Completa paz, 2ª parte

junio 19, 2023

María Fontaine

[Perfect Peace—Part 2]

La Biblia nos enseña que Dios quiere darnos Su perfecta paz en lugar de nuestra ansiedad, estrés y temor. Los principios bíblicos son eternos. El Señor llamó mi atención hacia un artículo que es casi un pequeño curso de cómo tener acceso a la paz que Dios nos ofrece y cultivarla. El autor del artículo, J. R. Miller, mira los pasos del proceso de poner en práctica y desarrollar en nuestra vida ese estupendo don como Jesús quiere que lo hagamos.

En la primera parte de Completa paz, leímos la primera mitad del artículo de Miller, con una introducción y dos temas: la imagen de la paz y el secreto de la paz. En esta segunda parte se incluye el resto de su artículo.

* * *

(Texto adaptado de In Perfect Peace, de J. R. Miller, 1902[1], continuación del artículo)

Pensamientos de paz

El secreto de la paz tiene otra parte que también es importante que aprendamos. «Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera» (Isaías 26:3). Nosotros debemos hacer algo. Sin duda Dios tiene el poder de guardarnos en completa paz. Es omnipotente, y Su fuerza es una defensa y un refugio para todos los que se esconden en Él. Sin embargo, incluso Dios no nos obligará a someternos; debemos rendirnos a Él. Incluso la omnipotencia no nos reunirá por la fuerza en su refugio invisible, debemos ofrecernos voluntariamente en el día del poder de Dios (Salmo 110:3). Lo único que tenemos que hacer es mantener nuestros pensamientos en Dios. Eso significa confiar en Él, descansar en Él, acurrucarnos en Su amor. Recordemos la noche de la cena del Señor con Sus discípulos; Juan se apoyaba en el regazo de Jesús. Se acurrucó en el abrigo santo; y descansó sobre el amor infinito que palpitaba en ese regazo. Juan simplemente confió y fue guardado en paz santa.

Se cuenta una conmovedora historia de Rudyard Kipling durante una grave enfermedad. La enfermera estaba sentada junto a su cama una de las noches llenas de preocupación, cuando el enfermo se encontraba en estado crítico. Ella lo cuidaba y notó que sus labios empezaron a moverse. Se inclinó sobre él, pensando que quería decirle algo. Lo escuchó susurrar las palabras muy conocidas de una oración infantil: «Ahora me acuesto a dormir». La enfermera, al darse cuenta que su paciente no necesitaba sus servicios, sino que oraba, se disculpó por entrometerse: «Disculpe, señor Kipling. Pensé que quería algo». Y el enfermo respondió débilmente: «Sí, quiero a mi Padre celestial. Ahora solo Él puede cuidar de mí».

En su gran debilidad ningún ser humano podría ayudarlo y acudió a Dios. Buscaba la bendición y la atención que solo Dios puede dar. Eso es lo que necesitamos hacer cada vez que enfrentamos peligro, sufrimiento o tristeza —cuando el amor humano nada puede hacer—: acurrucarnos en el regazo de nuestro Padre celestial y decirle: «Ahora me acuesto a dormir». Ese es el camino de la paz. En la Tierra no hay un refugio donde pueda hallarse, sino en Dios, donde el más débil puede encontrarla.

El Maestro dijo: «No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en Mí» (Juan 14:1).

Esta es la gran enseñanza de la fe cristiana: cree. «En tus manos encomiendo Mi espíritu» (Salmo 31:5, Lucas 23:46). «Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera». ¡En ti persevera! Esas palabras lo dicen todo. Es la imagen de un niño que se acurruca en los brazos de su madre, que deja caer sobre ella todo su peso. No tiene temor, nada lo inquieta, pues el amor de la madre lo rodea. Significa apoyarse, descansar. También sugiere la idea de confianza constante. En gran medida, nuestra confianza es interrumpida, intermitente; una hora cantamos y a la siguiente hora lloramos, nos dejamos abatir. Para tener una paz ininterrumpida, debemos confiar ininterrumpidamente; nuestros pensamientos deben descansar y apoyarse siempre en Dios.

Dios de paz

Dios es fuerte, omnipotente. No debemos temer que alguna vez fallará Su poder para guardarnos. Nunca hay un momento en el que Dios no sea capaz de sostenernos. Cuando se pregunta: «¿De dónde vendrá mi socorro?» La respuesta es: «Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra» (Salmo 121:1,2). Dios hizo todo el mundo y sin duda puede cuidar de una pequeña vida humana y evitar que sufra daño.

