Nuestros cuerpos del mañana

febrero 22, 2023

Scott MacGregor

[Our Future Bodies]

«Aún no se ha manifestado lo que hemos de ser (en el futuro). Pero sabemos que, cuando Él se manifieste, (los hijos de Dios) seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal como Él (en realidad) es (1 Juan 3:2).

La Biblia nos asegura que quienes creemos en Jesús tenemos vida eterna. Hay que considerar que la vida eterna es un periodo de tiempo muy largo. Como tal, amerita cierta investigación sobre cómo será y cómo seremos nosotros en él. Este es un aspecto del más allá del que la Biblia ofrece bastante información. Parte de esa información proviene directamente de las Escrituras y en parte puede deducirse.

Los humanos tenemos lo que se conoce como una naturaleza dicotómica. En otras palabras, nos formamos a partir de dos componentes: la naturaleza física y la espiritual. Nuestro cuerpo físico es temporal, mientras que nuestro espíritu es eterno y seguirá existiendo incluso después de la muerte física. El espíritu es invisible al ojo humano y por lo tanto su aspecto resulta desconocido. Los fantasmas o espíritus de los fallecidos suelen describirse como humanos translúcidos. Pero a decir verdad no sabemos si nuestro espíritu guardará una apariencia humana en la dimensión espiritual.

Se nos dice que el mundo espiritual es solo una residencia temporal. Entonces ¿qué fisonomía tendrá nuestro cuerpo permanente? La presente era de la historia de la humanidad llegará a su fin con la esperada segunda venida de Jesús. En ese momento nuestro espíritu habitará un cuerpo sobrenatural, similar —aunque muy superior— al que habitamos en la actualidad, como explicó el apóstol Pablo:

«Presten atención, que les voy a contar un misterio: No todos moriremos, pero todos seremos transformados en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene la trompeta final. Pues la trompeta sonará, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que lo corruptible se vista de incorrupción, y lo mortal se vista de inmortalidad» (1 Corintios 15:51-53).

Sabemos que, durante la vida de Jesús en la tierra, Su cuerpo mortal era idéntico al nuestro, y ese cuerpo murió. En el momento de Su resurrección emergió de la tumba con un cuerpo nuevo, a menudo llamado cuerpo de resurrección. Aquel cuerpo era bastante diferente a Su antiguo cuerpo y sin embargo guardaba una gran similitud. Lo reconocieron de inmediato como un ser humano, pero no fue aparente para quienes lo vieron que en realidad era Jesús resucitado.

¿Qué apariencia tuvo Jesús durante Sus 33 años de vida en la tierra? Las Escrituras no ofrecen una descripción. Cuatro autores escribieron Su biografía, y sin embargo ninguno describe Su apariencia física. Los únicos versículos que hacen alusión a Su fisonomía se encuentran en el libro de Isaías —en el Antiguo Testamento—, escrito cientos de años antes de Su nacimiento: «No tendrá una apariencia atractiva (majestuosidad o pompa real), ni una hermosura impresionante. Lo veremos, pero sin atractivo alguno para que más lo deseemos» (Isaías 53:2).

Ello sugiere que la fisonomía de Jesús era bastante ordinaria. No parecía ni actuaba como el rey que era. No tenía un aspecto hermoso. Sus amigos y discípulos buscaban a un Jesús común y corriente luego de Su resurrección y no lo reconocieron al momento de verlo.

Ello sugiere que Jesús, en Su cuerpo resucitado, no resultó inmediatamente reconocible. Algunos de Sus discípulos caminaron con Él durante más de 10 kilómetros y ni se les pasó por la cabeza que fuera el Salvador. Yo solía pensar que se encontraban demasiado acongojados o traumatizados para reconocerlo, o que Jesús realizó un milagro para mantener oculta Su identidad. Pero ahora creo que lo más probable es que Su aspecto era distinto.

El relato del apóstol Juan de lo que pasó aquella mañana de Pascua indica que María Magdalena —una de las compañeras más allegadas de Jesús— no lo reconoció hasta que Él la llamó por su nombre. «María estaba afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro, y vio allí a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados donde el cuerpo de Jesús había sido puesto; uno estaba a la cabecera y el otro a los pies. Ellos le dijeron: “Mujer, ¿por qué lloras?” Les dijo: “Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto”. Tan pronto dijo esto, María se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí; pero no se dio cuenta de que era Jesús. Jesús le dijo: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?” Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré”. Jesús le dijo: “María”. Entonces ella se volvió y le dijo en hebreo: “Raboni” (que quiere decir maestro)» (Juan 20:11-16).

Los apóstoles habían vivido con Jesús por espacio de tres años. Luego de Su resurrección se les apareció en varias ocasiones hasta presentarse ante ellos a orillas del Mar de Galilea, y sin embargo leemos: «Cuando ya estaba amaneciendo, Jesús se presentó en la playa; pero los discípulos no se dieron cuenta de que era Jesús» (Juan 21:4).

Habían pescado toda la noche sin obtener recompensa. Jesús les preguntó si habían tenido éxito y ni siquiera entonces lo reconocieron. Fue solo cuando Él les ayudó a atrapar más pescados de los que podían subir a la barca que Juan se dio cuenta de quién era. Lo más probable es que aún no se acostumbraran a Su nueva apariencia. La distancia pudo ser un factor a la hora de revelar Su identidad, aunque cabe recordar que se encontraban lo suficientemente cerca como para conversar o al menos gritar de manera inteligible.

