Glorificar a Dios con nuestras palabras

junio 13, 2024

Tesoros

[Glorifying God with Our Words]

Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de Ti, oh Señor, roca mía, y redentor mío.  Salmo 19:14

Había una vez una mujer a la que no le gustaba oír lo que le decía su pastor. Un día, las palabras del pastor le resultaron inaguantables. Eran verdad, pero se enfadó tanto que empezó a propagar mentiras y chismes maliciosos sobre él. Pero cuanto más hablaba, más se entristecía. Al final empezó a arrepentirse de todas las mentiras que había dicho.

Por fin, con lágrimas en los ojos, acudió a casa del pastor para pedirle que la perdonara.

—He dicho muchísimas mentiras sobre usted —le dijo—. Le ruego que me perdone.

El pastor tardó un buen rato en responder. Parecía estar profundamente sumido en sus pensamiento y orando. Al fin dijo:

—Sí, te voy a perdonar; pero antes tendrás que hacer algo por mí.

—Sube conmigo al campanario y te lo explicaré —le respondió—. Pero antes iré a buscar una cosa a mi habitación.

Cuando el pastor volvió de su cuarto traía bajo el brazo una gran almohada de plumas. La mujer, nerviosísima, casi no podía contenerse de preguntar para qué era la almohada y para qué subían al campanario. No obstante, guardó silencio; y algo jadeantes los dos llegaron por fin al campanario de la iglesia.

Desde la torre se divisaba una gran extensión de campo, hasta más allá del pueblo. De pronto el pastor, sin decir palabra, rasgó la almohada y tiró todas las plumas por la ventana. El viento y las brisas se llevaron las plumas dejándolas caer por todas partes: en los tejados, en las calles, debajo de los autos, en las copas de los árboles, en los patios donde jugaban los niños, aun en la carretera y más allá, hasta perderse en la distancia.

El pastor y la mujer se quedaron un rato viendo revolotear las plumas. Por fin el pastor se volvió hacia la mujer y le dijo:

—Ahora quiero que vayas y me recojas todas esas plumas.

—¿Recoger todas esas plumas? —le preguntó con voz entrecortada—. ¡Pero eso es imposible!

—Sí, lo sé —dijo el pastor—. Esas plumas son como las mentiras que dijiste de mí. Lo que has empezado, ya no lo puedes parar, por mucho que te arrepientas, porque los vientos de las habladurías han desparramado tus mentiras por todas partes. ¡Es fácil apagar una cerilla, pero imposible extinguir el gran incendio forestal que puede ocasionar ese mismo fósforo!

La lengua es un miembro asombroso de nuestro cuerpo, a pesar de su reducido tamaño. Mide apenas entre ocho y diez centímetros de largo y unos cinco de ancho. Sin embargo, es capaz de causar estragos y echar a perder nuestra relación con los demás con palabras desagradables o llenas de amargura o al lanzar críticas despiadadas y ensañarse con los semejantes. La Biblia hace algunas afirmaciones contundentes sobre el poder de la lengua: «Así también la lengua es un miembro muy pequeño del cuerpo, pero hace alarde de grandes hazañas. ¡Imagínense qué gran bosque se incendia con tan pequeña chispa! También la lengua es un fuego, un mundo de maldad entre nuestros órganos. Contamina todo el cuerpo y, encendida por el infierno, prende fuego a todo el curso de la vida» (Santiago 3:5-6).

Por otra parte, dice: «La lengua apacible es árbol de vida» (Proverbios 15:4). Nuestras palabras pueden ser inspiradas por Dios para dar vida a otras personas. Si decimos palabras amorosas, sabias y alentadoras, podemos consolar, fortalecer, alentar, inspirar y animar a los demás con nuestra lengua. Podemos compartir con los demás la verdad de la Palabra de Dios y Su plan para la salvación eterna, lo que será un árbol de vida.

El libro de Proverbios en la Biblia afirma que la muerte y la vida están en poder de la lengua (Proverbios 18:21). Las palabras que pronunciamos con la lengua pueden bendecir o maldecir a otros, pueden levantar por las nubes o dejar por los suelos, pueden ayudar o causar dolor, pueden desanimar o brindar gracia y esperanza a otros.

