Confiar en Dios durante el silencio

septiembre 13, 2023

William B. McGrath

[Trusting Through the Silence]

A lo largo de nuestra vida, es casi seguro que surgirán algunas situaciones críticas. Si eres cristiano, instintivamente querrás hablar de ello con el Señor y entregarle a Él esos asuntos en los que no puedes hacer nada. Cuando se lo entregas todo a Él desahogas tu corazón y luego, solo tienes que creer y confiar en Su fidelidad. Puede que tengas que esperar mucho tiempo, e incluso en ese intervalo pueden surgir circunstancias y opiniones opuestas. Ha habido ocasiones en que parecía que Dios simplemente me había abandonado.

Existen diversos relatos en la Biblia de personas que a pesar de dichos sentimientos, de sufrir tal silencio y circunstancias adversas, han mantenido la fe.

Ha sido y siempre será la voluntad de Dios que confiemos sólo en Él. Dios exige ser llamado Todopoderoso; insiste en que pongamos nuestra confianza en Él… Ha dejado claro en Su relación con el hombre que todo el poder le pertenece a Él, y que no compartirá Su gloria con nadie más: «No teman lo que ellos temen ni se dejen asustar. Solo al Señor de los Ejércitos tendrán ustedes por santo.» (Isaías 8:12-13.) Y no sólo en medio de una maravillosa demostración de Su poder. En medio de la hora más oscura, en las circunstancias menos favorables, la fe debe correr al Padre alabándolo por Su grandeza.  William Gurnall[1]

Revisar diversos acontecimientos en la Biblia me ayuda a fortalecer mi fe cuando me encuentro en largos periodos de espera o me rodean voces o pensamientos adversos.

A Dios le desagradó cuando Zacarías respondió con dudas al decreto del ángel que Dios le envió. Zacarías preguntó al ángel cómo su esposa podría tener un hijo siendo tan anciana, y quedó mudo (Lucas 1:18-20). Encontramos otros relatos de la Biblia donde aparentemente Dios escoge a propósito circunstancias difíciles para llevar a cabo Sus planes y demostrar que Su poder es muy superior al esfuerzo humano.

Dios podría haber escogido sacar a los hijos de Israel fuera de Egipto mientras José gozaba de beneplácito en la corte del faraón. Entonces su partida habría sido mucho más sencilla.

María y Marta eran mujeres piadosas, pero cuando Jesús no se presentó para sanar a su hermano Lázaro sino hasta cuatro días después de su muerte, ambas expresaron dudas: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto» (Juan 11:32); «Señor, hace cuatro días que murió. Debe haber un olor espantoso.» (Juan 11:39.) Al igual que Marta y María, sé que mi fe fácilmente se tambalea cuando pasa el tiempo y las cosas solo parecen empeorar. Pero lo idóneo, a pesar de las circunstancias, es seguir confiando y persistir aferrándose a una fe fuerte.

Su Palabra nos enseña a tener «una fe más fuerte» (Romanos 4:20), y la misma Palabra nos dice que pongamos «los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz… para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar» (Hebreos 12:2-3). La fe me brinda un intenso gozo y una profunda confianza.

En Juan 17 encuentro que la voluntad de Jesús para mí es que conozca el amor de Su Padre. Y veo claramente en la Biblia que mi Padre celestial mantiene Sus promesas. Es un Padre que guarda sus pactos, y de buen grado comparte abundantemente con todos Sus hijos. Al arrepentirnos humildemente, somos acogidos instantáneamente en la familia de Dios, y recibimos promesas de que Él nos otorgará Su fortaleza para completar nuestro peregrinaje terrenal. En realidad, no importa si algunos de mis hermanos y hermanas terrenales poseen unos talentos maravillosos, y otras personas, como yo, parecen tener muy pocos; todos somos aceptos en el Amado (Efesios 1:6), y es solo a través de Su gracia que podemos seguir adelante. Dios nos ha hecho un juramento, que tendremos un fortísimo consuelo los que acudimos a Él (Hebreos 6:17-18).

Por eso, siempre intento recordar que Dios espera que resista y siga confiando en Él, a pesar de que haya ocasiones en que guarda silencio o me permite enfrentar circunstancias difíciles.

En ese sentido, existen otros relatos de la Biblia que me animan. Cuando la mujer cananea le suplicó a Jesús que tuviera misericordia de su hija que estaba «atormentada por un demonio», leemos que Jesús «no le respondió palabra». Pero ella siguió persistiendo y le adoró. Luego, parece que Jesús la desanimó aún más, diciéndole que era una extraña. Ella dio un paso más de humildad y continuó con su petición. Y entonces Jesús dijo: «“Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres”. Y su hija fue sanada desde aquella hora.» (Mateo 15:21-28.) La única otra ocasión en que Jesús elogió la gran fe de alguien fue cuando felicitó al centurión romano, que también era en gran medida un extraño, pero que asimismo demostró gran humildad (Mateo 8:5-13).

Un último relato que me encanta recordar es el de Naamán, el capitán del ejército sirio, un verdadero extraño (2 Reyes 5). Al igual que Naamán, siendo yo un joven, tras haber aprendido sobre la familia espiritual de Dios con hermanos y hermanas, yo deseaba ver que Dios hacía algo especial para mí. Pero he descubierto que Dios siempre obra en nuestro beneficio a medida que obedecemos Su voluntad lo mejor posible y que, al igual que Naamán y los otros, estamos dispuestos a actuar humildemente; a persistir en modesta obediencia, incluso durante las largas esperas en que Dios parece guardar silencio, o cuando somos abofeteados con desánimo y/o rechazo. Y al igual que Naamán, en alguna ocasión tal vez pensé que podía ser un trofeo especial para la familia de Dios, pero ahora sé que siempre fui un extraño que buscaba refugio y encontré misericordia en mi Salvador.


[1] El cristiano con toda la armadura de Dios, vol.1, 1658.

 

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