¿Engreído o seguro?

junio 12, 2024

Nina Kole

[Cocky or Confident?]

Existe una delgada línea entre el engreimiento y la confianza. El efecto que producen las personas engreídas es rechazo por parte de los demás. Al verse rodeados de oyentes conjuran toda clase de relatos de grandeza y de enormes logros. Denigran a los demás y por lo general «superan» a otros mediante relatos de grandísima importancia sobre sí mismos.

La confianza es muy distinta. Creo que las personas cuya compañía más disfruto son quienes se sienten satisfechas consigo mismas. Conocen sus propias debilidades y fortalezas. Aprecian los talentos y las contribuciones de los demás. Me parece que la confianza también es fruto de pasar por situaciones difíciles y ver que el Señor te ayuda. Te das cuenta de que las cosas buenas de ti son obra del Señor.

Hace poco leí el relato de José. La historia de su vida es uno de mis episodios favoritos de la Biblia. No solo porque empieza como una tragedia y termina de maravilla, sino que además es un relato que demuestra que Dios puede valerse de alguien para cumplir Su propósito a lo grande, a pesar de los errores que esa persona cometa.

José fue señalado como especial a una temprana edad, y obviamente a sus hermanos eso no les gustaba, en especial cuando empezó a pavonearse y restregárselo en las narices (Génesis 37:3–10). Sus hermanos lo vendieron como esclavo (Génesis 37:18–28), y pasó de ser el mejor —el favorito de su padre—al escalón más bajo de la sociedad —un esclavo en la casa de Potifar—. Antes de posicionarse como mayordomo de Potifar, seguramente se había desvanecido cualquier confianza que tuviera en sí mismo y en su lugar como hijo favorito de su padre, ya que se había visto obligado a obedecer órdenes y llevar a cabo labores sumamente humildes. Pero eso no fue todo. Incluso después de convertirse en un esclavo glorificado, la esposa de Potifar echó por tierra su reputación, por lo que terminó en prisión. Entonces realmente se convirtió en la escoria de la sociedad (Génesis 39).

Imaginen que sus padres les dan un trato preferencial y tienen un sueño acerca de la grandeza que alcanzarán y las maravillas que les esperan, probablemente se sentirían bastante a gusto consigo mismos. Y luego lo pierden todo en un solo día. No me refiero únicamente a las cosas físicas, sino también a aquellas más importantes que a veces se pasan por alto, como el respeto, el amor, los amigos, la familia y el lugar que uno llama hogar. De la noche a la mañana eres un extraño y debes demostrar tu valía en todo lo que hagas. Eso no solo le pasó una vez a José, sino dos veces.

José no podía confiar en sí mismo o alardear sobre su túnica o su padre. Mucho menos sobre su posición en la casa de Potifar (o ni siquiera la de mayordomo que había conseguido después de estar en prisión). Lo único en lo que de verdad podía confiar era en su fe de que Dios no lo había abandonado, que Él tenía un plan y le ayudaría a superar los momentos difíciles. La persona que escribió Génesis le atribuye el mérito al Señor por los éxitos de José.

«El Señor estaba con él y no dejó de mostrarle Su amor. Hizo que se ganara la confianza del guardia de la cárcel, el cual puso a José a cargo de todos los prisioneros y de todo lo que allí se hacía. Como el Señor estaba con José y hacía prosperar todo lo que él hacía, el guardia de la cárcel no se preocupaba de nada de lo que dejaba en sus manos» (Génesis 39:21–23).

Tras interpretar los sueños del panadero y el mayordomo encarcelados, José les dijo lo que sucedería: el panadero moriría al cabo de tres días y el mayordomo volvería a trabajar para el Faraón al cabo del mismo tiempo (Génesis 40). José le pidió al mayordomo que lo recordara cuando ocurrieran esas cosas. «Sin embargo» —detalla Génesis 40:23— «el jefe de los coperos no se acordó de José, sino que se olvidó de él por completo». No solo se olvidó, sino que se olvidó de José durante dos años.

De todas maneras, eso no sacudió la fe de José en el Señor. Me parece que a esas alturas estaba tan consciente del desvelo y guía de Dios que el Señor consideró que estaba listo. Asumiría el encomiable trabajo de ser la mano derecha del Faraón.

Después, José ejerció muchísima sabiduría y confianza al interpretar el sueño del Faraón. Éste le dijo a José: «Tuve un sueño que nadie ha podido interpretar. Pero me he enterado de que, cuando tú oyes un sueño, eres capaz de interpretarlo.»

