febrero 1, 2023
En una época, el joven Jacob corría a toda velocidad por doquier. Después, cojeaba al andar.
En una época, David conducía los ejércitos de Israel sin oposición alguna. Después tuvo que huir al desierto al verse rodeado por sus enemigos.
En una época, Pablo viajaba y predicaba sin sentir el aguijón en su costado. Después, oraba, sentía el pinchazo y se retorcía en busca de una misericordia que no llegaba.
De la misma manera, muchos nos acordamos de alguna época cuando nuestra vida y ministerio parecían más llevaderos. Eran épocas en las que éramos más productivos, estábamos menos impedidos. Nuestro cuerpo no nos causaba tantos problemas. Nos criticaban menos. Nuestra relación aún permanecía intacta. Pero ahora caminamos más lentamente, jorobados, cojeando. Asediados. Con la espina clavada.
Es muy tentador imaginarnos lo fructíferos que podríamos ser sin tantas cargas. ¿Acaso no seríamos mejores padres, líderes, trabajadores, cristianos si pudiéramos correr más rápido? ¿No seríamos de mayor utilidad para el reino de Dios?
(Continúen la lectura [en inglés] aquí. También encontrarán una versión en audio en la parte superior de la página.)
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