La Pascua: Por qué celebramos el nuevo pacto

marzo 27, 2024

Andrew Heart

[Easter: Why We Celebrate the New Covenant]

Todos los años celebramos la Navidad y el nacimiento de Cristo. Y con motivo de sobra. Pero si nuestro Señor se hubiera limitado a vivir con nosotros en la Tierra y no hubiera muerto por nuestros pecados como el «Cordero de Dios» que fue sacrificado, y no hubiera resucitado, no habría vencido a la muerte (Romanos 6:10; 2 Timoteo 1:10), y nosotros no habríamos sido redimidos. En la Última Cena, Jesús habló a Sus discípulos sobre el nuevo pacto «en Su sangre». ¿Qué quería decir? Sus discípulos, judíos de nacimiento, debían conocer el pacto que hizo Dios con Moisés en la cima del Monte Sinaí. Pero, ¿en qué consistía este nuevo pacto?

En pocas palabras, un «pacto» es un contrato o acuerdo. Conforme al «antiguo» acuerdo, el pacto mosaico, el pueblo de Israel debía obedecer a Dios y observar la Ley. A cambio, recibirían la bendición y protección divinas. El «nuevo» acuerdo fue concertado entre Dios y la humanidad, con Jesús como mediador (1 Timoteo 2:5; Hebreos 7:22).

Mientras que el antiguo pacto exigía repetidamente el derramamiento de sangre de un animal para el sacrificio a fin de obtener el perdón de los pecados (Hebreos 10:1-4), el nuevo pacto fue escrito con la sangre de Jesús: «el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29). Su sangre fue derramada «una vez por todas» en la cruz, puesto que Él «al pecado murió» y sabemos «que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de Él» (Romanos 6:9-10).

Si el «nuevo pacto» es realmente nuevo, ello obligatoriamente vuelve al «antiguo pacto», antiguo. Y si es un pacto antiguo, ¿sigue teniendo validez y está en vigor? ¿Puede coexistir lo antiguo con lo nuevo? ¿O la introducción de lo nuevo hace que lo viejo desaparezca, como explica el apóstol Pablo en Hebreos 8:13?

Sabemos que «toda la Escritura es inspirada por Dios» (2 Timoteo 3:16). Ello, por supuesto, incluye el Antiguo Testamento. Pero el Antiguo Testamento debe interpretarse a la luz del Nuevo Testamento, y no al revés.

La epístola a los Hebreos es de extrema importancia para entender esto. Fue escrito para explicarle al pueblo judío, que hasta entonces sólo había conocido la Ley, que había llegado un nuevo y mejor pacto (Jeremías 31:31-34; Hebreos 8:6-8). Todo el libro de Hebreos trata sobre Jesús y de que Él es el garante del nuevo y mejor pacto. Es imperativo que todos los cristianos entiendan eso. Pablo explica que muchas de las formas y rituales del Antiguo Testamento fueron figuras y sombras de las cosas mejores que vendrán (Colosenses 2:16-17; Hebreos 8:5, 10:1).

Cuando Jesús apareció ante Sus discípulos luego de morir, los discípulos le preguntaron si iba a restaurar entonces el reino de Israel (Hechos 1:6). La palabra griega para restaurar en el diccionario Strong de la Biblia es apokathistemi: reconstituir, restaurar. Hasta ese momento, los discípulos no podían concebir otro tipo de reino que no fuera la restauración física del reino de Israel.

Jesús respondió a su primera pregunta diciéndoles que no era para ellos conocer los tiempos y las sazones, sino que recibirían poder del Espíritu Santo para ser testigos, primero a nivel local, y luego hasta lo último de la Tierra (Hechos 1:7-8). Luego respondió a su otra pregunta sobre la restauración de un reino físico ascendiendo a los cielos para sentarse a la derecha del Padre (Hechos 1:9). Jesús gobernaría en aquel trono, desde el reino de los Cielos, y no desde un trono físico en un templo hecho de piedra en la tierra. La ascensión de Cristo fue lo que selló el nuevo pacto.

Cuando Jesús comparó el «vino nuevo» al «viejo» en Lucas 5:36-39, dijo: «Ninguno que beba del [vino] añejo, quiere luego el nuevo; porque dice: El añejo es mejor». En esa parábola, el Señor explica que la vieja guardia —los escribas, fariseos y líderes religiosos del judaísmo— buscaban aferrarse a la «forma antigua» (al antiguo pacto) en vez de recibir el «vino nuevo» que Él estaba derramando. Es por eso que el vino nuevo debe verterse en odres nuevos que pueden recibirlo (Mateo 9:16-17). Esto quedó patente en la manera en que los líderes religiosos judíos respondieron al hombre en Juan 9 que nació ciego pero que fue sanado por Jesús: «Le injuriaron, y dijeron: Tú eres Su discípulo; pero nosotros, discípulos de Moisés somos. Nosotros sabemos que Dios ha hablado a Moisés; pero respecto a ése, no sabemos de dónde sea» (Juan 9:28-29).

En resumen, el nuevo pacto se inició en la Última Cena y se confirmó mediante la muerte, resurrección y ascensión de Jesús. El motivo por el que Pablo dedicó tanto tiempo a explicarlo es que representaba un cambio monumental para su audiencia judía. Era difícil de entender, y mucho más de aceptar.

Es importante estudiar las Escrituras para entender el motivo por el que celebramos la Pascua y la llegada del nuevo pacto. Los discípulos en Berea recibían la palabra con toda solicitud y escudriñaban las Escrituras todos los días para ver si lo que enseñaban Pablo y Silas era la verdad (Hechos 17:10-11).

En el mundo actual, donde hablan tantas voces y se dicen tantas mentiras, es más importante que nunca aferrarse con firmeza a la verdad de la Palabra de Dios y no ser movido por todo «viento de doctrina» (Efesios 4:14). «A Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a Él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén» (Efesios 3:20-21).

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