La Ley y los Profetas, 2ª parte

abril 22, 2024

Peter Amsterdam

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[The Law and the Prophets—Part 2]

Cuando Jesús dijo: «Oísteis que fue dicho a los antiguos: “No matarás, y cualquiera que mate será culpable de juicio”» (Mateo 5:21),aludía a los diversos versículos del Antiguo Testamento relativos al asesinato, a los procedimientos para determinar la culpabilidad y a la sanción que se imponía1. Pese a que la Ley Mosaica prohibía estrictamente el asesinato, Jesús nos enseñó a penetrar más profundamente de lo prescrito en la Ley, a llegar al móvil detrás del acto mismo. «Pero Yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga “Necio” a su hermano, será culpable ante el Concilio; y cualquiera que le diga “Fatuo”, quedará expuesto al infierno de fuego». (Mateo 5:22).

El principio que Jesús enseñaba es que cometer asesinato es una manifestación exterior de una actitud interior. Habla de la rabia y los insultos, aclarando que los que degradan a otros con palabras vejatorias serán juzgados por Dios. El asesinato es un acto que procede de las intenciones del corazón. El odio, la furia o el desdén generalmente preceden a un acto de esa índole.

La gente —según nos indica Jesús— podría pensar que está bien posicionada ante Dios porque no ha cometido ningún asesinato; sin embargo, para entender o interpretar correctamente el significado de este mandamiento debemos ir a la raíz de la intencionalidad. Aquí Jesús hace que los oyentes se planteen ciertas preguntas, como por ejemplo si se han enfurecido injustamente con alguien, si lo han odiado, lo han desdeñado, maltratado, degradado o difamado. ¿Han deseado alguna vez que alguien estuviese muerto? En ese caso, han pecado contra Dios y contra los demás, aunque no hayan ido al extremo de consumar el acto de asesinato. Lo que pretende demostrarnos Jesús es que no basta con obedecer el código escrito de la Ley; lo que abrigamos en el corazón y en el pensamiento también es relevante.

El segundo ejemplo que dio Jesús en el Sermón del Monte es sobre la pureza de corazón y de pensamientos. Jesús comienza por citar lo que dicen las Escrituras, tras lo cual introduce nuevas enseñanzas sobre el tema. «Oísteis que fue dicho: “No cometerás adulterio”. Pero Yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón» (Mateo 5:27,28).

Los que escuchaban a Jesús mientras daba el Sermón del Monte sabían que el adulterio estaba prohibido en el séptimo de los Diez Mandamientos (Éxodo 20:14). De la misma manera que en el ejemplo precedente citó el sexto mandamiento sobre no matar, aquí cita el séptimo mandamiento y confirma que el adulterio está mal, que es pecado; pero va más allá y subraya cuál puede ser el peligro de una mirada lasciva y cuáles sus consecuencias. En vez de limitarse a prohibir un acto externo, profundiza en la actitud del corazón que puede conducir al acto pecaminoso2.

Jesús relacionó el séptimo mandamiento con el décimo, que dice: «No codiciarás la casa de tu prójimo: no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo» (Éxodo 20:17). La palabra para decir codiciar en la Septuaginta (versión griega del Antiguo Testamento) y en este pasaje del evangelio es la misma. Un hombre no debía codiciar o desear a la esposa de otro.

A diferencia de los fariseos, que hacían hincapié en el cumplimiento literal de la Ley, Jesús dio a entender que el guardarse de cometer el acto de adulterio no lo pone a uno bien con Dios. De la misma manera que la ira puede ser homicidio en el corazón, mirar a una persona del sexo opuesto con la intención de tener relaciones ilícitas con ella puede ser adulterio en el corazón.

En el Sermón del Monte, Jesús enseña que vivir en el reino de Dios consiste en algo más que cumplir reglas; es procurar una transformación de nuestro corazón, actitud, pensamientos y acciones alineándolos con la Palabra y la voluntad de Dios. A continuación Jesús dice: «Si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti, pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala y échala de ti, pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno3 (Mateo 5:29,30).

