La presencia de Dios en momentos de soledad

enero 30, 2025

Tesoros

[God’s Presence in Times of Loneliness]

Dios decidió de antemano adoptarnos como miembros de Su familia al acercarnos a sí mismo por medio de Jesucristo. Eso es precisamente lo que Él quería hacer, y le dio gran gusto hacerlo.  Efesios 1:5

La Biblia nos dice que Dios creó a Adán y Eva a Su imagen (Génesis 1:27–28). Creó a la humanidad para relacionarse, pues Él mismo existe eternamente en una relación; Dios en tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Como seres creados a Su imagen, naturalmente buscamos relacionarnos, tener amistades y estar en comunidad.

Dios no quería que la gente enfrentara la vida en solitario ni que viviera aislada de los demás (Romanos 12:5; Eclesiastés 4:9–12). Quería que el ser humano viviera, amara y compartiera su vida con otros (Hebreos 10:24,25). Sin embargo, la enorme desintegración de la vida familiar y comunidades que ha ocurrido en la cultura contemporánea ha creado lo que se conoce como una epidemia de soledad.

En el mundo actual, la autosuficiencia y la independencia son elevadas y se consideran virtudes. El mito de la independencia y la autonomía se exaltan en los medios de comunicación, en las redes sociales, y la publicidad promueve el mensaje de que es una señal de debilidad reconocer que los seres humanos nos necesitamos unos a otros. Se nos dice que cada persona debe pensar ante todo en sí misma, y buscar la satisfacción personal. Sin embargo, vemos que la soledad y el aislamiento son algunos de los grandes males de nuestro tiempo. El aislamiento social y la soledad son un mayor riesgo para la prosperidad de la humanidad que en anteriores periodos de la Historia en los que existía una mayor interdependencia y la vida comunitaria era la estructura de la sociedad.

Cuando aceptamos a Jesús como nuestro Señor y Salvador, somos adoptados en la familia de Dios como hijos de Dios por la eternidad (Juan 1:12). «Miren cuán gran amor nos ha otorgado el Padre: que seamos llamados hijos de Dios. Y eso somos» (1 Juan 3:1). Dios es nuestro Padre (2 Corintios 6:18) y Jesús nos llamó Sus amigos (Juan 15:15). Somos herederos del reino de Dios (Romanos 8:14–17) y pertenecemos a Su familia: Su iglesia, el cuerpo de creyentes (Efesios 2:19–22).

Al ser cristianos, estas verdades inalterables son nuestras, incluso si estamos solos en este mundo y luchamos con la soledad y el aislamiento. Nuestra esperanza no está en este mundo, sino en el Cielo. «Ya que han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Concentren su atención en las cosas de arriba, no en las de la tierra, pues […] su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, que es la vida de ustedes, se manifieste, entonces también ustedes serán manifestados con Él en gloria» (Colosenses 3:1–4).

Hay una profunda sensación de tristeza y desesperanza cuando sentimos que estamos solos en el mundo y no tenemos amigos, que a nadie le importamos o que nadie nos apoyaría en nuestro momento de mayor necesidad. David en la Biblia pasó momentos en que sintió una gran soledad y con desesperación clamó a Dios. «Vuélvete a mí y tenme piedad, porque estoy solitario y afligido» (Salmo 25:16). Y más adelante en los Salmos, proclama: «Padre de los huérfanos y defensor de las viudas es Dios en Su santa morada. Dios prepara un hogar para los solitarios» (Salmo 68:5,6).

Dios quiere que amemos a los demás y que tengamos relación con otras personas, que es para lo que nos diseñó como seres humanos, y nos mandó amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22:39). Pero el primer lugar en nuestro corazón y en nuestra vida debe estar reservado para Él. «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con toda tu fuerza» (Marcos 12:30). Solo Jesús puede satisfacer nuestra alma y nunca dejarnos, nunca abandonarnos, y nada nos podrá separar de Su amor (Romanos 8:38–39).

En una ocasión, San Agustín (354–430 d.C.) escribió: «Nos hiciste, Señor, para Ti; y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti». Dios ha creado un lugar especial en nuestro corazón que solo Él puede ocupar. El espíritu humano, esa personalidad intangible del verdadero ser que mora en tu cuerpo, nunca estará completamente satisfecho sin la unión plena con el gran Espíritu amoroso que lo creó.

El mundo intentará satisfacer tu alma,
y puedes buscar por doquier sin hallar nada.
No conocerás la verdadera satisfacción
hasta que hayas encontrado al Señor.

Solo Jesús puede cambiar tu corazón
y sanarte, darte paz, sin desilusión;
ofrecerte amor, alegría, el Cielo.
Solo Él puede satisfacer esos anhelos.
  Lanny Wolfe

Hay momentos en que el Señor nos permite experimentar soledad, y empatiza con nosotros en esos casos. La Biblia nos dice que «no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros» (Hebreos 4:15). A veces el Señor permite que nosotros, Sus hijos, nos sintamos solos para que nos acerquemos más a Él y para enriquecer y profundizar nuestra relación con Él y recordarnos que nuestro futuro eterno está con Él. Se nos recuerda que, como una antigua canción cristiana expresa: este mundo no es nuestro hogar, aquí de paso estamos.

