octubre 8, 2024
[Healing a Broken Heart]
El diccionario de la RAE define así la palabra congoja: «Desmayo, fatiga, angustia y aflicción del ánimo». Lo que ocurrió en la vida de Job puede ser el primer registro bíblico de congoja. En un solo día, Job perdió a sus hijos, casi todas las posesiones materiales, su salud y sus medios de subsistencia. ¿Cuál fue la respuesta de Job? «Entonces Job se levantó, rasgó su manto, se rasuró la cabeza, y postrándose en tierra, adoró, y dijo: “Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá. El Señor dio y el Señor quitó; bendito sea el nombre del Señor”» (Job 1:20,21). Job estaba afligido. Sin embargo, […] aprendió lo que todos los creyentes pueden aprender al pasar por la angustia: Dios es fiel, bueno y digno de confianza.
David, un hombre conforme al corazón de Dios, sufrió muchas circunstancias desgarradoras. […] El Salmo 34 da un ejemplo de cómo David superó la angustia clamando al Señor. Notemos el primer paso: «Busqué al Señor, y Él me respondió, y me libró de todos mis temores» (Salmo 34:4). David sabía que «cercano está el Señor a los quebrantados de corazón, y salva a los abatidos de espíritu» (Salmo 34:18). […]
En un momento de desesperación, uno podría preguntarse: «Puede que Dios ayudara a David, ¿pero se preocupa por mí?» ¡La respuesta es que sí! […]. Dios no fallará al cristiano acongojado que hoy clame a Él. Es posible que no siempre conteste de la manera que nos gustaría, pero responde conforme a Su perfecta voluntad y en Su momento; y mientras esperamos la respuesta, Su gracia es suficiente (2 Corintios 12:9). GotQuestions.org1
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Mi padre abandonó a su esposa y cuatro hijos cuando yo era pequeño. Nunca lo vi y nunca supe de él, y hasta que tuve 18 años creía que había muerto. Cuando la tía Emma, hermana de mi padre, me dijo que él estaba vivo, quedé asombrado. Le di la foto de mi graduación para que se la entregara a mi padre y esperaba que él se pusiera en contacto conmigo. Nunca lo hizo.
Más adelante, cuando entregué mi vida a Jesús, llegué a tener una relación con Él y conocí Su amor. Sin embargo, tenía miedo de Dios el Padre. Parecía imposible conocerlo como un Padre tierno y amoroso.
Un día, supe que mi padre había muerto. No se cumpliría mi más profunda oración de conocerlo. Sentí un enorme dolor y visité a la tía Emma. Ella me contó un poco sobre la vida de mi padre y su muerte; añadió que él había decidido no verme porque tenía mucha vergüenza de su comportamiento cuando era un joven padre. Debe haber sabido, por medio de mi tía, que durante 17 años yo había preguntado por él.
Estuve de pie frente a su tumba y me sentía abrumado por la angustia. Mi búsqueda había terminado. Clamé a Dios: «¡Es demasiado tarde, demasiado tarde! ¡No tengo padre!»
En ese momento escuché una voz que decía: «Yo soy tu Padre». Me di la vuelta, pero no había nadie. Volví a escuchar esas palabras, pero estaba vez en un tono más suave: «Yo soy tu Padre». Al principio, fue difícil creerlo, pero me hablaba el Dios del que yo había tenido miedo. Sentí que Su amor me envolvía. Como Dios se reveló a Sí mismo como un Padre, ya no sentía el dolor de un hijo abandonado, ni el dolor de mi búsqueda infructuosa. Sané de modo que solo queda el recuerdo y no tengo dolor.
