julio 24, 2024
[The Grit]
La palabra «integridad» como cualidad humana da lugar a muchas y variadas interpretaciones. De una persona a otra, las directrices para «actuar con integridad» pueden cambiar para adaptarse a las circunstancias individuales. Sin embargo, la verdadera integridad de una persona es tan sólida como una piedra angular de granito. Una vez que es parte del cimiento no se adapta hasta debilitarse, ni busca otras piedras para ver «cómo están actuando». Perdura con firmeza y se mantiene inamovible en su lugar, donde hace mucha falta. Sin dicha piedra la construcción no se sostiene; podemos decir lo mismo sobre la integridad. Sin ella, ni las personas ni la sociedad pueden tener éxito. Veamos, pues, los elementos fundamentales de la integridad.
En palabras de Junius, escritor del siglo XVIII: «La integridad del ser humano se mide por su conducta, no por su profesión».
¿Están de acuerdo? También mi autor favorito de todos los tiempos —Jesucristo— lo expresó así: «Por sus frutos los conocerán» (Mateo 7:16).
¿En qué piensan cuando escuchan integridad? ¿Cómo definirían que alguien está actuando con integridad hacia ustedes? Yo diría que alguien demuestra integridad cuando cuida su trato hacia mí y se comporta con decencia y confiabilidad en su relación conmigo. Si digo: «Esa persona es íntegra», me refiero a sus valores morales en todas las circunstancias. Yo espero que hagan algo que hasta pueda significar un sacrificio personal, si es lo correcto, y que resistan la tentación de transigir, mentir, engañar o hacerse a un lado para beneficio propio. Esta definición nos permite entenderlo mejor; la integridad activa depende de lo que nosotros o los demás hagamos con lo que sabemos que es lo correcto.
La Biblia lo define así: «No andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino por la manifestación de la verdad recomendándonos a toda conciencia humana delante de Dios.» (2 Corintios 4:2.)
¿Y cómo nos recomendamos a toda conciencia humana? Manifestando la verdad. ¿Piensan que Jesús solo utilizó una metáfora bonita cuando dijo: «Conocerán la verdad, y la verdad los hará libres» (Juan 8:32)?Veamos lo que eso significa: La verdad equivale a libertad. Lo que quiere decir que lo contrario también es cierto: La falta de verdad equivale a falta de libertad, o dicho de otra manera, equivale a cautividad.
¿Qué tipo de cautividad? Proverbios 11:6 lo explica: «La justicia de los rectos los librará; mas los pecadores serán atrapados en su pecado». Cuando no vamos con la verdad por delante nos volvemos cautivos de nuestra propia codicia, de nuestra propia lujuria, malicia, deseos, etc. La clave aquí es la palabra «nuestra». Debemos procurar con todas nuestras fuerzas no ser sencillamente nosotros, sino ser más como Jesús, que es verdad, y en cuya verdad hay libertad.
Podemos verlo así: La integridad equivale a «tener agallas». Tener agallas significa tener «arrestos, valentía, audacia», o «arrojo o determinación para emprender algo arduo». En ese sentido, la integridad denota determinación casi obstinada para hacer lo correcto, sin importar las alternativas más fáciles. Las agallas hacen falta cuando enfrentamos circunstancias en las que hacer «lo más fácil» significaría ir en contra de lo que sabemos que es correcto. Lo que es aceptado o lo que hacen los demás no tiene importancia. Tener agallas es esa fuerza interior que guía tus acciones, tus relaciones y tu forma de pensar. Para los creyentes, tener una base firme en la Palabra de Dios nos ayuda a tener agallas.
Por siglos y hasta épocas recientes la palabra de alguien era vinculante, lo cual quiere decir que estaba obligado a cumplirla; era como firmar un contrato. Si alguien prometía algo a alguien entonces lo cumplía contra viento y marea. Y si no, no solo quedaba deshonrado y prácticamente se convertía en un marginado de la sociedad, sino que muchas veces hasta su familia se sentía obligada a cumplir la promesa que hizo esa persona. Dar tu palabra no era algo que se tomaba con ligereza, se tomaba muy en serio. Tu palabra y tu honor eran tus posesiones más valiosas.
Piensa en lo siguiente: ¿Cuáles consideras que son tus posesiones más útiles y valiosas? ¿Las echarías a la basura? Lo dudo. Del mismo modo, debiéramos ser igual de reacios a «echar a la basura» nuestra integridad. Escuchen lo que dijo el exitoso empresario Alan K. Simpson:
«Si eres íntegro, lo demás no interesa. Si no eres íntegro, lo demás no interesa.»
Por eso, cancelar una cita a último momento con la excusa de que «los puedo llamar rapidito», o no cumplir una promesa —por poco importante que nos parezca— o decir algo y actuar con incongruencia, son acciones que nos desacreditan. Nos quitan esta valiosa posesión, esta parte de nosotros que nos define, dirige y enriquece: la integridad. ¿Sentimos a veces que decir toda la verdad nos perjudicaría, con lo cual es mejor no expresarla? De ser así, debemos recordar Romanos 12:17: «Procuren lo bueno delante de todos los hombres».
Repito, la honestidad equivale a verdad. La verdad equivale a libertad. La libertad nos brinda felicidad a nosotros y a nuestro entorno. Nadie quiere rodearse de personas de las que no puede depender, mientras que todos disfrutan de la compañía de personas cuyas palabras son congruentes con sus acciones.
Todos cometemos errores, con o sin intención, pero reconocer el error y volver a intentarlo cada vez hace la diferencia.
Si logramos ser fuertes en Jesús —sinceros, directos, solidarios, honorables y cumplidores— tendremos «integridad». Tendremos las agallas para superar momentos de dificultad, y la habilidad para compartir el amor de Dios con los demás, mediante un ejemplo de fortaleza de carácter y con integridad infalible.
Este artículo fue adaptado de un podcast de Solo1cosa, textos cristianos para la formación del carácter de los jóvenes.
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