No es cierto aquel dicho de que «con piedras y palos gruesos me romperás los huesos, pero las palabras no me hieren». Ha habido casos de vidas arruinadas y permanentemente afectadas debido a chismes maliciosos. En algunos casos más extremos, incluso al punto de provocar suicidios. La mayoría podemos recordar alguna ocasión en la que nos sentimos deprimidos y desanimados a raíz de unas las palabras crueles e hirientes pronunciadas por otra persona. También es probable que hayamos herido a alguien en algún momento con nuestras palabras desconsideradas y poco amables. Tal vez sin intención o con ánimo de bromear; pero así y todo tuvieron mal efecto y causaron una herida en un corazón ajeno.

¡Qué pena que a veces hiramos a alguien cuando tal vez ya está destrozado, o lleva una carga pesadísima sin nosotros tener ni idea! Quién sabe si en el preciso momento en que suspiraba por una palabra amable y alentadora, nosotros, en cambio, lo herimos profundamente con nuestras palabras.

¿Qué podemos hacer para evitar esas palabras desconsideradas y antipáticas que tan fácilmente brotan de nuestros labios? ¿Qué podemos hacer para domar nuestra lengua? La Biblia dice: «Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana; pero ningún hombre puede domar la lengua» (Santiago 3:7-8). El único capaz de domarla es Dios.

La única forma de domar la lengua es esta: dejar que Dios nos transforme el corazón, «porque de la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12:34). Si tenemos el corazón rebosante del amor de Dios, las palabras que salgan de nuestra boca estarán llenas de amor y compasión, porque «Dios es amor» (1 Juan 4:8).

Cuando recibimos a Jesús como nuestro Salvador, nacemos de nuevo y Su Espíritu vive en nosotros y nos transforma mediante el amor de Dios (2 Corintios 3:18). «Les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes. Les quitaré ese terco corazón de piedra y les daré un corazón tierno y receptivo. Pondré Mi Espíritu en ustedes para que sigan Mis decretos» (Ezequiel 36:26-27).

Jesús es la verdadera fuente de amor, amabilidad, bondad y compasión. A medida que Jesús se vuelve el centro de tu vida, Su Espíritu te inspirará y hablará por medio de ti Sus preciosas palabras de amor, luz y vida a otros. Conforme dedicas tiempo a leer y estudiar fielmente la Palabra de Dios en la Biblia, Su Palabra vivirá en ti y te ayudará a crecer en espíritu. Jesús dijo: «El espíritu es el que da vida; […] las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida» (Juan 6:63).

A medida que dedicas tiempo a orar, a acercarte a la presencia de Dios y a permitir al Espíritu Santo transformar tu corazón y tu vida, las palabras que hables rebosarán Su amor y amabilidad, además de demostrar verdadera preocupación por otros. Cuando anuncias a otros la esperanza y la verdad que tenemos en Jesús, tus palabras tendrán una chispa divina de vida y un poder cuyo origen puede estar únicamente en lo más profundo del Espíritu Santo que mora en ti.

La Biblia dice: «El hombre se alegra con la respuesta de su boca; y la palabra a su tiempo (en el momento indicado), ¡cuán buena es!» (Proverbios 15:23). Y: «Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene» (Proverbios 25:11). Es un regalo maravilloso poder hablar palabras de amor, esperanza y ánimo a quienes las necesitan en el momento oportuno y de la manera precisa, cuyo efecto perdurará: tus palabras de fe y consuelo producirán buen fruto en la vida de las personas que las escuchan.

La clave para glorificar a Dios con tus palabras es abrir tu corazón a Jesús y ofrecerle a Él tu vida, tus esperanzas y tu futuro, y pedirle que te infunda el poder de Su Espíritu Santo. «Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por Su buena voluntad» (Filipenses 2:13). Su Espíritu te dará el poder de hablar palabras de vida y esperanza a otros, de manera que edifiquen e «impartan gracia a los que oyen» (Efesios 4:29).

La Biblia contiene las palabras más hermosas, amorosas y profundas que se han escrito. A medida que les permitimos vivir en nosotros, fluyen de nosotros a otras personas. Jesús dijo: «El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva» (Juan 7:38). Demos gloria a Dios con nuestras palabras y acciones, y llevemos el mensaje de esperanza y vida eterna mediante la fe en Jesús a otras personas. «Que su conversación sea siempre amena y de buen gusto. Así sabrán cómo responder a cada uno» (Colosenses 4:6).

Tomado de un artículo de Tesoros, publicado por La Familia Internacional en 1987. Adaptado y publicado de nuevo en junio de 2024.

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