El relato que elimina las excusas

febrero 5, 2025

Marie Story

[The Story to End the Excuses]

Cuando le preguntaron a Jesús cuál era el mayor mandamiento en la Ley, respondió con un breve pero potente resumen: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, y ama a tu prójimo» (Mateo 22:36-40). Sin embargo, la palabra prójimo puede ser un poco ambigua. Tal vez con la intención de encontrar una excusa, un experto en la Ley preguntó: «¿Y quién es mi prójimo?» (Lucas 10:25-29).

Jesús respondió con el relato de un hombre que iba camino de Jericó, que fue emboscado por ladrones, lo golpearon, le robaron y lo dejaron medio muerto. Por el camino transitaron otras dos personas, las cuales encontraron excusas para no ayudarle (Lucas 10:30-37).

Sólo puedo imaginar lo que debieron pensar al darle la espalda al pobre hombre tirado a un lado del camino.

El primero fue un sacerdote judío. Vestía los finos ropajes de la sinagoga. A lo mejor se encontraba lleno de su propia importancia, mientras meditaba en la Ley y se felicitaba por seguirla a pie juntillas.

Lo más probable es que se sorprendiera al ver al pobre hombre tirado a un lado del camino. Es posible que los sangrientos jirones impidieran determinar su posición económica. El punto es que no sólo no se detuvo para ayudarle, sino que —según la parábola— cruzó al otro lado del camino para evitarlo por completo.

El sol ascendió en el cielo. Los buitres circulaban a lo alto. En medio de un calor abrasador, se divisó a un levita a lo lejos. Al igual que el sacerdote, se apresuraba por llegar a Jericó y llevar a cabo sus labores diarias cuando se topó con el maltrecho viajero. La condición del pobre hombre era aún peor debido al calor del mediodía.

Al ver al herido, el levita se asustó al pensar que los ladrones continuaban merodeando por ahí. Tal vez temía ser su próxima víctima. De modo que el levita también cruzó al otro lado de la carretera y continuó su camino.

El pobre viajero, débil y pronto a morir, empezó a perder la esperanza. Las horas pasaron. Finalmente se acercó otra persona. Pero esta vez el pobre hombre herido no tenía la esperanza de que se detuviera. Se trataba de un samaritano. Culturalmente, era impensable que un samaritano ayudara a un judío.

Los samaritanos eran un grupo racialmente mixto de ascendencia judía y gentil. Guardaban su propia versión del libro de Moisés y adoraban en su propio templo en el monte Gerizim. Los samaritanos eran universalmente odiados por los judíos y éstos no tenían trato con ellos. Aquellos eran motivos suficientes para que el pobre judío entendiera que al samaritano ni se le ocurriría detenerse para ayudarle. Aún menos cuando los líderes de su fe y de su comunidad habían rehusado prestarle ayuda.

El samaritano también tenía mucho que hacer. Quizás su familia dependía de los negocios que llevaría a cabo ese día. Puede que se apresurara para llegar a tiempo a una importante reunión.

La verdad es que el samaritano tenía muy buenas excusas para no detenerse. Sin embargo, lo hizo. Sintió compasión y ayudó al hombre herido. Le curó las heridas y lo llevó en lomos de su propio burro a una posada para que lo atendieran hasta que se recuperara. Pero no se limitó a ello. Pagó al posadero dos monedas de plata por el cuidado del hombre herido, y le dijo: «Lo que gaste de más, se lo pagaré cuando vuelva».

El samaritano eligió «amar a su prójimo» a pesar de las dificultades, los inconvenientes y el costo personal. En este caso, su prójimo era técnicamente su enemigo. Eligió «amar a su enemigo y hacer bien, sin esperar de ello nada» (Lucas 6:35). Ignoró las diferencias irreconciliables entre ambos pueblos para ayudar a un hombre que lo necesitaba. Amó a pesar de todo.

«Bendijo a los que lo maldecían» (Lucas 6:28). Ignoró las ofensas y las palabras odiosas. Amó a pesar de todo.

«Hizo bien a los que lo aborrecían» (Mateo 5:44). Sin importar el trato hostil que recibía de los judíos y de ser considerado por ellos una persona inferior, continuó amando. Y Jesús dijo que al hacerlo: «Su galardón será grande, y será hijo del Altísimo» (Lucas 6:35).

Ese relato sigue presentándonos un desafío hoy en día. ¿Haríamos lo mismo?

Puede ser justificable no demostrar amor o no considerar a alguien nuestro prójimo. En ocasiones sentimos que sólo tenemos una pequeña cantidad de amor para dar y que sencillamente no albergamos suficiente amor para dar a quienes no forman parte de nuestra familia, grupo de amigos o círculo de personas de las que nos sentimos responsables.

Este relato de Jesús básicamente eliminó todas las excusas para no amar y ayudar a los demás. En pocas palabras, nuestro prójimo no es la persona que conocemos, sino todo aquel que padece necesidad.

Las palabras de Jesús no fueron: «Ama a tu prójimo, pero solo si piensa igual que tú». Tampoco dijo: «Ama a tu prójimo, pero solo si pertenece a tu estatus social, nacionalidad y religión». Mucho menos: «Ama a tu prójimo siempre y cuando encaje en tu círculo de amigos y sea aceptable incluirlo».

«Ama a tu prójimo», dijo Jesús. Punto final. Sin excepción.

Las palabras de Jesús nos motivan a amar a pesar de las dificultades de todos los días y de los inconvenientes que supone detenerse a ayudar a quien lo necesita. Se nos pide que amemos a pesar del dolor y aunque otros nos traten mal. Porque esa es la forma en que Él nos ama. Y la única manera de amar a otros como Jesús nos ama es albergar Su amor y Espíritu Santo en nosotros.

Jesús nos ofrece Su amor de manera incondicional y quiere que todo el mundo reciba Su don gratuito de la salvación para entrar al reino de Dios (Juan 3:16). Él nos amó tanto que dio Su vida por nuestra salvación y el perdón de nuestros pecados. No espera de nosotros perfección ni nos priva de Su amor cuando dejamos de merecerlo. Él nos perdona cada vez que fallamos y cometemos errores, y continúa amándonos a pesar de todo. De la misma manera que de gracia hemos recibido el amor de Jesús, de gracia debemos compartir Su amor y verdad con los demás (Mateo 10:8).

Adaptado de Solo1cosa, textos cristianos para la formación del carácter de los jóvenes.

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