La luz del mundo

febrero 27, 2023

Peter Amsterdam

[The Light of the World]

En el capítulo 8 de Juan encontramos una frase en que Jesús dice: «Yo soy». «Otra vez Jesús les habló, diciendo: —Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida». (Juan 8:12).

El conocimiento del contexto —el momento y el lugar— en que Jesús hizo esa declaración nos permitirá entender mejor su significado. El capítulo 8 de Juan comienza con el relato de la mujer sorprendida cometiendo adulterio. Justo después viene esa frase de Jesús en que declara ser la luz del mundo. La mayoría de los comentaristas considera que el relato de la mujer está fuera de contexto, que no encaja en la línea narrativa del evangelio. Si uno se salta los primeros once versículos (el relato de la mujer), la segunda parte del capítulo 8 sí parece fluir bien como continuación del capítulo 7. Veámoslo más detenidamente.

El capítulo 7 comienza diciendo que Jesús estaba en Galilea y se acercaba la Fiesta de las Enramadas. (Esa fiesta se denomina también a veces la Fiesta de los Tabernáculos, y sigue observándose hoy en día en la fe judía.) La Fiesta de las Enramadas es un festival de siete días que se celebra en septiembre o principios de octubre, y al terminar el festival, hay un octavo día de reposo, ordenado por Dios (Levítico 23:39, 42,43).

Jesús esperó antes de ir a Jerusalén para la fiesta; y cuando fue, fue en secreto (Juan 7:10). Entonces, se nos dice que «a la mitad de la fiesta subió Jesús al Templo, y enseñaba» (Juan 7:14).

Sus enseñanzas suscitaron polémica: algunos de los oyentes creyeron que era el Mesías, otros querían que lo arrestaran. En ese momento del relato aparece la mujer sorprendida cometiendo adulterio; pero cuando termina ese inciso, otra vez tenemos a Jesús hablando en el festival. El texto no dice explícitamente que aún estuviera en el festival, pero Sus palabras lo dan a entender.

En tiempos de Jesús había dos ceremonias asociadas a la Fiesta de los Tabernáculos: la de la libación del agua y la de la iluminación del templo. Cada día del festival, los sacerdotes sacaban agua del estanque de Siloé y la llevaban al templo en una procesión, entre alegres sonidos de trompetas, para celebrar que cuando Israel vagaba por el desierto Dios le dio agua de una peña[1].

En el capítulo 7 dice: «En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: “Si alguien tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva”. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en Él, pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado». (Juan 7:37-39). Conociendo el contexto de la procesión del agua, se entiende que Jesús hablara del agua viva en el festival.

Otra parte de la fiesta era la iluminación del templo. En el transcurso del festival, en una parte del complejo del templo llamada el atrio de las mujeres, se celebraba al atardecer una ceremonia en la que se encendían cuatro enormes candelabros dorados, cada uno de ellos con cuatro lámparas de gran porte. Con esa ceremonia se conmemoraba la columna de fuego que condujo a los israelitas por el desierto: «El Señor iba delante de ellos, de día en una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego para alumbrarlos, a fin de que anduvieran de día y de noche» (Éxodo 13:21).

En el capítulo 8 de Juan, cuando Jesús anunció: «Yo soy la luz del mundo», probablemente fue en esas circunstancias. En ese capítulo, esta es una declaración aislada, ya que en cuanto Jesús dijo eso los fariseos comenzaron a discutir con Él. De todos modos, Juan menciona en varios pasajes que Jesús es la luz, sobre todo en el capítulo 1 de su evangelio: «En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la dominaron. […] La luz verdadera que alumbra a todo hombre venía a este mundo» (Juan 1:4–5, 9).

Más adelante en este mismo evangelio, cuando la multitud le preguntó a Jesús: «¿Cómo, pues, dices Tú que es necesario que el Hijo del hombre sea levantado? ¿Quién es este Hijo del hombre?» (Juan 12:34). Él respondió de una manera que nuevamente dio a entender que Él es la luz:

«Aún por un poco de tiempo la luz está entre vosotros; andad entretanto que tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas, porque el que anda en tinieblas no sabe a dónde va. Entre tanto que tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz» (Juan 12:35,36).

Al exhortarnos a creer en la luz, es como si Jesús nos dijera: «Creed en Mí». Ser hijos de luz quiere decir convertirnos en personas que sean posesión de Dios. «Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a Su luz admirable» (1 Pedro 2:9).

En el capítulo 3 de Juan, justo después de decir que Dios amó tanto al mundo que envió a Su Hijo, Jesús utilizó el término «la Luz» para referirse a Sí mismo:

«Y esta es la condenación: la luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas, pues todo aquel que hace lo malo detesta la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean puestas al descubierto. Pero el que practica la verdad viene a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras son hechas en Dios» (Juan 3:19–21).

Los que no creen en la Luz están condenados, pero los que creen no. Tal como Jesús acaba de decir, está determinado que todo el que cree en el Hijo de Dios «no se pierda, sino que tenga vida eterna». «Pero el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios» (Juan 3:16, 18). Creer en la Luz es un requisito para salvarse, y esa Luz es Jesús. En el libro de Isaías, al hablar de la venidera era del reino, se menciona al «siervo del Señor», que será «luz de las naciones, […] Mi salvación hasta lo último de la tierra». También: «El Señor te será por luz eterna y el Dios tuyo será tu esplendor» (Isaías 49:6; 60:19).

Dios, que es Luz y el dador de luz, envió a Su Hijo Jesús, la Luz que «vino al mundo», para darnos vida. Quien siga esa Luz «no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8:12). En el Evangelio de Mateo, Jesús dijo: «Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de una vasija, sino sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5:14-16).

Jesús compara a los que creen en Él con fuentes estacionarias de luz: una ciudad en lo alto de una colina, una lámpara sobre un candelero. La luz de los creyentes refleja la de Cristo, la Luz del mundo, la Luz que vino al mundo. Al andar en Su luz, lo reflejamos y damos testimonio ante los demás. «Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciera la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2 Corintios 4:6).

Publicado por primera vez en febrero de 2018. Texto adaptado y publicado de nuevo en febrero de 2023.


[1] Morris, El evangelio según Juan.

 

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