Renovación

marzo 23, 2023

Virginia Brandt Berg

[Renewal]

«Pero tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en secreto te recompensará» (Mateo 6:6). Ese lugar secreto es también un lugar de renovación, de renovación de la mente.

Romanos 12, habla claramente de esto: «Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios.No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta». (Romanos 12:1–2).

Del maravilloso grupo de verdades de esos versículos, tomamos una pequeña pepita de oro, la frase que dice: «la renovación de su mente», porque no hay un lugar donde la mente pueda renovarse tan plenamente como estando a solas con Dios en aquel lugar secreto. Cuando te apartas de las cosas temporales que te distraen y asedian y en la presencia del Señor te concentras en las cosas de Dios, en Su majestad y gloria, entonces el poder transformador de Dios entra en acción.

Y nos vemos transformados por la renovación de nuestra mente. Esto es vital porque en la mente es donde primero se concibe el pecado. Donde primero nos ataca el Diablo es en nuestros pensamientos; esa es la puerta por donde encuentra entrada. Sin embargo, gracias a Dios, le podemos cerrar esa puerta. Habrás descubierto, como lo hice yo, que el Enemigo procura ponerte pensamientos desalentadores en la mente en los momentos difíciles, cuando te encuentras en medio de severas pruebas.

La renovación de la mente nos fortalecerá para correr la carrera y, como dice la Palabra de Dios, el ánimo no desmayará. En nuestros pensamientos es donde primero ataca el desaliento. Hebreos 12, versículo 3: «Considerad a Aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar».

De nada sirve hablar de victorias y usar palabras alegres, pero al mismo tiempo tener pensamientos derrotistas y desalentadores. Podemos, por un acto de nuestra propia voluntad, sacarnos de encima tales pensamientos y pensar en Dios y en las muchas cosas maravillosas que Él dice en Su Palabra.

Es vital que tengas algunos versículos memorizados para que puedas emplear velozmente la espada del Espíritu cuando te ataque el Enemigo. Y al poco rato te elevarás por encima de los pensamientos oscuros y desalentadores y sentirás el poder transformador de Dios que renovará tus pensamientos. Quien no haya aprendido a renovar su mente cuando ve que sus pensamientos lo están tirando para abajo, no podrá invocar la promesa que aparece en este versículo, a fin de que pueda comprobar cuál sea la «buena voluntad de Dios, agradable y perfecta» (Romanos 12:2). Eso sería una tragedia, habida cuenta de que es una tragedia no conocer la voluntad de Dios para tu vida.

De modo que, cuando el Enemigo te tiente con pensamientos negativos del tipo que sean, y le cierres la puerta en las narices, piensa en Cristo y en las verdades de la Palabra, y entonces el poder edificante y transformador prometido en el mencionado versículo te dará la victoria sobre todo pensamiento malo y podrás participar más y más de la naturaleza divina. Al ir formando el hábito de pensar en Dios, como resultado de leer Su Palabra, de pensar los pensamientos del Señor, poco a poco, de acuerdo a 2 Corintios 10:5, sucederá lo siguiente: Derribarás «argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo».

Lo que marca la gran diferencia en ese versículo es la palabra Cristo. El año pasado visité la casa de una mujer que estudiaba minuciosamente la ciencia de la mente y se esforzaba de continuo por pensar de un modo positivo, pero siempre caía derrotada en su afán por pensar positivamente. Me recordó al niñito a quien su madre finalmente le dijo que si no se sentaba, lo iba a castigar. Bueno, finalmente el pequeño se sentó, pero al poco rato dijo con un tono de voz rebelde: «¡Estoy sentado, sí, pero quiero que sepas que por dentro sigo de pie!»

La cosa es que esta buena mujer tenía por fuera un barniz de autocontrol, pero por dentro hervía. No era cristiana y cuando renunciaba a sus pensamientos negativos, no tenía nada concreto a que aferrarse. No tenía a Cristo para que la ayudara ni todas las maravillosas verdades de la Palabra de Dios para meditar. El cristiano tiene una gran ventaja.

Fíjense una vez más en este versículo: «Derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios y llevando cautivo todo pensamiento a la obedecía a Cristo». Yo creo en el pensamiento positivo y existe una ciencia de la mente, pero en ninguno de los dos hay salvación ni vida eterna.

La Palabra de Dios dice que en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el Cielo en que podamos ser salvos. (Véase Hechos 4:12.) Piensa en los siguientes versículos. David dijo: «Tus testimonios son mi meditación» (Salmo 119:99). Y en 2 Corintios 11:3 dice: «Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo».

Al principio no es fácil de manera deliberada, por pura voluntad, poner tus pensamientos en Dios, en Su Palabra, en Su amor, en Sus verdades. Pero gradualmente, por un principio de repetición, tus pensamientos pueden ser llevados cautivos a Cristo. Recuerda que Dios nunca te pide algo que no se pueda hacer. Nunca nos pide que hagamos lo que nos resulte imposible.

Esto es Su Palabra y Su Palabra es verdad. Dios no miente. Su Palabra permanece inalterable, eterna, firme. Dios lo dice y es así porque Dios lo dijo.

Hagamos una oración al respecto: Te damos gracias, Padre, por Tu preciosa Palabra, maravillosa por la forma en que ayuda, tan cierta. Te pedimos que nos des fe por Tu bendita Palabra, para que cuando la leamos, sepamos que es Dios quien está hablando y para que Sus verdades conquisten nuestro corazón.

Te pedimos, Señor, que nada en nuestra vida se exalte o se eleve por encima de la mente de Dios, sino que tengamos también en nosotros esa mente que hubo en Cristo Jesús (Filipenses 2:5), para que al fin podamos decir con el salmista: «Me anticipo al alba e imploro; Tu palabra es lo que espero. Mis ojos se adelantaron a las vigilias de la noche para meditar en Tus palabras» (Salmo 119:147,148).

Que Dios los bendiga y haga de ustedes una bendición. Y no olviden que, Él sigue en el trono y la oración cambia las cosas.

Texto adaptado de una transcripción del programa Momentos de meditación. Publicado en Áncora en marzo de 2023.

 

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