En el libro de Mateo leemos: «Cuando pasó el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro. De pronto, hubo un gran terremoto, porque un ángel del Señor descendió del cielo, removió la piedra y se sentó sobre ella. Su aspecto era el de un relámpago, y sus vestidos eran blancos como la nieve. Al verlo, los guardias temblaron de miedo y se quedaron como muertos. Pero el ángel les dijo a las mujeres: “No teman. Yo sé que buscan a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como Él dijo” [que haría]» (Mateo 28:1-6).

Según el testimonio de Mateo, los guardias vieron al ángel mover la piedra e incluso sentarse sobre ella, pero no presenciaron la salida de Jesús de la tumba. Todo apunta a que Él había abandonado la tumba antes que se moviera la piedra. Al parecer Su nuevo cuerpo resucitado le permitía atravesar roca sólida.

En Lucas 24, leemos sobre dos discípulos que se encontraron con Jesús en el camino a Emaús. Allí explica que los testigos parecían tener vendados los ojos y luego se les abrieron instantáneamente de modo que reconocieron a Jesús (Lucas 24:13-16, 28-31). En este pasaje en particular aquellas personas caminaron un larguísimo trecho junto a Jesús, mientras Él les recitaba las escrituras del Antiguo Testamento y les explicaba que el Mesías tendría que sufrir el rechazo y la muerte antes de ser glorificado (Lucas 24:27). Se trataba de una interpretación tan inusual de profecía mesiánica que estoy seguro de que habrían descubierto rápidamente que no se trataba de un extraño cualquiera de no ser porque Jesús evitó que lo reconocieran, y se esfumó luego de que lo reconocieran. Gracias a este pasaje sabemos que el cuerpo resucitado de Jesús tenía la habilidad de aparecer y desaparecer (Lucas 24:31).

El Evangelio de Juan nos dice: «La noche de ese mismo día, el primero de la semana, los discípulos estaban reunidos a puerta cerrada en un lugar, por miedo a los judíos. En eso llegó Jesús, se puso en medio (de ellos) y les dijo: “La paz sea con ustedes”» (Juan 20:19).

Y el de Lucas afirma: «Ellos se espantaron y se atemorizaron, pues creían estar viendo un espíritu; pero Jesús les dijo: “¿Por qué se asustan? ¿Por qué dan cabida a esos pensamientos en su corazón? ¡Miren Mis manos y Mis pies! ¡Soy Yo! Tóquenme y véanme: un espíritu no tiene carne ni huesos, como pueden ver que los tengo Yo”» (Lucas 24:37-39).

Jesús desapareció en un relato y, según los pasajes anteriores, tenía la habilidad de aparecer en un cuarto cerrado. Sin embargo, nuevamente vuelve a mencionarse que Su apariencia era distinta. En esa ocasión pensaron que se trataba de un fantasma. Jesús tuvo que mostrarles las heridas para convencerlos que en realidad era Él.

Aquí recibimos una fascinante descripción de Su fisonomía. La Biblia dice que estaba compuesto de carne y hueso. ¿Carecía de sangre? En un pasaje posterior, Jesús le dijo a Tomás que pusiera el dedo en las heridas de los clavos y la mano en la herida de lanza en Su costado. «Luego le dijo a Tomás: “Pon aquí tu dedo, y mira Mis manos; y acerca tu mano, y métela en Mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”» (Juan 20:27).

Las heridas en Su cuerpo no se habían cerrado y al parecer eran lo suficientemente profundas como para meter un dedo o la mano en ellas. De ser cierto, aquellos huecos continuarían sangrando. A menos que no tuviera sangre. Ahora bien, si no tenía sangre, la anatomía interna del cuerpo se vuelve tema de discusión. En especial cuando se considera el siguiente comentario de Pablo: «Ni la carne ni la sangre pueden (participar de la salvación eterna ni) heredar el reino de Dios, y tampoco la corrupción (lo que es decadente) puede heredar la incorrupción (lo inmortal)» (1 Corintios 15:50).

Pero eso no es todo. Su cuerpo tenía la capacidad de volar. «Pero sucedió que, mientras los bendecía, se apartó de ellos y fue llevado a las alturas del cielo» (Lucas 24:51). «Ellos lo vieron (a Jesús) elevarse y ser recibido por una nube, que lo ocultó de sus ojos» (Hechos 1:9).

Sin embargo, la característica más impresionante de ese cuerpo resucitado es su inmortalidad, y así serán nuestros cuerpos resucitados: «Así sucede con la resurrección de los muertos: se siembra algo corruptible, resucita incorruptible. […] Cuando este cuerpo corruptible se revista de incorruptibilidad, cuando este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que dice la Escritura: “La muerte ha sido devorada por la victoria”» (1 Corintios 15:42, 54).

Imaginen por un momento la vida en un cuerpo inmortal. ¡Solo consideren las posibilidades!

Adaptado de Solo1cosa, textos cristianos para la formación del carácter de los jóvenes.

 

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