Practicar la bondad y la amabilidad

junio 26, 2023

Peter Amsterdam

[Practicing Kindness and Goodness]

Cuando el apóstol Pablo escribió sobre llevar una vida que esté en armonía con Dios y vivir inmersos en el Espíritu Santo y bajo Su guía, enumeró lo que llamó «las obras de la carne», entre las que figuran las enemistades, los pleitos, los celos, los arranques de ira y la envidia. Prosiguió diciendo que «en cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio» (Gálatas 5:19-23). El fruto del Espíritu es la acción del Espíritu Santo dentro de nosotros, que nos lleva a adquirir una mayor cercanía y devoción a Dios y una mayor semejanza con Cristo.

Dentro de esta lista encontramos dos aspectos del fruto del Espíritu que van mano a mano: la amabilidad y la bondad, a ambas se las califica de atributos de la naturaleza divina. «Dios, que es rico en misericordia, por Su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo [...] para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de Su gracia en Su bondad para con nosotros en Cristo Jesús» (Efesios 2:4-7). «Cuando se manifestaron la bondad y el amor de Dios nuestro Salvador, Él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia, sino por Su misericordia» (Tito 3:4,5).

Dado que Dios es amable y bueno, y nos ha demostrado Su amabilidad y bondad mediante la muerte sacrificial de Jesús para expiar la culpa de nuestro pecado, se nos insta a ser también amables y buenos con los demás. «Sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo» (Efesios 4:32).

Se nos dice: «Ustedes como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de tierna compasión, bondad» (Colosenses 3:12), y que «el siervo del Señor no debe ser amigo de contiendas, sino amable para con todos» (2 Timoteo 2:24). 1 Corintios 13 también nos enseña que «el amor es bondadoso».

El vocablo hebreo hesed, que se emplea 248 veces en el Antiguo Testamento, se traduce por misericordia, bondad, tierno amor, amabilidad y amable. En el Nuevo Testamento, la palabra griega chrestotes se vierte al castellano por amabilidad, benignidad o bien moral. Significa tierna preocupación, amabilidad de corazón y de acción.

La amabilidad o benevolencia y la bondad tienen un vínculo estrecho. Con frecuencia estos términos son intercambiables y se usan indistintamente. Expresan el deseo de satisfacer las necesidades de los demás. Jerry Bridges escribió:

La benevolencia entraña un sincero deseo de hacer felices a los demás; la bondad es la actividad calculada para promover esa felicidad. La benevolencia es la disposición interior, creada por el Espíritu Santo, que nos sensibiliza a las necesidades de los demás, sean estas físicas, emocionales o espirituales. La bondad es benevolencia en acción: de palabra y de obra[1].

La amabilidad o benevolencia y la bondad consisten en buenas obras que brotan del amor, practicadas con la intención de contribuir al bien de los demás. Reflejan a Jesús, «Él anduvo haciendo el bien [...], porque Dios estaba con Él» (Hechos 10:38).

No hay que demostrar amabilidad y bondad exclusivamente a las personas que amamos, sino a todos, incluso a quien quizá consideremos un rival o un enemigo, ya que al hacerlo imitamos la amabilidad de Dios. Jesús lo expresó muy claramente cuando dijo: «Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. Si lo hacen, el Dios altísimo les dará un gran premio, y serán Sus hijos. Dios es bueno hasta con la gente mala y desagradecida» (Lucas 6:35).

El llamado es a cultivar un temperamento amable y bueno de tal manera que seamos sensibles a los demás y realicemos de buena gana actos que manifiesten amor. Como el apóstol Pablo escribió: «Somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras» (Efesios 2:10).

Los creyentes somos nuevas criaturas en Cristo, transformadas por el Espíritu Santo y llamadas a hacer el bien por dondequiera que vayamos, como lo hizo Jesús. Él se consagró al bienestar de la humanidad y llevó a la práctica dicha consagración mediante actos de amor y compasión que exhibían amabilidad, bondad e interés por los demás. La amabilidad y la bondad con frecuencia se manifiestan a gran escala cuando se produce una situación de urgencia o de gran penuria que lleva a la gente —tanto cristiana como no cristiana— a tender la mano para ayudar a otros.