Dios tiene sabiduría. No somos lo bastante prudentes como para dirigir los asuntos de nuestra vida, aunque tuviéramos el poder de cambiar cosas a nuestro parecer. Nuestra perspectiva es limitada, se corta por los estrechos horizontes de la vida. No sabemos cuál será el resultado final de esta decisión o la otra. Frecuentemente lo que pensamos que necesitamos y que creemos que nos traerá felicidad y bien, al final solo nos hará daño. Cosas que tememos y que eludimos, suponiendo que nos causarán daño y traerán algo malo, con frecuencia son portadoras de grandes bendiciones. No somos lo bastante sensatos como para elegir nuestras circunstancias, ni dirigir nuestros asuntos. Solo Dios puede hacerlo por nosotros.

Dios no solo tiene fuerzas, también nos conoce; sabe lo que necesitamos y conoce los peligros que enfrentamos. Lo sabe todo sobre nosotros: nuestra condición, nuestros sufrimientos, nuestros padecimientos, nuestra profunda pena, las cosas pequeñas que nos irritan, y las cosas grandes que nos aplastarían. Los siguientes versos nos dan una enseñanza de fe:

Las pequeñas irritaciones,
las zarzas que preocupan y atrapan,
¿por qué no llevarlas al Ayudante
que nunca te falla?

Cuéntale tus angustias,
tus anhelos y desconcierto;
habla con Él cuando temas
caer en un desacierto.

Luego, deja toda tu debilidad
con quien es fuerte, divino,
y olvida que llevaste la carga,
canta y continúa el camino.

Dios es amor. No basta solo con la fuerza. La fuerza no siempre es tierna. Es posible que un tirano sea fuerte, pero no querríamos confiarle a él nuestra vida. Tenemos ansias de afecto, de ternura. Dios es amor. Su ternura es infinita. Las manos en las que se nos pide que encomendemos nuestro espíritu son manos heridas, heridas para salvarnos. El corazón en el que se nos pide que nos acurruquemos es el corazón que fue partido en la cruz por amor a nosotros. No debemos tener miedo de confiar nuestras preocupaciones y nuestra vida a un ser así.

Dios es eterno. El amor humano es muy dulce. Los brazos de una madre son un lugar de gran ternura en el que el niño se acurruca y se refugia. Un matrimonio amoroso es un remanso de alegría para la pareja que se abraza.

Todo lo que puede hacer el amor humano, todo lo que puede hacer el dinero, todo lo que puede hacer la habilidad, poco vale. Es posible que los brazos humanos sostengan con mucha firmeza, pero no pueden evitar el poder de la enfermedad ni la mano fría de la muerte. Sin embargo, el amor y la fuerza de Dios son eternos. Nada puede separarnos de Él (Romanos 8:38, 39). Una promesa del Antiguo Testamento dice: «El eterno Dios es tu refugio y Sus brazos eternos son tu apoyo». Si vamos a apoyarnos en el eterno Dios, nada puede inquietarnos, nada puede inquietar a Dios en quien descansamos. Si Sus brazos eternos nos sostienen con firmeza, no debemos temer que alguna vez nos apartaremos de ese abrazo.

Esos brazos siempre nos sostienen. Por mucho que nos hundamos, que tengamos debilidad, desfallecimiento, dolor, tristeza, nunca podemos caer más abajo de esos brazos eternos. Nunca podemos soltarnos de su abrazo. Los brazos eternos sostendrán al hijo de Dios más débil, el que corra más peligro. El pesar es muy profundo, pero tranquilos y eternos, en el mayor dolor, esos brazos de amor están debajo del que sufre. Luego, cuando llegue la muerte, y todo apoyo terrenal ya no esté debajo de nosotros, cuando se suelte todo brazo humano y todo rostro de amor desaparezca de nuestra vista, y nos hundamos en lo que parezca oscuridad y sombra de muerte, solo nos hundiremos en los brazos eternos que nos sostienen.

No se debe pasar por alto que debajo de nosotros están los brazos eternos. En tiempo presente. A todo creyente que confía, a todos, en todas las épocas, a ti que hoy lees estas palabras y tratas de aprender esta enseñanza, y a quienes se dirigieron por primera vez esas palabras, Dios les dice: «Debajo de ti, ahora, en este momento, en todo momento, están los brazos eternos».

