Invitación a la gran cena

octubre 14, 2024

Peter Amsterdam

[Invitation to the Great Banquet]

Jesús relató la parábola de la gran cena en medio de una comida sabática en la casa de un destacado fariseo. Durante la comida, les dijo a los presentes: «Cuando hagas banquete, llama a los pobres, a los mancos, a los cojos y a los ciegos; y serás bienaventurado, porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos» (Lucas 14:13–14).

Al oír esto, uno de los que estaban a la mesa respondió: «¡Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios!» (Lucas 14:15). Con esa exclamación la persona sentada a la mesa abrió la puerta para que Jesús emitiera Su opinión sobre el popularmente conocido banquete mesiánico, la interpretación judaica de lo que ocurriría al cabo de los tiempos. El libro de Isaías se refiere a ese banquete o cena:

En este monte el Señor de los ejércitos ofrecerá un banquete a todos los pueblos. Habrá los manjares más suculentos y los vinos más refinados. En este monte rasgará el velo con que se cubren todos los pueblos, el velo que envuelve a todas las naciones. Dios el Señor destruirá a la muerte para siempre, enjugará de todos los rostros toda lágrima, y borrará de toda la tierra la afrenta de Su pueblo. El Señor lo ha dicho (Isaías 25:6–8).

Si bien este pasaje aduce que todos los pueblos estarán presentes en el banquete y que se enjugarán las lágrimas de todos, en la época de Jesús era una concepción común entre el pueblo judío que dichos versículos excluían a los gentiles (no judíos). Jesús, no obstante, tenía una concepción distinta acerca de quién se sentaría a la mesa mesiánica. En lugar de responder como se habría esperado con algún comentario sobre guardar la ley mosaica o declarando que quienes cumpliesen la ley se sentarían en el banquete con el Mesías, Jesús les refirió una parábola.

Un hombre hizo una gran cena y convidó a muchos. A la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: «Venid, que ya todo está preparado.» Pero todos a una comenzaron a excusarse.

El primero dijo: «He comprado una hacienda y necesito ir a verla. Te ruego que me excuses.» Otro dijo: «He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego que me excuses.» Y otro dijo: «Acabo de casarme y por tanto no puedo ir.»

El siervo regresó e hizo saber estas cosas a su señor. Entonces, enojado el padre de familia, dijo a su siervo: «Ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, a los mancos, a los cojos y a los ciegos.»

Dijo el siervo: «Señor, se ha hecho como mandaste y aún hay lugar.» Dijo el señor al siervo: «Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar para que se llene mi casa, pues os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados gustará mi cena.» (Lucas 14:16–24.)

En esos días, cuando alguien ofrecía un banquete, se hacía una invitación inicial informando a los invitados de la fecha del evento. Al momento de ese anuncio los invitados expresaban si acudirían o no, y en caso de que accedieran a asistir, contraían un compromiso. Ese compromiso era importante, porque el anfitrión preparaba el banquete y sacrificaba los animales necesarios para alimentar a todos los invitados. Cuando el banquete estaba listo, el anfitrión enviaba a su siervo a recorrer el pueblo anunciando a los invitados: «Hagan el favor de venir, que todo está listo»1.

La cena descrita en la parábola de Jesús es de grandes proporciones, y el anfitrión sabe cuántos han aceptado la invitación y se han preparado como corresponde. En el momento señalado, el siervo va y les informa que es hora de asistir. Hasta ese momento todo parece discurrir con normalidad; pero de pronto los oyentes se ven sacudidos por la pasmosa afirmación de que los convidados a la fiesta se niegan a cumplir con la invitación: todos a una comenzaron a excusarse.

Todos los que escuchaban el relato entendieron que la negativa a asistir había sido un insulto deliberado hacia el anfitrión, el cual había sido humillado públicamente a los ojos de su pueblo. Las excusas ofrecidas por no honrar su compromiso fueron flojas e inaceptables.

La excusa del primer convidado fue: «He comprado una hacienda y necesito ir a verla». Los oyentes del relato sabían que era una mentira descarada. Comprar una hacienda a ciegas era algo insólito. La excusa que se le dio al siervo del anfitrión fue con la intención de insultar, aunque por lo menos el primer invitado pide que se lo disculpe.

Otro de los convidados presenta la excusa de que «he comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos». Ese también era un pretexto muy pobre, porque antes de comprar una yunta de bueyes, el comprador iba al terreno del vendedor, uncía los bueyes y araba un poco la tierra. Esa segunda excusa era asimismo un invento y un insulto.

El tercer convidado alega que acaba de tomar a una mujer por esposa y que no puede asistir. Ni siquiera se toma la molestia de excusarse; simplemente manifiesta que no puede ir, lo cual sería sumamente maleducado y ofensivo en la cultura de la época.

Cuando el dueño de casa advierte que la intención de los convidados es avergonzarlo y humillarlo, se enoja con toda razón. En esas circunstancias puede responder con insultos verbales o inclusive amenazar con tomar alguna medida punitiva para sancionar a los que lo han deshonrado públicamente. No obstante, pese a la rabia que siente, responde con gracia en lugar de venganza.

Si bien los invitados inicialmente eran compañeros de la misma categoría del anfitrión, de quienes se hubiera esperado que correspondieran convidando a este a una cena parecida en el futuro, el anfitrión resuelve invitar a los que jamás podrían corresponderle: los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. Jesús alude aquí a los marginados dentro del pueblo de Israel, la gente común que gustosamente recibía Su mensaje.