Me cambió la vida aquella tarde en el solitario cementerio. Dios había sido solo una distante figura de la Trinidad; y ahora es el Padre con el que hablo y camino, al que alabo a diario. Me doy cuenta de que este estupendo Padre ama tanto a todos Sus hijos que espera el día en que pueda acercarnos a Él para siempre. Robert DeGrandis2
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Ruptura de relaciones, decepción, pérdida de un empleo, un sueño que no se pudo realizar u otras circunstancias difíciles pueden ser causa de congoja o sufrimiento, y el dolor puede ser abrumador. […]
El tiempo es quizá la solución más coherente que da la sociedad para lidiar con la pena. El tiempo ayudará, pero los que creen en Jesús no tienen que simplemente esperar para hallar alivio del dolor por la congoja. Podemos acudir a Dios con el corazón quebrantado y hallar consuelo. […] Dios realmente se interesa, y Él es de verdad asombroso. Recordar eso, y acudir a Dios, puede ser un bálsamo para nuestro dolor. […]
La naturaleza pecaminosa de nuestro mundo significa que vivimos con desilusiones y dolor. ¡Pero no debemos desesperarnos! Dios ha dicho: «Nunca te dejaré ni te desampararé» (Hebreos 13:5). Dios puede consolarte (2 Corintios 1:3,4). […] En vez de sucumbir a la desesperanza que tal vez acompañe a nuestro corazón quebrantado, podemos hacer que esa congoja nos recuerde que solo Dios puede verdaderamente satisfacer nuestras necesidades más profundas. Deja que tu congoja te lleve a Dios, donde encontrarás amor insondable.
El Salmo 62:8 dice: «Confíen en Él en todo tiempo, Oh pueblo; derramen su corazón delante de Él; Dios es nuestro refugio». El Salmo 56:8 nos dice que Dios lleva un registro de nuestras lágrimas. Está bien sentir dolor y comunicar a Dios nuestra congoja. Cuéntale todo a Dios. Luego, confía en que te dará consuelo. La vida no se ha terminado. Dios está obrando, y es fiel para terminar Su buena obra en ti (Filipenses 1:6). CompellingTruth.org3
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Al rememorar las encrucijadas en las que me he visto a lo largo de mi vida —momentos en que parecía que las cosas habían dado un giro poco feliz o que mis planes y objetivos habían sufrido un duro revés—, me doy cuenta de que mi fe ha desempeñado un importante papel, y de que me ha ayudado a sobrellevar la congoja y las circunstancias adversas, y salir airosa de los aprietos.
Como he sido misionera durante 40 años, mayormente prestando servicios a la comunidad y trabajando como voluntaria en el extranjero, la fe ha sido por supuesto una fuerza impulsora en mi trabajo y en mi vida privada. Aprendí a confiar en que, fuera cual fuera la dificultad, al final del túnel había luz y un rayo de esperanza.
Cuando mi segundo niño nació prematuro a los 7 meses con los pulmones poco desarrollados y un pulso débil, quedé deshecha. Los médicos le veían pocas posibilidades de llevar una vida normal y saludable. Estuvo un mes en una incubadora. Aunque el miedo de perderlo casi me asfixia, me aferré a la fe, y los dos sobrellevamos la larga espera hasta que le dieron el alta, después que subió de peso y se le declaró en buen estado de salud. «Ahora bien, la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Y sin fe es imposible agradar a Dios. Porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que Él existe, y que recompensa a los que lo buscan» (Hebreos 11:1,6).
Cuando en el 2003, después de dos años de quimioterapia, se me murió un hijo a causa de la leucemia, yo estuve al borde de la desesperación. La fe me acompañó por la senda del sufrimiento y el duelo hasta que llegué a un lugar mejor. «Considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada» (Romanos 8:18).
Fui incapaz de ayudar a un ser querido a vencer su adicción a las drogas, y me resultó desgarrador ser testigo de los conflictos matrimoniales y profesionales que su vicio le acarreó. La fe, sin embargo, me dio esperanzas cuando no las había, y fuerzas para creer que la batalla podía ganarse. «Todo lo que es nacido de Dios vence al mundo. Y esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe» (1 Juan 5:4).
Desde 1995, en los años que llevo trabajando en el continente africano, con toda su inseguridad y pobreza, la fe ha sido mi escudo. Me ha dado el valor y el aguante para persistir en los momentos en que todo parece absurdo y disparatado o cuando las energías y la voluntad flaquean. «Sin embargo, respecto a la promesa de Dios, Abraham no titubeó con incredulidad, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, estando plenamente convencido de que lo que Dios había prometido, poderoso era también para cumplirlo» (Romanos 4:20,21).
Una y otra vez la fe en Dios ha vuelto controlables las circunstancias adversas, tangible la felicidad, soportables las decepciones, llevaderas las pérdidas, y me ha comunicado la certeza de que el sol siempre volverá a brillar. Iris Richard
Publicado en Áncora en octubre de 2024.
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