agosto 14, 2023
Volvernos más como Cristo significa llegar a ser mejores cristianos mediante una aplicación más resuelta de las enseñanzas de las Escrituras, acompañada de la guía y gracia del Espíritu Santo. Esa aplicación de las Escrituras tiene dos vertientes. Por un lado, se trata de renunciar a la impiedad y creer que lo que la Biblia llama pecado es, en efecto, pecado, por lo que se debe resistir y superar tanto como sea posible. Por otro, consiste en vestirnos de Cristo (Romanos 13:14), en abrazar las virtudes cristianas que se mencionan en las Escrituras, los frutos del Espíritu, y conducirnos de un modo que refuerce en nosotros tales virtudes.
Crecer en los atributos divinos es tarea de toda una vida. Es preciso tener la intención de cambiar, dedicación y la voluntad de hacer un esfuerzo continuo por modificar para bien nuestras acciones, pensamientos, deseos y posturas. Se trata de una transformación espiritual, una renovación de nuestra mente, una conversión en nuevas criaturas, con tesón, conforme a la exhortación que dice: «En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, […] renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad» (Efesios 4:22-24).
En su libro Cultivating Christian Character, Michael Zigarelli encuestó a 5.000 cristianos y descubrió indicaciones de las virtudes que parecen contribuir al desarrollo y perfeccionamiento del carácter cristiano. Identificó tres atributos que parecen ser componentes esenciales de la imitación de Cristo: la gratitud, el gozo de vivir y el teocentrismo[1].
Esa combinación de gozo, teocentrismo y gratitud se observa en algo que escribió el apóstol Pablo:
«Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias a Dios en toda situación, porque esta es Su voluntad para ustedes en Cristo Jesús» (1 Tesalonicenses 5:16-18).
La gratitud se expresa en las Escrituras mediante las palabras agradecimiento y acción de gracias. Se basa en el concepto de que, en todas partes y en toda situación, el pueblo de Dios debe estar continuamente dando gracias a su Creador y Redentor. En el Antiguo Testamento, la acción de gracias se expresa por lo general mediante la palabra hebrea todá, que se traduce como «agradecimiento» o «acción de gracias». Es también como se dice «gracias» en hebreo moderno. El término todá aparece más que nada en el libro de los Salmos, que contienen bastantes alabanzas y expresiones de gratitud a Dios[2].
El Nuevo Testamento está también lleno de pasajes en los que se expresa agradecimiento a Dios, así como de instrucciones para hacerlo. Está el ejemplo que dio Jesús de dar gracias, y los creyentes que daban gracias a Cristo (Mateo 11:25, 26:27; Juan 11:41). De hecho, se nos manda dar gracias a Dios por todo y siempre (Efesios 5:20). La gratitud debería permear toda nuestra vida. Si bien expresamos también nuestra gratitud a otras personas, nuestra mayor gratitud debería ser hacia Dios, que nos ha dado vida.
Cuando nos concentramos en cultivar la gratitud, nuestra visión de la vida cambia, ya que con el tiempo da lugar a un nuevo contexto o una nueva lente a través de la cual interpretamos nuestras circunstancias. Comenzamos a ver nuestras experiencias y todo lo que tenemos a la luz del amor de Dios, lo cual es motivo de agradecimiento. Eso cambia nuestra perspectiva, ya que nos damos cuenta de que, sea cual sea nuestra situación, podría estar peor, y no lo está. Eso no significa que no hagamos lo posible por mejorarla, sino que la vemos con una actitud agradecida: estamos agradecidos por lo que tenemos, por estar vivos, porque aunque no gocemos de abundancia y no tengamos lo que otros tienen, tenemos suficiente.
En cierto modo, la gratitud es una mentalidad, una cosmovisión. Sean cuales sean nuestras circunstancias, escogemos verlas a través del lente de nuestro agradecimiento a Dios por Su amor, Sus cuidados y Su provisión. En vez de compararnos con otros o lamentarnos por lo que nos ha tocado en suerte en la vida, le agradecemos a Dios lo que tenemos. Eso requiere una nueva manera de ver las cosas, centrando nuestros pensamientos en las bendiciones que hemos recibido y no en lo que nos falta, sin hacer cábalas sobre lo mucho mejor que nos iría si tan solo tal y cual. La gratitud nos hace estar contentos cualquiera que sea nuestra situación y darle frecuentemente gracias a Dios por las bendiciones que nos ha concedido, sean estas escasas o abundantes.
Para llegar a tener una actitud agradecida es preciso que condicionemos nuestra mente para rechazar los pensamientos que nos hagan estar descontentos con nuestras circunstancias. Cuanto más nos comparamos con otros y deseamos lo que ellos tienen, más insatisfechos nos sentimos con nuestra situación, lo que no nos permite reconocer el amor y la providencia de Dios para con nosotros y nos lleva a ser desagradecidos con lo que Él ha hecho y sigue haciendo en nuestra vida. Si no nos liberamos del descontento y la envidia, nos quedamos atrapados en una mentalidad que nos priva de la alegría y la dicha que produce en nosotros la conciencia de la presencia y las bendiciones divinas.
