septiembre 12, 2024
[Perseverance in Prayer]
«Señor, enséñanos a orar». Lucas 11:1
Dios espera que Sus hijos lo busquen y se acerquen a Él en oración, que entablen una relación personal con Él como nuestro Padre celestial. Su Palabra dice: «Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón» (Jeremías 29:13), y «acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes» (Santiago 4:8). Cada uno de nosotros debemos aprender a comunicarnos de forma particular e íntima con el Señor por medio de la oración, que es el medio por el cual tenemos una comunicación directa con Dios.
Aunque a diario deberíamos dedicar un rato a la comunión con el Señor —en oración y lectura de Su Palabra— Jesús también nos dijo que deberíamos orar constantemente durante el día. Contó a Sus discípulos una parábola «para mostrarles que debían orar siempre» (Lucas 18:1). También les dijo: «Velen y oren» (Mateo 26:41), y Pablo nos enseñó a orar sin cesar (1 Tesalonicenses 5:17). La oración es una manera de mantenernos cerca del Señor y constantemente en Su presencia, dependiendo de Él y de Su guía.
Aunque nuestro Padre celestial sabe lo que necesitamos antes que lo pidamos (Mateo 6:8), debemos acudir a Él y reconocer que somos incapaces de resolver por nuestra cuenta todos nuestros problemas y que necesitamos Su ayuda y guía. La Biblia nos enseña: «Reconócelo en todos tus caminos y Él enderezará tus sendas» (Proverbios 3:6).
Como hijos de Dios, debemos reconocer Su poder y manifestar nuestra fe en Él pidiéndole ayuda, guía, provisión y bendición, y encomendándole todo lo que nos preocupa. La Biblia dice: «¿Quién de ustedes, si su hijo pide pan, le da una piedra? ¿O si pide un pescado, le da una serpiente? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le pidan!» (Mateo 7:9–11).
Por tanto, no creas que debes resolver tú mismo todas las complicaciones que se te presenten y tomar todas tus decisiones. Presenta tus decisiones a Dios en oración y busca Su guía y sabiduría. La Biblia dice que separado de Él nada puedes hacer (Juan 15:5), pero con Él puedes decir: «¡Todo lo puedo en Cristo que me fortalece!» (Filipenses 4:13). Así pues, cuando necesites ayuda, cuéntaselo a Jesús.
«Echa tu carga sobre el Señor, y Él te sostendrá». «Echen sobre Él toda su ansiedad porque Él tiene cuidado de ustedes» (Salmo 55:22; 1 Pedro 5:7). Jesús dijo: «Mi yugo es fácil, y ligera Mi carga». Pero hay una condición; Él dice: «Vengan a Mí» (Mateo 11:28–30). Cuando vayas ante el Señor en oración y con fe y acción de gracias, encontrarás alegría, paz y fortaleza en Su presencia.
En eso consiste la oración. No es un simple rito religioso, sino una relación viva. Como dice un antiguo himno:
Oh, qué gran amigo es Cristo:
Él llevó nuestro dolor.
Nos ha dado el privilegio
de buscarlo en oración.
Si vivimos desprovistos
de paz y consolación,
es porque no entregamos
todo a Dios en oración.
Joseph M. Scriven (1820-1886)
Es muy importante aprender a encomendar al Señor nuestras cargas, padecimientos y necesidades, y confiar en que Él escuchará nuestras oraciones y las responderá.
La Biblia enseña que «para siempre, oh Señor, permanece Tu palabra en los cielos» (Salmo 119:89), y Malaquías 3:6 dice: «Yo, el Señor, no cambio». Hay otros aspectos de la voluntad de Dios que son inalterables, como Sus promesas y Su regalo de la salvación para todos los que ponen en Jesús su confianza. También hay veces en que determinadas cosas están establecidas, y tenemos que someternos a Su voluntad y aceptar cómo obra el Señor en nuestra vida. Sin embargo, no siempre es así. Hay veces en que nuestra aceptación pasiva de las situaciones y circunstancias simplemente es falta de fe y determinación para luchar en oración, una actitud que se conoce como fatalismo.
La Biblia nos enseña a simultáneamente encomendar todo al Señor en oración ferviente, mientras confiamos en Él y pedimos que se haga Su voluntad en la Tierra como en el Cielo (Mateo 6:10). Las Escrituras nos dicen: «Pongan todas sus preocupaciones y ansiedades en las manos de Dios, porque Él cuida de ustedes» (1 Pedro 5:7), y «no se preocupen por nada; en cambio, oren por todo. Díganle a Dios lo que necesitan y denle gracias por todo lo que Él ha hecho» (Filipenses 4:6). No se supone que aceptemos de forma pasiva todo lo que enfrentamos en la vida, sino que activamente presentemos nuestras preocupaciones a Dios en oración.
Cuando oramos, debemos creer que Dios oye nuestras oraciones y ha prometido respondernos conforme a Su voluntad. La Biblia dice: «La oración ferviente de una persona justa tiene mucho poder y da resultados maravillosos» (Santiago 5:16). Pero el profeta Isaías se lamentó una vez: «Nadie invoca Tu nombre ni se esfuerza por aferrarse a ti» (Isaías 64:7). Nuestras oraciones para que Dios intervenga deben ser fervientes, persistentes, como señala este relato de la Biblia.
Supongan que uno de ustedes va a la casa de un amigo a medianoche para pedirle que le preste tres panes. Le dices: «Acaba de llegar de visita un amigo mío y no tengo nada para darle de comer».
