febrero 22, 2024
[Giving to God and His Work]
La Biblia habla de un hambre terrible que hubo en tiempos de Elías, y de una pobre viuda de la ciudad de Sarepta que salió a recoger un par de leños para hacer un fuego y cocinar una última torta para su hijo y para ella antes de dejarse morir de hambre. Pero vino el profeta de Dios, Elías, y le dijo: «Hazme a mí primero una pequeña torta, y después para ti y para tu hijo. Y la harina de la tinaja no escaseará, y el aceite de la vasija nunca se acabará». Y eso fue exactamente lo que ocurrió (1 Reyes 17:10-16).
Aquella pobre viuda dio prioridad a Dios, primero le dio de comer a Su profeta y cuidó de él, y sobrevivió milagrosamente a tres largos años de hambruna. La harina de su tinaja nunca escaseó y el aceite de su vasija nunca se acabó. Durante tres años de hambre, ella y su hijo comieron de la misma tinaja de harina y de la misma vasija de aceite.
En ocasiones, podemos sentirnos como la viuda de Sarepta y pensar que no tenemos suficiente para dar a otros. Pero debemos confiar en que Dios nos bendecirá si le damos a Él y a Su obra, aun de lo poco que tenemos.
El Nuevo Testamento cuenta un relato similar sobre otra pobre viuda: «Jesús se sentó frente al lugar donde se depositaban las ofrendas, y estuvo observando cómo la gente echaba sus monedas en las alcancías del Templo. Muchos ricos echaban grandes cantidades. Pero una viuda pobre llegó y echó dos moneditas de muy poco valor.»
Cuando Jesús vio el accionar de aquella viuda, llamó a Sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta viuda pobre ha echado en el tesoro más que todos los demás. Porque todos ellos dieron de lo que les sobraba; pero ella, de su pobreza, echó todo lo que tenía, todo su sustento» (Marcos 12:41-44).
Lo más probable es que el Templo no necesitara la ofrenda de aquella viuda pobre, pero Dios honró su sacrificio de igual manera. Puedes tener la certeza de que, al dar a Dios, Él bendecirá tu generosidad. Si el motivo por el que das es correcto y tus intenciones son buenas, Dios siempre te bendecirá por dar.
Había en San Francisco una lavandera cristiana llamada Sofía que vivía alabando al Señor a pesar de lo mucho que trabajaba. Cierta vez se encontró en el tranvía con una señora a quien conocía y le dijo:
—¿A que no sabe dónde he estado hace poco? He estado en China, en la India y en las islas de Oceanía.
La señora la miró un poco extrañada porque sabía que Sofía jamás había salido de la ciudad siquiera. Es más, ¡era tan pobre que casi ni se podía permitir tomar el tranvía! De modo que repuso:
—¿Cómo dices, Sofía? ¡Pero si nunca has salido de San Francisco!
Y Sofía continuó:
—Ese dinero que gano lavando ropa es mi sangre, sudor y lágrimas; mi esfuerzo. Es una parte de mí, y como se lo di a misioneros, ha estado por todo el mundo predicando el Evangelio.
El dinero que se envía para mantener la obra de Dios y a Sus misioneros es una extensión de quien lo envía. Envías una parte de ti mismo en forma de donativos a las obras de Dios. Si no puedes ir a las misiones, puedes dar a las misiones. La responsabilidad de los hijos de Dios que no predican el Evangelio a toda criatura en persona es mantener a los que sí lo hacen. Es invertir su dinero en almas y dividendos eternos, y si lo haces, Dios te bendecirá. «Buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mateo 6:33).
Leemos sobre ese principio en la historia que contó Jesús del buen samaritano que encontró tirado en el camino a un hombre a quien unos ladrones habían golpeado y despojado de sus pertenencias. El buen samaritano lo recogió, lo subió a su montura y lo llevó a un mesón. Allí le dijo al mesonero: «Todo lo que gastes, yo te lo pagaré» (Lucas 10:30-37).
El buen samaritano simboliza al Señor, y el mesonero vendría a ser Su administrador, Sus seguidores. Todo cuanto gastemos para ayudar a las personas y llevarles la salvación, ¡Él nos lo pagará con creces! Todo lo que demos para Dios y Su obra —ya sea nuestro tiempo, nuestro dinero o nuestros recursos— en realidad no será ningún sacrificio, sino una inversión en Su reino, y los beneficios serán mucho mayores que todo lo que hayamos gastado.
David Livingstone (1813-1873), el misionero británico que exploró las selvas africanas y murió allí de rodillas, dijo en cierta ocasión:
Las personas hablan del sacrificio que he hecho al pasar tantos años de mi vida en África. […] ¿Se puede llamar sacrificio a lo que produce bendita recompensa en actividad sana, la conciencia de hacer el bien, paz mental y la esperanza de un destino glorioso en el más allá? ¡Rechacemos esa palabra en ese contexto y siguiendo ese pensamiento! De manera enfática, no es un sacrificio. Digamos en cambio que ha sido un privilegio… Nunca he hecho un sacrificio.
David Livingstone nunca pudo dar más de lo que Dios le dio. Y aunque entregó su vida, cosechará dividendos eternos en forma de almas inmortales que se acercaron a Cristo.
A medida que inviertes tu vida, tu tiempo y tu dinero en Cristo Jesús y en la obra de Dios, recibirás dividendos eternos que nunca perderás, sino que los percibirás perpetuamente. Dios te bendecirá por dar y se encargará de que no salgas perjudicado y de que obtengas buenas ganancias a cambio: personas a las que has ayudado, almas que conocen a Cristo y el avance del reino de Dios. Por eso, pon a Dios primero y Él te recompensará con creces, te lo devolverá y te bendecirá.
Jesús dijo: «Den y se les dará: se les echará en el regazo una medida llena, apretada, sacudida y desbordante. Porque con la medida con que midan a otros, se les medirá a ustedes. Lo que ustedes recibieron gratis, denlo gratuitamente» (Lucas 6:38, Mateo 10:8).
No puedes dar más que Dios. A Dios le encanta dar más que tú, y siempre te da mucho más de lo que tú das. «Porque Dios ama al dador alegre. Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra» (2 Corintios 9:7-8).
Tomado de un artículo de Tesoros, publicado por La Familia Internacional en 1987. Adaptado y publicado de nuevo en febrero de 2024.
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