Zigarelli con su encuesta descubrió que los cristianos con un puntaje más alto en gratitud eran los que aprendían a sentirse satisfechos y rara vez deseaban lo que otros tenían. A lo largo del día se acordaban frecuentemente de lo mucho que Dios los había bendecido. Es interesante observar que en la encuesta los más agradecidos solían pertenecer a un estrato económico bajo, por lo que no eran sus bienes materiales los que motivaban o sustentaban su actitud agradecida.
Una actitud agradecida emana de la confianza en el infalible amor de Dios por nosotros. Con frecuencia nos cuesta sentirnos agradecidos cuando atravesamos adversidades, cuando la vida no parece tener sentido y cuando nuestras oraciones a primera vista no obtienen respuesta. Pero una actitud agradecida no depende de lo que suceda a nuestro alrededor, sino que está anclada en la confianza de que Dios nos ama y oye nuestras oraciones, y la convicción de que, aunque no cambien las circunstancias, siempre hay algo por lo que estar agradecidos, aun en la peor situación.
Una manera de cultivar la gratitud es anotar todo aquello por lo que estamos agradecidos. Un diario de gratitud nos ayuda a tener presentes nuestras bendiciones, a pensar en ellas. Todos tenemos cosas por las que estamos agradecidos. Sin embargo, rara vez hacemos una pausa para tomar conciencia de nuestro agradecimiento. Al no reconocer esas cosas, no quedan registradas en nuestra mente como bendiciones, como cosas por las que estamos agradecidos.
Nuestras vidas están llenas de cosas, pequeñas y grandes, que podemos reconocer como bendiciones de Dios: nuestros dones y talentos, las metas que hemos alcanzado, las oportunidades que se nos han presentado, nuestra salud, y muchas más. Algunas son bendiciones más cotidianas, como tener comida en la mesa, agua que sale de la llave, y un inodoro. También están nuestros familiares y amigos que nos aman, y las personas que nos han ayudado o han cuidado de nosotros de alguna manera. Las cosas por las que podemos estar agradecidos son innumerables, pero a menudo no nos tomamos la molestia de reconocerlas. Un diario nos ayuda a hacer eso. Al llevar un diario, vamos educando nuestra mente para que reconozca esas cosas, y con el tiempo nuestra actitud cambia y la gratitud se convierte en parte integral de nuestra personalidad, lo cual nos conduce a una mayor semejanza con Cristo.
Existe también un vínculo entre confesar nuestros pecados y una mayor gratitud. Presentarle frecuentemente nuestros pecados a Dios nos sirve para recordar nuestra imperfección y Su misericordia. El sabernos perdonados y beneficiarios de Su misericordia genera en nosotros un sentimiento de gratitud. Confesarle al Señor nuestros pecados forma parte del proceso de despojarnos del viejo hombre y revestirnos «del nuevo. Este, conforme a la imagen del que lo creó, se va renovando hasta el conocimiento pleno» (Colosenses 3:9,10).
Tener presentes a los pobres en nuestras oraciones también puede volvernos más agradecidos. Al orar por los que tienen menos que nosotros, nos acordamos de lo difícil que es la vida para algunos y nos sentimos agradecidos por la nuestra. Orar por refugiados que han tenido que dejarlo todo y arriesgar su vida para llegar a un sitio seguro nos ayuda a enfocar más objetivamente nuestra propia situación. Zigarelli escribe:
De pronto, nuestro marco de referencia es la viuda empobrecida, el niño hambriento, el padre sin trabajo, el bebé enfermo, el refugiado al que la guerra obligó a abandonar su país, el vecino del Tercer Mundo sin electricidad ni agua corriente. Orar a diario por esas personas es una práctica que alumbra nuestra propia existencia con la resplandeciente luz de la providencia divina, de resultas de lo cual puede producirse en uno una serie de cambios impresionantes. La envidia da lugar a la satisfacción; el resentimiento, al contentamiento; las quejas, a la alabanza. El catalizador de todo ello es la gratitud, que nace de una perspectiva más diáfana adquirida a través de la reflexión en la situación de los pobres[3].
Los cristianos hemos recibido la mayor de las bendiciones: la salvación, el conocimiento de que viviremos eternamente con Dios. Disfrutamos de una relación con el Creador y sostenedor de todas las cosas. Nuestro Dios es también nuestro Padre, que sabe lo que necesitamos y promete cuidar de nosotros. Sean cuales sean nuestras circunstancias, estamos en Su presencia. Nuestra vida debería estar llena de gratitud, de agradecimiento a Dios: «dando siempre gracias a Dios el Padre por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (Efesios 5:20).
Publicado por primera vez en enero de 2017. Adaptado y publicado de nuevo en agosto de 2023. Leído por Gabriel García Valdivieso.
[1] Michael Zigarelli, Cultivating Christian Character (Colorado Springs: Purposeful Design Publications, 2005).
[2] E. E. Carpenter y P. W. Comfort, Glosario Holman de términos bíblicos: Exposición de importantes expresiones hebreas y griegas (Nashville, EE. UU.: B&H Español, 2003).
[3] Zigarelli, Cultivating Christian Character, 36.
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