En lenguaje hiperbólico exagerado, Jesús aquí destaca la importancia de evitar las tentaciones que nos llevan a pecar. Jesús no está recomendando que nos arranquemos literalmente un ojo ni que nos cortemos una mano (o un pie). Lo que dice es que si tu ojo te hace pecar porque la tentación te llega por medio de los ojos (lo que ves), de las manos (lo que haces) o de los pies (los lugares que visitas), lo que debes hacer es comportarte como si te los hubieras cortado o arrancado. Si tu ojo te hace pecar, no mires; si tu pie te hace pecar, no vayas; y si tu mano te hace pecar, no lo hagas4

La expresión «te es ocasión de caer» se traduce también como «te hace pecar» (NVI) o «es para ti ocasión de pecado» (BLPH). Es traducción del griego skandalizō, que se emplea varias veces en el Evangelio de Mateo para referirse a algo catastrófico, un tropiezo que desvía a alguien de la senda de la voluntad de Dios y la salvación, o una persona o cosa que interfiere con el propósito salvador de Dios5.

Aunque hemos sido salvados por el sacrificio que hizo Jesús por nosotros, el pecado sigue siendo algo grave, ya que daña nuestra relación con Dios. Como ciudadanos de Su reino, como hijos Suyos, debemos procurar no pecar. Claro que nos resulta imposible no pecar nunca; pero si sucumbimos con frecuencia al pecado, es señal de que nos hallamos en una situación peligrosa y corremos el riesgo de distanciarnos de Dios.

Nuestros ojos, manos y pies no nos hacen pecar a todos de la misma manera. No todos tenemos las mismas tentaciones de pecar. Por ejemplo, a uno los ojos lo pueden conducir a la pornografía; entretanto, a otro lo llevan a la envidia, cuando ve lo que otros tienen y se resiente. Todos debemos estar en guardia contra el pecado, pero ese pecado se manifiesta de forma distinta en la vida de cada uno. Debemos ser conscientes de las tentaciones de pecar a las que personalmente estamos expuestos y hacer lo posible por contrarrestarlas.

Para cumplir este mandamiento de Jesús, es posible que tengamos que arrancar y cortar ciertas cosas, que tengamos que eliminar de nuestra vida algunas que, aun siendo inocentes en sí mismas, son o podrían fácilmente llegar a ser fuentes de tentación. Eso puede incluir nuestra relación con personas que tienden a arrastrarnos al pecado6.

Como dijo Jesús, es mejor estar en esta vida con algunas cosas de este mundo arrancadas o cortadas, renunciar a ciertas experiencias, a fin de ser fieles a las enseñanzas de Jesús y vivir como ciudadanos del reino de Dios. Nuestra vida actual afecta nuestra existencia eterna. Conscientes de que Jesús dijo que entrar en la vida venidera con algunas cosas cortadas es mejor que entregarnos a ellas, deberíamos pensar y orar sobre lo que permitimos o invitamos a formar parte de nuestra vida y que no es conforme a Su naturaleza, personalidad, voluntad y Palabra, y tomar medidas concretas para eliminarlo.

Lo esencial de Su mensaje en este pasaje del Sermón del Monte es que para agradar a Dios no basta con observar una serie de reglas, como enfatizaban los fariseos, sino que lo que Él busca es una transformación de los motivos e intenciones de nuestro corazón. Jesús se vale de esos ejemplos para enseñarnos a nosotros, que somos ciudadanos del reino de Dios, cómo podemos convertirnos en nuevas criaturas que procuren deliberadamente vivir conforme al espíritu de lo que dicen las Escrituras.

Publicado por primera vez en enero de 2016. Adaptado y publicado de nuevo en abril de 2024. Leído por Gabriel García Valdivieso.


1 Véase Éxodo 20:13, Números 35:30–34, Deuteronomio 17:7–13, 19:1–13.

2 Leon Morris, The Gospel According to Matthew (Grand Rapids: Eerdmans, 1992), 117.

3 R. T. France, The Gospel of Matthew (Grand Rapids: Eerdmans, 2007), 205.

4 John R. W. Stott, The Message of the Sermon on the Mount (Downers Grove: InterVarsity Press, 1978), 91.

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