agosto 9, 2024
[Walking in the Love of Christ]
En la primera epístola de Juan leemos la breve pero profunda afirmación de que «Dios es amor» (1 Juan 4:8). Juan explica a continuación: «En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros: en que Dios envió a Su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por Él» (1 Juan 4:9).
Si bien la frase Dios es amor no se encuentra en el Antiguo Testamento, a través de sus páginas leemos acerca del amor de Dios. El término hebreo que se emplea más comúnmente para expresar el amor de Dios en el Antiguo Testamento es chesed o hesed, que traducido significa amor inagotable, fiel amor y misericordia. De las 194 veces en que se usa la palabra, en 171 ocasiones alude al amor de Dios.
Cuando Dios se reveló a Moisés, se autocalificó de: «El SEÑOR, es Dios misericordioso y compasivo, que no se enoja con facilidad, lleno de fiel amor y lealtad. Muestra Su fiel amor por mil generaciones» (Éxodo 34:6,7). Dos veces dentro de este versículo Dios se refiere a Sí mismo empleando la frase fiel amor. Cabe mencionar que cuando en hebreo antiguo se recurría a la repetición era para dar énfasis a lo expresado. A lo largo del Antiguo Testamento Dios se refiere a Su amor inagotable que perdura «hasta mil generaciones» y se extiende «desde la eternidad y hasta la eternidad» (Deuteronomio 7:9; Salmo 103:17).
Desde el Génesis hasta Malaquías se caracteriza a Dios como el que ama fiel y eternamente. Además, el Nuevo Testamento declara sin rodeos que Dios es amor. A lo largo del Nuevo Testamento se representa a Jesús como el amor que entraña Su Padre por la humanidad. En Juan 3:16 leemos que «de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna».
Jesús fue el amor de Dios materializado en la Tierra, y a quienes lo amamos y creemos en Él nos instruyó que siguiéramos Sus enseñanzas para que permaneciéramos en Su amor y lo reflejáramos a los demás (Juan 15:9,10). Para ayudarnos a andar en Su amor envió al «Consolador, el Espíritu Santo, que —declaró— el Padre enviará en Mi nombre. Él les enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que Yo les he dicho» (Juan 14:26). Uno de los frutos de la presencia del Espíritu Santo es el amor (Gálatas 5:22).
Conviene saber que hay varios vocablos traducidos a nuestro idioma con la palabra amor pero que en el original griego del Nuevo Testamento poseen diversos significados. Uno de esos términos griegos es éros, que expresa el sentimiento de estar enamorado; este,sin embargo, no se emplea en el Nuevo Testamento. Otro vocablo traducido como amor es phília, que se emplea para expresar cariño, un vínculo estrecho de amistad profunda, amor por los semejantes, compasión y amor fraternal. El tercer vocablo es storgē, el cual se asocia al amor y afecto que las personas tienen por miembros de su familia, particularmente el que los padres albergan por sus hijos.
El cuarto vocablo y el que se utiliza más comúnmente para expresar amor en el Nuevo Testamento es agápē. Tal como se lo emplea en la Escritura significa el amor de Dios. Por ejemplo, en la frase Dios es amor de 1 Juan 4:8, el vocablo original griego es agápē. Todo lo que hace Dios está impulsado por Su amor y brota de ese amor. Agápē se refiere también al amor que abrigamos por Dios y nuestros semejantes, que Jesús destacó como el mayor de todos los mandamientos (Marcos 12:30,31), y al que manifestamos a los demás como reflejo de Cristo: «Un mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Como los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros» (Juan 13:34).
Cuando leemos sobre el amor (agápē) en los Evangelios y Epístolas vemos un amor que opta por anteponer las necesidades ajenas a las propias, que acepta molestias e incomodidades, que padece voluntariamente por el bien de otra persona sin esperar por ello nada a cambio. Es un amor que demuestra buena voluntad, fidelidad, compromiso y entereza de carácter. Es el amor que manifestó Jesús y que lo llevó a ofrendar Su vida a fin de que viviéramos con Él eternamente.
Agápē es el amor abnegado que manifestó Jesús y que se nos insta a imitar, así como escribió Pablo: «Sean imitadores de Dios como hijos amados, y anden en amor, como Cristo también nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio en olor fragante a Dios» (Efesios 5:1,2).
Es el amor que según Jesús debiéramos brindarnos mutuamente los cristianos. «Un mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Como los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros» (Juan 13:34). Es también el amor que deberíamos demostrar a los que nos persiguen. «Yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen» (Mateo 5:44).
