abril 20, 2023
[The Lord’s Prayer—Part 1]
En el Sermón del Monte Jesús habla de cuál debe ser nuestra actitud frente a la oración. Dice que no debemos orar con el ánimo de ser vistos por los demás, y que para los que lo hacen con ese propósito la recompensa es simplemente esa, no recibirán ninguna otra. Luego da una exhortación sobre cómo no se debe orar y a continuación muestra la forma adecuada de hacerlo enseñando a Sus discípulos lo que ahora conocemos como el Padrenuestro.
Así es como describe la forma impropia de orar: «Al orar no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos, porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad antes que vosotros le pidáis» (Mateo 6:7-8).
Enseñó que las oraciones de Sus seguidores no debían ser como las de los gentiles romanos y griegos, que dirigían extensas oraciones a sus dioses convencidos de que tenían que hacer rezos verbosos y floridos para ser oídos y obtener respuestas. Jesús, en cambio, enseña que las oraciones no deben contener «palabrería», que no se debe orar usando vanas repeticiones o, como dicen otras versiones: «repitiendo palabras inútiles, parloteando de manera interminable, usando repeticiones sin sentido».
Los antiguos paganos hacían largas y verbosas oraciones por el concepto que tenían de sus dioses y porque estaban persuadidos de que las plegarias interminables denotaban sinceridad, la cual impresionaba a los dioses y los animaba a contestar. Se creía que los dioses se ofendían fácilmente y eran impredecibles. Los que rezaban a ellos para presentarles peticiones podían sentirse ansiosos y temerosos, y llegar a la conclusión de que era importante hacer rezos extensos, ornamentados y elaborados para obtener su favor y convencerlos de que respondieran de forma propicia.
La enseñanza de Jesús sobre la oración se basa en un concepto totalmente distinto de Dios y Su forma de ser. El Padre es amoroso y misericordioso, «perdonador, clemente y piadoso, tardo para la ira y grande en misericordia» (Nehemías 9:17) y «hace salir Su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos» (Mateo 5:45).
Es benévolo, bondadoso, justo y santo. A diferencia de los dioses paganos, no es preciso adularlo ni usar mucha palabrería para convencerlo de que actúe de determinada manera, ni es posible manipularlo por medio de plegarias ingeniosamente formuladas; sino que, como Padre nuestro que es, conoce lo que necesitamos, y como cualquier padre amoroso se complace en proporcionárnoslo si sabe que eso es lo mejor para nosotros.
Jesús indica, como ha hecho en toda esta sección del Sermón del Monte, que lo más importante es la intención, la motivación profunda que tengamos al dar limosna, ayunar u orar. Tanto en el Sermón como en otros pasajes denuncia las largas oraciones en público cuyo propósito es impresionar a los demás (Lucas 20:46-47). Aparte de censurar las plegarias extensas, también echa por tierra la idea de que, mediante pomposas oraciones, es posible manipular a Dios y llevarlo a concedernos nuestras peticiones.
Jesús se centra en cuál debe ser nuestro motivo para orar, no en la mecánica de la oración. No prohíbe las oraciones largas; en otro pasaje de los Evangelios dice que: «Él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios» (Lucas 6:12). No dice que no debamos insistir mediante nuestras oraciones, algo que Él mismo enseña en la parábola del juez injusto (Lucas 18:1-8). Tampoco enseña que en una oración nunca se pueda repetir una palabra, algo que Él hizo en el huerto de Getsemaní justo antes de ser detenido (Mateo 26:39-44).
Cuando Jesús habló antes de cuál es un mal motivo para orar, se refería a los fariseos que se preocupaban de programar sus actividades de manera que a la hora de la oración de la tarde estuvieran en una calle concurrida o en el mercado y se los viera rezar. Luego ha hablado de cuál debe ser nuestra actitud frente a la oración: que debemos orar en secreto, en el sentido de que cuando oremos debemos encerrarnos con Dios y concentrarnos en Él y en nuestra relación con Él. Seguidamente ha señalado las deficiencias de la oración mecánica, la que consiste en la repetición de palabras inútiles y sin sentido y no nace del corazón ni de la comunión con Dios.
Jesús no termina con la explicación de cómo no se debe orar, sino que también nos da el Padrenuestro para enseñarnos cómo orar. Cuando ahondamos en su significado veremos que, aparte de ser una oración que podemos recitar, el Padrenuestro establece una serie de principios que constituyen buenas pautas para orar.
Jesús enseñó que nadie debe orar pensado que con sus rezos o fórmulas obtendrá el favor de Dios, sino como una expresión de confianza en el Padre, que ya sabe lo que uno necesita y apenas está esperando a que Sus hijos manifiesten su dependencia de Él.
