La participación en Sus padecimientos

enero 17, 2024

David Bolick

[The Fellowship of His Sufferings]

De forma regular me llegan peticiones de oración sobre todo tipo de necesidades, muchas de ellas relacionadas con dolencias físicas, y con frecuencia acudo por aliento a 2 Corintios 4:16: «Aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día». Me digo a mí mismo y a otras personas que preciso enfocarme más en esa segunda parte, sobre todo ahora que envejecer se ha convertido en tema tabú. Comprendo perfectamente la primera parte de cómo el hombre exterior se va desgastando. Existe mucha evidencia palpable de ello, pero debo confesar que no siempre veo con claridad la segunda parte, de cómo está siendo renovado el hombre interior. ¿Cómo puedo tomarme esto?

Esforzándome por comprenderlo mejor, amplié mis horizontes, y eché otro vistazo más a 2 de Corintios y otros sitios de la Biblia que hablan sobre renovación. Los resultados fueron muy interesantes. Esto es solo una primera impresión, y no quiero establecer una documentación en toda regla del asunto, pero hasta ahora, en todos los pasajes que he hallado sobre renovarse y renovación, existen referencias al sufrimiento, muerte o perturbación.

Por ejemplo, consideremos el versículo que precede a la frase sobre renovarse el hombre interior: «Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria» (2 Corintios 4:17). Se asemeja mucho a lo que dijo Pablo a los romanos: «Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse» (Romanos 8:18), y unos cuantos versículos más abajo de este pasaje clásico, sigue diciendo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero» (Romanos 8:35-36).

Pareciera que «tribulación, angustia, persecución», etc., son antesala de «la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse», y ese fue el caso en particular de los apóstoles y, por añadidura, lo mismo se aplica a todos los que se esfuerzan por seguir sus pisadas brindando el evangelio a los demás1.

Una de las instrucciones del Señor a Sus discípulos2 fue anticipar la persecución y los vemos regocijándose del cumplimiento de esto en el libro de Hechos (Hechos 5:40-41). Esteban fue el primero de los que fueron ordenados a (Hechos 6:6) «resistir hasta la sangre, combatiendo contra el pecado» (Hebreos 12:4). Pablo dio testimonio de ello y después describió el patrón general de esta manera: «Porque según pienso, Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros, como a sentenciados a muerte» (1 Corintios 4:9). «De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida» (2 Corintios 4:12). Él, al igual que Pedro y los demás apóstoles en el capítulo 5 de Hechos, se regocijó en sus sufrimientos por amor a los que les predicó la Palabra. Pablo lo expresó como la «participación de Sus padecimientos» (Filipenses 3:10). También enumeró todo un catálogo real de los riesgos que sufrió como prueba de su apostolado (2 Corintios 11:23-33).

Aunque Jesús sanó a los enfermos, devolvió la vista a los ciegos y resucitó a los muertos, los escarnecedores se burlaron de Él diciéndole «médico, cúrate a ti mismo» (Lucas 4:23), y «a otros salvó, a sí mismo no se puede salvar» (Mateo 27:42). Pablo, el gran apóstol que nos animó a imitarle a él —«Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo» (1 Corintios 11:1)— experimentó un trato similar3.

La conclusión que extraigo de todo esto es que aunque es importante orar por curación y confiar en que en muchos casos seremos sanados, una curación física inmediata no es necesariamente el único resultado positivo que debemos esperar del sufrimiento4. Podría ser que Dios se valga de dicho sufrimiento para renovar nuestro hombre interior y conseguir el «fruto apacible de justicia» (Hebreos 12:11) en nuestra vida.

Al observar con mayor detenimiento partes de este versículo, en particular cuando habla de que «el hombre exterior se va degastando» parece que el apóstol tiene más en mente las aflicciones que sufrió con la persecución que los achaques y dolores, e incluso enfermedades graves, que se asocian a la vejez o al curso natural de la vida en este mundo caído. Pero, de una u otra manera, todo el sufrimiento físico es fruto del pecado, resultado de la caída universal del ser humano por su desobediencia propiciando así el pecado y la muerte.

Esa frase, «la participación en Sus padecimientos», me consuela, me recuerda esa frase del precioso Salmo 23: «Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo» (versículo 4), y esta otra: «En toda angustia de ellos Él fue angustiado, y el ángel de Su faz los salvó; en Su amor y en Su clemencia los redimió, y los trajo, y los levantó todos los días de la antigüedad» (Isaías 63:9).

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Someter el anhelo más profundo de nuestro corazón quizás sea lo más cercano que estemos a comprender la cruz. […] Nuestra propia experiencia de crucifixión, aunque infinitamente menor que la de nuestro Salvador, no obstante nos proporciona la posibilidad de comenzar a conocerle en la participación de Sus padecimientos. En cada aspecto de nuestro propio sufrimiento, Él nos llama a dicha participación.  Elisabeth Elliot

No existen palabras que puedan expresar cuánto le debe este mundo a la tristeza. La mayoría de los salmos fueron concebidos en el desierto. La mayor parte del Nuevo Testamento se escribió en prisión. Las más grandes palabras de las Escrituras pasaron por grandes tribulaciones. Los más grandes profetas «aprendieron sobre el sufrimiento lo que escribieron en sus libros». Así pues, ¡anímate, cristiano afligido! Cuando nuestro Dios está a punto de utilizar a una persona, Él le permite que pase por un crisol de fuego.  George MacDonald


1 V. Romanos 8:17; 2 Timoteo 2:12.

2 V. Mateo 5:10–12, 10:23, 20:22–23; Lucas 21:12; Juan 15:20, 16:2.

3 V. Juan 15:18–20; Hechos 9:15–16; 1 Corintios 15:31.

4 V. Juan 9:2–3; Hebreos 11:35–38.

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