Supongan que ese amigo grita desde el dormitorio: «No me molestes. La puerta ya está cerrada, y mi familia y yo estamos acostados. No puedo ayudarte». Les digo que, aunque no lo haga por amistad, si sigues tocando a la puerta el tiempo suficiente, él se levantará y te dará lo que necesitas debido a tu audaz insistencia.
Así que les digo, sigan pidiendo y recibirán lo que piden; sigan buscando y encontrarán; sigan llamando, y la puerta se les abrirá. Pues todo el que pide, recibe; todo el que busca, encuentra; y a todo el que llama, se le abrirá la puerta (Lucas 11:5–10).
¿Qué podemos aprender de esta parábola en la que Jesús enseñaba a Sus discípulos sobre la oración? Si de verdad necesitas algo, y crees que tu petición está dentro de la voluntad de Dios, o intercedes a favor de otros, o le pides que haga prosperar alguna tarea importante que llevas a cabo, entonces ora fervientemente por ello. ¡Sé persistente! «Busca y hallarás», y si tus oraciones no son respondidas de inmediato, ¡no te rindas! Sigue tocando a la puerta del Cielo con tus oraciones y confía en que la puerta se abrirá conforme a la voluntad de Dios buena y perfecta. «Esta es la confianza que tenemos al acercarnos a Dios: que, si pedimos cualquier cosa conforme a Su voluntad, Él nos oye. Y si sabemos que Dios oye todas nuestras oraciones, podemos estar seguros de que ya tenemos lo que le hemos pedido» (1 Juan 5:14,15).
Dios ha hecho muchas promesas que se encuentran registradas en la Biblia, promesas para los que lo aman y adoran, y que podemos invocar para nuestras necesidades cotidianas. La Palabra de Dios dice: «Su divino poder nos ha concedido todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad por medio del conocimiento de aquel que nos llamó por Su propia gloria y excelencia. Mediante ellas nos han sido dadas preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas ustedes sean hechos participantes de la naturaleza divina» (2 Pedro 1:3,4).
Nunca deberíamos tomar a la ligera las promesas de Dios, ni pasarlas por alto, porque por ellas somos «participantes de la naturaleza divina». Por medio de las promesas de Dios somos partícipes de Su regalo de salvación y vida eterna, prometida a todos los que aceptan a Jesús, el hijo de Dios, como su Señor y Salvador. Por la fe en Sus promesas, recibimos el «derecho de ser hechos hijos de Dios», concedido a todos los que creen en Su nombre (Juan 1:12).
Para tener una vida de oración fuerte, es importante estudiar y conocer la Palabra de Dios. La fe crece por el fiel estudio de Su Palabra. «La fe proviene del oír, y el oír proviene de la palabra de Dios» (Romanos 10:17). Dios ha hecho promesas en Su Palabra, y cuando oras, puedes invocar esas promesas. Cuando citas la Palabra de Dios, es una declaración positiva de tu fe y confianza en Él. Porque «sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que Él existe y que recompensa a quienes lo buscan» (Hebreos 11:6).
Asimismo, deberíamos empezar y terminar nuestras oraciones con alabanza y agradecimiento, y entrar a la presencia de Dios con adoración. Su Palabra dice: «En toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias» (Filipenses 4:6). Los Salmos nos enseñan: «Entren por Sus puertas con acción de gracias, y a Sus atrios con alabanza. Denle gracias, bendigan Su nombre» (Salmo 100:4). Deberíamos entrar a la presencia del Rey de reyes ofreciéndole la debida reverencia y honor.
Claro, a veces nuestras oraciones no son respondidas de inmediato o de la manera que esperábamos. Es provechoso recordar que las demoras de Dios no son necesariamente negativas, y a veces solo debemos tener fe y esperar que Él responda, lo que a menudo resulta en que la prueba de nuestra fe produce paciencia (Santiago 1:3). Aprender paciencia parece ser una de las enseñanzas frecuentes, sin embargo, es una de nuestras más raras virtudes, ya que prueba nuestra fe y nos acerca al Señor y Su Palabra.
También es importante orar ante todo para que se haga la voluntad de Dios. Asegúrate que para lo que busques a Dios sea para Su gloria y dentro de Su voluntad. Jesús enseñó a Sus discípulos a orar: «Sea hecha Tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra» (Mateo 6:10), y Él mismo oró en las últimas horas antes de Su crucifixión: «No se haga Mi voluntad sino la Tuya» (Lucas 22:42).
Después de haber orado sobre algo y haberlo encomendado al Señor, necesitas tener fe en que Dios responderá conforme a Su voluntad, buena, aceptable y perfecta (Romanos 12:2). «Crean que ya han recibido todo lo que estén pidiendo en oración y lo obtendrán» (Marcos 11:24).
Una vez que hayas encomendado tu petición al Señor en oración, a partir de entonces depende de Dios. No necesitas preocuparte por ello. En realidad, la Biblia nos dice: «No se preocupen por nada» (Filipenses 4:6). Solo confía en el Señor, alábalo y agradécele por escuchar y responder tu oración, incluso si no ves la respuesta de inmediato. «Estén siempre gozosos. Oren sin cesar. Den gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para ustedes en Cristo Jesús» (1 Tesalonicenses 5:16–18).
Tomado de un artículo de Tesoros, publicado por La Familia Internacional en 1987. Adaptado y publicado de nuevo en septiembre de 2024.
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