febrero 6, 2025
[The Gift of Giving]
Den, y les será dado; medida buena, apretada, remecida y rebosante, vaciarán en sus regazos. Porque con la medida con que midan, se les volverá a medir. Lucas 6:38
El amor es el regalo que va en aumento mientras más lo compartes con otros. Es el aspecto de la vida en el que vale la pena ser derrochador. ¡Regálalo! ¡Tíralo! ¡Espárcelo! Vacía los bolsillos. Sacude la cesta, dale la vuelta al vaso, ¡y mañana tendrás más que nunca! Como Jesús enseñó: «Hagan bien, y presten no esperando nada a cambio, y su recompensa será grande» (Lucas 6:35). Si das un paso de fe y hoy entregas el amor de Dios a alguien, descubrirás que Dios bendecirá tu generosidad y otros serán bendecidos. Que nosotros, como cristianos, seamos siempre conocidos por nuestro amor: amor a Dios, amor a los demás y amor por los que todavía no han escuchado las buenas nuevas del evangelio o que no han visto todavía un ejemplo vivo del amor de Dios.
Sucedió hace años, en uno de esos días fríos de diciembre en que las personas desean haber hecho las compras en el mes de julio. Los vientos y nieve azotaban las calles. En una banca en la acera estaba sentado un hombre encorvado. Estaba sin afeitarse, con una chaqueta raída y zapatos sin calcetines. Se había colocado en el cuello una bolsa de papel, que había doblado para protegerse del viento helado.
Una mujer que hacía sus compras se detuvo y miró con tristeza al hombre. Pensó: «Qué pena», pero ella no podía hacer nada. Mientras la señora se quedaba por ahí un rato, pasó por la calle una niña de unos once o doce años y vio al hombre que se congelaba en la banca. La niña llevaba en el cuello una bufanda roja de lana.
Se detuvo junto a él. Se quitó la bufanda y la colocó tiernamente alrededor del cuello del anciano. La niña se fue. El hombre frotó la tela de lana calentita. Y la señora que hacía las compras se fue sigilosamente, deseando haber sido ella la que regaló la bufanda.
Yo era la señora que hacía las compras y la niña me enseñó algo aquel día. Donde sea que esté, lo que sea que posea, siempre hay algo que puedo dar: un suave toque, una sonrisa, una oración, una palabra amable, e incluso una bufanda roja. Sue Monk Kidd
Den con generosidad y háganlo de buena gana; así el Señor tu Dios bendecirá todos tus trabajos y todo lo que emprendas. Deuteronomio 15:10
En todo les mostré que así, […] deben ayudar a los débiles, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: «Más bienaventurado es dar que recibir». Hechos 20:35
A los cristianos se nos pide que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22:39). La Biblia dice que nuestro amor mutuo debería ser la señal ante el mundo de nuestro discipulado y amor por Cristo; un verdadero desafío (Juan 13:35). Nuestros actos de generosidad hacia otros son una manifestación importante de nuestro amor por los demás.
Un hombre conducía a casa una tarde, en un camino rural de dos carriles. En aquella pequeña comunidad del Medio Oeste de los Estados Unidos, el trabajo era casi tan lento como su Pontiac, viejo y desgastado. Pero nunca dejó de buscar. Desde que se cerró la fábrica de Levis, él había quedado sin empleo, y con el invierno a las puertas, el frío finalmente se sentía.
Era un camino solitario. No muchas personas tenían una razón para pasar por allí, a menos que se estuvieran marchando. La mayoría de sus amigos ya se había ido. Tenían que alimentar a sus familias y llevar a cabo sus sueños. Pero él se quedó. Al fin y al cabo, en ese lugar estaban enterrados su madre y su padre. Él había nacido allí, y conocía el campo.
Podía pasar por ese camino a ciegas y decir lo que había a cada lado y, como los faros de su vehículo no funcionaban, eso le venía muy bien. Comenzaba a oscurecer y caía un poco de nieve. Él debía apresurarse.
Casi no vio a la anciana; el vehículo de ella se quedó detenido a un lado del camino. Sin embargo, incluso en esa luz tenue del día, se dio cuenta de que ella necesitaba ayuda. Así que se detuvo frente a ese Mercedes y se bajó. Su Pontiac todavía hacía ruido cuando se acercó a ella.
Aunque él sonreía, ella estaba preocupada. Nadie se había detenido para ayudarla en más o menos una hora que llevaba allí. ¿Él le haría daño? No parecía una persona que le inspiraba seguridad. Se veía pobre y necesitado.
