junio 20, 2023
Nosotros vemos una prisión; Dios ve un horno. Vemos hambruna; Dios ve el traslado de su linaje escogido. Nosotros lo llamamos Egipto; Dios lo llama custodia de protección, donde los hijos de Jacob pueden escapar de la barbarie en Canaán y multiplicarse abundantemente en paz. Vemos las trampas y estratagemas de Satanás. Dios ve que Satanás ha tropezado y sus planes quedaron frustrados.
Seré claro. En tu generación, eres una versión de José. Representas un desafío para el plan de Satanás. Llevas algo de Dios dentro de ti, algo noble y santo, algo que el mundo necesita: sabiduría, amabilidad, misericordia, habilidad. Si Satanás puede neutralizarte, puede silenciar tu influencia.
La historia de José está en la Biblia por esta razón: enseñarte a confiar en que Dios triunfa sobre el mal. Lo que Satanás pretende que sea para mal, Dios, el Maestro Tejedor y Maestro Constructor, redime para bien.
José sería el primero en decirte que la vida en el pozo es pésima. Sin embargo, con toda su podredumbre, ¿el pozo no hace esto? Te obliga a mirar hacia arriba. Alguien allá arriba debe bajar aquí y darte una mano. Dios lo hizo por José. En el momento indicado, de la manera correcta, hará lo mismo por ti. […]
He conocido muchas personas que se dirigen a Egipto. Abajo, abajo, abajo.
Aprendí qué preguntar. Si tú y yo estuviéramos conversando mientras tomamos café, en este punto me inclinaría sobre la mesa y preguntaría: «¿Qué tienes todavía que no puedes perder?» Las dificultades se han llevado mucho. Entiendo. Pero, hay un regalo que tus problemas no pueden tocar: tu destino. ¿Podemos hablar de eso?
Eres uno de los hijos de Dios. Te vio, te eligió y te colocó en tu lugar. «Ustedes no me eligieron a Mí, Yo los elegí a ustedes» (Juan 15:16). Antes de ser carnicero, panadero o ebanista, hombre o mujer, asiático o negro, eres uno de los hijos de Dios. ¿Sustituto? ¿Suplente? Difícilmente. Eres su primera opción. […]
Te eligió. La opción no fue obligatoria, necesaria, forzada, algo que tuvo que hacer. Te eligió porque así lo deseaba. Eres Su opción deliberada, voluntaria, intencionada. Se acercó a la subasta donde te encontrabas y proclamó: «Es uno de Mis hijos». Y te compró «con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación» (1 Pedro 1:19). Eres uno de los hijos de Dios.
Eres uno de Sus hijos eternamente.
No creas lo que dice la lápida. Eres más que una raya entre dos fechas. «Cuando se desarme esta carpa terrenal en la cual vivimos (es decir, cuando muramos y dejemos este cuerpo terrenal), tendremos una casa en el cielo, un cuerpo eterno hecho para nosotros por Dios mismo y no por manos humanas» (2 Corintios 5:1). No te dejes atrapar por una mentalidad corta de miras. Tus dificultades no serán para siempre, pero tú sí serás eterno. Max Lucado[1]
«Pero Dios, que es rico en misericordia, por Su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido salvados!» Efesios 2:4,5
Dios coloca Su propio Espíritu en nosotros para que sea el medio de dirigir cómo vivimos y nos comportamos. Su presencia en nosotros produce Su carácter moral de modo que representemos Su amor, compasión y bondad. Pero separados de Dios, si se nos deja por nuestra cuenta, en realidad no tenemos opción más que ser arrastrados por la corriente de este mundo. Esto es inevitable, porque hemos sido diseñados para funcionar en unión con Dios, pero separados de Él deja un vacío que debe ser llenado. […]
Habiendo sido levantados con Cristo, nos convertimos en una nueva creación donde habita Su Espíritu. Entonces, nuestra vida se reorienta a fin de cumplir Su propósito. Pablo dice: «Somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas» (Efesios 2:10). Nuestras obras son prueba de lo que pasa en nuestro interior, y las buenas obras son la prueba de la vida espiritual.
Al ser cristianos, hemos sido levantados, reorientados y también hemos sido rescatados. «Por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte» (Efesios 2:8,9). En Cristo, tenemos la salvación por medio de la fe, y estamos a salvo.
