El rabino que vio la luz

junio 28, 2023

Tesoros

[A Rabbi Sees the Light]

El sumo sacerdote Caifás, llenando la imponente cámara del Sanedrín, la corte suprema de todo el judaísmo, exclamó:

—¡La doctrina de los seguidores de Jesús de Nazaret está propagándose por Jerusalén y aún no hemos actuado!

—Vamos, hijo —dijo Anás, el anciano suegro de Caifás, al tiempo que se acariciaba su larga barba blanca con aire meditabundo—. Ni nosotros ni ninguno de los ancianos del Concilio sabíamos que esta secta de herejes continuaría difundiéndose después de que se ejecutara a su profeta.

—Pero hace apenas una semana —se lamentó Caifás— tuvimos a dos de sus principales cabecillas, esos pescadores, Pedro y Juan, arrestados y traídos aquí. ¡Pero el Rabí Gamaliel tomó la palabra y convenció al Concilio de que debíamos ponerlos en libertad! Según él: «Si este consejo o esta obra es de los hombres, será destruida. Pero si es de Dios, no podréis destruirles. ¡No sea que os encontréis luchando contra Dios!» (Hechos 5:28-42)

—Los azotamos y amenazamos con un severo castigo si seguían predicando en el nombre de su líder, Jesús, el que fue ejecutado.

—¿Pero de qué sirvió aquello? —preguntó Anás—. Cada día tienen más las simpatías del pueblo. ¡Se están multiplicando y hay informes de que nuestros sacerdotes, en secreto, están convirtiéndose en creyentes y seguidores de esta secta! (Hechos 6:7)

—Debemos actuar, Caifás, ¡actuar enseguida! Si no, toda Jerusalén proclamará Mesías al nazareno muerto. No obstante, para evitar conflictos con los romanos, en caso de que se enteren de que hemos liquidado a estos apóstatas, ¿no podríamos quizá valernos de algunos de nuestros hermanos no directamente vinculados con el Sanedrín?

—Excelente idea, padre —repuso Caifás— y creo que tengo al hombre ideal para tal misión: rabí Saulo. Como bien sabes, es de Tarso, la capital de la provincia de Cilicia. Saulo es uno de los dirigentes de la Sinagoga de los libertos, una congregación sumamente devota de aquí, de Jerusalén, y que se compone de judíos procedentes de Grecia y de Asia. Saulo es un joven fariseo celoso y entusiasta que haría cualquier cosa por promover la causa de nuestra religión. (Véase Hechos 22:3; 23:6; 26:4-5; Filipenses 3:4-6.)

Saulo fue citado inmediatamente a las cámaras de los sacerdotes, situadas en el recinto del templo. Aceptó con gusto la misión de buscar y capturar a destacados dirigentes cristianos y de encargarse de que los infieles fueran asesinados. Saulo coincidió en que dicha medida serviría de ejemplo y advertencia al resto de los cristianos de Jerusalén, y que, si todo iba bien, pondría fin a sus actividades.

Luego de organizar una banda de judíos devotos de su sinagoga, Saulo y sus secuaces se dirigieron a las afueras del mercado central de Jerusalén, zona que los cristianos frecuentaban para predicar a las multitudes. Allí descubrieron a cierto discípulo de nombre Esteban que abierta y convincentemente daba testimonio de Jesús a las multitudes.

He aquí la descripción que nos da la Biblia del encuentro con Esteban: «Se levantaron algunos de la sinagoga llamada de los Libertos, judíos de origen extranjero, entre los que se hallaban hombres de las provincias de Cilicia y de Asia. Aquellos judíos empezaron a discutir y altercar con Esteban, pero no podían resistir la sabiduría y el espíritu con que hablaba. Entonces sobornaron a unos hombres para que dijesen: «Le hemos oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios».

«Ellos incitaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas. Y se levantaron contra él, le arrebataron y le llevaron al Sanedrín. Luego presentaron testigos falsos que decían: “Este hombre no deja de hablar palabras contra este santo lugar y contra la ley. Porque le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar y cambiará las costumbres que Moisés nos dejó”» (Hechos 6:8-14).

El sumo sacerdote, Caifás, miró a Esteban y le preguntó si aquellas acusaciones eran ciertas. Esteban respondió con un fogoso sermón en el que relató con detalle toda la historia del pueblo judío, desde Abraham, Isaac y Jacob, hasta Moisés, los profetas y los reyes, demostrando cómo había tratado Dios a Israel a lo largo de los siglos, preparándolos para el Mesías. La Biblia nos dice que «todos los que estaban sentados en el Sanedrín, cuando fijaron los ojos en él, vieron su cara como si fuera la de un ángel» (Hechos 6:15).

Para concluir su mensaje, Esteban les cantó más de cuatro verdades: «¡Duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo. Como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que de antemano anunciaron la venida del Justo. Y ahora habéis venido a ser Sus traidores y asesinos. ¡Vosotros que habéis recibido la ley, y no la guardasteis!» (Hechos 7:51-53).