En las versiones antiguas agápē se solía traducir por caridad, lo que nos da a entender que este amor es dadivoso y desinteresado. Hace por los demás las cosas que uno quiere que hagan por uno. El llamado a imitar el amor de Jesús es un requerimiento a amar no solo a las personas con las que tenemos una relación cercana y con las que nos sentimos cómodos, o a las que consideremos merecedoras de nuestro amor; entraña amar a los que no creemos que se lo merecen, a los que piensan, creen y actúan en discrepancia con nosotros. Al fin y al cabo Jesús nos exhortó a amar a nuestros enemigos y a los que nos hacen algún mal o nos maltratan.
El apóstol Pablo llevó el amor (agápē) al terreno de lo práctico cuando en 1 Corintios 13 —llamado frecuentemente el capítulo del amor— definió lo que es, lo que hace y de qué manera se manifiesta:
«El amor tiene paciencia y es bondadoso. El amor no es celoso. El amor no es ostentoso, ni se hace arrogante. No es indecoroso, ni busca lo suyo propio. No se irrita, ni lleva cuentas del mal. No se goza de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Corintios 13:4-7).
Otras versiones lo expresan con distintos términos, lo que nos lleva a un conocimiento más profundo de este pasaje. La PDT por ejemplo dice que «el amor no es descortés ni egoísta. No se enoja fácilmente. El amor no lleva cuenta de las ofensas» (1 Corintios 13:5); y la BLPH remata diciendo que el amor «lejos de alegrarse de la injusticia, encuentra su gozo en la verdad. Disculpa sin límites, confía sin límites, espera sin límites, soporta sin límites» (1 Corintios 13:6-7). La versión NTV nos dice que el amor «no exige que las cosas se hagan a su manera. […] No se alegra de la injusticia sino que se alegra cuando la verdad triunfa. El amor nunca se da por vencido, jamás pierde la fe, siempre tiene esperanzas y se mantiene firme en toda circunstancia» (1 Corintios 13:4-7).
Esta exigente lista es una buena piedra de toque para los que deseamos emular a Jesús, andar en el amor de Cristo y encarnar Su amor, compasión y bondad como testimonio para los demás. Él puso ejemplos de cómo demostrar este amor en nuestra vida cotidiana: «A cualquiera que te pida dale; y al que tome lo que es tuyo no se lo vuelvas a pedir. Y como quieren que hagan los hombres con ustedes, así también hagan ustedes con ellos» (Lucas 6:30,31).
Jesús prosiguió diciendo: «Hagan bien y den prestado sin esperar ningún provecho. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo; porque Él es benigno para con los ingratos y los perversos. Sean misericordiosos, como también su Padre es misericordioso. No juzguen, y no serán juzgados. No condenen, y no serán condenados. Perdonen, y serán perdonados. Den, y se les dará» (Lucas 6:35-38).
La primera epístola de Juan se hace eco de los mandamientos de Jesús centrándose en el amor. «Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad» (1 Juan 3:18). Continúa diciendo que «si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y Su amor se ha perfeccionado en nosotros» (1 Juan 4:12).
En su epístola, Santiago nos ofrece algunos ejemplos concretos de poner en acción nuestra fe y el amor de Cristo: «Si un hermano o una hermana están desnudos y les falta la comida diaria, y alguno de ustedes les dice: “Vayan en paz, caliéntense y sáciense” pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma» (Santiago 2:15-17).
Poseer y exhibir el amor de Cristo es vital cuando se pretende llevar una vida que refleje a Jesús. Amor por el Señor y los demás constituye la base de los atributos que nos ayudan a adquirir una mayor semejanza con Cristo. Todas esas virtudes —la compasión, el perdón, la amabilidad, la bondad, la benignidad y la paciencia— están radicadas en el amor. Tomar la decisión de cultivar el carácter cristiano, despojarse del viejo yo y revestirse del nuevo, como escribió el apóstol Pablo, también radica en el amor (Efesios 4:20-24).
Amamos a Dios porque Él nos amó primero. Basados en Su amor, deseamos parecernos más a Él; anhelamos reflejarlo y manifestar Su amor a toda persona con la que interactuamos día a día, por más que ese reflejo sea apenas un destello de lo que Él es cabalmente. Así y todo, por muy tenue que sea ese destello, resplandece en este mundo de tinieblas y da gloria al que nos creó, nos amó y nos salvó, y junto al cual gozaremos de la eternidad.
Ojalá que en nuestro empeño por ser más como Jesús vayamos amoldándonos más a Él y así reflejarlo mejor ante los demás.
Publicado por primera vez en septiembre de 2018. Texto adaptado y publicado de nuevo en septiembre de 2024.
Copyright © 2024 The Family International