Descanso de la paz

«Cuyo pensamiento en ti persevera». Ese es el secreto final de la paz. La razón por la que muchos de nosotros no encontramos la bendición y estamos angustiados en muchos casos por preocupaciones nimias, tristeza o pérdida, es porque nuestros pensamientos no perseveran en Dios. Estamos afligidos por cada pequeña desilusión, por cada fracaso en el plan o expectativa que tenemos, por cada dificultad en nuestras circunstancias, por una insignificante pérdida de dinero, como si nuestra vida solo dependiera del dinero, como si el hombre viviera solo de pan. Una enfermedad sin importancia nos atemoriza.

En nuestra vida cotidiana, las cosas más triviales nos inquietan y nos envían a los pozos lastimosos de ansiedad, nos arruinan los días, manchan el azul del cielo y nos apagan las estrellas. El problema es que no confiamos en Dios, que nuestros pensamientos no perseveran en Él. Eso es lo que necesitamos aprender: a descansar en el Señor, a encomendarle nuestro camino y en Él guardar silencio.

Pablo lo deja muy claro en un pasaje destacado en el que nos dice cómo hallar paz. «Por nada estéis angustiados» (Filipenses 4:6). Esa es la primera parte de la enseñanza: nada significa de verdad nada. No hay excepciones. Pase lo que pase, por nada estés preocupado. No trates de explicar que tu caso es peculiar y que tal vez tienes razón en estar inquieto, aunque otros no tengan razón para preocuparse. «Por nada estéis angustiados».

¿Entonces qué haremos con lo que naturalmente nos preocupa? Pues en la vida existen esas cosas. Esta es la respuesta: «Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias» (Filipenses 4:6). En vez de cargar con tus padecimientos y problemas, y preocuparte por ellos, presenta a Dios las preocupaciones y disgustos; no olvides mezclar alabanza y agradecimiento junto con tus peticiones. Quítalas de tus manos y ponlas en las manos de Dios. Y déjalas ahí.

Sí, déjaselo a Él.
Los lirios lo hacen
y crecen en la lluvia
y en el rocío también.
En la noche, ocultos, crecen en la oscuridad;
y de día, crecen al sol, en la luminosidad.

Sí, déjaselo a Él.
Lo aprecia más.
Sabes que los lirios brotan
en medio de la nieve.
Lo que necesitas, si lo pides en oración,
déjaselo al Señor, a Su atención;
deja con Él esas cosas.

El camino de la paz

El que permanezcan los pensamientos en Dios sugiere que nosotros debemos apoyarnos en la fuerza de Dios, en los brazos de Su amor, y descansar allí sin temor, sin preguntar. Pero eso no significa que vayamos a dejar de hacer nuestras tareas y deberes.

Siempre, en toda exhortación para confiar en Dios, la obediencia queda implícita, se presupone. El Maestro dijo: «Buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia». Añadió que cuando lo hacemos no hace falta que nos preocupemos, pues se proporcionará todo lo que necesitamos.

Si nuestra paz se ve perturbada por un padecimiento o dolor repentino, o por un gran problema, Dios con mucha delicadeza ayuda a volver al nido a los que han sido sacados de él por una experiencia como esa. Un día, el Presidente Lincoln caminaba junto a un seto verde y un joven pajarillo cayó al pasto. Se había caído del nido que estaba en los arbustos y no podía volver. El caballero, que era muy bondadoso y compasivo, lo levantó y, cuando encontró el nido, puso al pajarillo de nuevo en su sitio. Eso es lo que Cristo quiere hacer a diario en la vida de los que han caído del nido de la paz. Con infinita ternura Sus manos nos ayudan a volver a la paz que hemos perdimos.

El amor es la ley de la vida espiritual. No empezamos a vivir de forma que valga la pena hasta que aprendemos a amar y a servir a los demás. El egoísmo siempre es un entorpecedor de la paz. La paz es la música que la vida toca cuando está en perfecta sintonía; y solo puede ser cuando los acordes están en armonía con la tónica del amor.

La paz bendice el corazón, y es un gran adorno para la vida, uno que nadie debería estar dispuesto a perder. Independientemente de las otras gracias que Dios nos ha otorgado, no deberíamos conformarnos sin tener paz, la más bella de todas. Por muy bello que sea el carácter, si la persona no tiene paz, le falta el mayor encanto, el adorno espiritual más excelso. Y al más humilde de nosotros, el Maestro está dispuesto a otorgar la más divina de todas las gracias: la paz, Su bendita paz.

Publicado por primera vez en abril de 2020. Adaptado y publicado de nuevo en junio de 2023.


[1] https://www.gracegems.org/Miller/in_perfect_peace.htm.

 

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