El amo de la casa rompe con el código social. No se limita a invitar a gente de poder, fortuna y privilegio; acoge más bien a cualquiera que acceda a venir a su mesa. Acatando las órdenes de su amo, el siervo sale por las calles y caminos de la ciudad en busca de personas consideradas de menor rango social y marginadas. El siervo no solo las invita al banquete, sino que las trae consigo.

Habiendo hecho eso, le dice al anfitrión que el banquete aún no está copado y que todavía quedan puestos. Este la da entonces instrucciones para que trascienda los linderos de la ciudad y busque afuerinos, gente que no forme parte de la población, y los haga acudir a la fiesta. La idea de hacerlos venir no significa que los fuerce a asistir. Por los usos y costumbres de la época, esa gente de afuera estaba obligada a no aceptar una invitación inesperada, particularmente si era de condición social más baja que el anfitrión. No eran parientes ni vecinos siquiera del convidador, sino afuerinos que de ninguna manera podían corresponderle la invitación. De ahí que según las normas de la sociedad debían declinar. Consciente de eso, el siervo debía tomar del brazo a cada uno y con suavidad llevarlos hasta la casa a fin de demostrar que la invitación era de verdad2.

¿Qué mensaje transmitió Jesús a los que se encontraban presentes con Él ese día? Puso el foco en el desdén con que un grupo recibió las invitaciones al banquete, seguido por las invitaciones que inesperadamente recibieron otras personas. Las excusas invocadas por los convidados tienen todas que ver con preocupaciones sobre asuntos cotidianos de la vida y las relaciones. Ellos mismos optaron por restarse y no asistir a la cena. Desairaron al anfitrión y rechazaron su invitación, aduciendo razones relativas a sus posesiones y su familia, lo que refleja algunos de los motivos por los que las personas se han negado a aceptar la invitación de Dios a lo largo de la Historia.

La pregunta planteada en la parábola es: «¿Quién estará presente en el banquete?» La respuesta de Jesús los tomó por sorpresa. La creencia judía convencional era que todo nacido de madre judía asistiría automáticamente al «banquete mesiánico» por el simple derecho de ser judío. Jesús manifestaba en cambio que en realidad la asistencia al banquete está determinada por el modo en que uno responde a la invitación divina.

Como escribió Klyne Snodgrass: «La idea de estos textos y de la parábola de la gran cena se puede resumir con una afirmación y una pregunta: Dios está organizando una fiesta. ¿Asistirás tú?»3

Jesús enseñó este concepto a través de Sus dichos y hechos narrados a lo largo de los Evangelios, mientras cenaba con recaudadores de impuestos y pecadores (Mateo 9:10–12). Dijo: «Os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; pero los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes» (Mateo 8:11–12).

Asistir al banquete depende de si se acepta la invitación. Muchos a lo largo y ancho del mundo puede que den por sentado que asistirán al banquete pensando que sus creencias son las indicadas, que pertenecen al grupo correcto, que hacen obras de caridad, o que gozan de buena reputación. Así y todo, las enseñanzas de Jesús en esta parábola y otros pasajes indican que los que dan por hecho que estarán allí no necesariamente serán incluidos, y muchos que no pensaban que estarían, sí estarán (Mateo 7:21). No asistimos a la cena según nuestras propias condiciones; debemos aceptar la invitación y acudir, no permitiendo que los afanes de este mundo nos distraigan.

Venir al banquete, degustar deliciosos manjares, beber excelente vino y compartir con los otros invitados son conceptos que transmiten alegría, felicidad y aceptación. En cierto sentido, como cristianos, nuestro papel es similar al del siervo de esta parábola, ya que salimos e invitamos a la mesa de Jesús a otras personas de nuestra comunidad (Marcos 16:15). Nuestro mensaje debería ser de invitación a la dicha que representa el regalo de la salvación eterna que Jesús nos ofrece y compartir Su amor por toda la humanidad.

Suele ocurrir que quienes están enfrascados en los afanes y asuntos de esta vida prestan poca atención a la invitación; no obstante, debemos hacer todo lo posible para que entiendan que están invitados. No debemos enfocar la atención exclusivamente en los que gozan de aceptación social, en los educados y pudientes, o en quienes pueden correspondernos. La invitación es para todos, incluidos los parias de la sociedad, los marginados, los desfavorecidos y aquellos con los que tal vez no nos sentimos cómodos.

El mensaje del reino es la gracia. No hay nada que pueda hacer una persona para merecerse la invitación a la cena. Simplemente somos invitados y no hay otro requisito que aceptar. Es por gracia que somos salvos. Pero cada cual debe decidir si acepta la gracia y viene a la fiesta.

Publicado por primera vez en diciembre de 2017. Adaptado y publicado de nuevo en octubre de 2024.


1 Bailey, Kenneth E.: Jesús a través de los ojos del Medio Oriente, Grupo Nelson, 2012.

2 Bailey, Kenneth E.: Las parábolas de Lucas: Un acercamiento literario a través de la mirada de los campesinos de Oriente Medio, Biblioteca Teológica Vida, 2009.

3 Klyne Snodgrass, Stories with Intent (Grand Rapids: William B. Eerdmans, 2008), 314.

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