Dios nos levanta, nos reorienta y nos rescata, pero no solo para esta vida. Pablo escribe: «Y en unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales, para mostrar en los tiempos venideros la incomparable riqueza de Su gracia, que por Su bondad derramó sobre nosotros en Cristo Jesús». (Efesios 2:6,7). De modo que más allá de esta vida, de esta época y este momento, podamos ver y experimentar las incomparables riquezas de la gracia de Dios. Charles Price
En el hombre rige el instinto de preservación, de satisfacción de sí mismo y de procurar su propio bien. El hombre tiene propensión natural a buscar su supervivencia y su propio bienestar antes que los de sus semejantes. En esto, quienes han aceptado el Espíritu de Dios y Su amor en Jesucristo llevan una gran ventaja, pues la Biblia nos promete: «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17). Metafóricamente hablando, Él nos ayuda a romper esos circuitos naturales. Nos renueva las conexiones y reprograma nuestros pensamientos y nuestro corazón para que estemos inclinados a cumplir Su voluntad, la cual consiste en amar a los demás.
En el mundo actual, la gente vive tan enfrascada en sí misma, en sus propios deseos y necesidades, que casi ni se le pasa por la cabeza sacrificarse para manifestar amor al prójimo. Existe una necesidad todavía mayor de que las personas vean el amor de Dios en acción, pues mucha gente se ha vuelto insensible al cariño que el Señor le prodiga, y que se refleja en las bendiciones que le concede, aun cuando no se las merece (Mateo 5:45).
El mundo se muere por el amor que Jesús predicó y encarnó. Por eso nos invita a acometer la tarea de manifestar amor profundo, abnegado y sin parcialidad a los demás, aunque sabe que semejante amor está fuera de nuestro alcance. Nos resulta imposible brindar esa clase de amor por nuestra cuenta y si lo intentamos, acabamos decepcionados, abatidos y desgastados por el intento. En cambio, si clamamos a Jesús y le pedimos con sencillez el amor que nos hace falta y luego nos mostramos dispuestos, por fe, a traducir ese amor en hechos, Él nos lo prodiga.
Para convertirnos en las nuevas criaturas que Él quiere hacer de nosotros, basta con que tengamos una mente y un corazón dispuestos, un espíritu creyente, que seamos diligentes en la oración y que seamos consecuentes realizando pequeños actos de amor desinteresado. En la medida en que hagamos lo que está a nuestro alcance, nos iremos dando cuenta de que pensamos más en los demás, comprendemos con mayor presteza sus necesidades y nos preocupamos más por su felicidad y bienestar.
Cuando nos entregamos a los demás, cuando hacemos un esfuerzo por ofrecer nuestra amistad a otro ser humano, cuando nos molestamos en conversar con alguien que se siente solo o en confortar a un enfermo, cuando ayudamos a alguien en sus conflictos o hacemos que se sienta necesario e importante, y cuando le indicamos a alguien la fuente —Jesús— el Señor nos bendice muy íntimamente con la alegría de saber que hemos sido una bendición para una persona necesitada.
Así pues, hagamos lo que está a nuestro alcance para dejar que el amor de Jesús reluzca a través de nosotros. Demos buen ejemplo del amor incondicional del Señor. Sobrellevemos los unos las cargas de los otros y cumplamos así los mandamientos de Dios de amar y también la ley de Cristo (Gálatas 6:2). María Fontaine
Que Dios bendiga tu vida con belleza; con la belleza del sol y de la lluvia, pues estos son los elementos que hacen crecer el jardín, que se forme un arco iris y que una flor y una vida florezcan.
Que Dios recompense tu vida con paz; con la paz que se encuentra en una relación con Dios, la paz que sobrepasa todo entendimiento, la paz que es posible en medio de una tormenta.
Que Dios toque tu vida con gozo; el gozo de saber que siempre serás uno de Sus hijos, el gozo de saber que Él siempre será tu Padre. Y que este gozo sea tu fortaleza y te dé valor en la vida.
Que Dios llene tu vida de amor: amor de la familia, de los seres queridos, de los amigos, el amor de compañeros, el amor de los niños, pero, lo que es más importante, el amor de Dios. Que siempre seas consciente de que el amor de Dios por ti es incondicional, inquebrantable y eterno. María Fontaine
Publicado en Áncora en junio de 2023.
[1] Max Lucado, You’ll Get through This (Thomas Nelson, 2013).
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