diciembre 19, 2023
Lo que Dios nos dio en la Navidad no fue solo a Su Hijo. Él nos dio una Verdad, una Verdad que nos transforma cuando la asimilamos. Lo que Dios nos dio en la Navidad es toda una nueva vida.
En el primer capítulo de Lucas, Elisabet dice: «Bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le ha sido dicho de parte del Señor» (Lucas 1:45). Elisabet le dice a María —y a nosotros—: «si de verdad crees lo que el ángel te dijo sobre este bebé, si lo asimilas, serás bendecida».
Sin embargo, en nuestro idioma, la palabra «bendita» se queda corta. Decir que nos sentimos bendecidos se emplea a veces para expresar que estamos dichosos. En las Escrituras, en hebreo y griego, la palabra que se emplea para decir «bendita» tenía un significado mucho más profundo. Ser bendecidos nos devuelve el shalom, una completa paz y bienestar, un funcionamiento humano completo, nos convierte en todo lo que Dios quiso que fuéramos. Ser bendito es ser fortalecido, reparado en todas las capacidades humanas, ser completamente transformado.
Lo que Elisabet decía a María —y lo que Lucas nos decía a nosotros—, es: «¿Crees que esta bella idea de la encarnación de verdad sucederá? Si lo crees, si lo acoges en el centro de tu vida, eres bendita, transformada y totalmente cambiada». […]
Si crees en la Navidad —que Dios se hizo humano— tienes la capacidad de enfrentar el sufrimiento, un recurso para el sufrimiento que otros no tienen. Ninguna otra religión —laicismo, paganismo grecorromano, religión oriental, judaísmo o Islam— cree que Dios se hizo frágil, ni que sufrió, ni que tuvo un cuerpo. Las religiones orientales creen que lo físico es una ilusión. Los griegos y romanos creen que lo físico es malo. El judaísmo y el islam no creen que Dios haría tal cosa como vivir en la carne.
Sin embargo, la Navidad enseña que a Dios no solo le interesa lo espiritual, porque ya no solo es un espíritu. Tiene un cuerpo. Sabe lo que es ser pobre, ser un refugiado, enfrentar persecución y hambre, ser golpeado y apuñalado. Sabe lo que es estar muerto. Por lo tanto, cuando juntamos la encarnación y la resurrección, vemos que a Dios no solo le interesa el espíritu, sino que también le preocupa el cuerpo. Creó el espíritu y el cuerpo, y Él redimirá el espíritu y el cuerpo.
La Navidad nos hace ver que Dios no solo está interesado en los problemas espirituales sino también en los físicos. Así que podemos hablar de redimir a las personas de culpa e incredulidad, al igual que de crear calles seguras y viviendas asequibles para los pobres, al mismo tiempo. […] La Navidad es el fin de pensar en que eres mejor que otra persona, porque la Navidad te dice que jamás llegarás al Cielo sin ayuda. Dios tuvo que venir por ti. Timothy Keller[1]
Aquí, en lo que sucedió en esa primera Navidad, es donde se encuentran las profundidades más grandes, más insondables de la revelación cristiana. «El Verbo se hizo carne» (Juan 1:14); Dios se hizo hombre; el Hijo divino se hizo judío; y el Todopoderoso apareció en la Tierra como un niño indefenso, incapaz de hacer otra cosa que permanecer acostado en una cuna, de mirar, moverse inquieto haciendo los sonidos de un bebé. Necesitaba que le dieran alimento, le cambiaran los pañales y le enseñaran a hablar como a cualquier otro niño. Y en eso no hubo ilusión ni engaño. La primera infancia del Hijo de Dios fue una realidad. Mientras más lo pensamos, resulta más sorprendente. En la ficción no se encuentra algo tan fantástico como esta verdad de la encarnación. […]
Fue un gran acto de condescendencia y de humillarse voluntariamente. Pablo escribe: «Aunque era Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse. En cambio, renunció a Sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano. Cuando apareció en forma de hombre, se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como morían los criminales» (Filipenses 2:6). Y todo eso fue para nuestra salvación. […]
Para el Hijo de Dios despojarse a sí mismo y volverse pobre significó dejar de lado la gloria; una limitación de poder que hizo voluntariamente; aceptar dificultades, aislamiento, maltrato, malicia y malentendido; finalmente, una muerte que significó una gran agonía —espiritual, incluso más que física— a tal grado que su mente casi estallaba ante la posibilidad de ello. Significó amar al máximo a hombres que resultaba difícil amar, que Él «se hizo pobre para que ustedes con Su pobreza fueran enriquecidos» (2 Corintios 8:9).
