El momento perfecto de Dios

enero 23, 2024

Recopilación

[His Perfect Timing]

Odio llegar tarde. Cuando hay un evento importante —iglesia, trabajo o clase— me gusta llegar por lo menos diez minutos antes. Esa mañana, llegamos diez minutos tarde. Llegar tarde me hace sentir como que no pertenezco al lugar al que voy, como que no me importó lo bastante como para llegar a tiempo y por lo tanto no merezco estar allí. […]

Eso me recordó vagamente una parábola que contó Jesús en la que un terrateniente fue a buscar obreros para que trabajaran en su viña. Empezó su búsqueda a las nueve de la mañana y encontró algunos. A mediodía salió de nuevo y más personas acordaron ir a trabajar. El dueño de las tierras continuó haciéndolo hasta que tuvo personas trabajando desde la mañana hasta el fin del día.

Cuando se acercó a los obreros para pagarles, estos se sorprendieron al recibir la misma cantidad de dinero. ¡Los jornaleros que llegaron en la mañana ganaron lo mismo que los que llegaron en los últimos diez minutos del día de trabajo! Los que llegaron temprano se sintieron un poco molestos, por no decir otra cosa.

Pensaban que merecían más porque habían trabajado más tiempo y más intensamente. Sin embargo, el dueño de las tierras contestó que no actuó de forma injusta, porque tenía derecho de hacer lo que quería con su dinero.

Él deseaba dar a todos la misma recompensa.

Después de que toda la mañana no me salió como esperaba, me sentía un poco avergonzada al entrar en la iglesia. Entonces, me encontré con la más bella sorpresa. Mi padre y yo subimos las escaleras hasta llegar al atrio del edificio, y uno de los encargados de atender a la gente nos vio, nos recibió con una gran sonrisa y nos entregó las carpetas devocionales. Nos invitó así: «¡Amigos, es el momento perfecto! Los estábamos esperando…»

Como me embargaba la sensación de que no me lo merecía, sus palabras llegaron a mi alma cuando las necesitaba más. Era bienvenida, aunque no me lo explicaba. En ese momento, sentí que Jesús me invitaba a una vida rodeada de Su gracia. […]

Todos somos invitados a vivir con Dios, independientemente del momento en que llegamos. Cuando nos presentamos para una vida con Él, cualquier momento es perfecto, porque Jesús siempre ha sido el objetivo final.

A veces no queremos acercarnos a Dios porque no nos sentimos merecedores. Esperamos para presentarnos hasta que nos veamos muy bien, con nuestra vida en perfecto orden. Mientras tanto, nos sentimos incompetentes y avergonzados. Sin embargo, Él nos acepta sea cual sea la condición en que nos encontramos y nos invita a sentarnos a Su mesa.

Espero con ilusión el día en que todos —quienes pacientemente sirvieron a Jesús toda la vida y los que lo conocieron momentos antes de exhalar el último suspiro— estemos reunidos en el Cielo para compartir la gloria de Dios. Imagino al mismo Jesús de pie en las puertas doradas, recibiendo a Sus hijos con una sonrisa de bienvenida… «Bienvenidos amigos. Los estaba esperando».  Mikayla Briggs1

El momento elegido por Dios es perfecto, y Él tiene la última palabra

En Juan 11 hay tres enseñanzas importantes que podemos aprender sobre cómo resistir en momentos de crisis. Jesús se entera de que Su amigo Lázaro se encuentra gravemente enfermo. Para gran asombro de Sus discípulos, Jesús no corre a sanar a Lázaro, sino que se queda dos días antes de partir. Cuando Jesús llega a Betania, en la casa de Lázaro y sus dos hermanas, se entera de que Lázaro murió cuatro días antes.

Lección nº1: El momento elegido por Dios siempre es perfecto. Dios nunca llega temprano, nunca llega tarde, pero siempre llega a tiempo. Nuestro momento no es el de Dios. En muchos casos, para nosotros el momento elegido por Dios se siente como una demora larga y angustiosa.

El momento perfecto elegido por Dios hace dos cosas: Aumenta nuestra fe a medida que somos obligados a esperar y confiar en Dios, y se asegura de que Él, y solo Él, reciba la gloria y alabanza por sacarnos adelante. «Mi vida entera está en Tus manos» (Salmo 31:15).

En el momento adecuado, Dios proveerá lo que necesitas. En el momento preciso, Dios te librará. En el momento oportuno, Dios te rescatará. […]

Lección nº2: Los caminos de Dios no son nuestros caminos. «"Porque Mis pensamientos no son los de ustedes ni sus caminos son los Míos", afirma el Señor. “Mis caminos y Mis pensamientos son más altos que los de ustedes; ¡más altos que los cielos sobre la tierra!”» (Isaías 55:8,9).

