de la vida de una persona es un testimonio eficaz, en particular cuando se cuenta con sinceridad y seriedad en el poder del Espíritu Santo. Si las personas pueden reconocer que sea posible que tu vida se haya trasformado por medio de la fe, entonces se ha sembrado una semilla de mostaza de fe, y hay una posibilidad de que lleguen a creer en Dios.
Así pues, predica a Cristo y cuenta cómo Él transformó tu vida. Cuenta a los demás que el verdadero Dios es bueno, amable, amoroso, y que se preocupa por Sus hijos, y que odia la guerra, deplora la pobreza y la opresión de los pobres, y que anhela que todo corazón sea redimido y se acerque a Él. Habla del plan de Dios, que es el de la salvación al enviar a Su Hijo al mundo, que por medio de Su vida y muerte en la cruz para nuestra redención, podemos recibir Su regalo de la salvación (Juan 3:17).
Jesús enseñó que los cristianos son «la luz del mundo». Añadió que una ciudad situada sobre un monte no se puede ocultar; y que quien tiene un candelero, no lo pone debajo de una mesa; lo coloca sobre una mesa para que alumbre toda la casa (Mateo 5:14,15). Si has aceptado a Jesús como tu Salvador y le has entregado tu vida a Él, entonces eres llamado a dejar que brille tu luz delante de los hombres, para que vean tus buenas acciones y glorifiquen a tu Padre que está en los cielos (Mateo 5:16).
Tal vez nos sintamos inadecuados o inseguros de cómo proceder para comunicar nuestra fe, pero Jesús prometió que Sus seguidores recibirían ungimiento de Su poder para ayudarlos a ser Sus testigos. «Recibirán poder cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes; y serán Mis testigos» (Hechos 1:8). Si hacemos nuestra parte, la de dirigir a otros hacia el reino de Dios, podemos confiar en que el Espíritu de Dios obrará en el corazón de la gente y en su vida por medio de nuestro testimonio. «Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el hacer para que se cumpla Su buena voluntad» (Filipenses 2:13).
El apóstol escribió: «Ni mi palabra ni mi predicación se basaron en palabras persuasivas de sabiduría humana, sino en la demostración del Espíritu y del poder, para que la fe de ustedes no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios» (1 Corintios 2:4,5). Aunque somos llamados a ser mensajeros de Dios para señalar el camino a la salvación, solo el Espíritu Santo puede obrar en la vida y el corazón de la gente y llevarla a una decisión para nacer de nuevo en el reino de Dios (Juan 3:3).
Únicamente podemos ofrecer la verdad y manifestar el amor del Señor; no podemos obligar a la gente a creer, aceptar o tomar la decisión por ella. Creer y recibir a Cristo es entre cada persona y Dios. Nuestro trabajo es simplemente llevar la preciosa semilla de Dios y sembrarla en corazones receptivos. Tal vez no siempre veamos la cosecha o el impacto que tuvo nuestro testimonio en la vida de alguien; y muchas otras personas pueden desempeñar un papel en el camino de esa persona hacia la fe.
Una persona puede sembrar la semilla, otra puede regarla, pero es Dios el que da el crecimiento (1 Corintios 3:6–8). Todos somos llamados a hacer nuestra parte para tratar de preparar el suelo, suavizarlo con nuestras oraciones y sembrar la semilla. Depende de la persona recibir la semilla; y solo Dios puede hacer que eche raíces, crezca y produzca fruto. (Ver la parábola del sembrador en Mateo 13:1–9, 18–23).
Es importante que hagas tu parte para que con el tiempo aprendas tanto como puedas sobre los fundamentos de tu fe y que aumente tu conocimiento de la Biblia a fin de que llegues a convertirte en «un buen obrero, […] que explica correctamente la palabra de verdad» (2 Timoteo 2:15). Así podrás responder las preguntas de la gente, citar pasajes de las Escrituras, y estar preparado y ser capaz de enseñar también a otros sobre tu fe (2 Timoteo 2:2).
Los folletos de evangelización y otras publicaciones cristianas también desempeñan un papel importante para llevar las buenas nuevas a la gente. Tal vez no tengas oportunidad de tener una conversación con las personas que encuentres durante el día, pero un folleto puede ser un medio muy eficaz para entregar el mensaje de salvación y del amor de Dios. Muchas personas han dado testimonio de que llegaron a la fe gracias a los folletos y otras publicaciones cristianas que alguien les dio.
La Biblia enseña que «Dios es amor» (1 Juan 4:8), y que «de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16). Como Sus mensajeros, somos llamados a dar Su amor a los demás, de modo que ellos también puedan experimentarlo y conocer a Dios. Siempre podemos dar Su amor a otros durante el día, incluso si a veces es solo con una palabra de ánimo o un acto de bondad, compasión, o interés, de modo que ellos puedan experimentar el amor de Dios. En una oportunidad, San Agustín escribió que el amor «tiene oídos para escuchar los gemidos y penas de los hombres. Tiene manos para ayudar a los demás. Tiene pies para ir hacia los pobres y necesitados».
Jesús vino a «dar buenas nuevas a los pobres; […] a sanar a los quebrantados de corazón, […] a poner en libertad a los oprimidos» (Lucas 4:18). Y a los cristianos Él nos ha llamado a predicar el evangelio a todos, y en todo el mundo (Marcos 16:15). El Espíritu de Dios te dirigirá a los que responderán al mensaje, ya sea de inmediato o en el futuro. Su Espíritu te dará el poder de hablar a otros sobre Él y llevar Su amor, «el amor de Cristo nos impulsa» (2 Corintios 5:14).
Como embajadores de Cristo, somos llamados a llevar el amor de Dios a todas las personas, independientemente de su situación socioeconómica, cosmovisión, creencias, etnia u origen cultural. Hagamos todos nuestra parte para llevar las buenas nuevas del evangelio y reflejar la luz y el amor de Dios a los demás, de modo que puedan conocer y recibir al Señor. «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Juan 17:3).
Tomado de un artículo de Tesoros, publicado por La Familia Internacional en 1987. Adaptado y publicado de nuevo en febrero de 2025.
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