El Concilio, así como la turba de rabí Saulo que había capturado y traído a Esteban, fue incapaz de aceptar esa hiriente reprensión. «Escuchando estas cosas, se enfurecían en sus corazones» (Hechos 7:54) y resolvieron que aquel hereje debía ser apedreado en el acto.

«Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo y puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba de pie a la diestra de Dios. Y dijo: “¡He aquí, veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios!”» (Hechos 7:55-56.)

Al oír estas palabras, se taparon los oídos, y dando alaridos, «se precipitaron sobre él. Le echaron fuera de la ciudad y le apedrearon» (Hechos 7:57).

Saulo quedó al margen de la enloquecida turba de fanáticos religiosos mientras se preparaban para arrojar las piedras. La Biblia dice que «dejaron sus vestidos a los pies de un joven que se llamaba Saulo... Y Saulo consentía y daba plena aprobación a la muerte de Esteban» (Hechos 7:58; 8:1).

No obstante, el Sanedrín descubrió con consternación que la muerte de Esteban no contuvo ni aminoró en absoluto las actividades de los cristianos. Siguieron creciendo y divulgando su mensaje más que nunca. No solo el Concilio estaba furioso, sino que el propio rabí Saulo se obsesionó por verlos exterminados. «En aquel día se desató una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén, y todos fueron esparcidos por las regiones de Judea y de Samaria. Entonces Saulo, asolaba a la iglesia. Entrando de casa en casa, arrastraba a hombres y mujeres y los entregaba a la cárcel» (Hechos 8:1-3).

La persecución contra los cristianos se tornó tan fiera y violenta que éstos prácticamente evacuaron toda la ciudad de Jerusalén. Mas el ardoroso fariseo Saulo no se contentó con hacer huir de la capital a la mayoría de los cristianos.

«Entonces Saulo, respirando aún amenazas y homicidio contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas en Damasco (Siria), con el fin de llevar preso a Jerusalén a cualquiera que hallase del Camino» (Hechos 9:1-2). ¡Saulo estaba tan decidido que obtuvo autorización de Caifás para arrestar y encarcelar a cristianos en la capital de otro país a más de 250 kilómetros de distancia!

Años más tarde, Saulo escribía y confesaba: «Yo, a la verdad, había pensado que debía hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret. Habiendo recibido autorización de los principales sacerdotes, encerré en cárceles a muchos de los santos; y cuando los mataban, yo di mi voto contra ellos. Muchas veces, castigándoles en todas las sinagogas, procuraba obligarles a blasfemar; y enfurecido en extremo contra ellos, los perseguía hasta en las ciudades extranjeras» (Hechos 26:9-11).

Sin embargo, mientras Saulo y su escolta de guardias del templo viajaban a caballo por el polvoriento camino que conducía a Damasco, algo completamente inesperado y extraordinario le sobrevino, ya en el último trecho.

«Mientras iba de viaje, llegando cerca de Damasco, aconteció de repente que le rodeó un resplandor de luz desde el cielo. Él cayó en tierra y oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”» (Hechos 9:3-4).

Pese a que Saulo había estudiado las Escrituras y sabía que Dios hablaba y llamaba a Sus mensajeros y profetas de formas sobrenaturales, ¡nunca había experimentado algo semejante en toda su vida!

Pasmado y casi aterrado, Saulo no acertaba a saber qué podrían significar esa luz cegadora y esa voz sobrenatural. Si en efecto se trataba de la voz de Dios, entonces cómo es que le había dicho: «¿Por qué me persigues?» Ciertamente Dios sabía que se hallaba en una misión sagrada para Él, a fin de perseguir a Sus enemigos, los integrantes de aquella secta de herejes, seguidores de aquel agitador llamado Jesús de Nazaret. Logrando serenarse a duras penas, Saulo se dirigió a la voz preguntándole audiblemente: «¿Quién eres, Señor?»

Entonces llegó la respuesta que alteraría y transformaría radicalmente la vida de aquel joven fariseo. Nítida y pausadamente, la voz contestó: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón» (Hechos 9:5). Con estas palabras, el Señor estaba comparando a Saulo con un buey terco que daba patadas contra las aguijadas de su amo, esas varas largas que los labradores empleaban para picar y hacer andar a sus bestias. Es decir que, al perseguir a los cristianos, Saulo se resistía a los aguijonazos de su conciencia.

Al recibir de repente aquella desconcertante y estremecedora revelación celestial, Saulo comprendió lo terriblemente equivocado que estaba al perseguir y matar cristianos. «Dios mío, Dios mío», se dijo para sí, mientras le daba vueltas la cabeza del tremendo estupor que le había producido aquella experiencia. «¡Jesús es el Mesías! ¿Qué he hecho! ¡Apiádate de mí, Señor!»