José le respondió al Faraón: «No soy yo quien puede hacerlo, sino que es Dios quien le dará al Faraón una respuesta favorable» (Génesis 41:14–16). José respondió con serena seguridad, con la confianza que se adquiere al aprender de verdad a depender de Dios.

José definitivamente pasó por los altibajos de la vida al servicio del Señor, que me parece que es lo que nos ayuda a todos a no perder de vista la realidad. La experiencia más similar que he vivido —dentro del mismo contexto— fue en Uganda. Estábamos trabajando con los antiguos niños soldados en Gulu, los mismos que se ven en la película Machine Gun Preacher1. Llevamos con nosotros muchísimos alimentos donados y pusimos la película Jesús2, traducida en vivo al acholi. No había electricidad. Proyectamos la película con la ayuda de un generador.

Nos alojamos en una de las mejores cabañas: un círculo de barro con una pared y suelo de concreto y techo de aluminio. El baño estaba en otra casita, adornada con 18 arañas —las conté un día— de distintas formas y tamaños. Por la tarde nos trajeron un bidón con agua hirviendo y otro con agua fría. Teníamos que mezclarlas en un tercer balde y ducharnos detrás de la cabaña, bajo las estrellas, en el depósito de chatarra. Nuestros alimentos eran muy interesantes. Entre otros, una pasta de termitas licuadas que a ellos les encanta esparcir sobre el pan. Era atroz.

Al cabo de varios días, mi amigo y yo volvimos a toda prisa a Kampala, la capital de Uganda. Unos buenos amigos nuestros, directores de la mayor empresa de telecomunicaciones del país, dejaban Uganda y nos invitaron a su fiesta de despedida. Era en el Sheraton y asistiría la crema y nata del país. Nos bañamos a toda prisa y nos vestimos de gala para reunirnos con personas extremadamente pudientes. Pasamos de la crema de termitas a disfrutar de una lujosa cena y escuchar cantar a las dos celebridades más importantes de ese país africano. Fue alucinante y maravilloso. El hecho de haber estado cubiertos de polvo tan solo unas horas antes impidió que el tratamiento VIP se nos subiera a la cabeza.

Muchos hombres y mujeres de Dios pasaron por situaciones muy difíciles antes de estar listos para cumplir con el llamamiento de Dios para sus vidas. El rey David vivió en cavernas y temió por su vida (1 Samuel 22:1), Daniel fue tomado prisionero antes de convertirse en el consejero personal de varios reyes3.

El apóstol Pablo escribió en Filipenses: «He aprendido a estar satisfecho en cualquier situación en que me encuentre. Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez» (Filipenses 4:11–12). En el versículo siguiente da el secreto para poder lograrlo: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13). Sabía que no lo podía lograr con su fortaleza o fuerza de voluntad.

Una frase que me gusta mucho dice: «Dios solo se vale de hombres y mujeres quebrantados. No le sirve ningún otro.» ¿Cuánto vas a querer hablar de tus problemas o de lo que te pesa en el corazón con una persona que no deja de alardear sobre lo maravillosa que es? Aunque imparta buenas ideas y consejos, es un poco difícil de tragar y te preguntas si de verdad entiende tus problemas.

Una de las maneras más fáciles de asegurarse de representar la confianza del Señor en vez de solo presumir, es fijarse en cuántas de las frases que se dicen empiezan con las palabras «yo» o «mi». Su frecuencia indica un dejo de egocentrismo. Conviene preguntarse a uno mismo, a los amigos de confianza y a Dios si podríamos ser un poco menos arrogantes, y luego realizar los cambios necesarios. Son buenos pasos para convertirnos en la persona que Dios quiere que seamos.

El engreimiento procede de la inseguridad y de la necesidad de demostrar nuestra valía ante los demás. Pero al abandonar la inseguridad y depositar la confianza en Dios se aprende a celebrar los logros ajenos y a escuchar mejor a otros. Es la mejor parte. Gracias a ello, otras personas empiezan a disfrutar realmente de nuestra compañía. Ello a su vez nos brinda la confianza para salir y cumplir el plan y el propósito de Dios para nuestra vida. Como hizo José.

Este artículo es una adaptación de Solo una cosa, textos cristianos para la formación del carácter de los jóvenes.


1 Machine Gun Preacher (2011)

2 Jesús (1999)

3 Consulta el libro de Daniel.

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