Este mensaje de Navidad es que hay esperanza para una humanidad arruinada —esperanza de perdón, esperanza de paz con Dios, esperanza de gloria—, porque por la voluntad del Padre, Jesucristo se hizo pobre y nació en un establo de modo que treinta años después colgara de una cruz. Es el mensaje más estupendo que el mundo haya escuchado o que escuchará. […]
El espíritu de Navidad es el espíritu de los que, como su Maestro, viven según el principio de hacerse pobres —gastar y gastarse— para enriquecer a sus semejantes; que dedican tiempo, esfuerzo, cuidado e interés para hacer bien a otros —no solo a sus amigos— de la manera que parece que es necesaria.
«Conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, por amor de ustedes se hizo pobre para que ustedes con Su pobreza fueran enriquecidos» (2 Corintios 8:9). «Haya en ustedes esta manera de pensar que hubo también en Cristo Jesús» (Filipenses 2:5). J. I. Packer[2]
La esencia del cristianismo es que Jesús es Dios. Creerlo es lo que lo hace a uno cristiano. Si Él no es Dios, entonces la esencia de nuestra fe no existe y nuestra fe es infundada. Jesús afirmó ser Dios. Sus discípulos lo creían, lo predicaban y fundaron el movimiento cristiano que ha durado más de dos mil años, un movimiento que en la actualidad cuenta con más de dos mil millones de seguidores que creen en esa verdad fundamental.
El Nuevo Testamento proclama que Jesús existía antes que cualquier otra cosa y que todas las cosas fueron creadas por Él; que Él ingresó a Su creación haciéndose hombre y que perdona los pecados; que por medio de Su muerte y resurrección trajo salvación y victoria sobre la muerte. Todos Sus milagros, al igual que Su relación con el Padre, apuntan a Su deidad. Sus enseñanzas apuntan a ello y las afirmaciones de que juzgará a la humanidad también dan fe de ello.
Uno de los principales hitos del ministerio de Jesús fue cuando Sus seguidores empezaron a entender quién era Él:
Cuando llegó a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a Sus discípulos:
—¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Le respondieron:
—Unos dicen que es Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que Jeremías o uno de los profetas.
—Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?
—Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente —afirmó Simón Pedro.
—Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás —le dijo Jesús—, porque eso no te lo reveló ningún mortal, sino Mi Padre que está en el cielo (Mateo 16:13–17).
Al igual que Pedro, podemos hacer esa misma declaración de fe: que Jesús es el Hijo del Dios viviente. No solo eso: sabemos que es Dios. Porque Él es Dios, es el agua de vida, la luz del mundo, el pan que descendió del cielo, la resurrección y la vida, el que perdona nuestros pecados y concede la vida eterna a todos los que lo reciben. El resultado de Su vida, muerte y resurrección es el preciado regalo de Dios, nuestra salvación. Peter Amsterdam
En este lado de la eternidad, la Navidad todavía es una promesa. Sí, el Salvador ha llegado, y con Él la paz en la Tierra, pero la historia no ha terminado. Sí, hay paz en nuestro corazón, pero anhelamos paz en nuestro mundo.
Cada Navidad pasamos página hasta que Jesús vuelva. Cada 25 de diciembre marca otro año que nos acerca más al cumplimiento de los tiempos, que nos acerca más […] al hogar.
Cuando nos damos cuenta de que Jesús es la respuesta a nuestro mayor anhelo, incluso anhelos de Navidad, cada Adviento nos acerca más a Su glorioso regreso a la Tierra. Cuando lo vemos como Él es, el Rey de reyes y Señor de señores, ¡sin duda eso será Navidad! […]
Estamos de puntillas a la orilla de la eternidad, listos para entrar al nuevo Cielo y la nueva Tierra. Y estoy ansiosa. Me cuesta esperar para cantar Venid, fieles todos, mientras me reúno con mis amigos y familiares para adorar al Señor en el Cielo. No puedo esperar para darle el regalo de mi fe refinada, «las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos» (Efesios 1:18).
De rodillas, junto a reyes y pastores, lo alabamos y cantamos «¡Gloria a Dios en las alturas!» (Lucas 2:14.) Y por la eternidad seguiremos a quien es «la estrella resplandeciente de la mañana» (Apocalipsis 22:16). Joni Eareckson Tada[3]
Publicado en Áncora en diciembre de 2023.
[1] http://www.godrenews.us/by/advent-gifts
[2] J. I. Packer, Knowing God (1973).
[3] Joni Eareckson Tada, A Christmas Longing (Multnomah, 1990).
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