¡Dios tiene una perspectiva eterna! Dios es el gran «Yo soy» (Yahvé) que conoce el pasado, el presente y el futuro. ¿Y qué sabemos nosotros? En realidad, nada. En comparación con Dios, nada. Si yo fuera Jesús, habría sanado a Lázaro de inmediato. Pero Jesús quería exigir un gran esfuerzo de fe por parte de Sus discípulos, quienes después de Su muerte serían los catalizadores para llevar el mensaje de Cristo al mundo. Sabían que Jesús tenía el poder de sanar a las personas, pero ¿resucitar un cadáver, alguien que llevaba cuatro días muerto? Vamos, eso es llevar la fe a un nivel totalmente nuevo. […]

Lección nº3: Dios siempre tiene la última palabra. Por terrible e imposible que parezca la situación, por muy mal que te sientas, o que parezca que no hay solución, no hay ayuda, no hay esperanza, Dios te sacará adelante porque Él y solo Él tiene la última palabra. […]

Lázaro llevaba muerto cuatro días y su cuerpo estaba descomponiéndose en el sepulcro. Eso es más que un punto, ¡es un signo de admiración! Pero no había terminado todo. Dios puso una coma en ese lugar. Y Jesús resucita a Lázaro; sus órganos funcionan, se renovó la piel en descomposición. […]

El mundo puso un punto después de la crucifixión y muerte de Jesús. Pero Dios siempre tiene la última palabra. Al tercer día, Dios resucitó a Jesús, ¡y Él vive! «Oh muerte, ¿dónde está tu victoria? Oh muerte, ¿dónde está tu aguijón? […] ¡Pero gracias a Dios! Él nos da la victoria sobre el pecado y la muerte por medio de nuestro Señor Jesucristo» (1 Corintios 15:55–57).

Gracias a Jesucristo, la muerte y el sepulcro ya no tienen la última palabra en nuestra vida. Jesús tiene la última palabra.  William Thomas2

Justo a tiempo

¡Hay que ver cómo sabe Dios escoger los momentos más oportunos! Hace años, cuando trabajaba en un hospital algunos fines de semana, me pidieron que cuidara a una anciana que estaba en urgencias, sumamente delgada y muy débil a causa de un cáncer avanzado. Nada más entrar a la sala, empezó a hablarme de lo angustiada que estaba. Traté de animarla, pero reaccionó con ira, negatividad y hasta insultos. Me limité a hacer mi trabajo, y me ocupé en diversas tareas físicas.

Cuando ella dormía, me sentaba y leía publicaciones devocionales. Un relato que leí me llamó la atención en particular. Era el testimonio de un hombre que después de haber estado metido en el ocultismo llegó a encontrar la plena salvación en Cristo. Como tomó aquella decisión con fe, no solo él se libró, sino también muchos otros.

Reflexioné sobre lo que acababa de leer, y me arrepentí de haberme dado por vencida tan fácilmente con aquella señora. Solo faltaba media hora para que terminara mi turno, así que opté por intentarlo.

Cuando la señora despertó, le dije: «No sé por qué le habrá ocurrido todo esto; lo que sí sé es esto: pase lo que pase, Jesús la ama y quiere ser su mejor amigo. Él puede curarle la tristeza y el resentimiento y devolverle la alegría. Él está a la puerta de su corazón, a la espera de que le abra. ¿Por qué no le pide a Jesús que entre en su corazón y en su vida?»

La señora se puso a llorar, y esto me sorprendió mucho. Gustosamente oró conmigo para recibir a Jesús como Salvador, y me pidió perdón por haberme tratado con tanta aspereza. No vivió mucho más tiempo, pero cuando pasó a mejor vida era un alma verdaderamente cambiada, lista para encontrarse con su Hacedor.

Otra experiencia que tuve demuestra también los milagros de oportunidad que hace Dios. Ocurrió en un pueblo de Dinamarca en una calle peatonal. Una chica adolescente se acercó a mí. Le ofrecí un folleto religioso. Se detuvo y lo aceptó.

Le pregunté si creía en Dios, y contestó que no. Entonces le pregunté si creía en el amor. Al oír esto, se animó y respondió que sí. Le expliqué que Dios es amor, y que con Su ayuda podemos vivir con amor y un propósito. Humildemente oró conmigo, se despidió y se fue.

Dos semanas después encontré un sobre en mi buzón. En el interior había dos cartas, una de la madre de aquella muchacha y otra de la chica. La madre decía: «Antes de morir, el último deseo de mi hija era que le enviara esta carta. Me dijo que quería que usted supiera cuánto significó para ella el encuentro que tuvieron».

Por su parte, la muchacha escribió: «Ahora estoy entrando en la oscuridad, pero sé que el amor existe de verdad y que me espera una gran Luz. Antes de conocerlo a usted, tenía miedo de morir; ahora tengo paz».

La carta me hizo llorar, porque no tenía ni idea de que ella estuviera en la etapa final de una enfermedad. Me vino a la memoria el versículo en que Jesús dijo: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en Mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en Mí no morirá jamás» (Juan 11:25,26).  Peter Ericsson

Publicado en Áncora en enero de 2024.


1 https://www.findinggodintheordinary.com/blog/perfect-timing

2 https://www.baltimoresun.com/maryland/carroll/opinion/ph-cc-religion-thomas-column-042217-20170420-column.html

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