La señora estaba de pie en el frío. Él notó que estaba asustada. Sabía cómo se sentía ella. Era un escalofrío que solo puede ser causado por el temor. Le dijo: «Señora, quiero ayudarla. ¿Por qué no espera dentro de su auto, donde estará protegida del frío? Me llamo Joe.»
El auto de la señora solo tenía un neumático desinflado. Pero para una anciana, eso era bastante malo. Joe se colocó debajo del auto para buscar un lugar donde colocar el gato, raspándose una o dos veces los nudillos de las manos.
Al poco rato, ya había cambiado el neumático. Pero estaba sucio y se había lastimado las manos. Mientras apretaba las tuercas de la rueda, la señora bajó la ventana del vehículo y empezó a hablar con él. Le dijo que ella era de San Luis y solo estaba de paso. No sabía cómo agradecerle por la ayuda. Joe solo sonrió mientras cerraba el maletero del auto de la señora.
Ella le preguntó cuánto le debía. A ella cualquier cantidad le habría parecido bien. Ya se había imaginado todas las cosas horribles que habrían podido suceder si él no se hubiera detenido. Joe no pensó para nada en el dinero. Para él no fue un trabajo. Se trató de ayudar a alguien que necesitaba algo. Y Dios sabe que en el pasado muchas personas le habían echado una mano a él. Siempre había vivido de esa manera. Nunca se le ocurrió actuar de otra forma. Le dijo a la señora que si ella quería corresponder el favor, la siguiente vez que viera que alguien necesitaba ayuda, ayudara a esa persona. Joe añadió: «…y piense en mí».
Esperó hasta que la señora encendiera el auto y se fuera. Había sido un día frío y deprimente, pero se sintió bien al dirigirse a su casa, y su coche desapareció en el crepúsculo. En el camino, unos cuantos kilómetros después, la señora se detuvo en una pequeña cafetería. Fue a comer algo y calentarse un poco antes de seguir en la última etapa de su viaje a su casa. Era un restaurante sombrío. Afuera había dos viejos surtidores de gasolina. Nada de eso le resultaba conocido. La caja registradora era como el teléfono de un actor sin trabajo; no sonaba mucho.
La mesera se acercó y le entregó una toalla limpia para secarse el pelo mojado. Tenía una dulce sonrisa; y aunque llevaba todo el día de pie, esa sonrisa no había desaparecido. La señora notó que la mesera tendría casi ocho meses de embarazo, pero no permitía que el esfuerzo y las molestias cambiaran su actitud. La anciana pensó en que la mesera, que tenía tan poco, era muy generosa con ella, una desconocida. Entonces, recordó a Joe.
Después de comer, mientras la mesera fue a buscar el cambio del billete de cien dólares, la señora se fue. Para cuando volvió la mesera, la señora ya se había ido. Se preguntó dónde habría ido la señora. Entonces, notó que había algo escrito en una servilleta. Con lágrimas en los ojos leyó lo que la señora había escrito. La nota decía: «No me debes nada. He estado en esa situación. Alguien me ayudó una vez, como yo te estoy ayudando a ti. Si de verdad quieres devolverme el favor, esto es lo que debes hacer. No dejes que la cadena de amor termine contigo».
La mesera tenía que limpiar mesas, volver a llenar los azucareros, y servir a los clientes, pero terminó el día de trabajo. Esa noche, cuando llegó a casa después del trabajo y se acostó en la cama, pensaba en el dinero y en lo que la señora había escrito. ¿Cómo podría haber sabido aquella señora cuánto lo necesitaban ella y su esposo? El bebé nacería en un mes; la situación iba a ser difícil. Sabía que su esposo estaba muy preocupado. Estaba dormido a su lado en la cama y ella le dio un suave beso y susurró: «Todo va a estar bien. Te amo, Joe». Anónimo
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Entrega amor a dondequiera que vayas; en primer lugar, en tu casa. Da amor a tus hijos, a tu esposa o marido, al vecino. […] Que quien se acerque a ti, al marcharse sea mejor y más feliz. Sé la expresión viviente de la bondad de Dios; bondad en tu rostro, bondad en tus ojos, bondad en tu sonrisa, bondad en tu cordial saludo. Madre Teresa
Nadie busque su propio bien, sino el de su prójimo. 1 Corintios 10:24
Si alguien que posee bienes materiales ve que su hermano está pasando necesidad y no tiene compasión de él, ¿cómo se puede decir que el amor de Dios habita en él? Queridos hijos, no amemos de palabra ni de labios para afuera, sino con hechos y de verdad. 1 Juan 3:17-18
Publicado en Áncora en febrero de 2025.
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