Se cuenta la anécdota sobre George Matheson (1842–1906), el famoso autor de himnos cristianos. Estaba profundamente enamorado y a punto de contraer matrimonio cuando el médico le dio la noticia de que estaba perdiendo la visión y en seis meses se quedaría ciego. Eso le produjo gran pesar, pero no le parecía justo no decírselo a su novia ni presentarle la alternativa de si todavía quería casarse con él.

Aquella noche fue a casa de ella y estuvieron sentados en el sofá tomados de las manos; conversaron sobre esto y lo otro, hasta que finalmente se armó de valor para darle la noticia de que para la fecha de la boda él estaría totalmente ciego. Sintió que la mano de ella temblaba y se soltaba de la suya. Luego, prorrumpiendo en lágrimas, dijo: «Lo siento mucho, George, ¡pero no puedo casarme contigo!»

Destrozado y apesadumbrado, el mundo se le vino abajo. Regresó desanimado a su casa. Se sentó a solas en su escritorio; pensó que, en ese momento, solo le quedaba Jesús en este mundo. Tomó un papel y su antigua pluma de ave, y escribió el himno que desde entonces ha consolado a millones de personas:

Amor que no me desasiste,
descanso mi fatiga en Ti;
devuelvo la vida que me diste
para que en Tu mar su fluir
más rico, rico, rico sea, sí.

Oh Dicha envuelta en el pesar:
ya no te cierro el corazón.
Tras la tormenta se verá
el arco iris y al final
se borrará el dolor.

Lo maravilloso de ser cristiano es que jamás volverás a estar en completa soledad —sea lo que sea que enfrentes en este mundo— porque siempre tendrás a Jesús. Cuando todo lo demás se haya acabado, todavía tendrás a Jesús. Cuando otros te abandonen, o seres queridos hayan partido de este mundo, Jesús todavía estará contigo. Cuando amigos y familiares te abandonen porque no están dispuestos a aceptar que te has convertido al cristianismo, todavía tendrás a Jesús. Jesús prometió: «Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20). Cuando parezca que no te queda nada en este mundo, todavía tendrás a Jesús, y Él es suficiente.

Otra razón por la que el Señor a veces permite que los cristianos experimentemos soledad es para que salgamos al encuentro de otras almas solitarias y les llevemos el consuelo y el amor de Jesús. Hay tantas personas a nuestro alrededor que están solas y buscan el amor verdadero y la esperanza eterna, como nosotros lo hicimos antes de que fuéramos adoptados en la familia de Dios (Efesios 1:5). Puedes dar un paso de fe, hablar de Jesús con alguien hoy y ayudar a que esa persona encuentre el gozo eterno, no solo amistad y compañía, sino el amor de Dios que satisfará su más profunda necesidad de amor y comunión eterna (1 Juan 4:8).

Haz un esfuerzo por comunicarte con alguien hoy. Descubre las maravillas que puede hacer el amor de Dios. Encontrarás la paz, el gozo y la satisfacción en tu vida a medida que te vayas al encuentro de otros corazones solitarios. A medida que les manifiestes interés y preocupación, puedes señalarles el camino hacia el Señor, quien es el único que puede de verdad satisfacer los anhelos más profundos de todo corazón. A medida que los guíes hacia la Biblia, encontrarán verdad, respuestas, esperanza y promesa para el futuro, sin importar las circunstancias que enfrenten en la Tierra.

La Palabra y el amor de Dios deben entregarse a otros, y el amor que Él pone en tu corazón debe darse libremente. «Den, y recibirán. Lo que den a otros les será devuelto por completo: apretado, sacudido para que haya lugar para más, desbordante y derramado sobre el regazo. La cantidad que den determinará la cantidad que recibirán a cambio» (Lucas 6:38). Si con sinceridad te preocupas por otros, y les entregas el amor de Dios, Él ha prometido que a medida que des y compartas con los demás, Él te lo devolverá en abundancia.

Los cristianos sabemos que solo Jesús puede satisfacer el anhelo más profundo de cada corazón humano, el de tener amor, aceptación y comprensión. Él es el único que puede de verdad satisfacer ese vacío y soledad que todos experimentamos a veces en la vida. Cuando recordamos las bellas promesas que Dios ha hecho acerca de todo lo que nos espera en la otra vida, en el Cielo, eso nos ayuda a recordar que las pruebas y tribulaciones de esta vida presente no son dignas de ser comparadas con la gloria que nos ha sido prometida en Cristo Jesús (Romanos 8:18).

Tomado de un artículo de Tesoros, publicado por La Familia Internacional en 1987. Adaptado y publicado de nuevo en enero de 2025.

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