«No os angustiéis, pues, diciendo: “¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?”, porque los gentiles se angustian por todas estas cosas, pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas ellas» (Mateo 6:31-32).
Al orar nos comunicamos con el que es todopoderoso, omnisciente, totalmente puro y santo, justo y lleno de gloria, el Ser más poderoso que existe. Si bien Él es todo eso y mucho más, también es nuestro Padre, que nos ama incondicionalmente y que, por amor, ha hecho posible que accedamos a Su presencia por medio de la oración. Mediante la oración nos comunicamos con Él, manifestamos nuestra fe en que Él existe, expresamos nuestra confianza en Él y cultivamos una relación personal con Él.
Tras enseñar a Sus discípulos que nuestra motivación para orar debe ser comunicarnos con Dios y entablar contacto con Él, Jesús les muestra —a ellos y a nosotros— una oración que podemos usar en nuestros ratos de comunión con Dios. Su oración, denominada comúnmente el Padrenuestro o la Oración del Señor, está integrada en el Sermón del Monte:
«Vosotros, pues, oraréis así: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre. Venga Tu Reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. Danos hoy el pan nuestro de cada día. Perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. No nos dejes caer en tentación, sino líbranos del mal”» (Mateo 6:9-13).
El Evangelio de Lucas muestra también a Jesús enseñando esta oración a Sus discípulos, en diferentes circunstancias:
«Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando terminó, le dijo uno de Sus discípulos: “Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos”. Él les dijo: “Cuando oren, digan: ‘Padre, santificado sea Tu nombre. Venga Tu reino. Danos cada día nuestro pan cotidiano. Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden. Y no nos metas en tentación’”» (Lucas 11:1-4).
El hecho de que haya dos versiones del Padrenuestro ha generado variadas opiniones entre los estudiosos de la Biblia acerca de cuál de ellas es más antigua, cuál se aproxima más a lo que Jesús enseñó y si Él pretendía que la oración se rezara exactamente en la forma en que Él la dijo. Sin entrar en los pormenores de las discrepancias, podemos suponer que Jesús enseñó esta oración más de una vez y que posiblemente usó versiones ligeramente distintas. Las diferencias entre las dos versiones son menores, y no dan lugar a contradicción alguna.
También hay opiniones divididas sobre si Jesús enseñó a Sus discípulos a recitar la oración tal como Él la dijo o si lo que enseñó fueron los elementos que debemos incluir en general en nuestras oraciones. Los estudiosos que consideran que Jesús enseñó que esta oración debería rezarse palabra por palabra basan su postura en el hecho de que Lucas escribió: «Cuando oren, digan…», de lo que deducen que la oración debe hacerse con esas precisas palabras.
Sobre este tema Leon Morris escribió: «Es probable que Jesús, cuando enseñó esas palabras (en cualquiera de sus formas), se habría dado por satisfecho de que se emplearan de una u otra manera. La tradición cristiana siempre las ha encontrado idóneas para la simple repetición, pero también como modelo para oraciones más extensas y como base para meditar (y enseñar) sobre la oración y lo prioritario en ella»[1].
Yo estoy de acuerdo en que la oración puede recitarse legítimamente palabra por palabra; y también aporta ciertos principios aplicables a la oración en general y útiles para nuestras oraciones personales. Es posible que algunos se pregunten si, en general, recitar oraciones escritas es inferior a hacer oraciones personales. Mi convicción es que podemos decir las palabras de una oración escrita como si fueran nuestras, y la oración puede ser tan sentida como una oración personalizada. Lo importante es que, como sea que uno ore, la oración sea de corazón.
Hay consenso en que, a medida que se fue desarrollando la iglesia del siglo II, el Padrenuestro ocupó un lugar destacado en el culto semanal: se rezaba justo antes del sacramento de la comunión. Esta parte del culto era exclusivamente para los que habían sido bautizados y eran creyentes. Dado que rezar el Padrenuestro era un privilegio reservado a los miembros bautizados de la iglesia, se conocía como la oración de los fieles.
Por ser uno de los tesoros más sagrados de la iglesia, el Padrenuestro —juntamente con la comunión— estaba reservado a los creyentes. Era un privilegio que a uno se le permitiera rezarlo. La veneración y respeto del Padrenuestro eran una realidad en la iglesia antigua. Hoy en día ha perdido en parte ese carácter especial; pero es posible que, al entender mejor su significado, reconozcamos más su valor.
Publicado por primera vez en junio de 2016. Texto adaptado y publicado de nuevo en abril de 2023.
[1] Leon Morris, The Gospel According to Matthew (Grand Rapids: Eerdmans, 1992), 143.
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