Muchos colaboramos en situaciones críticas, lo que desde luego demuestra bondad y amabilidad. Sin embargo, el concepto bíblico de este fruto del Espíritu trasciende esos casos. Supone una transformación, trocar nuestra propensión natural a velar por nuestros propios intereses, ser egoístas y preocuparnos de nuestras propias necesidades, a cambio de una naturaleza de carácter divino, influida por el Espíritu Santo, consciente de las necesidades ajenas y dispuesta a hacer algo para subsanarlas.

La mayoría de las oportunidades de expresar amabilidad haciendo el bien por los demás se presentan en actividades comunes en nuestro diario vivir. Conviene orar con regularidad para que el Espíritu Santo nos ayude a reconocer las necesidades ajenas y nos mueva a actuar.

La Escritura enseña que no solo debemos velar por nuestros propios intereses, sino también por los intereses de los demás (Filipenses 2:4). Para ello es menester luchar contra nuestro egoísmo innato y obrar con determinación en sentidos que vayan contra nuestra naturaleza humana. La mayor parte de las cosas que hacemos con el ánimo de parecernos más a Cristo van a contrapelo de nuestra naturaleza humana. Esmerarnos por lograr una mayor similitud con Jesús exige cambios en nuestro corazón, mente y actos; no obstante, esos cambios deben estar cimentados profundamente en nuestro corazón.

¿En qué se caracterizan la amabilidad y la bondad? En el modo de expresarnos; cuando las palabras que pronunciamos contienen una buena dosis de amor y preocupación por los demás; cuando escuchamos detenidamente a la gente prestándole plena atención. Reconocemos estas virtudes en personas que son generosas con sus recursos, tiempo o atención frente a otros seres humanos que tienen carencias. Significan demostrar genuino interés y consideración por el prójimo. Ponen la otra mejilla cuando alguien nos agravia. Nos ayudan a refrenar la lengua cuando alguien ha dicho algo hiriente o insultante.

La amabilidad y la bondad nacen de un corazón que tiene amor, compasión y misericordia. La gente amable no chismorrea. No defrauda la confianza. Despliega paciencia. No es egocéntrica. No pierde fácilmente los estribos ni es explosiva. No habla continuamente de sí misma ni pretende ser siempre el foco de atención.

A los que nos esforzamos por ser imitadores de Cristo se nos insta a sacrificar nuestra vida por los demás. Eso implica dedicar tiempo a los demás, por ejemplo a nuestro cónyuge, hijos y seres queridos, y así hacerlos sentirse amados y apreciados. También significa ser amables colaborando con los necesitados, aun cuando ello exija un sacrificio; decirle una palabra amable a alguien, aun cuando nosotros mismos estemos pasando por un momento difícil. Y así, existen numerosas formas de expresar amabilidad a nuestros congéneres.

La amabilidad se traduce en pronunciar palabras amorosas y realizar actos de atención al prójimo. Todos tenemos oportunidades de ser amables con los demás en el transcurso de nuestros días. Podemos ofrecer una palabra amable, prestar una mano solidaria, realizar un acto de bondad, con el objeto de actuar con amor, de hacer la vida un poco más placentera a otras personas. Por consiguiente, se refleja a los demás el amor de Jesús.

En este pasaje sobre el día del juicio venidero, Jesús nos enseñó la alta estima en que Dios tiene la amabilidad y la bondad: «Entonces dirá el Rey a los que estén a Su derecha: “Vengan ustedes, a quienes Mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron”. Y le contestarán los justos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos como forastero y te dimos alojamiento, o necesitado de ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te visitamos?” El Rey les responderá: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de Mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por Mí”» (Mateo 25:34-40).

Publicado por primera vez en agosto de 2017. Adaptado y publicado de nuevo en junio de 2023.


[1] Bridges, Jerry, The Practice of Godliness (Colorado Springs: Navpress, 2010), 215.

 

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