Dirigiéndose una vez más hacia la voz, Saulo preguntó temblando y llorando: «Señor, ¿qué quieres que haga?» Y el Señor le dijo: «Levántate, entra en la ciudad, y se te dirá lo que te es preciso hacer» (Hechos 9:6).

«Entonces Saulo fue levantado del suelo, y aún con los ojos abiertos no veía nada. Así que, guiándole de la mano, le condujeron a Damasco. Por tres días estuvo sin ver, y no comió ni bebió» (Hechos 9:8-9).

¡Imagínate, el otrora eminente y orgulloso fariseo rabí Saulo fue sacudido y derribado sobrenaturalmente de su caballo por el propio Jesús y quedó completamente ciego al ver la luz de Dios! Fue tal el sobresalto y la estupefacción que sintió ante los impresionantes sucesos sobrenaturales que acababan de acaecerle, que no pudo probar bocado ni ingerir bebidas, sino que permaneció echado en cama meditando, orando vehementemente y esperando a que Dios le indicase qué hacer.

Al cabo de tres días, «había cierto discípulo en Damasco llamado Ananías, y el Señor le dijo en visión: “Levántate y busca a uno llamado Saulo de Tarso. Ponle las manos encima para que recobre la vista”» (Hechos 9:10-12).

Pero tan mala fama tenía Saulo entre los discípulos cristianos que «Ananías respondió: “Señor, he oído a muchos hablar acerca de este hombre, y de cuántos males ha hecho a Tus santos en Jerusalén. Aun aquí tiene autoridad de parte de los principales sacerdotes para tomar presos a todos los que invocan Tu nombre”.

»Y le dijo el Señor: “Ve, porque este hombre me es un instrumento escogido para llevar Mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel”» (Hechos 9:13-15). Así que Ananías obedeció y fue.

—Saulo, hermano —lo saludó Ananías al entrar en el dormitorio donde yacía el rabino. Saulo quedó atónito. A muchos cristianos había conocido en su vida, pero ninguno había llamado jamás hermano a su cruel y despiadado perseguidor.

Al ver el lastimero estado en que se hallaba el que fuera perseguidor de sus hermanos, Ananías sintió compasión de él y le dijo: «El Señor Jesús, que te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recuperes la vista y seas lleno del Espíritu Santo». Entonces impuso las manos sobre los ojos de Saulo y oró fervientemente «y volvió a ver, y habiendo comido, recuperó las fuerzas» (Hechos 9:17-19).

Tras pasar unos pocos días en compañía de los discípulos de Damasco, la Biblia dice que «Saulo en seguida predicaba a Jesús en las sinagogas, diciendo: “Este es el Hijo de Dios”. Todos los que le oían estaban atónitos y decían: “¿No es éste el que asolaba en Jerusalén a los que invocan este nombre (Jesús)? ¿Y no ha venido acá para llevarlos presos?” Pero Saulo se fortalecía aún más y confundía a los judíos que habitaban en Damasco, demostrando que Jesús era el Cristo. Pasados muchos días, los judíos consultaron entre sí para matarle» (Hechos 9:19-23). Así, el que fuera perseguidor pasó a ser perseguido, y el apóstol Pablo emprendió un ministerio que cambió el mundo.

No cabe duda de que desde el momento en que Saulo presenció el martirio de Esteban, el Espíritu Santo le aguijoneaba la conciencia. Gracias a Dios que Saulo finalmente se doblegó a la verdad de que Jesús es el Mesías, y llegó a convertirse en el dirigente más destacado de la Iglesia Primitiva. Vaya ejemplo de una vida transformada, de una «nueva criatura en Cristo Jesús» al convertirse en el apóstol Pablo, seguidor y pregonero del amor, la misericordia y la gracia de Dios (2 Corintios 5:17).

Luego de su conversión, Pablo «en seguida predicaba a Jesús». No dejó pasar semanas, meses o años para convertirse en testigo del Señor, sino que enseguida dio testimonio del Señor a otros. Aunque no te hayas aprendido de memoria capítulos enteros de las Escrituras o convertido en elocuente orador, si has recibido a Jesús en tu corazón, también se te llama a compartirlo con los demás para que ellos también experimenten el amor de Dios y reciban Su regalo de la salvación eterna.

¡Que Dios nos ayude a todos a ser testigos fogosos y a dar testimonio a fin de transmitir el amor y la verdad de Jesucristo a todos los que podamos! Así, al término de nuestra vida, podremos hacer nuestras las palabras del gran apóstol Pablo: «He peleado la buena batalla; he acabado la carrera; he guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de justicia, la cual me dará el Señor en aquel día» (2 Timoteo 4:7-8).

Tomado de un artículo de Tesoros, publicado por La Familia Internacional en 1987. Adaptado y publicado de nuevo en junio de 2023.

 

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